Publicidad
¿Es 2016 el año en que murió la música? FT Weekend

¿Es 2016 el año en que murió la música?

No volveremos a ver a músicos de la talla de David Bowie, Prince, Leonard Cohen o George Michael. Ya no existen las condiciones que los produjeron. Pero la idea de que el pop es una anomalía histórica, que ha durado aproximadamente 40 años desde mediados de la década de 1950, disminuye su legado. Son menos grandes de lo que pensábamos si la música muere con ellos.


Por Ludovic Hunter-Tilney*

La música pop llora a sus muertos entre el sentimiento y el oportunismo. Las pautas se sentaron cuando Buddy Holly y otros dos cantantes de rock & roll, Ritchie Valens y JP Richardson, murieron en un accidente de aviación en 1959.

Una semana más tarde un DJ californiano llamado Tommy Dee había elaborado un disco homenaje, «Tres Estrellas», que vendió más de un millón de copias. (Dee intentó lo mismo cuando Patsy Cline y otros dos cantantes de música country murieron en otro accidente de aviación en 1963, pero el disco no tuvo éxito.)

Durante décadas, con la creciente lista de famosos muertos, la conmemoración se ha convertido en una industria. Las grabaciones de archivo son seleccionadas para ediciones póstumas. Este año se lanzó el 60º álbum de Jimi Hendrix desde su fallecimiento en 1970. Las cajas recopilatorias funcionan como monumentos funerarios portátiles, una mini-necrópolis para libreros.

Entre las últimas se encuentra una colección de 17 álbumes en discos compactos de Lou Reed en solitario, empaquetada en una losa negra semejante a una tumba y remasterizada bajo la «supervisión personal directa» de Reed. Fue, según reza la etiqueta, Sony Legacy Recordings, con adusto énfasis, «su último proyecto».

Lou Reed.

La cifra de muertes de este año ha probado la capacidad de duelo de la música hasta el límite. Comenzó con la muerte de David Bowie en enero, a la edad de 69 años. Luego, Prince, de 57 años, falleció tres meses más tarde. Leonard Cohen, de 82 años, murió en noviembre. La temporada navideña nos trajo la noticia de la muerte de George Michael, de 53 años. Cada una fue impactante.

Cohen estaba débil, mientras Bowie resultó haber estado gravemente enfermo, pero ambos lanzaron excelentes álbumes antes de morir. Las canciones estaban invadidas de una conciencia de la mortalidad, sin embargo, poseían una fuerza que sugería que sus creadores eran de alguna forma inmortales. Aunque los discos más recientes de Prince fueron más irregulares en calidad, él seguía siendo un intérprete en vivo aparentemente siempre joven. La salud de Michael era precaria, pero presuntamente planeaba lanzar un nuevo disco en 2017.

Elvis Presley.

Las cuatro muertes evocaron respuestas familiares. Hubo santuarios improvisados y vigilias espontáneas, como las de Graceland después de la muerte de Elvis Presley en 1977 o en el edificio Dakota después del asesinato de John Lennon en 1980. Se celebraron conciertos homenaje, como se ha hecho para otros grandes. En el concierto tributo a Freddie Mercury en el estadio de Wembley en 1992, Bowie, quien se encontraba en ese momento en un estancamiento artístico — representaba el colmo de la penosa estrella de rock de mediana edad— fue ridiculizado por postrarse de rodillas de forma melodramática y recitar el Padre Nuestro.

Sin embargo, el luto de este año tuvo un tono inquietante. La muerte de cuatro grandes figuras de diferentes épocas de la música dio la impresión de que toda una tradición se encuentra bajo amenaza. «Sé que algo está muy mal», canta Bowie en Blackstar, lanzada dos días antes de su muerte, un álbum de jazz-rock dislocado e imágenes confusas. Nuestro sentimiento de pérdida por su muerte, la idea de que nunca volveríamos a ver a nadie como él, tenía una nueva nota de ansiedad. ¿Por qué nunca veremos a alguien como él?

La música pop siempre está cambiando. Las tendencias impredecibles soplan por su escena como los frentes climáticos. La audiencia es apasionada, pero temporal; la mayoría de la gente deja de escuchar nueva música poco antes de llegar a los 30 años. Bowie era un maestro de los cambios, pero a la mayoría de los intérpretes los cambios les afectan. Tommy Dee, el memorialista de Holly, es uno de los muchos miles de milagros de un sólo éxito.

Los finales son muy importantes. Al nivel más básico se encuentra la unidad de la misma canción, una experiencia abreviada que dura aproximadamente tres minutos. El final siempre está cerca, a través de una última floritura dramática de la batería o un lento desvanecimiento hacia el silencio. La vida o muerte de la canción depende de nuestra voluntad de escucharla de nuevo.

En torno a la batalla semanal en las listas de éxitos, la música pop está definida por la competencia. Los géneros se oponen entre sí, los rivales compiten por la dominación. «Muerte a los hippies» era el lema punk mientras competía por acabar con el rock progresivo. «Ahora estás viendo a la estrella del rock viva más importante del planeta», anunció Kanye West durante su concierto en Glastonbury en 2015, precursor de la supremacía del rap.

La desaparición del rock and roll ya la concebían incluso en 1957, cuando The Maddox Brothers and Rose, promocionándose como «la banda hillbilly más colorida de EEUU», lanzó un single llamado «La Muerte del Rock and Roll», una parodia de «I Got a Woman» de Elvis Presley. En 1969, The Doors añadió su propio sello al tema con el blues, «Rock Is Dead», que terminaba con Jim Morrison anunciando: «Mientras yo tenga aliento, la muerte del rock es mi muerte».

Jim Morrison.

Morrison falleció en 1971. Ese año Don McLean cantó sobre «el día que la música murió» en su éxito «American Pie». La referencia no hacía alusión al desventurado Rey Lagarto, quien fue hallado muerto en una bañera en París, sino al accidente de aviación donde falleció Buddy Holly. McLean lo consideraba el momento en que la música pop estadounidense perdió su inocencia. Incluso en un año de grandes éxitos como lo fue 1971 — el compositor David Hepworth sostiene en su último libro, 1971: Never a Dull Moment, que fue el momento cúspide del rock — se podría decir que la música había perdido su camino.

Durante la pasada década los trenos, o lamentaciones musicales, se han acelerado. Las ventas de álbumes se han desplomado, y el año 2016 promete ser el peor año en EEUU desde que se comenzaron a monitorear las ventas en 1991. La transmisión digital de música y las plataformas de Internet representan el mayor cambio en los hábitos de escucha desde el advenimiento de la radio en la década de 1920. Durante este intenso período de transformación, los pronósticos de «la muerte del rock» han sido sustituidos por otros eventos de extinción: «la muerte del álbum», «la muerte de las listas», incluso «la muerte de la industria de la música».

En medio de la acumulación de retórica mórbida, las muertes de Bowie, Prince, Cohen y Michael parecieron un punto de inflexión, el momento en que una metáfora se volvió realidad. Aunque de distintas generaciones y procedencias, ocuparon un clima musical similar, basado en una aglomeración de grandes casas discográficas y una corriente regular de ingresos procedentes de las ventas de música grabada. No era un mundo ideal: Prince y Michael pasaron gran parte de la década de 1990 en furiosas disputas con sus casas discográficas. Pero era estable. Todo el mundo sabía cómo funcionaba, aunque a todos irritaba.

Esos días han terminado. La música pop ahora es un confuso enredo de diferentes intereses. Las casas discográficas están siendo desafiadas por las compañías tecnológicas. El número de intérpretes y grabaciones aumenta aun cuando los ingresos disminuyen. PRS for Music, que recauda las regalías en nombre de los compositores del Reino Unido, tuvo un aumento en su membresía de 70 mil en 2010 a 112 mil en 2015.

Como el futuro es incierto, es natural aferrarse a la muerte de lo que vino antes. El error surge al asumir que la música pop en sí está muriendo.

Cada generación cree que la música que creció escuchando es la mejor. La condescendencia actúa en ambos sentidos. Por cada tradicionalista que aborrece los gritos computarizados del Auto-Tune, hay un fanático al pop actual para quien todo lo que se hizo antes de 2010 es prehistórico.

Pero el rechazo es particularmente mezquino cuando lo dirigen aquellos que han dejado de escuchar la nueva música. Insistir en que el pop está muriendo o ya ha muerto es una forma de acaparamiento generacional, una creencia de que murió cuando el interés propio decayó.

No volveremos a ver a músicos de la talla de David Bowie, Prince, Leonard Cohen o George Michael. Ya no existen las condiciones que los produjeron. Pero la idea de que el pop es una anomalía histórica, que ha durado aproximadamente 40 años desde mediados de la década de 1950, disminuye su legado. Son menos grandes de lo que pensábamos si la música muere con ellos.

* Traducido por Financial Times Newspaper Spanish.

Publicidad

Tendencias