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“No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!” Parte VII Historias de sábanas

“No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!” Parte VII

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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La jaqueca con que me despierto por la mañana es monumental, y tengo muy clara la razón. Me pasó por aguantarme las ganas de llorar, pero como no pienso dejar que el hdp me invada completamente, prefiero echarle la culpa a mis hormonas, seguro debo estar ovulando.

Por supuesto que al mirarme en el espejo mi cara es un espanto, ojos hinchados, ojeras y para rematar el conjunto, un lindo grano en medio de mi frente: sí, definitivo, me va a llegar Andrés.

Claramente mi estado de ánimo va de mal en peor, y cuando salgo a la calle lo primero que hago es llamar a mi Clau, ella siempre sabe cómo ayudarme, pero con tal mala suerte que me tira directo al buzón de voz, así que decido dejar un mensaje en el whatsapp de las brujas, pero nadie me responde, supongo que estarán enojadas, y yo…con tantas cosas que contarles.

Al llegar al trabajo, como siempre, voy primero por un café, y luego me sumerjo en las hojas de cálculo que tengo en el computador. Esto de la contabilidad es lo mío, todo cuadra y tiene un lugar, y si se descuadra, es que está mal, no hay opción para el error, y es así como debería ser mi vida, una hoja de Excel con ventanas adosadas perfectamente coordinadas, no la ensalada que tengo en la cabeza, que además, me está a punto de estallar.

Al medio día al fin suena mi teléfono celular, y al escucharlo doy un respingo, todos están trabajando en silencio, y en la oficina no vuela ni una mosca, así que cuando veo quien es, decido ir a la sala de fotocopiadoras con la tonta escusa de sacar unas cuantas copias, que ahora mismo no necesito.

-¡Por fin te acuerdas que existo! –exclamo respondiendo el teléfono, y siento como refunfuña Fran por el otro lado de la línea, en tanto yo empiezo a poner papeles en la máquina.

-En este instante te odio, podría haberte pasado algo y nadie se entera, te llamé ayer, te mandé mensajes y nada, así que créeme que no eres mi persona favorita.

-Aunque me odies, yo te quiero, y mucho.

-Suenas a…

-Ni me digas -me río, porque ya sé que me dirá que parezco del otro equipo. A veces, pero solo a veces, mi Fran es un tanto extraña, por decirlo sutil.

-Tengo pocos minutos para hablar, el trabajo me está matando, así que supongo que tu silencio de ayer significan muchas cosas, sintetiza y cuéntame.

-¡Así y sin anestesia! –chillo divertida pegándole a la fotocopiadora que se le ha atascado el papel.

-Bueno, te debo el trago -bromea Fran-, vámonos directo al grano.

-Creo que estoy folloleando con alguien.

-¿Algo que sea nuevo y que yo no sepa?

-Te podría decir la sarta de estupideces que me dijo, pero como quieres que sintetice, no puedo, ¿Qué tal si nos tomamos un café y te cuento más en extenso?

-Esto amerita más que un café, menos mal que mañana es miércoles y nos pondrás al día, y presiento que no nos va a gustar.

-Si lo toman solo como un folloleo, me van a entender.

-Como digas, y que más en tu resumen.

-Me va a visitar Andrés, y creo que me traerá problemas, se viene con todo este mes.

-Peor sería que no te visitara.

-Sí, tienes razón, ¡amo a Andrés!-me río y le vuelvo a pegar a la maldita fotocopiadora, ahora se le ha arrugado el papel.

-Te dejo, llegó un cliente, nos hablamos luego. ¡Ah! Y te quitaremos la ley del hielo, te volvemos a hablar, besitos.

Y así sin más, me corta el teléfono como si solo ella tuviera que trabajar, para que a continuación, varios mensajes de las chicas empiecen a llegar, se nota que ahora me vuelven a querer. Riéndome a todo pulmón estoy cuando no necesito levantar la vista para saber quién me está mirando, y sí, con los brazos cruzados a la altura del pecho, me aniquila con la mirada, y muy tranquilo me suelta:

-Señorita Andrade, ya debería saber que una maquina fotocopiadora funciona con papel, y como si eso no fuera suficientemente obvio, la pantalla le avisa que le faltan suministros, y luego de esa operación tan complicada, debe presionar “Enter” no pegarle como si con eso mágicamente fuera a funcionar -gruñe enojado y no entiendo por qué. Las únicas palabras que nos hemos dicho ha sido el buenos días, y hasta me había parecido amable.

-Sé eso, sr. Costabal, es solo que…

-Si no sabe hacer las cosas bien, simplemente no las haga, y no se comprometa a hacerlas tampoco.

«¿De qué me estoy perdiendo?», pienso.

-Respóndeme.

-¿Cómo? -pregunto sin entender nada, mirando alternadamente a la fotocopiadora que ahora funciona correctamente y a él que siento que me está atravesando con la mirada.

-Respóndeme porque no eres capaz de hacer las cosas a las que te comprometes.

Abro la boca para responderle, pero me quedo sin palabras, porque claramente no me está hablando de la fotocopiadora, y en este momento la bipolar no soy yo precisamente.

-Cuando me comprometo, cumplo -le suelto con rabia, y él, simplemente como si ni siquiera hubiera hablado se da media vuelta y se marcha.

Ah, no, yo no me voy a quedar así, camino rápido pero sin correr, tampoco puedo llamar la atención de todo el mundo, y claramente un paso de él son casi tres de los míos.

-Sr. Costabal, podría darme un momento por favor -pido para que se detenga, él se gira lentamente, me mira de pies a cabeza de forma despectiva y agrega:

-Lo que tenía que saber, ya lo sé, y lo que tenía que probar, también. Su reputación la precede, señorita Andrade.

-¿Perdón?- que mierda es esto, ¡qué reputación!

Él frunce el ceño y avanza un paso hacia mí, pero de pronto parece darse cuenta que no estamos solos.

-La verdad duele, pero no ofende -y mirándome atentamente para ver mi reacción continúa-. No es la primera vez que tiene problemas con la fotocopiadora, en el futuro podría pedirle ayuda a alguno de sus compañeros. En eso es experta ¿o no?

-Siempre he podido con esa maldita máquina, que a estas alturas debería ser laser… a veces, no solo algunos deben disfrutar de las comodidades.

Si antes me fulminaba con la mirada, ahora simplemente me está ametrallando. Incluso puedo ver como empuña su mano dentro del bolsillo de su pantalón un par de veces.

-Y claramente con esa no le basta -masculla entre dientes.

Mi mente comienza a elucubrar una y mil conjeturas para poder entender este ataque injustificado, y así poder defenderme sin problemas, pero no logro entender el meollo del asunto y aunque quisiera gritarle que mierda le pasa, no puedo hacerlo en medio de la oficina, y claramente él no tiene intenciones de moverse.

-Los términos eran tan simples -vuelve a la carga, quitándome la hoja que aun sostengo entre las manos, y al hacerlo, el pequeño roce de sus dedos con mi piel me produce un escalofrío- . Y las reglas tan claras para ser usadas hasta para usted, una simple mortal -termina con ponzoña.

-Claro, pero a veces la conveniencia de algunos, no es la misma que la de otros.

-Por supuesto que sí -murmura ahora acercándose un poco más-, la valorización del sistema sería clave y solo traería beneficios, señorita Andrade.

-Eso lo entendí perfectamente -afirmo entendiendo un poco por donde va la cosa, lo que sí no entiendo es en qué le he fallado yo, si solo han pasado unas pocas horas desde que hablamos.

-Parece que hay un detalle que no entendió.

-¿Cual?

-La exclusividad -dice y su mirada se clava directo en mis labios. Y esa ansiosa mirada similar a la de un depredador listo para cazar a su presa me hace retroceder dos pasos. El hombre que tengo en frente destila ira, molestia y rencor. Y por primera vez en mi vida siento ganas de arrancar. El sr. Costabal se pasa la mano por la barbilla mientras sé que está esperando una reacción, yo contengo un suspiro para no hablar pero justo cuando voy a responder, agrega-. ¿Tiene algún problema con la exclusividad?

Cierro los ojos un momento, debo estar en la luna, porque no se a qué mierda se refiere, pero como idiota no me voy a quedar, así que me encojo de hombros y respondo:

-A veces, tener un par de clientes diferentes disminuye el riesgo.

-Se equivoca -dice casi en un murmullo-, comprometerse en exclusiva con el cliente indicado solo trae beneficios y elimina el fracaso.

-O simplemente el acuerdo puede llevar a ambos clientes al precipicio, porque no existe claridad en el acuerdo -gruño bajito solo para él. Le hierbe la sangre, lo sé.

-Eligió mal, señorita Andrade, fracasó, quédese con la maldita fotocopiadora, y pídale a su amigo Andrés que le solucione los problemas -suelta sin más, y al fin entiendo que mierda es lo que le pasa.

Y como soy tonta, sí, porque eso soy, unas ganas enormes de abofetearlo y luego besarlo me entran al cuerpo, y no solo eso, sino que también me dan ganas de arrancarle la camisa y arañarlo aquí mismo, por idiota, por copuchento, y por weón, sí, por weón. Pero… como estamos en público me obligo a calmarme y con la mejor de mis sonrisas fingidas le suelto:

-Definitivamente haber estudiado en un colegio privado, lo hizo idiota, sr. Costabal. ¿No dijo que tenía hermanas? ¡Pues vaya y pregúnteles quien es Andrés! -dicho eso, le arranco las hojas de sus manos y no siento nada, o sí, solo rabia, por el cavernícola que tengo en frente.

Me voy a mi puesto y sé que no se ha movido ni un solo centímetro, sigue ahí, parado, impávido. Luego parece reaccionar y se va directo a su oficina.

Sin siquiera mirarlo me voy a mi escritorio, y comienzo a trabajar, que se joda Costabal, que se joda todo el mundo.

Al fin a la hora de almuerzo salgo con mis compañeros y logro distraerme un poco, la verdad es que me hacía falta, y aunque estoy un tanto pobre, casi como las ratas, me doy el gusto de comer sushi, y además pagarle la cuenta a Raúl que está peor que yo, y eso porque tiene señora e hijo que alimentar.

Cuando vuelvo, justo antes de llegar a mi puesto, veo al sr. Costabal frente a mi escritorio. Camino despacio tratando de disimular lo mucho que me pone nerviosa y me siento fingiendo naturalidad, en tanto noto como él me observa con una expresión indescifrable ¿Vergüenza, irritación?

Con toda la calma del mundo, pone una bolsa de papel sobre mi mesa. Y luego, así, igual de parsimonioso se va, y esta vez, no a su oficina, sino que lo veo alejarse al ascensor. Al cerrarse las puertas, lo primero que hago, sin que nadie se dé cuenta es esconder el paquete y al tomarlo, creo que me voy a morir aquí mismo, blandito y esponjoso, y aunque no necesito abrirlo para saber que es, la curiosidad que mató al gato me mata y lo abro.

¡Grandísimo hijo de la gran puta! Son toallas higiénicas, y juro por lo más sagrado que tengo que no se si reír o llorar, y sin poder evitarlo se me escapa una sonora carcajada que llama la atención de todos mis compañeros… sí, parezco una loca, y como la loca que soy necesito contárselo a las chicas. Ni siquiera me molesto en disimular el celular, como si nada empiezo a contarles, un tanto resumido todo lo que ha pasado desde ayer hasta hoy, y culmino mandándoles la foto de las toallas higiénicas. Por supuesto los mensajes no tardaron en llegar.

*¡Nooooo!

*¡Pero que se cree! ¿Estás loca Beatriz?

*Te estás tirando a tu jefe.

*¡Te vas a quedar en la calle!

Y así sigo leyendo los mensajes que caen, hasta que leo uno que jamás esperé leer, uno de Fran.

*Sabes que moralmente lo que estás haciendo es totalmente incorrecto, pero dejando de lado todo eso, ¿estás dispuesta a cagarte la vida por un hombre que sabes que tarde o temprano te va a hacer sufrir? ¿Y que te lo dijo de antemano? Si es así, y decides asumir las consecuencias, estoy contigo.

Miro alucinada el mensaje, y dos segundos después vuelven a caer un par.

*Apoyo a Fran. Si tú estás bien, nosotras estamos bien.

*Yo no estoy de acuerdo, esto no es un libro, es la vida y te la vas a cagar, ese hombre no es normal.

Justo cuando voy a responder, el teléfono del escritorio empieza a sonar, y como siempre sucede, me tengo que sumergir en arreglar uno que otro problema, y ni siquiera me doy cuenta cuando llega el sr. Costabal. Y así, casi cuando son las seis de la tarde y me estoy levantando, Carmen, con esa sonrisa amable que tiene, me avisa que el jefe me espera en su oficina.

Con decisión camino hacia su oficina. No necesito tocar porque antes me avisa que pase, y que cierre la puerta. Me quedo en el umbral sin saber si avanzar, la verdad es que las palabras de las chicas resuenan en mi cabeza.

-Necesita algo, sr. Costabal -pregunto un tanto nerviosa.

-Sí, he tenido una conversación de lo más extraña con mi hermana -me dice cruzándose de piernas-, parece que Andrés las visita a todas una vez al mes.

-No me diga -me mofo en su cara, es más, estoy sintiendo como sube mi mal humor.

-Así que creo que te debo una disculpa, Beatriz -me habla sin ningún formalismo, parándose de su silla para avanzar hasta mí. Y eso me pone los nervios de punta.

-No es necesario que me pida disculpa, señor Costabal…

-Mauricio… -me corta y yo prosigo, pero veo que su cabreo empieza a ser descomunal, y esta vez no lo estoy haciendo a propósito.

-Lo que sí me gustaría es que dejara de escuchar, leer o espiar mis comunicaciones personales, porque así en el futuro nos evitaríamos problemas, y sobre todo, me encantaría que dejara de hacer escenitas como la del pasillo, en donde todos mis compañeros podrían haber estado escuchándonos.

Listo, la paciencia se le ha esfumado, suelta un sinfín de palabrotas y se pasa los dedos por el pelo y yo me quedo embobada mirando como esas hebras oscuras se recuperan de inmediato y quedan en perfecto estado. ¿Este hombre de verdad es humano? Cómo puede ser que exista un dios del sexo y sea tan perfecto, y no pensaré en un dios griego porque si no mis amigas escritoras me matarán, pero de que es perfecto, ¡wow, lo es! El recuerdo de anoche me atropella de repente, sus manos realmente me hacen ver las estrellas, pero tengo que dejar de pensar en eso y concentrarme en lo que el sr…, perdón, Mauricio me está diciendo y como no le entiendo, soy yo la que prosigue.

-Las relaciones, del tipo que sean, están basadas en la confianza. Si te dejas llevar por cotilleos, debes aguantar después que te digan a la cara lo equivocado que estás.

Aprieta el puño, una, dos y tres veces, odia que le digan que hacer, y yo sigo en mi declaración de derechos.

-Tienes que dejar esa tendencia psicopática que tienes, porque asumiendo que eres un cabrón, que me harás sufrir y no se cuanta estupidez más, no sé si también puedo con esa tendencia tuya y así, a veces me dan ganas de arrancar.

-¿Arrancar? -pregunta en voz baja-. Tú no puedes arrancarte de mí, sé dónde vives y lo más importante, he sido franco desde el principio.

Acorta la distancia y nuestras caras quedan casi pegadas, él tiene la respiración agitada y está conteniendo sus impulsos más básicos porque está a punto de estallar. Pero a pesar de eso, es el momento de que entienda como tiene que hacer las cosas.

-A lo mejor tú deberías explicarme a mí también algunos términos, y no reírte de mí “folloleando”, “culombiano” -dice torciendo el cuello y ahora eleva la voz-, y no reírte de mí con tus amigas.

-No me burlo de ti, es simplemente que no entenderías.

-Explícame -gruñe-, si fui a colegio privado, no debo ser tan estúpido ¿no?

-Eh… fuiste porque tus padres podían pagarlo…

-Beatriz, céntrate en lo que te estoy preguntando -me reprende ahora apegándose completamente.

-Folloleando -cierro los ojos porque algo de vergüenza tengo-, es como pololear, pero solo follar, que es… es lo que nosotros hacemos y culombiana, es… cómo te lo explico.

-Claramente.

-Las colombianas tienen grandes culos, por eso culombianas. ¿Entiendes ahora?

-En el futuro espero que me expliques lo que no entiendo y no me hagas sentir como idiota, aquí el jefe soy yo.

-¿Me estás…? -¡webiando! Termino la frase en mi cabeza, esto debe ser una broma, en qué momento pasamos de hablar de follolear al trabajo.

-No, y las decisiones finales también las decido yo.

-Es una pena que seas además de todo un ególatra redomado, y déjame decirte que no siempre tomas las decisiones adecuadas.

No le gusta mi comentario, y extiende sus manos aferrando mis brazos, está tan cerca que puedo sentir el placer de tener su cuerpo rozándome el mío, y la curva de su labio tiene un ligero temblor¿duda?

-Crees que lo sabes todo y en realidad no sabes nada, Beatriz, recién estás aprendiendo.

Todo mi cuerpo reacciona ante esas palabras, y mis pezones son los primeros en reaccionar anhelando que ponga en práctica sus enseñanzas.

-Entonces, tal vez no eres tan buen profesor si recién estoy aprendiendo.

-Cállate.

-Oblígame entonces a quedarme callada.

Mauricio lo duda un segundo, pero de pronto se apega a mis labios, el beso es fuerte y voraz, ardiente y exigente, y mientras se adueña de mi boca me levanta y me lleva hasta su escritorio, en tanto yo separo las piernas para darle más acceso a mi cuerpo. Mauricio se da cuenta de lo que le estoy proponiendo y sus ojos se van directo a mis muslos, la falda se me ha subido generosamente, y antes de que yo pueda decirle algo me coge los tobillos y los cruza por su espalda… y yo me dejo llevar por el cúmulo de emociones que me hace sentir mientras me está devorando la boca como un depredador hambriento que se está comiendo a su presa.

Empieza a subir sus manos por mis muslos hasta que llega a mis braguitas negras, y en ese momento captura en su boca el jadeo que emana desde lo más profundo de mi ser mordisqueándome el labio, produciéndome una puntada que va directo a mi entrepiernas.

-Quiero tocarte -susurra atrapando mi labio-, tengo que…

-No me pidas permiso, solo hazlo.

Y como el hombre obediente que no es, sus mágicos dedos se meten por debajo del elástico y encuentran su objetivo antes de lo que yo misma espero y me preparo para la penetración, pero en vez de eso comienza a acariciar mi clítoris con el pulgar y me hace enloquecer. En un acto reflejo le tiro el pelo y separo aún más las piernas… Dios, lo quiero todo y cuando estoy a punto de llegar al orgasmo, suena el intercomunicador:

-Sr. Costabal, su cliente acaba de llegar.

Intento apartar mi boca de la suya, pero parece como si él no hubiera escuchado lo mismo que yo, hasta que de pronto reacciona, cuando quita sus dedos me siento vacía y puedo respirar perfectamente el olor a sexo que flota en el aire.

-Mierda, señorita Andrade, dijimos que en la oficina no –jadea en tono #Yosoyeljefe-. No fue mi intención.

Lo miro señalando el bulto visible que aparece en su pantalón y agrego:

-Yo creo que sí, sr. Costabal, o por lo menos su cuerpo dice lo contrario -señalo lo obvio.

-Beatriz…

-Ya, no importa, no le des más vueltas, me voy.

-En una hora estoy en tu casa.

-No, y no quiero que aparezcas psicopáticamente en una hora.

-Mañana quiero ir a cenar.

-Tampoco, es miércoles, junta de chicas.

-No puedo ni jueves ni viernes, tenemos balance general -gruñe apretándome un poco las mejillas, antes de darme un beso en la boca, debo tener la expresión de un pollito.

-Pues el sábado yo tampoco puedo, tengo un lanzamiento -el levanta una ceja-, sí, de esos libros pornos que dices que leo, y antes de que digas otra cosa, el domingo tampoco, tengo un almuerzo familiar.

-¡Por la mierda! ¿Entonces cuándo se supone que nos vamos a ver en una forma decente?

-Cuando el tiempo se nos dé, así de simple. Ahora, sr. Costabal, atienda a su cliente, lo que es yo, me voy a descansar.

-No quiero esta mierda.

-No sea mal hablado, use palabras decentes.

-No quiero esto así -dice soltándome con reticencia-, y prefiero mi conducta psicopática, al menos así sé que no me dirías que no, te negarías con tu bipolaridad, pero al menos terminaríamos satisfecho los dos.

¡Satisfechos! Esa maldita palabra es la que me hace mantener mi negativa y juro que estaba a punto de decirle que nos veíamos más tarde.

-Yo quedaré saciada igual, mi amigo el Lobo, me dará lo que necesito -él levanta no una, sino las dos cejas, así que prefiero sacarlo de su error-. Es un vibrador, no se espante.

-Ese aparato no es ni de lejos tan efectivo como yo -asegura con arrogancia arreglándose el bulto de su pantalón.

-Pero es lo que hay, y si se porta bien, capaz y le regalo un huevito. Y no, no uno que sale de la gallina, uno para que se pueda masturbar feliz, y tal vez… piense en mí -suelto y eso ultimo no sé porque lo digo.

-No necesito masturbarme para pensar en ti… -y cuando creo que mi corazón va a estallar de alegría agrega-, la masturbación es solo la estimulación de los órganos genitales, el resultado siempre será el mismo.

Cabrón, sí, eso es lo que es, y sin decirle ni media palabra, salgo de su oficina, me despido de Carmen, y veo que el cliente que entra, es un soberano cacho, típico de médicos, que para evadir impuestos le hacen boletas hasta su abuelita.

Antes de llegar al primer piso, Fran me avisa que me está esperando en el café de siempre, y sé que la batalla será dura, a veces parece la más loca de todas, pero sus palabras por lo general son certeras. Veinte minutos después me siento en frente de ella, ni un beso, ni un abrazo, y claro, con su estirpe de ejecutiva comienza:

-Una cosa es que nos guste la literatura, y otra muy diferente que creas qué existe. Grey es ficción, y el sr. Anguita, alias sexo y sólo sexo también es de una novela, o sea ¡tampoco existe! Así que dime, qué vas a hacer.

-Me gusta…

-Y las manzanas son rojas, dime algo que no sepa.

-Quiero pasarlo bien.

-¿Pero tú eres tonta? Siempre te ha gustado ese hombre, esto no es de ahora.

-¿Quién te dijo eso?

-Bea, Bea, Bea, no somos idiotas, desde que ese hombre llegó a tu oficina nos has hablado de él cuan colegiala enamorada, si hasta cambiaste tu forma de vestir por él, y de repente, no sé porque, volviste a ser tú, y ahora, tiran como conejos cada vez que se ven, y como si eso fuera poco, él viene con la cantaleta de»te voy a destruir, no soy bueno para ti» y lo aceptas. ¿De verdad me dirás que solo te gusta?

-Me gusta el sexo con él.

-Bueno, vale, no insisto más, sólo quiero que sepas que esto no es una novela, y en la vida, las cosas no siempre terminan bien.

Dicho tremendo decálogo, cerramos el tema y comenzamos a hablar de cosas mucho más agradables, pero yo tengo ese maldito retintín en la cabeza. Y así, después de casi tres horas me voy a mi departamento.

Realmente llevo dos días agotada. Me quito los zapatos y los tiro en la alfombra, y a continuación, literalmente me lanzo al sillón que me encanta, es tan blandito que siento que me acuna. No alcanzo a encender el televisor cuando siento el citófono del departamento… maldición, seguro se me olvidó retirar alguna carta.

-¿Sí?-respondo un poco mosqueada, que una no pueda ni estar en paz en su propio hogar, suspiro.

-Señorita Beatriz, aquí hay un caballero que pregunta si puede subir a su departamento.

Chun… chun… chun… chun, empieza a latir mi corazón, esto no puede ser.

-¿Quién es?

-Mire, es que -comienza a justificarse un tanto complicado-, dice que es don psicopático.

Una carcajada se me sale sin poder evitarlo, incluso retiro el teléfono para que no crea estoy taaan loca.

-Dígale que suba.

Ni me molesto en ponerme los zapatos, estoy en mi casa, y antes de que llegue a la puerta, él ya está tocando el timbre. Lo primero que veo cuando abro, es a Mauricio vestido con un jeans y una camiseta blanca, sosteniendo una bolsa en las manos.

-Traje un helado.

-¡Uno! Pero si parece que compraste todo el supermercado -le digo haciéndolo pasar.

-No sabía cuál te gustaba, así que traje algunos sabores.

Entra, y en vez de esperar a que lo invite a sentarse, es él quien como si estuviera en su casa lo hace. Yo después de dejar los helados en el refrigerador, me siento en frente, mirándolo. Así nos quedamos un largo rato, sin decir nada, hasta que cuando ya no aguanto más, soy la primera en hablar.

-¿En que habíamos quedado? Te dije que no vinieras, pero aquí estás. Si quieres mañana te pido una hora al siquiatra, en una de esas te ayuda con tu psicopatía.

-Ni siquiera te he recriminado que son las nueve de la noche -me suelta obviando mi propuesta mientras mira su reloj de pulsera.

-Y no tendrías porque hacerlo.

-Saliste a las seis -murmura y sé que está esperando que le diga de dónde vengo-. Y es martes.

Suspiro, pero hay algo en esos ojos que puede conmigo.

-Escúchame con atención, Mauricio, si te dije que no quería que vinieras es porque así lo quería, no me gusta que me psicopatees, soy una mujer adulta que además le gusta que respeten sus decisiones. Así como yo acepto tus términos, un tanto frikis, yo quiero que tu hagas lo mismo, no te estoy pidiendo nada de otro mundo ¿es que no lo ves?

-Sí -sonríe sin ganas, poniéndose de pie-, entonces quieres que me vaya.

«¿Quiero? ¡No!»

-Bueno, ya estás aquí ¿no? Dime ¿a que has venido? -pregunto, y al momento me arrepiento por la pregunta tan tonta-. ¿Has venido a follolear, verdad?

-Esa era mi intención, al menos hace dos horas, pero en realidad, ahora no sé.

-¿Cenaste?

El mueve la cabeza negativamente.

-¿Quieres que te prepare algo de cenar?

Vuelve a negar con la cabeza, por Dios, ni que fuera un niño de cinco años. ¡Y yo no soy adivina!

-¿Qué quieres, Mauricio? -resoplo intentando adivinar que mierda querrá. ¿Helado?

Sin decirme ni media palabra, se levanta, tira de mi mano y me abraza, luego empieza a besarme la frente, las mejillas, el oído, el cuello, y yo… ya siento que tengo la piel erizada, pero cuando me besa en la boca, ya sé lo que quiere, y como yo no me miento a mí misma ¡también es lo que quiero yo!

Caminamos a rastras hasta mi habitación y tomándole la mano lo invito a entrar a mi dormitorio. Es el momento de la acción, Mauricio tarda un poco en sintetizar todo, es como si le costara dar un paso más allá, así que sin esperar más, soy yo la que comienza a besarlo, comenzando con los preliminares, si él tiene que ir al siquiatra por psicópata, yo por bipolar, porque ahora lo quiero todo y más. Le mordisqueo el labio y agarro sus glúteos envidiablemente duros, hasta que de pronto, ya no es el chico asustado, y menos mal, porque así no siento que lo estoy violando… ahora es el sr. Costabal de siempre, con ese brillo en los ojos que me hace vibrar, pero sobre todo, que me hace sentir tan mujer.

-Voy a cobrarme todo lo que me debes. Que no se te olvide.

En respuesta a eso arqueo la espalda y le entrego mi cuello, él capta de inmediato mi intención y comienza con un reguero de besos y mordiscos encendiéndome todavía más mientras mis manos ávidas de sentir su piel levantan su polera y ¡oh! Una, dos, tres, y así hasta llegar a seis tabletitas de chocolates, totalmente dispuestas para mí.

-Solo palabras y nada más que amenazas.

Mauricio se ríe y el ruido rebota por toda la habitación.

-Mmm… pagarás por tu atrevimiento y rogarás por piedad.

-¿Seguro? -levanto una ceja jugando, pero él no está jugando, me empuja a la cama y sin siquiera desabrocharme la falda me quita las bragas y siento su dedo mezclarse con mi propia humedad en tanto me acaricia de una manera sublime. Me remuevo, jadeo, pero parece no importarle, solo me observa con cara de lobo hambriento esperando que me retuerza de placer. Y cuando lo hago se le iluminan los ojos y luego me besa con fuerzas.

-Dios…-jadeo agotada con la respiración entrecortada, aun con mi cuerpo temblando, sintiendo en mi muslo su erección.

-Ni de lejos he acabado contigo, te dije que me pagarías todo, y recién vamos en el diez por ciento.

-Entonces quiero seguir, no quiero tener deudas contigo -lo azuzo.

-¿Quieres ser una chica mala? ¿Seguro que es lo que quieres?

-Soy una chica mala, enséñame cuan malo puedes ser tú, o mejor dicho, cuan cabrón puedes llegar a ser.

Inclina la cabeza y los botones de mi blusa son los primeros damnificados en este juego de seducción, juega con mi pezón sin darme tregua y cuando creo que se va a retirar lo succiona con tanta fuerza que siento como si lo estuviera haciendo en mi clítoris y mi espalda se arquea otorgándole una nueva batalla ganada.

-Lista para seguir pagando.

-Siempre…

-Demasiado tarde, ya estás con morosidad -me advierte chupándome con más fuerza llevándome en cosa de segundos al borde del abismo, obligándome a pedir clemencia, pero él parece disfrutar con la tortura y zaz, vuelo al cielo nuevamente justo cuando acaricia mi clítoris hinchado que está pidiendo un poco más.

Demasiado excitado para seguir así, tocándome, en un movimiento ágil digno de copiar, se quita los pantalones y la camiseta, quedando completamente desnudo frente a mí.

-Wow -babeo sin atisbo de vergüenza-, eres tan guapo.

-Tú no te miras al espejo -me dice mientras me ayuda a quitarme la blusa, el sostén, la falda, y quedo tan desnuda como él-, eres realmente preciosa, Beatriz. Pero no por eso voy a perdonar tu deuda.

Se pone sobre mí y yo aprovecho de acariciar su espalda, sus glúteos, el suave roce produce un escalofríos en su piel, y es mi uña la que ahora lentamente lo recorre haciendo círculos en su columna vertebral. Mauricio gruñe, y sé que con eso estoy al menos dando la pelea, está tan agitado como yo.

-Te gusta así -digo apretando la justa presión con mis uñas.

-Quiero el pago de la deuda completa -me amenaza y antes de que entienda a que se refiere, me separa los muslos y empieza a bajar por mi abdomen, hasta que usa sus dedos para separarme los labios de la vagina y la primera embestida que siento con su lengua me quema por dentro. Jadeo sin control escuchando como desde dentro de su ser me devuelve algo parecido a un gruñido animal que es música para mis oídos, y así, mientras está dándose un festín conmigo allá abajo, veo las estrellas por tercera vez y luego, como si nada le importara, me besa, haciendo que sienta mi propio sabor. ¿Hay algo más excitante que eso? No lo sé, no lo había hecho así antes con nadie y cierro los ojos. Derechito al infierno me voy a ir.

-Mírame.

No es una orden, no es una súplica, solo palabras expresadas desde lo más profundo.

-No quiero deber más, cóbrame -pido, o ruego, ya ni siquiera lo sé, pero lo necesito, y así, con esa suplica Mauricio me penetra y cuando creo que lo hará rápido y de una sola vez, lo hace lento, muy lento, centímetro a centímetro disfrutando de mi reacción.

-Deja de un lado la lección y métemela ¡ya!—me sale desde el alma y es como si yo diera las órdenes. Mauricio aprieta su mandíbula hundiéndose hasta el fondo. Mi cuerpo lo acoge con todo y mis piernas se cierran alrededor de su cintura, juro que no quiero que salga jamás en tanto él mira hacia el techo y comienza a moverse por fin. Sus caderas danzan el baile más erótico que he visto jamás, firme, ardiente y acompasado, y cuando siento que va a bajar la velocidad porque está perdiendo el control, soy yo la que apresuro el ritmo, y cuando creo que voy a perderme de nuevo en la nebulosa, saco mis manos de sus glúteos y agarro su cara para besarlo, y siento cómo en cosa de milésimas de segundos, él acaba en mi interior, el orgasmo nos arrasa a los dos con el mismo alcance arrebatador mientas nuestras lenguas hablan por sí mismas.

Pasado unos segundos, en que no quiero que se mueva, Mauricio se acuesta a mi lado y extiende su brazo para que me acerque, y así, sin más, me da un beso en la frente.

-Saldada tu deuda.

Tras varios minutos en que debo parecer un gato ronroneando mientras su dueño le acaricia la espalda, de pronto deja de hacerlo, y como si le pesara el cuerpo se levanta y busca sus pantalones.

-¿Qué haces? -pregunto e instintivamente cojo las sábanas.

-Me voy.

-¿Por qué siempre haces lo mismo? Follamos y te vas.

-Para no gustarte esa palabra, la usas demasiado.

-Te hice una pregunta.

-Simple -comenta encogiéndose de hombros-, porque no quiero que te vayas a enamorar de mí.

Una risa amarga estalla de mi boca y él sólo me mira con esa cara indescifrable que pone a veces, se termina de vestir y me dice: «Hasta mañana, fue un placer».

¡Un placer…!

Respiro, me tranquilizo y me digo a mí misma que sólo estamos folloleando, nada más.

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