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“No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!” Parte IV Historias de sábanas

“No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!” Parte IV

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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-¿Que hiciste qué? -me pregunta Claudia sentada al otro lado de la mesa de la cocina de su casa. Menos mal que nos separa un espacio, sino, ya la veo estrangulándome con la misma cara que me está mirando ahora.

-Bueno, qué te digo, no lo planeé -contesto para justificarme, tomándome de un solo trago la copa de vino que yo misma he traído para ahogar las penas. Además de todo me estoy volviendo una alcohólica-. Solo pasó.

-¿Solo pasó? -me recrimina molesta en tono de burla, y eso que no le he contado que leyó mis correos, sino con el mismo cuchillo para pelar tomates que tiene en la mano me mata a mí y luego a él-. ¿Y qué es lo que vas a hacer ahora?

-¿Cómo que qué voy a hacer?

-Déjate de repetir lo que digo y respóndeme, no te hagas la tonta conmigo -me dice ahora sí que apuntándome con el cuchillito rojo.

-Nada, esto se acabó hoy.

-¿Si? Y yo soy la madre Teresa, no me vengas con estupideces, te lo vas a volver a tirar.

-¡No! Si es mi jefe y…

-¿Y qué? -me apremia.

-Y… y está el asuntito de la novia.

Sin decirme ni media palabra, coge el notebook que está sobre la mesa y abre su Facebook

-Dame el nombre completo –me ordena sin por favor ni gracias.

-Mauricio Costabal.

Solo dos segundos bastaron y voilá, varias foto con ese nombre aparecen al instante, ninguno de él, pero como mi amiga debería ser de la P.D.I no cesa y pone su nombre en San Google.

¡Mierda! Ahora sí que varias fotos con su cara saltan en menos de un segundo, se ve tan sexy, tan elegante que hasta me estremezco.

-Además de ser un imbécil con un buen trabajo y todo lo que tú ya sabes, no aparece nada de la novia.

-¿Pero tiene? -quiero saber con un verdadero interés en tanto mi amiga me mira como si tuviera cachos en la cabeza.

-Me lo estás preguntando para tirártelo sin remordimientos ¡…ah, perdón! si remordimientos es lo que no tienes.

-¡¡Claudia!!

-¡¡Beatriz!! -me imita cerrando la compu, dando por finalizo el tema, y la verdad es que lo agradezco, llevábamos más de una hora hablando de mi jefe, y ya no solo lo estoy sintiendo  en mi cabeza. ¡Maldito sea el hdp de Costabal!-. La decisión es tuya, si quieres seguir así, siendo la otra allá tú, yo no te voy a juzgar porque soy tu amiga, pero piensa en que a ti no te gustaría que te hicieran lo mismo, no es justo para ninguna mujer.

Una, dos, tres… cien balas directo al corazón y yo sin chaleco protector. Éstos son más que dardos venenosos, es la pura y santa verdad. Es más, creo que si hubieran más personas como mi amiga no habrían tantos amantes ni mujeres cornudas.

Después de esa declaración de principios cenamos viendo la teleserie nocturna, luego me voy a mi departamento, y como soy masoquista me duermo pensando en la “declaración de principios” de Claudia. Sería todo mucho más fácil si mi jefe fuera pelado, gordo y yo… bueno mejor lo dejo ahí antes de reconocer lo que no quiero, porque la verdad no es ofensa, dicen por ahí.

Antes de que suene el despertador ya estoy en pie, y para aprovechar el tiempo hago mi maleta sacando del clóset solo mi ropa linda, esa que uso en ocasiones especiales. Pero para mí, todo este fin de semana será especial.

Pantalones es lo que decido ponerme, y no me importa pensar que los estoy usando como un escudo porque soy una… mejor ni lo pienso.

Al llegar a la oficina me sumerjo en todos los papeles que encuentro y comienzo a llamar a mis clientes, nada mejor que trabajar para distraer la mente. Al señor Costabal solo lo vi entrar y sería, porque mentiría si dijera que él me miró.

Mis compañeros lo único que hacen es hablar del gran almuerzo de mañana y pasan lista como si fuéramos alumnos de quinto básico para saber a qué hora llegaremos, en qué estación de metro nos juntaremos y ¡hasta qué llevaremos puesto!

Miento como una cosaca diciendo que estaré con ellos y que seré puntual.

A la hora del almuerzo bajo sola, necesito un poco de silencio y por supuesto alejarme de todo esto del almuerzo, y qué mejor que las chicas, que también parecen niñas, pero estas de cuarto medio a punto de irse a la gira de estudio para hacer de su vida lo que quieran, y yo… la verdad es que espero encontrarme con algún extranjero en la fiesta electrónica y darme el polvo de mi vida, ese que me haga olvidar al señor Costabal.

De vuelta paso por mi cafetería preferida y me compro un late alto para llenar de energías mi tarde, entro en el ascensor vacío y voy dosificando mi cuota de líquido para llegar con algo a mi escritorio y ahí sí terminar de disfrutarlo.

De pronto, como si el universo quisiera seguir ensañándose conmigo por ser una oveja descarriada, el ascensor se detiene en el segundo piso y veo al sr. Costabal hablando con dos personas más. Me atraganto cuando nuestras miradas se cruzan e instintivamente doy un paso hacia atrás cuando lo veo caminar directo hacia mí. Perfecto, ahora subiré los pisos restantes con él y… ¡en un ascensor vacío! Mi mente de inmediato piensa en Grey y Ana, muevo la cabeza para sacarme esa idea, aunque en honor a la verdad con el traje oscuro que lleva puesto está para… comérselo. Pero de inmediato se me viene la declaración de principios y vuelvo a ser yo.

-¿No pensaba esperarme? -me pregunta en tono de afirmación poniendo la mano entre las puertas para que estas no se cierren, entra y chan, se cierran y nos quedamos completamente solos los dos.

-¿Qué quiere? -respondo cansada en tanto él me inspecciona de pies a cabeza deteniéndose en mi pantalón negro de secretaria ejecutiva, sin ofender a nadie que si no, mi Fran me mata.

-¿Qué te sucede?

Ya me está tuteando y de nuevo siento esa extraña sensación que me impide pensar con claridad, o mejor dicho razonar, pero rápidamente pienso en mi género y lo olvido.

-Usted se pasa.

-¿Yo? -dice haciéndose el sorprendido con una sexy sonrisa, aprovechando la ocasión para pasar su mano tibia y pesada sobre mi hombro.

-Sí, usted, y no estoy de humor para esto, señor Costabal.

-Puedo cambiar su humor si me lo permite, señorita Andrade.

-No me interesa —respondo mirando el marcador de piso, rezo un momento para que alguien se suba en el tercero, pero nada, seguimos subiendo solos.

-Qué saca con mentir, señorita Andrade, si estuviera tan segura de sí misma hoy… -se detiene mirando mis piernas- hubiese venido con falda, como todos los otros días del año.

-¿Quiere la verdad? Sí, me gusta, y supongo que la mayoría de las mujeres lo deben encontrar guapo -le confieso envalentonándome-. Pero se acabó, y esta vez es de verdad, no tengo ni la menor intención de repetir nada con usted, todas las atracciones pasan, y ésta ya se acabó.

En ese momento su sonrisa se borra lentamente, pero sin perder totalmente la curvatura de sus labios. Su capacidad de no demostrar nada me impresiona, es como si le hablara al espejo y no a él en realidad.

-Esto no es una atracción -dice mientras señala nuestras figuras en el cristal del espejo-, esto es…

-Perfecto, sí, tiene razón, no es una atracción, fue una simple calentura, ya está, lo dije, lo admito -confieso tomando aire, porque siento que además de estar roja como un tomate maduro, me estoy asfixiando-. Y por lo tanto ya se enfrió, no tengo intención de repetir nada con usted, porque aunque piense que yo voy tirándome a los hombres así porque sí por la vida, no lo es, primero necesito tener una relación.

-No lo pienso -me dice ahora sí muy serio-, pero yo no tengo ni ganas ni tiempo para tener una relación.

-Perfecto -le respondo ahora sí que con la valentía por los suelos. Ése fue un golpe bajo, y he de reconocer que me ha dolido-. Entonces ya nos estamos entendiendo.

La puerta de nuestro piso se abre, y contrario a lo que espero, que se baje primero, se acerca un poco más, toca mi mejilla y luego con mucha suavidad suelta los dedos que sujetan mi café y lo toma con su mano.

-El amor romántico solo pasa en los cuentos de hadas -sonríe-, pero muchas gracias por el café. Y espero que le vaya muy bien en su viaje a la playa.

Mi boca se abre en una perfecta “O” y no porque se haya robado mi café, es un todo y más.

Sin energías me siento a esperar que la hora avance rápidamente, me quiero ir, ¡y sí! En el fondo de mi corazón “idiota” quería otra cosa.

Cuando el reloj marca las seis, ya no con tanto entusiasmo como el de antes, tomo mis cosas y me marcho a mi departamento intentando no pensar en nada sabiendo que ahora sí todo se acabó.

Al rato después las chicas pasan puntualmente a las ocho de la noche. Todas nos vamos en el auto de Fran a la playa. Parecemos niñas cantando canciones románticas, y otras que son de cuando éramos bastante más jóvenes, pero cuando suena Christina y los Subterráneos, todas entonamos nuestro himno “Dile a papá que me voy de la ciudad”… incluso la chica del peaje se ríe con nosotras.

Fran mientras maneja de vez en cuando mira hacia atrás y nuestros ojos se conectan. Yo prefiero esquivarle la mirada antes de enfrentarla, porque al fin y al cabo, a ella no se le puede esconder nada.

En el hotel nos dividimos las dos habitaciones y yo de inmediato me voy con Claudia, las razones, más que obvias. Justo cuando nos estamos  poniendo de acuerdo para cambiarnos y salir a dar una vuelta por la costanera, Fran me dice:

-Si crees que por dormir con la Clau te salvas del interrogatorio, es que no me conoces hace doce años, tonta.

-Yo también te quiero -respondo para quitarle importancia al asunto.

En la habitación, Claudia, mi amiga organizada, antes de cambiarse guarda todo en el clóset. Son dos días, pero para ella el orden es fundamental. Lo que es yo, simplemente me pongo unos jeans rajados en la rodilla, y me calzo mis zapatillas favoritas marca supermercado.

Al salir, la brisa marina me alegra y nos revitaliza a todas. Caminamos felices tomadas del brazo impidiendo que cualquiera que venga de frente pase por entre medio de nosotras. Pero así, como amigas, y sin conversar nada trascendental, estamos relajadas, solo existimos nosotras.

Al otro día, a la nueve de la mañana toca la puerta mi querida Fran y nos tira sobre la cama dos poleras blancas y agrega:

-En media hora las quiero en el comedor para tomar desayuno, y por supuesto con sus poleras.

Cuando cierra la puerta, nos miramos con Clau y hacemos una carrera hasta el baño, ninguna puede ni quiere llegar tarde.

Luego de la ducha me pongo la camiseta y salgo estirándola por el borde para mostrársela a mi compañera de habitación que está literalmente cagada de la risa sobre la cama.

-¿En serio? “Flaco olvídame”

-No te quejes, peor hubiera sido que dijera “Mauricio olvídame”

-Ridícula- le digo lanzándole la toalla.

Tal como me lo imaginé, ver pasar a cuatro mujeres vestidas iguales y que precisamente no parecíamos chicas de team, llama mucho la atención: casi todo el mundo nos mira y los que no, murmuran entre ellos. Pero la verdad, a nosotras no nos importa, estamos felices.

A las cinco de la tarde, de vuelta en el hote,l comenzamos a prepararnos porque a las siete debemos irnos a nuestra súper fiesta electrónica, esa que me hará olvidar.

El requisito es vestir de blanco o dress code, como dice Paula,  así que me pongo lo que cualquier mortal con dos dedos de frente diría que es un simple trozo de tela con dos tajitos pequeños sobre los muslos, o sea una faldita que con suerte me tapa la humanidad y una camiseta de tirantes. Resultado: soy otra.

-¡Oh my good! –a lo más gringa es lo que se me sale del alma cuando llegamos y veo la fila enorme que hay para entrar, por lo menos cien personas antes que nosotras y la música tan fuerte que hasta afuera la escuchábamos todos. Casi cuarenta minutos después entramos al fin y lo primero que hacemos las tres al ver a Paula es reírnos a carcajadas.

-¿Y a ustedes qué les pasa? -nos pregunta enojada.

-Tu vestido -la señala Fran.

-Mi vestido qué, es un Dolce Gabbana ¡y de verdad! -nos ruge.

-Ah, con mayor razón entonces -le ladra de vuelta Fran y ya veo en sus ojos que se abanderó por una causa-. Tu vestido es a croché.

-¡Sí, es la última moda!

-Chicas -habla Claudia, la verdad es que la gente ya nos empieza a mirar, y ya no solo a Paula, sino a todas.

-¡Es ella la que se ríe de mí!

-¡Pues claro, si tu súper vestido de marca requeteconocida es de hilo y con las luces de neón se te ve hasta lo que comiste ayer!

-¡¡Ay no!! -chilla Paula- ¡Me muero!

-Nada de eso -nos habla Claudia mirándonos a todas, ya enojada-, no nos gastamos un riñón entero y la mitad del otro para devolvernos al hotel ahora. Tú -dice mirando a Francisca-, sácate la blusa.

-¡Qué!

-Lo que escuchaste, se llama causa común -y mirándome a mí continúa-. Tú igual, no vamos a dejar que acá la señorita Dolce Gabbanna haga el ridículo sola.

-¡Yo… yo no me puse sostenes! -grito y con tan mala suerte que el chico que va pasando por nuestro lado me queda mirando, y por supuesto, ¡justamente las tetas!

-¿Qué miras? ¡Nunca has visto un par de tetas! Si hasta las vacas tienen -me defiende Francisca quitándose la camiseta, enseñando un hermoso sostén bordado, que claramente no es marca de supermercado y todas la quedamos mirando.

-Dejen de mirarme las tetas que pareceremos lesbianas, y sepan que ninguna de ustedes tiene entre las piernas lo que me gusta a mí y un arnés no lo arregla, y sí, es de marca, pero me lo regaló Roberto.

Ante esas palabras las tres nos matamos de la risa, tanto que siento que la cara me duele de tanto estirarla. ¡Mis amiga son únicas… y las adoro!

Seguimos caminando hasta llegar a una mesa desocupada mientras mi cuerpo solito se va empapando de la atmósfera libertina del lugar Aquí cada uno está en lo suyo, algunos cuerpos que están bailando se frotan entre sí y otros están en su propia dimensión con una carísima botella de agua mineral que cuesta la módica suma de tres mil pesos. Todo esto podría ser demasiado, pero como ocurre casi siempre en este tipo de fiestas, todo está al borde del exceso sin ser grotesco.

-Quiero hacer un brindis -propongo cuando el camarero nos entrega la copa de champaña de bienvenida-. Por ustedes, la conciliadora, la feminista y la enojona.

-Y yo -se adelantó mi Fran- ¡por la caliente!

Las cuatro chocamos las copas y damos por empezada esta noche de diversión y descontrol, nos  la bebemos y salimos a bailar.

La primera en desunirse del grupo y llevarse un guapo rubio es Fran, y la verdad es que a ninguna de nosotras nos extraña, simplemente es ella. Y yo soy la siguiente, ésta es mi oportunidad para sacarme el estrés de la última semana. Empiezo a bailar entre los cuerpos danzantes que se contorsionan a mi lado y de inmediato me siento engullida por el musculoso de mi acompañante. Listo, es ahora o nunca, me desato bailando perdiendo toda compostura al contornearme, levanto las manos y poco a poco comienzo a liberarme de la tensión al ritmo de la música y el ardiente ambiente de la discoteca.

-Eres muy guapa -me dice y a lo único que atino es a devolverle una sonrisa. Es obvio que me está mintiendo, estoy con el pelo pegado en la cara por la transpiración y de seguro tengo el maquillaje corrido, pero como necesito pasar a algo más y el espécimen no está nada mal, respondo:

-Gracias, tú no estás nada mal.

Él me mira y sonríe, y aunque tiene una linda sonrisa y dientes pep, no es lo mismo que el hdp de Mauricio, pero tengo que dejar de pensar en él y a eso he venido, por un polvo magnífico y esporádico que me haga zumbar aunque suene más que poblacional, y en honor a eso me acerco y soy yo la que le planta un beso en la comisura de los labios, sorprendiéndolo.

-Vamos a tomar algo -me dice y antes de que le pueda responder me saca de la pista de baile tomando mi mano para llevarme hasta su mesa. Al sentarnos apareció un camarero con un par de tequilas, y así más que achispada llego al tercero de la noche.

-Bueno -comienza a hablar tomando la iniciativa con mi mano, acariciándola de arriba abajo-, ¿qué te parece si nos vamos a un lugar más cómodo? -sugiere ahora atacando mi muslo desnudo, llegando un poco más arriba del dobladillo de la falda, y eso… sí que es mucho decir.

Cierro los ojos un momento para tomar valentía y respondo:

-Claro, me encantaría -“me encantaría” Dios, sí que estoy siendo patética, ¿por qué mierda no le hablo así a Costabal?

-¿Viniste con alguien? -me pregunta acomedido- para que les avises que te vas conmigo.

-Con mis amigas, tardo dos minutos en avisarles -le digo poniéndome de pie y él galante se levanta junto conmigo y afirma con la cabeza. ¿Se puede ser más galante?

Deambulo por el lugar y como existe la ley de Murphy no las encuentro, hasta que bastante rato después diviso en medio de la pista subida a un cubo a Claudia. Mi primera intención es gritarle, pero no me escucha, así que empiezo a hacerle señas con las manos hasta que me ve y le indico que me voy, que nos vemos luego y ella en respuesta sonríe levantando los pulgares, poco falta para que haga otro gesto.

De vuelta a encontrarme con “nosénicomosellama” cojo un chupito de una bandeja para infundirme valor y avivar la chispa que sé que me falta. Y vaya que lo hace, ahora siento que piso algodones.

De pronto al dar la vuelta siento como alguien toma de mi codo con tanta suavidad que me giro con la mejor de mis sonrisas para ver a mi nuevo acompañante, pero la sonrisa de mis labios se queda congelada cuando veo a quien tengo en frente.

-¿Lo estás pasando bien?

-¿Señor Costabal…? -pregunto idiotamente, pero es que vestido con una simple camiseta blanca y pantalones de igual color no tiene nada que ver con el hombre que estoy acostumbrada a ver, siempre de traje e impecable-. ¿Qué hace aquí?

-Esto es una fiesta, y por lo que sé pública, señorita Andrade.

-Sí… sí… pero -balbuceo alucinada, pero no alcanzo a reaccionar cuando toma de mi mano ya no suavemente y comenzamos a caminar por entre medio de la gente, dando tantas vueltas que hasta me mareo y no sé si es por el alcohol o por la situación en que ahora estoy metida. Subimos por las escaleras a lo que supongo es el V.I.P, porque él muestra su pulsera de muñeca color amarillo fosforescente y nos dejan pasar en tanto yo lo miro consternada y me quedo quieta.

-Sube.

Antes de que pueda protestar vuelve a tirar de mi mano y no me queda otra que avanzar o sino seguro me caigo de bruces y doy un verdadero espectáculo.

Aquí la música está menos alta y se agradece, porque ya me retumba la cabeza. Cuando creo que nos vamos a sentar volvemos a girar, pero ahora hacia la derecha, y si antes había poca gente, ahora menos, aunque sí podemos ver a todos los que están bailando abajo, incluso veo a Claudia aún sobre el cubo.

Nos miramos por un momento en un silencio incómodo, no tenemos nada para decirnos. Cierro los ojos porque esto no está funcionando, y cuando los empiezo abrir, lo veo venir como una flecha hacia mi boca sintiendo esa maldita descarga eléctrica que se aloja entre medio de mis piernas. No aminora el beso cuando muevo mi cabeza hacia atrás, y perdiendo la razón, como me pasa siempre, lo abrazo en tanto nuestros cuerpos chocan por la ansiedad de un simple pero ardiente beso.

Con un gruñido de macho que me encanta, pone ambas manos sobre mi trasero levantándome del suelo, y con una zambullida enérgica introduce su lengua, tanto que casi no me dejan respirar. Y sin importar lo excitada que me siento me aparto con fuerza por culpa de la que está ahora bailando feliz sobre el cubo y su maldita declaración de principios.

-Alto -logro decir sintiendo la humedad de mi boca-. Usted tiene novia.

Costabal suspira, mira hacia el cielo y luego con esa penetrante mirada me mira arrugando el entrecejo.

-¿Hace cuanto que trabaja para mí, señorita Andrade?

-¿Qué?

-Responda -me apremia.

-Dos años

-¿Y en estos dos putos años ha visto que me va a buscar alguna mujer o que me pasen llamadas de una novia? -bufa acercándose más. Claro, si lo pienso así…

-Nunca…

-Entonces quítate esa idea de la cabeza y continuemos en lo que estábamos -me recrimina con ansias aplastándome contra la baranda y yo instintivamente enrosco mis piernas alrededor de su cintura. Él sube mi falda que claro, con lo corta que es, no le cuesta mucho.

-No pienses en cuentos de hadas -me dice al momento de deslizar a un costado la tela de mi ropa interior para a continuación pasar su dedo caliente y rozarme. ¿Y yo que hago? Me dejo tocar, me encanta. Hundo mi cara en su cuello y mis dedos ávidos de más desabrochan con rapidez el botón de su pantalón sin siquiera pensar en dónde estoy, mientras él respira con dificultad en mi oreja excitándome aún más, avivándome a más.

La música retumba a nuestro alrededor y aminora toda clase de sonidos que nace de nuestro interior, facilitándonos las cosas. Mauricio me mira pidiéndome más y yo sé que estoy perdida en su mirar y en esos perfectos movimientos sensuales y lascivos que solo sabe hacer el desgraciado de Costabal. Acaricia y tira de mi pezón por encima de mi camiseta haciendo que realmente crea que la gloria existe y que el cielo se abre para mi sin importarme que haya más gente alrededor. Pero basta que uno solo de ellos detenga la mirada en nosotros y sume que uno más uno son dos, y sabrán perfectamente en que estamos o en que estaremos en menos de cinco minutos.

-¿Quieres? -me pregunta poniendo la mano por debajo de mi camiseta, tocando al fin mi piel- ¿Aquí y ahora?

-¿Serías capaz? -pregunto con ganas de una aventura de verdad.

Solo una risa gutural sale desde su interior sin darme una respuesta verbal, porque ésta llega en forma de embestida sin hacerse esperar. Por encima de su hombro puedo notar como la discoteca se abre ante mis ojos. Pero ya estoy atrapada en este cúmulo de sensaciones con la emoción a flor de piel. Mauricio flexiona las rodillas enseñándome lo bien entrenado que está y se acopla completamente dentro de mí, moviendo solo las caderas para que yo pueda sentir y mi placer se convierte en el suyo cada vez que entra un poco más. Me aprieto contra su pecho restregándome para sentirlo aún más, como si eso fuese posible.

Afirmándome con las manos en su dura espalda juntamos las caderas y siento como con fuerza empieza a embestirme mientras yo sigo suspendida en el aire, llenándome de él, escuchando todos los sonidos que emite, hasta que al fin me abandono al intenso placer que me está dando este espectacular polvo exhibicionista. Una fantasía prohibida que jamás pensé que experimentaría en mi vida.

-No puedo más… -reconozco alargando lo más posible este orgasmo, tanto que siento que ya no soy dueña de ningún movimiento de mi cuerpo.

-No tan rápido señorita Andrade -me dice apretando los dientes contra mi hombro.

-¡Acaba! -gimo de auténtico placer y esa parece ser la palabra detonante para que Mauricio comience a rendirse. Yo ya estoy extasiada, tanto que casi no puedo soportarlo, a excepción de aceptar todo lo que Mauricio me está dando.

-Mírame -me pide casi en una súplica, rindiéndose ante la dominación que este polvo magistral nos está entregando a los dos.

Mauricio Costabal brama reclamando lo que él cree que es suyo, y agradezco el ruido que acalla nuestros sonidos mientras yo con premura tomo su boca para besarlo y así poder gemir en sus labios. Ya está, ya es demasiado, me pierdo en su boca sintiendo el éxtasis de una oleada de orgasmos continuos mientras él me folla con fuerza embistiéndome como un poseído hasta que deja escapar un sonido salvaje que al contrario de asustarme me excita aún más. Es rápido, lujurioso y sexy a más no poder y yo no ofrezco resistencia alguna, y muy por el contrario le doy la bienvenida a todo lo que está fluyendo de su ser en este momento.

Se sacude con fuerza estremeciéndose, sin esconder nada, aunque en su cara puedo ver su agonía al no querer entregarse por completo sin restricciones, hasta que por fin lo hace, se rinde ante mí y nuestra locura. Y de verdad, en este momento soy muy feliz, por él, por mí, por esto.

Pasado unos segundos cuando su respiración vuelve a ser normal, lo beso en los ojos, en la punta de la nariz y en la comisura de sus labios, pero él se retira hacia atrás y me dice aún con la voz entrecortada por el esfuerzo:

-Espero que haya tenido el polvo que tanto quería señorita Andrade.

Lo miro tragándome el nudo de emociones que comienza a fluir en mi interior. Lentamente desenrosco las piernas de su espalda y me paro con toda la tranquilidad que logro reunir en tan poco tiempo.

-La verdad, Mauricio -me atrevo a tutearlo por primera vez mirándolo directamente a los ojos, unos que no logro descifrar que dicen-, no vale la pena que te responda la pregunta, y gracias.

-Se lo dije -responde inseguro y sorprendido al mismo tiempo.

-Te equivocas, no te agradezco por el polvo exhibicionista que nos acabamos de dar. Te agradezco por abrirme los ojos a lo que de verdad eres.

-Soy el Diablo ¿no es así como me llaman todos en la oficina? -me dice elevando el rictus del labio en algo que ni siquiera alcanza para ser una sonrisa.

-No, Mauricio, eres un simple mortal como todos nosotros -digo tocándole la cara con cariño. Incluso puedo jurar que se estremece ante mi contacto y no da crédito a lo que sucede. Y yo… me doy media vuelta y me voy, por primera vez con tranquilidad, esa tranquilidad que da el saber que entregaste todo y salir herida era una opción.

Como ya me despedí de las chicas salgo sola a tomar un taxi, y cuando éste se detiene, siento el grito de Fran que me pide que la espera. Ambas nos miramos y no hacen falta palabras para que sepa lo que me pasa,  me pongo a llorar como si fuera una nena de cinco años, o en mi caso una mujer adulta que siente que tiene roto el corazón.

Cuando llegamos, muy por el contrario de dejarme sola, Fran sube conmigo a la habitación.

-Dúchate, que con olor a sexo no voy a dormir contigo -me dice metiéndose en mi cama, y justo cuando le voy a lanzar la camiseta se tapa bajo las sábanas.

Cuando me enfrento al espejo veo la marca que tengo, y una nueva lágrima rueda por mi mejilla. Justo cuando voy a abrir el agua siento la puerta y a continuación una voz…¡esa voz! Y por supuesto la curiosidad que mató al gato me embarga. Abro un poco la puerta y lo veo de espaldas sentarse a los pies de la cama y decir:

-Escúchame Beatriz, yo sé que soy un hombre… complicado por decirlo de alguna manera, pero contigo me sucede algo que no logro comprender, tú me desorientas, complicas mi mundo perfecto.

-¡¿Qué?! -chilló abriendo la puerta de golpe-. ¿Qué yo te complico? -vuelvo a chillar y en ese momento como en un acto de magia Francisca se destapa poniendo la cara de Mauricio como un poema. Nos mira a ambas sin entender nada, pero es mi amiga la que habla mirándome a mí:

-Tenías que cagarla. Aquí el Romeo de cuarta categoría me estaba explicando que es lo que su cabecita cuadrada no lo deja entender.

-Yo pensé que tú… -balbucea levantándose, y en ese momento las puertas del dormitorio se abren y entra el resto del regimiento gritando al unísono:

-¡¡Señor Costabal!!

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