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“No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe… ¡me pasó por caliente!” Historias de sábanas

“No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe… ¡me pasó por caliente!”

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Mi cabeza estaba a punto de reventarse, era la cuarta cerveza que me bebía, pero claro, no era por eso que parecía un globo a punto de estallar, si no por…
-¿Qué me pidió, perdón?, por el ruido no la escuché- me dijo el barman sacándome de mi ensoñación personal.
-Cuatro cervezas heladas por favor- repetí sacando mi plástico que ahora sí que tendría que aguantarme.
Cuando me las entregó, feliz, pero cargada como un burro, llegué a la mesa donde mis amigas me estaban esperando, la primera en levantar una ceja en forma de reprobación fue Claudia.
-¡Perdón!- habló en su tan característico tono, uno que yo odiaba, sobre todo ahora-, con qué se supone que pagaste eso.
-Con…
-Déjala ya Clau, la has regañado toda la noche, deja que la pobre al menos se emborrache para pasar las penas- me interrumpió para defenderme mi otra amiga, Paula, la conciliadora.
-¡Ah, no!, eso sí que no. No tiene que emborracharse por un imbécil como ese, nosotras las mujeres somos fuertes y no lloramos por…
-Ya, corta el rollito feminista- habló de nuevo Paula, cortando tajantemente a Francisca, la feminista del grupo, la que nos llevaba a cuanta marcha por los derechos de la mujer existía, la misma que nos regaló a todas la polera de “Y vo´ creí que soy weona” y que a mí tanto me encantaba llevar.
-Ya, dejen de discutir y bébanse esta cerveza que será la última que les podré pagar en mucho tiempo.
-No seas pesimista, ya verás que todo será para mejor, y si no, yo misma te ayudo a hundir al malnacido de tu jefe.
-¡Tu ex jefe!- exclamaron al unísono Claudia y Paula, recibiendo al fin las cervezas, cosa que yo agradecí, tenía ya los brazos congelados.
Me senté acomodándome bien para al fin terminar de contarles la historia con lujos y detalles, sin guardarme nada, total, para eso son las amigas, para escucharse en las buenas y en las malas, y la verdad es que yo tenía a las mejores.
Inevitablemente pensé en mi pobre tata, que seguro estaría ahora revolcándose en la tumba, tantas veces que me dijo: “Respete para ser respetada y nunca sobrepase los límites, que los hombres siempre aprovechan la oportunidad”. O cuando me decía: “Todo es mejor con una sonrisa en los labios”. Lástima que eso a mí me jugó una mala pasada, o no, en realidad si lo pienso mejor, no fue la sonrisa, fue simplemente mi estupidez o…
-Por caliente te pasó, no hay otra explicación.
-¡Claro que la hay!- saltó al ataque Francisca- es el típico cliché de “la pura puntita”, sólo que tú, parece, que no lo escuchaste nunca- se mofó.
-No- rió casi atragantándose Claudia- fue, promete hasta que lo…
-Ya basta, estoy aquí presente, dejen de burlarse de mí.
-Sí, déjenla ya, acá el único culpable es el tal Mauricio, y no hay más.
-Sí- suspiré para mis adentros, el único culpable era Mauricio Costabal, mi jefe. Aún recuerdo cuando llegó al quinto piso, o mejor dicho cuando a mí me ascendieron al piso de contabilidad y me tocó llevarle el primer informe. De sólo pensarlo la cerveza me subía por la garganta. Alto, moreno y de una mirada perversa que acompañada con su sonrisa engañadora era capaz de poner a cualquiera a su pies. Juro por el de arriba que nunca antes me había fijado en él, llevaba trabajando dos años en la compañía y sólo lo veía a veces en la cafetería, siempre con esa sonrisa de diablo al acecho de su próxima alma, a la cual siempre rehuí porque soy más bien de las cobardes que no van por su presa, para eso el mundo ya tiene a Claudia, que donde pone el ojo, pone la bala.
Pero cuando comenzamos a compartir piso, todo cambió, ya no solo lo veía, sino que también teníamos conversaciones cada vez más extensas. Mentiría si dijera que eran de algo más que trabajo, pero la verdad es que su ronco “buenos días”, o su “señorita Andrade, me trajo el informe” me derretían por completo. Ya no me ponía lo primero que sacaba del closet por la mañana, sino que empecé a escoger mi ropa, incluso me compré un par de trajes al estilo Anastasia Steele, falda tubo y camisita de seda, pero claro, él qué hizo, decirme que así me había echado un par de añitos encima.
“Patética”, era lo más suave que me gritó mi subconsciente. Pero su comentario en vez de bajarme la moral, hizo todo lo contrario. Ese fue el día que decidí que ya nada de lo que mi querido jefe me dijera me importaría, si no le gustaba de Barbie secretaria ejecutiva, ya no le gustaría ni trataría de agradarle, si le gustaba lo que usaba bien, y si no también, y fue ahí cuando comencé a escuchar a la feminista que todas llevamos dentro, y claro, tanta marcha, tanto derecho femenino que ni sabía que existía creó una nueva moda en mí, la moda: me gusta, me queda, es mío, y así comencé una agradable relación con la trasparencia, el escote y lo trajes de dos piezas.

[cita tipo=»destaque»] -El único día que se les pide puntualidad y usted llega atrasada, buenas noches señorita Andrade. De pie, impecablemente vestido con traje hecho a la medida, estaba el diablo en persona, con tridente y todo. Su voz era suave, pero con un tono de reproche imposible de ocultar. [/cita]

Pero esa mañana en particular, o sea hoy a las seis y media, desperté en medio del diluvio universal. Y para colmo de males, era treinta de abril, el último día para declarar el impuesto a la renta. Pensando en que el metro iría demasiado lleno, se me ocurrió tomar un taxi y… ¡gran error el mío!, aparte de costarme un dineral, me demoré casi el doble de tiempo ya que las calles estaban atestadas de autos, que debido a la lluvia avanzaban a menos de un kilómetro por hora. Al ver que nos quedábamos atascados en el tráfico, otra genial idea se me ocurrió, bajarme y correr por la vereda, no era tanto, casi una cuadra, pero con el viento y el costoso paraguas de mil pesos que me había comprado a la salida del metro, todo fue desastroso. A la primera ventisca se dio vuelta dejando que todas las gotas se estrellaran directamente en mi cuerpo.
Congelada, atrasada y mojada llegué a la oficina y cuando las puertas del ascensor se cerraron, llegó el horror a mi vida. El espejo me devolvía una imagen siniestra, hasta la mujer de la película El Aro tenía mejor apariencia que yo. Así no podía llegar al quinto piso, y menos enfrentarme a mi querido jefe. Directo al baño del cuarto piso, subiría el piso restante digna e impecable. A los cuarenta minutos de retraso que llevaba le tuve que sumar casi veinte más, en conclusión, el único día que nos pedían llegar a las ocho y media, llegaba una hora tarde.
Saludé a mis compañeros que estaban imbuidos en los últimos informes. Ninguno me devolvió el saludo, estaban demasiado ocupados para hablar, hasta que cuando estaba colgando mi abrigo escuché:
-El único día que se les pide puntualidad y usted llega atrasada, buenas noches señorita Andrade.
De pie, impecablemente vestido con traje hecho a la medida, estaba el diablo en persona, con tridente y todo. Su voz era suave, pero con un tono de reproche imposible de ocultar.
-Tuve un inconveniente, la lluvia…
-La tormenta, señorita Andrade- me corrigió mirando hacia la ventana- está anunciada hace días, si viera noticias lo sabría.
Mi boca se abrió en una perfecta O. ¿Noticias? ¿En qué minuto? Si la última semana había salido después de las nueve y llegado a mi departamento casi a las diez y media, ¿en qué momento vería noticias? Claro, como él se iba a las ocho puntual, en su auto de lujo, (sí, sé que suena resentida, pero lo estaba), seguro escuchaba la radio y hasta los informes meteorológicos de Tombuctú.
-Ahora me pondré al día con el tiempo perdido- respondí, esquivando su mirada, se veía realmente soberbio, y eso no ayudaba a mi nerviosismo.
-Eso espero, porque a las tres de la tarde todos los informes deben estar entregados- y, mirando a mis compañeros, prosiguió-. Luego de enviarlos pueden irse a sus casas, se merecen el descanso. Por supuesto, esto no va para usted señorita Andrade, usted debe pagar la hora de atraso, después me lleva el resumen de los informes de rentas de nuestros clientes a mi oficina.
-¿Se los mando por correo querrá decir?- pregunté muy bajito.
-Creo que no me escuchó bien, me los lleva- recalcó el verbo llevar, como si yo fuera idiota, y la verdad es que sí lo era porque no entendía por qué cresta debía llevárselos en papel si le podía mandar un correo con toda la información.
Llevaba dos años haciendo declaraciones de renta y jamás había hecho un informe en papel, lo miré fríamente y como decía mi abuelo, con la sonrisa en los labios le dije que no había problema, aliviada porque mi voz había sonado clara y concreta.
Me senté y tomé la pila de informes que me quedaban por revisar e intenté seguir como si no me estuviera mirando, así que, como si nada, comencé mi ritual, prender el pc y tomarme el pelo con un lápiz bic azul.
-Existen los moños- refunfuñó casi en un murmullo cuando salió de enfrente de mi escritorio, al fin dejándonos tranquilos a todos.
Uno a uno comencé a revisar y enviar los informes, hasta que sin darme cuenta llegó la hora del almuerzo y todos mis compañeros comenzaron a salir.
De pronto el olor de un humeante café me hizo levantar la vista. Ahí estaba José, mi compañero, con un vaso en una mano y un sándwich en la otra.
-Esto no será un buen almuerzo, pero al menos te ayudará a aguantar el hambre.
-¿Y no tienes algo que me haga aguantar al jefe?- pregunté riendo.
-Mmm, eso lo busco hace cinco años.
-Un sacerdote ¿servirá?
-¿Para?- preguntó sin entender.
-Para hacerle un exorcismo- concluí e inevitablemente ambos soltamos una carcajada que llegó a retumbar en la planta.
Seguí concentrada en lo que estaba, hasta que el maldito reloj que no era mi amigo marcó las tres, y, tal como pensé que sucedería, mis compañeros felices comenzaron a retirarse, no los culpaba, afuera incluso se veían relámpagos y sonaban fuertes truenos, unos que a veces hasta a mí me hacían temblar.
A las cuatro diez envié el último impuesto a la renta. Sólo me quedaba imprimir un informe con todos los clientes y me podría ir a mi casa, ponerme pijama, acostarme y ver alguna película de amor para que me diera un coma diabético.
-¡No!- chillé cuando la luz del edificio parpadeó y mi computadora se apagó, menos mal que fue sólo un segundo, pero un segundo que me hizo ver burros verdes, azules y grises, si se me borraba la información nadie me salvaría, así que rápidamente saqué mi pendrive y grabé todo, aunque se me desapareciera tendría un respaldo. Con una gran sonrisa caminé hasta la sala de fotocopias.
Puse mi aparatito en el puerto USB y, como si fuera una niña en Navidad aplaudí cuando las hojitas comenzaron a salir, ¡al fin pude respirar en paz! Y en honor a eso y al hambre que tenía fui por mi premio, un gran café que me daría la maravillosa cafetera que teníamos. En eso estaba cuando la luz volvió a parpadear, pero esta vez por varios segundos más.
Histérica corrí por los pasillos mientras me acordaba de todos y cada uno de los garabatos que sabía y los decía en voz alta, cuando llegué me encontré con el desastre total. Era algo tan simple, unas fotocopias y ya, ¿y qué había pasado?, fácil, el mundo entero confabulaba contra mí, cada hoja tamaño carta que escupía esa máquina del demonio tenía una mancha enorme de tinta, y para colmo las ultimas se habían atascado, ni caso tenía volver a mi escritorio e intentarlo de nuevo, no había energía, sólo las luces de emergencia estaban encendidas.
Recorrí el pasillo con el alma por los suelos, seguro mi jefe me comería viva, y esta vez tendría razón, no había cumplido una simple tarea y lo peor es que tendría que aguantar que me dijera de todo menos linda.
Uno, dos tres… respiré y toqué con cautela, como quien camina directo a entrevistarse con el mismísimo diablo.
-Entra.
Pasé y vi la oficina lúgubre en todo su esplendor, detrás de su escritorio el ventanal que daba hacia la calle me mostraba una vista maravillosa al Parque Forestal con sus faroles ya encendidos por la hora.
Sentado con la corbata suelta como esperando para quitarme el alma, estaba el señor Costabal, tenía incluso las mangas de su pulcra camisa blanca arremangada hasta los codos.

[cita tipo=»destaque»] Su voz, esa voz que imaginaba en mis sueños más húmedos se estaba haciendo realidad, y esta vez no estaba en medio de la noche sudando por una utopía, estaba a punto de vivirla en vivo y en directo. Después de todo, ¿quién no quería una aventura con el diablo? Cuando su mano se deslizó por mi cadera temblé y seguí sintiendo cómo su palma me quemaba al simple roce con mi piel. [/cita]

-Lo siento- comencé con voz baja a justificarme-, los informes…- Alto, me dije a mí misma, ni la verdad ni la mejor disculpa me iba a salvar, eso lo deduje por la sonrisa malévola que ahora lucía su rostro, así que como por obra y gracia del espíritu santo, una oleada de valentía me inundó repentinamente, y si moría, lo haría con dignidad. ¿Qué podía hacerme el diablo?
-Decía- sonrió con arrogancia.
Sin mirarlo para no perder mi reciente valentía llegué hasta él y puse con decisión el pendrive sobre el escritorio, no dijo nada, pero me bastó con verlo un solo segundo para saber lo que cruzaba por su cabeza, y así como había aparecido mi valentía comenzó a desaparecer. Claro, sí él tuviera una sonrisa menos atrayente todo sería más fácil…
Carraspeé un par de veces y me di fuerzas mentales para seguir, pero él parecía demasiado tranquilo para mi gusto, y eso sí que me estaba poniendo los pelos de punta.
-El informe completo de los clientes que hemos…- las palabras se atascaron en mi boca y mi pulmones se negaron a respirar. Su mano, su gran mano pesada y caliente se alojó ahora en el comienzo de la pretina de mi falda y lentamente bajó hacia el sur.
Nunca, jamás de los jamases, él se había siquiera acercado a tocarme, ¡ni siquiera la mano! Y ahora estaba haciendo mucho más que eso. Cada uno de los músculos de mi cuerpo, se tensaron. ¿Qué mierda estaba pasando? La parte consiente y cuerda de mi mente me gritaba acoso y que por supuesto le quitara la mano, pero mi cuerpo claramente estaba en otra sintonía y quería un poco más. Los primeros en traicionarme fueron mis pezones que se irguieron erectos poniéndose en sintonía con mi corazón que ahora bombeaba a mil kilómetros por hora haciéndome desear más, mucho más. Como las palabras se esfumaron de mi vocabulario su mano siguió bajando por la redondez de mi trasero hasta llegar a mis muslos. Ni un sonido, excepto el crepitar de nuestras respiraciones se escuchaba.
-Gírate.
Su voz, esa voz que imaginaba en mis sueños más húmedos se estaba haciendo realidad, y esta vez no estaba en medio de la noche sudando por una utopía, estaba a punto de vivirla en vivo y en directo. Después de todo, ¿quién no quería una aventura con el diablo?
Cuando su mano se deslizó por mi cadera temblé y seguí sintiendo cómo su palma me quemaba al simple roce con mi piel. Por primera vez en mi vida lo miré a los ojos y nuestras vistas se encontraron, no como empleada y jefe, si no que como dos personas que se deseaban. Su respiración estaba tan alterada como la mía y su mandíbula tan apretada que pensé que en cualquier momento sus dientes se romperían arruinándole su tan perfecta sonrisa. Vi en su mirada una súplica de permiso, sabía que si yo lo detenía podía irme en ese momento y él no me detendría, pero no pude, mis hormonas estaban totalmente revolucionadas celebrando algo que en la intimidad siempre me pedían. Nunca me había sentido así, decidida y sobre todo distendida, claramente no me estaba importando nada y sólo me estaba dejando llevar sintiendo un millar de sensaciones, cual más placentera que la otra.
-¿Qué sucede?- me preguntó sabiendo tan bien la respuesta como yo, no había que ser genio para adivinarlo.
-Eso debería preguntarlo yo- respondí con los ojos fijos en los suyos, en ese momento podía leer todas sus intenciones, y así fue, no me equivoqué. Sus manos descendieron hasta por debajo de mi falda, y como si esta obedeciera a sus propósitos se levantó sin oponer resistencia, luego vino la gloria, sus dedos hurgaron por debajo de mis medias hasta llegar al diminuto tanga que gracias al universo me había puesto. Hasta que sentí como uno de ellos me quemó la piel y yo en vez de apartarme suspiré separando aún más las piernas, quería que continuara y que profundizara más su entrada. Intenté contener un gemido cuando rozó mi clítoris, pero fue imposible, el placer era intenso y ya estaba demasiado entregada, pero no sólo yo me sentía así, cuando levanté la vista me fijé que Mauricio estaba igual o peor que yo, de hecho su cara estaba contraída, librando la misma batalla interior en contra del placer.
-Esto es mejor de lo que imaginé -carraspeó en voz baja-, nos imaginé así muchas veces- reconoció cerrando los ojos, como si le pesara su confesión. Luego, como si fuera un papel, rasgó el encaje de mi braga, dejándome totalmente expuesta, cuando me di cuenta lo miré con furia, y qué hizo él, poner esa misma maldita expresión de suficiencia que hacía siempre, ¡cómo lo odié! Me levantó como si fuera una pluma y en cosa de segundos todos los papeles del escritorio cayeron al suelo. Esta vez no alcancé a separar las piernas cuando ya lo estaba haciendo él y jadeé con más fuerzas cuando sus dedos se volvieron a deslizar, entrando y saliendo a un ritmo frenético que no quería que parara jamás. Si antes estaba en la gloria, ahora simplemente me tenía en el limbo, y necesitaba un poco más. Claramente lo suyo no eran las caricias amorosas, y esta cierta “brutalidad”, por decirlo de alguna manera, se le daba demasiado bien, sabía que era un hombre decidido, era mi jefe, pero esto era ir con todo. Miré el techo para respirar un poco mejor, acomodándome para recibir mi tan ansiado orgasmo, pero cuando vería la galaxia completa, se detuvo, dejó de moverse y me miró.
Justo cuando le iba a decir un par de cositas no tan agradables, su boca carnosa chocó contra la mía, haciéndome tragar cada uno de mis improperios, nunca, pero nunca antes me habían besado así y mentiría si no dijera que con ese beso terminé de perder la cabeza, era como si con la lengua me estuviera follando, porque claramente el amor no me estaba haciendo.
Como un animal en celo lo tomé por la solapa acercándolo un poco más, en tanto él con una agilidad digna de admirar en tiempo record se desabrochó el cinturón y comenzó a bajarse el pantalón.
-Ahora quiero que termines lo que empezaste- me atreví a decir y Costabal soltó un sonido gutural desde el fondo de su ser, sabía que estaba perdiendo la cordura, porque una cosa sí era segura, yo sola no me quemaría en el infierno. Y de pronto, como si sobraran, los botones de mi blusa saltaron mientras sus manos comenzaron a subir a toda prisa sin detenerse en ningún lugar excepto en… mis senos, que ahora tocaba divinamente fuerte haciéndome suspirar. ¿Me quejé? No, me apegué aún más a su cuerpo. Mauricio apretó mis pezones y grité desatada.
Se acercó de nuevo y en vez de acallarme con un beso, mordió mi cuello, incluso pensé que me dejaría un moretón, pero… hasta deseaba que fuera así.
-Ni te imaginas lo que quiero hacerte… aquí y ahora.
Tras esas palabras, incapaz de aguantar un segundo más, la loca que vive en mi le bajó los pantalones y los bóxer liberando al fin su erección, que estaba dura y lista para la acción, y tal como él me estaba tocando a mí, yo lo toqué a él.
Sólo se veía lujuria en sus ojos y desenfado en su cuerpo, terminó de subir mi falda y me empujó contra la mesa y antes de decir agua va, su pene, de una sola y certera embestida, entró en mí.
Sonreí como una tonta.
-¿Nunca habías hecho algo así? -preguntó apretando los dientes, golpeando mis caderas contra mis muslos que se abrían cada vez más- Me lo imaginé.
-Está equivocado- afirmé para provocarlo, no le daría la razón- Esta no es ni de lejos mi mejor vez.
-¿Qué?- preguntó anonadado, disminuyendo el ritmo justo cuando yo estaba al final del abismo.
-Eso…- respondí con desenfado tratando de acercarme, pero claro, ya debería estar acostumbrada a los cambios de este hombre que me traían por el quinto infierno.
-Mírame bien Andrade- me ordenó y yo volví a ser la administrativa obediente-, suplícame más.
Ese tono sí que lo conocía, era el que utilizaba siempre que deseaba algo, típico de alguien como él, y claro, ahora me haría suplicar. En la otra vida, porque en esta… ni cagando.
-Desgraciado.
Su sonrisa se ensanchó con regocijo dejándome claro que él había ganado, deseé como nunca antes partirle la cara como si fuera una matona de barrio y borrarle la sonrisa, pero al momento que volvió a acercarse y refregarse contra mí, mi cuerpo volvió a traicionarme, pidiendo el tan maldito “más”.
-Una sola palabra.
-En la otra vida- gruñí apretando los dientes.
-No eres capaz -me retó y lo siguiente que sentí fue cuando sus piernas separaron las mías, tiró de mis caderas dejándome a su entera disposición.
-¿Quieres?
-Sí.
-Lo sabía.
-Cállese y termine lo que empezó, a ver si es tan bueno como dice- lo estaba tentando para que terminara con lo que había empezado sin tener que suplicarle, pero la verdad era que su cercanía me estaba volviendo loca. Él rió en mi oído, parecía que sabía lo que yo quería y claro, al moverse, jadeé sin querer e incapaz de formular una respuesta comencé a sentir cada una de sus embestidas, no me importaba sentir su triunfo, ni su sonrisa caliente en mi oído, ni menos sus dientes ejerciendo presión en mi cuello. De pronto perdí todo el control, cuando un calor abrazador comenzó a invadirme, mis piernas rodearon su cintura aferrándolo con fuerzas en tanto temblores recorrían mi cuerpo, el orgasmo al fin me embargaba, dejándome sin aliento, a ratos intenso, a ratos descontrolado y frenético, estaba en una montaña rusa de sensaciones.
Pasado unos segundos comencé a respirar con más tranquilidad, recuperando en algo la compostura. Solté las piernas y Mauricio me sujetó la cabeza para que no rehuyera su mirada, y luego de mirarme intensamente me habló:
-Claramente soy tan bueno como pensabas.
Un calor muy diferente me invadió esta vez, ¿cómo se podía ser tan guapo y tan arrogante a la vez? Subí las manos por su cuello y jalé de su pelo en protesta, esperaba una reacción adversa a lo que sentí a continuación, él se apegó a mí y su pene creció en cosa de segundos.
-Ahora veamos si tú eres tan buena como crees que eres, mujer experta.
Ya no quería tirarle el pelo, quería arrancárselo con mis propias manos, pero la parte inteligente que aún me quedaba me pidió calma, ante eso, como la experta que él creía que era, tomé su pene, para acariciarlo, grueso, largo y absolutamente rapado, lo mejor que había visto en mi vida, pero eso no se lo diría.
-Voy a demostrarle lo experta que sé que soy.
En ese instante se tensó, en tanto yo no dejaba de acariciarlo hasta que sentí un gemido profundo y ronco, levanté la cabeza para mirarlo y deleitarme mientras él tenía sus ojos cerrados y apretados, por primera vez en dos años sentí que tenía el poder y en vez de seguir en lo que estaba, quité la mano y en tiempo record me bajé la falda mirándolo con suficiencia.
-No he terminado -logró decir anonadado-, ¿qué haces?
-Darme un gusto por primera vez desde que trabajo contigo- lo tuteé por primera vez dando un paso atrás, ahora hasta le podía ver los cachos y la cola. Y antes de que mi valentía se fuera junto con mi cordura, corrí a la puerta, di un portazo y salí de la oficina, no podía quedarme ni un solo minuto más, ni en esa oficina ni en la empresa, cogí mi bolso y con una calma y un temple que no poseía, salí al exterior para tomar un taxi.
No me permití temblar ni una sola vez, en vez de eso escribí al whatsapp de mi grupo de amigas.
*La cagué por caliente, las necesito en el bar.
-Planeta Tierra llamando a Beatriz Andrade- me llamó Claudia un par de veces volviéndome a la triste realidad.
-Ya… ya, ya te escuché -respondí incorporándome de nuevo a la conversación.
-Bueno, ¿y qué piensas hacer ahora?- preguntó Paula con cara de condescendiente, solo le faltó tocarme la pierna para hacerme sentir aún más miserable.
-No lo sé- suspiré.
-¿Cómo que no lo sabes?, pues yo te lo diré- me aclaró Fran poniéndose de pie para que la oyera fuerte y claro-. Tú, con tu mejor cara, te presentarás mañana al trabajo y harás como que nada sucedió, eres una mujer grande, y así como ellos van por ahí bajándose los pantalones, nosotras, las mujeres también podemos hacer lo mismo- recitó como si fuera una declaración de igualdad más que un consejo.
-¡Ay Dios mío!- me agarré la cabeza con las dos manos-. ¿Por qué me pasó a mí?
En ese minuto mis amigas se miraron y juntas gritaron:
-¡¡¡Por caliente!!!

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