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Día de la Reina: la gran fiesta holandesa

Elena Cruz Turell
Por : Elena Cruz Turell Diseñadora y gestora cultural
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Parte de la extrema practicidad y estructuración de los holandeses fue el establecer por unanimidad un día de desbande y total jarana: el Día de la Reina. Este día junto con la llegada de la primavera, ponen fin a un largo periodo de hibernación; tiran la casa por la ventana y de paso se arrojan ellos también, entregándose al callejeo en cuerpo y alma.En esta fiesta los holandeses hacen principalmente dos cosas que saben hacer muy bien: negociar y tomar cerveza. El color de hoy es el naranja.


El Día de la Reina -Koninginnedag en holandés- tiene su origen en el año 1885, cuando el 31 de agosto de ese mismo año la princesa Guillermina celebró sus cinco años. En ese entonces era el Día de la Princesa. Ese día coincidía con el final de las vacaciones de los escolares, por lo que los niños tenían un gran protagonismo en la celebración. Por esos años la fiesta tenía una forma muy distinta a la que es hoy día. La fiesta siguió siendo esa fecha hasta 1948, día en que asumió el trono Juliana, hija de Guillermina. El cumpleaños de Juliana era el 30 de abril, por lo que se cambió para ese día, el cual coincide con la asunción al trono de su hija Beatriz en1980, quién sigue reinando hasta hoy, por lo que la fecha se ha mantenido conmemorando estos dos acontecimientos.

8:30 de la mañana, día soleado: el Vondel Park va acogiendo a los primeros niños que llegan en bicicleta acompañados de sus padres cargados como equecos a transar sus juguetes como quién está en intercambios bursátiles. Desde chicos se les enseña el teje maneje del asunto. Entonces empieza el despliegue de cachureos varios montados de las más diversas e ingeniosas maneras. Gritan y promueven su mercancía a lo vendedor ambulante. Llegan otros niños a comprar, se equivocan con los precios, pero los padres, que están apoyando desde la trastienda, rectifican la suma.
Todos los talentos están congregados aquí además del negocio: niños tocando violín, flauta, batería, trompeta, bailando ballet, cantando y pintando. También venden delicatessen hechas por sus padres, abuelas, tías y ellos mismos.
Otros inventan juegos ingeniosos como poner un chocolate en una catapulta hecha por ellos, y por un euro te lanzan el bombón: si lo agarras, te lo comes.
Otro grupo de niñas por 6 céntimos de euro, te dicen una palabrota en holandés al oído. Si eres turista y no la has entendido, la madre te la puede traducir al inglés.

De manera simultánea se va desarrollando la fiesta en toda la ciudad y con actividades varias en los principales focos de Amsterdam. Los desaforados celebrantes visten tenidas de antología, bailan al son de la música, saltan, compran, venden, toman alcohol a destajo, engullen y mueren.
El intercambio monetario – como buenos comerciantes que son- es el que reina en esta fiesta. Este es el único día que se puede vender todo lo que uno quiera, libre de impuestos y permisos. Toda Holanda se transforma en una gran feria las pulgas y las calles están plagadas de baratijas de todos estos buhoneros que vaciaron sus bodegas. Es el único día que se compra realmente barato en esta ciudad. Hay que andar con cash –incluso, sólo monedas.
Por los canales circulan cientos de botes con tripulantes naranjas que eufóricos alzan la mano al son de músicas electrónicas, mientras la otra sostiene la lata de cerveza.

La zona del Jordaan, al oeste de la ciudad, está llena de gente vendiendo antigüedades, bandas y músicos tocando. En el Museumplein, que es la explanada que está entre el Rijksmuseum, el Museo Van Gogh y el Concertgebouw, hay recitales de música masivos. Hordas de gente empiezan a llegar en la tarde por ahí.

En el sector del barrio chino –abierto de lunes a domingo incluyendo festivos- tampoco pierden la oportunidad de hacer negocio y sacan la comida de sus restaurantes afuera, y en grandes fuentes metálicas ofrecen todo tipo de arroces, noodles, rollitos de primavera y otros más. Simpatizando con los holandeses y agradar al cliente visten ropas y accesorios color naranja: todo sea para el incremento de las ventas.

Después de las 5:00 pm la mayor parte de los niños ha abandonado el Vondel Park, menos alguno  que otro rezagado en su intento de rematar sus últimos pedazos de queques desmoronados, galletas y otros comestibles, para no perder la mercadería. También se ven niños jugando, mientras otros, ya cansados, ordenan después de la larga y ardua “jornada laboral”. Empieza a llegar también la gente joven que quiere pegarse una pestaña, dormir la mona, o simplemente conversar, tocar guitarra y pasar una tarde reposada.

Son las 12 de la noche; la jornada va llegando a su término y el paisaje tiene aspecto de fin de mundo: pareciese que una ola de película yanqui ha asolado la ciudad produciendo la hecatombe. Los holandeses y todos los cientos de miles de turistas que han venido empiezan a dejar las calles para dar paso a un comando municipal de limpieza que dejará la ciudad lista para retomar el orden, la normalidad y la vida apacible de esta capital, que tiene en su ritmo algo de pueblo con sus canales y bicicletas.

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