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Capítulo 9: La infidelidad de Costabal. ¿el final del romance? Historias de sábanas

Capítulo 9: La infidelidad de Costabal. ¿el final del romance?

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Al llegar a la puerta, el aire fresco me da directo en la cara, y con eso casi puedo despejar mis ojos que están cargados de lágrimas sin derramar, y con la poca dignidad que siento que me queda, camino al único lugar que sé que no me va hacer sentir tan mal.
Veinte minutos después, estoy sentada en algo que se supone que es un bar, y digo “supone” porque la música me va a reventar los tímpanos, pero al menos esto no me hace llorar.
Llamo a las chicas por el grupo de Brujas, porque no puedo repetir muchas veces las cosas, hasta me cuesta hablar, y sé que ya estarán por llegar. El chico de la barra me pregunta qué quiero beber, y yo, con lo tonta que soy, en vez de pedirle algo fuerte para emborracharme, le pido un café bien cargado. Me mira un poco extrañado, pero no dice nada.
Para matar la espera me pongo a mirar a la gente, que ríe y conversa. Algunos se abrazan y se tocan un poquito demás. Como diría el hdp, “están listos para follar”, pero al pensar en él la hiel se me sube por la garganta, así que la bajo con un sorbo de café.
Hasta que escucho como desde la puerta mi Fran habla o, mejor dicho, grita:
-¡¿Qué mierda te hizo ese cabrón?!
Mis ojos se abren como platos al escuchar el silbido del barman, que ahora sí sabe por qué le pedí un café.
-Te puedo dar algo más fuerte, y va por cuenta de la casa.
-No gracias-le digo-, prefiero estar sobria para enfrentar al batallón de fusilamiento -respondo, pero no puedo seguir hablando porque las chicas ya están frente a mí.
La primera en abrazarme es Claudia, luego le sigue Paula, y Fran sólo se queda mirando y agrega:
-Cambia esa cara que además de escuchar tus dramas quiero darle placer al cuerpo.
-Lo siento, no estoy de ánimos.
-Ah, claro, como seguro ya te revolcaste con Costabal hace un rato y después se fue como el cobarde que es, ya estarás satisfecha -alega enojada, sé que es su manera de ser, su cabreo, pero de igual forma su ataque me duele-, pero yo no me levanté de la cama sólo para venir a escuchar cómo te lamentas por algo que sabías que iba a pasar.
-Sí, en eso tiene razón -continua Paula-, sabes que el hdp no se queda después para hacer cucharita, ya deberías aceptarlo.
-No te estamos recriminando nada, Bea, no nos molesta venir acá -me dice, mirando con mala cara a las chicas-, pero es verdad, mientras más rápido lo aceptes, menos te dolerá.
-¡Por supuesto! -Chilla Fran-, porque esas son las reglas del juego que tú aceptaste, y te lo advertimos, y no me mires así que no estoy mintiendo, tampoco te estoy diciendo lo tonta que eres por querer follarte al jefe.
-Creo que le ha quedado claro, Fran.
-Estoy con Fran -la apoya Paula-, es que me molesta verte hecha bolsa por un tipo que ni siquiera vale la pena.
-Porque no se te ocurra defenderlo –vuelve a la carga la feminista.
-Eso sí que no, tú solita empezaste este jueguito.
-Yo no empecé ningún juego -digo tratando de defenderme, parece que la que está siendo enjuiciada soy yo y ni siquiera me dejan hablar.
-Pues bien que lo estás jugando, o acaso no te abres de piernas cada vez que el hdp ese no te lo dice.
-¡Podrían callarse y escucharme un segundo! -exclamo abriendo los brazos. Ellas me miran seriamente, saben que algo ha pasado y Clau es la primera en romper el silencio.
-¿Necesitamos un trago o un café?
-Estoy tomando café porque necesito estar lúcida para contarles.
-Bien -dice Paula mirando al barman-. Cuatro tequilas margarita, joven.
Sin decir nada más caminamos hasta una mesa que está junto a la ventana, esperamos unos minutos a que llegue nuestra orden y cuando tengo el vaso en la mano, tomo aire y suelto:
-Quieren la versión larga, o corta.
-¡Larga! -chillan todas al unísono, y es ahí cuando empiezo a contarles todo el episodio vivido en mi departamento hasta que me interrumpen.
-Wow, Grey es una alpargata al lado tuyo -sonríe Paula.
-Ya te imagino poniéndole las esposas -comenta Claudia riendo, pero es Fran la que me mira bebiendo por su bombilla, hasta que escucho los gorgoritos del final, ese ruido que hacemos todos cuando queremos que algo no se acabe, y después de varios segundos deja el vaso perfectamente centrado en medio del posavasos y me mira como si no nos rodeara nadie más.
-Hay algo que aún no nos has contado, ¿verdad, Beatriz?
¡Dios! Esta mujer debería ser de la PDI.
-Sí, dejó su billetera en mi departamento, vi la dirección en su carnet de conducir y decidí ir a dejársela a su dirección y pregunté por el señor Costabal.
-Y… -vuelve a la carga mi feminista favorita.
-Me abrió la puerta una niña de unos siete años y me dijo que no estaba su papá, que si quería que le avisara a su mamá…
-¡No! -grita Claudia que siempre es tan compuesta-. ¡Pero es un verdadero cabrón infiel!
-¡Weón de mierda! -gruñe Paula-, ¿pero cómo?
-No lo sé, estoy tan sorprendida como ustedes, lo único que sé, es que se acabó.
-¿¡Qué!? Tú eres tonta o te haces sólo por la noche -comienza Fran que estaba en silencio, y extrañamente no lo ataca a él, sino que a mí-. Tú lo que vas a hacer es exigir una explicación y no vas a juzgarlo hasta que hayas hablado mañana con él.
-Estás loca, que quieres que le diga: sr Costabal, me puede decir cómo se llama su señora y su hija.
-No, tonta. Vas a poner las cosas claras de una vez por todas, ¿o qué? ¿Piensas renunciar mañana al trabajo y no volver nunca más?
Me tardo unos segundos en responder, porque es exactamente lo que pensaba hacer.
-¡Lo sabía! Estás tonta de la cabeza, pero escúchame bien, Beatriz, aquí, tú eres soltera, no tienes compromiso, en conclusión, no has hecho nada mal. ¿Me entiendes?
-¡Cómo va seguir trabajando ahí si Costabal está casado! -se espanta Claudia acercándose a mí para acariciarme la espalda.
-¿Sabes tú que está casado? Qué si el hombre es separado, o la pendeja era su hermana, ¡o que se yo!
-Dijo que era su papá -murmullo más bajito.
-Pero tú preguntaste por el sr Costabal, no por Mauricio, Sherlock. Él no es el único sr Costabal.
-Porque lo estás defendiendo -pregunta Paula mirándola feo.
-Sí -continúa Claudia-, ¿desde cuando eres abogada defensora y no agente de seguros?
Francisca resopla, pone los ojos en blanco y fulminándonos a todas con la mirada responde:
-No lo estoy defendiendo, quiero que vean las cosas en perspectiva, no como minas histéricas que no ven más allá de su ombligo, somos adultas y esta es una conversación seria. ¿Sacamos algo con insultarlo si no sabemos qué fue lo que realmente pasó? Vamos, díganme, no se queden calladas -nos insta-. ¿O qué quieren que la poco pilla se quede sin trabajo de un día para otro? Porque la luz, el agua, el arriendo, el gas y la comida no se pagan solas y, como si eso fuera poco, y ¿dónde quedó su dignidad?
-Visto así -recula Claudia ahora poniéndome el pelo atrás de la oreja, y ese simple gesto me hace temblar porque me hace recordar-. Fran tiene razón. Te mereces una explicación.
-¡Y qué quieren que haga! -chillo poniéndome un poco histérica.
-Que mañana vayas a trabajar como cualquier día lunes normal.
-No puedo -niego vehementemente con la cabeza-, no seré capaz.
-¡Por supuesto que lo serás! -gruñe ahora apuntándome con el dedo-, y ahora termínate el maldito trago que para todas mañana es lunes, y me tengo que levantar en menos de seis horas.
-Es verdad, chicas.
Cuando nos despedimos Fran murmura indignada:
-Espero que sepas escuchar la explicación, y que tu cabeza reaccione como corresponde si te dice que no ama a su mujer, que duerme en el sillón y que están juntos solo por la hija.
-No soy tonta.
-Eso espero.
Listo, punto y final. Lo que ha dictaminado Fran, ni el hombre lo puede arreglar. Y aunque siento que las chicas me están mirando con pena, no hacen ningún comentario lastimero, y en realidad se los agradezco, con los que me digo yo misma me basta y me sobra.
Al llegar a mi departamento me detengo en el umbral de la puerta de mi dormitorio y observo cómo quedó todo. Los recuerdos vienen a mi mente uno a uno y no logro explicar qué es lo que sucedió. Como sé que no voy a dormir nada porque estoy nerviosa, me tomo un relajante muscular, y con eso logro al menos conciliar el sueño.
Al otro día, antes de que suene el despertador ya estoy en pie, me miro al espejo y veo que mi cara es un auténtico desastre. Sí, todo me está pasando factura. Así que para arreglarlo me maquillo lo mejor que puedo, incluso me pongo doble corrector de ojeras para tratar de disimular.
La mañana está tranquila, y como voy con tiempo paso por un café, necesito algo que al menos me levante el ánimo. Tan concentrada voy en lo mío que ni siquiera saludo al guardia que amablemente me abre la puerta, lo que es yo me subo al ascensor con siete personas más, y eso hace que me quede al fondo, pegada al espejo. Dos pisos más arriba, las puertas se abren y veo que entra él, el señor Costabal, y como si eso fuera poco, viene conversando con la rubia de recursos humanos. Ellos por supuesto no me ven, y como si estuviera sufriendo una posesión demoniaca mis ojos se van directamente al vaso que sostengo. No lo pienso ni una sola vez, abro la tapa y con cuidado me paro detrás de él. Espero uno, dos tres… cinco, y cuando las puertas se abren paso por entremedio de los dos como si me persiguiera el mismísimo diablo y le derramo el café caliente en toda la espalda.
Justo cuando voy saliendo escucho:
-¡Mierda!
Me giro lentamente y mis labios se curvan en una perfecta sonrisa malévola en tanto su cara se transforma en algo diabólico, digno de arrancar, y antes de que pueda hacer algo, el ascensor sigue subiendo con él y todo el ajetreo adentro.
Ni siquiera me detengo a pensar en lo que acabo de hacer, subo los pisos restantes que me quedan por las escaleras. Total, “que se joda Costabal”, que su mujer le mande la chaqueta a la tintorería. ¡Cómo me duele ese pensamiento!
Me encantaría sentirme mejor, pero nada, la rabia me ahoga y no sé cómo quitármela de encima, o si, tal vez si lo usara de saco de boxeo.
Un poco más tranquila llego hasta mi escritorio, y saludo como si aquí no hubiera pasado nada a todos mis compañeros, en especial a Raúl, que me entrega un pedazo de queque que hizo su señora. «Qué mujer más abnegada», pienso.
A penas enciendo el computador veo que tengo un correo de Fran con copia a todas las chicas.

De: franciscamatus@gmail. com
Para: <claudiapavic@gmail. com<paulamartinez@yahoo. com<beatrizandrade@gmail .com > Fecha: 5 de junio de 2016 09:12
Asunto: Aviso de utilidad publica

Buenos días señoritas, que su semana sea llena de paz y de amor, dicho esto, ahora te hablo a ti cabrón psicópata que seguro estás leyendo este correo, de verdad espero que tengas una muy buena explicación, si no es así, créeme que yo misma voy a ir a abrirle los ojos a tu santa mujer, porque nadie se merece tener por marido a un hdp como tú. Dicho esto, chicas, que su día sea productivo.
Las quiere.
Fran.

¡Madre mía! Exclamo para mis adentros, esto sí que está mal. No alcanzo a procesar toda la información cuando escucho a Carmen que me habla amablemente:
-Beatriz, el señor Costabal te espera en su oficina, necesita hablar algo urgente contigo, y de verdad espero que no sea nada malo, tiene una cara… Bueno, creo que no tan mala como la tuya. ¿Pasa algo? ¿Estás enferma?
-Sólo me duele la cabeza, no es nada -digo y camino a la oficina del señor Costabal sin siquiera pensar, sólo armándome de valor porque tengo claro lo que vendrá, seguro el diablo en persona me estará esperando. La posibilidad de dar la vuelta y marcharme a mi departamento se me cruza por la cabeza, pero en este mismo instante también se me cruza la imagen de Fran, y creo que ese huracán será más duro de sobrellevar, así que estoica sigo mi camino.
La puerta está abierta, y él está con las manos en los bolsillos con ese maldito traje negro que le queda tan bien. Por supuesto sólo con camisa, y como está de espaldas logro ver la mancha de café.
Cierro y apenas lo hago, él se da vuelta fulminándome con la mirada.
-¡Qué mierda hiciste! –ruge, caminando hacia mí, y yo en vez de avanzar me quedo pegada a la puerta, hasta que me alcanza y me sujeta por los brazos, con fuerza, pero sin hacerme daño, y cuando me mueve para que le conteste antes de poder responderle prosigue-, ¡y no te estoy preguntando por el numerito de la chaqueta! ¡Qué tienes en la cabeza! ¡¿Cómo se te ocurre ir a mi hogar!?
-¿Qué? ¡Quítame las manos de encima! -le suelto con rabia-, aquí la que tiene que dar explicaciones no soy yo, ¡sino que tú! -le vomito al fin.
-Por la mierda, Beatriz -gruñe por entremedio de los dientes, si parece que hasta humo está a punto de lanzar-. ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Que mierda estás pensando!
De un manotón le quito las manos y me muevo de su alcance, pero no doy dos pasos cuando vuelve a atrapar mi brazo.
-¡No me toques! -chillo un tanto desesperada, y mis ojos se abren como platos cuando veo venir la mano abierta de Mauricio que se estrella directo en la pared.
-¿A qué cresta fuiste a mi departamento? ¿Te dije que podías ir? ¿Te di yo mi dirección? O creías que yendo podríamos seguir follando -abro la boca para protestar, pero no puedo hablar por lo que escucho-, ¡y así dices que el que tiene rasgos psicopáticos soy yo!
Dejo de mirarlo, no puedo o me pondré a llorar y además como si esto no fuera suficiente, siento que me tiemblan hasta las rodillas, nunca lo había visto así, tan… ¿desequilibrado?
De pronto se aleja de mí, se sienta detrás de su escritorio y en un acto impensado para mí se tapa la cara con un sonido gutural desde lo más profundo de su ser.
-Me merezco una explicación -repito casi en un susurró.
-Lo sé -responde inclinándose hacia adelante, como un maldito cazador a punto de atraer a su presa, que en este momento soy yo. Pero en vez de mirarme, se gira hacia la ventana.
-Te escucho.
-¿Qué le dijiste a mi hija? -susurra ahora volviéndose hacia mí.
Al escuchar esa maldita confirmación, todas las ganas que sentía por pedirle perdón se esfuman como agua entre los dedos, y aunque no lo admita jamás en voz alta, algo se quiebra en mi corazón.
-No le dije nada a tu hija ni a tu mujer -respondo con las pulsaciones tan aceleradas que siento que me estoy ahogando, y de verdad.
Él levanta una ceja, como pidiéndome más explicaciones.
-No sé con qué clase de zorras sueles cagarte a tu mujer, pero yo tengo algo que se llama dignidad, y no fui a tu departamento para conseguir nada más, sólo para devolverte esto -digo lanzándole la billetera al escritorio.
-No te permito que hables así de mí.
-¿Ah no? ¿Acaso es mentira la verdad?
Nos miramos por segundos, el aire se puede cortar con tijeras, no vuela ni una mosca, y si así fuera, hasta el zumbido escucharíamos.
-Te lo advierto, no vuelvas jamás a hacer algo como lo del ascensor.
-Te odio con toda mi alma.
-No me odias -dice con amargura-, puedes estar sorprendida, dolida, incluso con rabia. ¿Pero odio? Permíteme que lo dude.
-Por supuesto que te odio, en tu casa estaba tu hija con tu mujer, ¿qué quieres? ¿Qué te aplauda?
Ambos nos miramos a los ojos y un silencio desgarrador cae entre nosotros, ya no hay más palabras que pronunciar. No estoy dispuesta a escuchar ni una explicación más. Porque lo que yo quiero oír, está lejos de la realidad. No es su hermana, no es su sobrina, es… su hija, y ella su mujer. Necesito que me abrace o que me pida perdón. Pero ¿qué hace? Se vuelve a girar y ahora empieza a trabajar en su computador como si yo no estuviera parada frente a él, como si no existiera, como si nunca hubiese existido. Se acabó, así, nunca le interesé, o sí, pienso para mis adentros, para follar a la hora que él quisiera.
-Seguro que con tu mujer no puedes hacer las cosas que haces conmigo -le digo con el orgullo herido, y no me importa parecer patética.
Él ni siquiera despega los ojos del computador y afirma más que me pregunta:
-La viste.
No respondo, no puedo decir nada más, y hecha mierda por este cabrón hdp camino hacia la puerta y la cierro con mucha suavidad.
Al pasar por delante de Carmen me pregunta qué me pasa, yo ni siquiera soy capaz de parpadear. Si lo hago, las lágrimas caerán aquí. Le hago un gesto con la mano como diciéndole que nada sucede. Sigo caminando directo hasta el baño. Y lo primero que hago es lavarme la cara para así poder derramar esta maldita lagrima que me está amenazando, y cuando lo hago, no sé de dónde me ataca un cúmulo de sentimientos encontrados, sé que jamás nos prometimos nada, que sólo era sexo, pero… ¿era necesario que me escondiera una cosa así? ¿Tan poca cosa cree que soy?
Cierro los ojos y mis manos tapan mi cara en el mismo momento en que me pongo a llorar, por tonta, por crédula… ¡y por caliente! Y eso me duele, jamás a mis titantos había actuado así, y ahora que lo hago me siento una verdadera mierda, cuando el verdadero culpable de todo aquí es él y no yo.
De pronto, la puerta del baño se abre y yo me incorporo limpiándome la cara lo mejor que puedo, pero es el rostro amable de Carmen el que me desarma.
-Bea, ¿estás bien? -me pregunta acariciando mi espalda, y eso me hace peor-, dime qué sucede, a lo mejor te puedo ayudar. Si es por el jefe… -niego con la cabeza porque no quiero ni que piense que esto tiene algo que ver con él-, ¿entonces son penitas de amor? -resuelve como si sólo por eso lloráramos las mujeres.
-No.
-Nada es tan grave en la vida, sólo la muerte y tarde o temprano todos llegaremos a ella.
La miro y juro que hasta la garganta me duele de tanto sollozar, pero le entrego una sonrisa genuina a esta mujer por tomarse el tiempo y venir a ver qué me sucede. Seguro Carmen sería la súper heroína de Francisca, simplemente por tener empatía y “sororidad”, esa palabra que se hizo conocida por todo el mundo gracias a una humorista, sí, así de increíble es la vida, porque así como las cosas importantes no nos las enseñan en las escuelas, sí la enseñan las experiencias, y ésta, buena o mala es la mía.
La maldita puerta se abre de nuevo, y esta vez no es ninguna otra de mis compañeras, es el señor Costabal, de inmediato aparto la vista de él, y me compongo lo mejor posible.
-Carmen, hágame el favor de salir.
¡No! Pido al cielo, como si éste alguna vez me escuchara, y por supuesto, esta vez no es la excepción.
-No creo que sea lo mejor, señor Costabal, si necesita algo, yo puedo ayudarlo, Beatriz se siente un poco mal.
-Si no me equivoco, usted es secretaria y no contadora, por ende lo que necesito no me lo puede dar usted, así que si fuera tan amable -dice con paciencia abriendo la puerta para que Carmen salga, y ella sin saber qué hacer, termina por obedecerle.
Cuando nos quedamos solos, con la palma de la mano me sueno la nariz. Siento que ya me corre un hilito de agua.
-Escenas como la del ascensor y cómo estás son precisamente las que te pedí que evitaras.
-No estoy haciendo ninguna escena y usted no tiene nada que ver con esto.
-No me gustan las mentiras.
-Ah, no, para no gustarles dice muchas.
-Beatriz -resopla ofuscado-, hablaré con María José de recursos humanos para que te tomes unos días y cuando vuelvas lo hagas más tranquila.
-No quiero que mueva un puto dedo por mí, entendió bien, señor Costabal -gruño con rabia levantando la cabeza-. De hoy en adelante haga como si no existiera, hábleme solo si es estrictamente necesario. Cualquier informe que no le cuadre véalo directamente con Raúl, y si se le ocurre molestarme, iré yo misma a hablar con María José de recursos humanos y pondré una queja por acoso laboral.
-¡Qué estás diciendo!
-Lo que escuchó, ahora hágame el favor y déjeme salir -demando pasando por su lado sin siquiera mirarlo, porque ahora lo que realmente quiero hacer es matarlo, y con mis propias manos.
Camino de vuelta y mientras lo hago creo que el pasillo se me hace eterno, siento los ojos del maldito Costabal clavados en mi espalda y cuando llego a la sala veo que todos mis compañeros están celebrando.
-¡Bea!-me llama Raúl-. Abre tu correo.
Con tranquilidad me siento, le obedezco y la verdad es que agradezco esta algarabía para que no se fijen directamente en mí.
Cuando abro el correo veo el mensaje que los tiene a todos tan felices, la empresa nos ha premiado como departamento de contabilidad y nos ha regalado un viaje con todo pagado por cuatro días a las termas.
No alcanzo a reaccionar, cuando los brazos de Raúl me estrechan de felicidad.
-¡Nos vamos a Los Andes!
Me dejo abrazar, me reconforta y a la vez me da seguridad y en respuesta estiro mis brazos y los paso por sus hombros regalándole la mejor sonrisa que puedo elaborar.
Hasta que por supuesto, esa voz nos devuelve a todos a la realidad.
-Compórtense como adultos, este premio no los eximirá de sus deberes, así que ahora pónganse a trabajar -bufa entrando a su oficina, incluso da un portazo, todos nos miramos y los chicos vuelven a celebrar, como yo no estoy para eso, me pongo a trabajar.
A mediodía salgo con Raúl a almorzar. Ni siquiera tengo hambre, no puedo tragar nada. Cuando vuelvo al fin puedo respirar, Carmen nos informa que el señor Costabal se ha retirado, eso es como una patada en el estómago para mí, si se va a su casa, es que se va con su mujer…
Al final de la hora, no me siento capaz de llamar o hablar con las chicas sobre todo lo que pasó, prefiero asumirlo yo, procesarlo y luego contarlo, así que les envío un escueto mensaje diciéndoles:
El señor Costabal es culpable.
18:23
A continuación de eso, los mensajes empiezan a caer como gotas de lluvia y prefiero apagar el celular, opto por no pensar. Porque si lo hago, todo lo que haré es recriminar mi actuar. Porque no entiendo nada, ¿qué se supone que significo yo en su vida? Nada, claro, absolutamente nada, o sí, su amante que le da todo lo que su esposa no puede darle, pero no entiendo, ¿cómo pensaba que saliéramos a comer?, ¿cómo se supone que le tenía que dar una oportunidad? ¡Mierda! ¡¡Y quien se cree zarandeándome como si fuera de su propiedad!!
Cuando llego a mi departamento, ni siquiera me tomo el café de todos los días, voy directo al dormitorio, debo tener la presión baja porque tengo frío, así que saco el pijama de polar que me regaló mi mamá y me acuesto, así al menos intentaré dormir un rato.
De pronto, unos ruidos provenientes de no sé dónde me despiertan, me siento en la cama y por inercia miro mi reloj, son las 3:45 am, ahora sí me asusto, alguien está tocando la puerta, y con suavidad.
-¡Dios! -murmullo levantándome, seguro que tengo al pelotón de fusilamiento con armas cargadas listas para disparar, corro a abrirles y cuando lo hago me quedo literalmente de piedra.
Frente a mi tengo al señor Costabal y al conserje, no sé cuál de los dos más sorprendido mirando mi ropa, vale, ya sé que parezco una oveja, pero tampoco es para tanto.
El corazón me late tan fuerte que lo siento en el cuello, está a punto de salírseme, y ver su maldito cuerpo a centímetros del mío me pone nerviosa.
-Señorita Andrade. -Pongo la mano en la puerta, para impedirle el paso y después de lo que me parece una eternidad agrega- . Necesitamos hablar, déjeme pasar.
-No, no tenemos nada de qué hablar, señor Costabal -respondo sosteniéndome bien, porque ahora mis piernas han comenzado a temblar.
-Es importante.
-Nada es tan importante como para que venga a mi casa de madrugada. Se lo dejé claro hoy, señor Costabal, ¿realmente quiere que lo acuse de acoso sexual?
-Perdón -dice el conserje tocándole el hombro apenas escucha lo que le he dicho-, usted me dijo que era su hermano, que necesitaba urgente hablarle de su mamá-. Y mirándome a mí agrega-. ¿Quiere que llame a los carabineros?
-¡Por supuesto que no! -responde ofuscado, el señor Costabal, dando un paso hacia adentro, haciendo que yo retroceda dos pasos.
-Sí, don Hugo, llame a los carabineros -le digo mirando a Costabal para ver si así se va, pero en vez de eso cierra la puerta y se gira hacia a mí. Y yo de verdad espero que el Plan Cuadrante sea efectivo.
-Debemos hablar -repite abriendo y empuñando su mano, como si le doliera, y al fijarme, veo que tiene las manos coloradas.
-No hay nada más que hablar, ya hemos aclarado todo.
-Yo no estoy tan seguro.
-No quiero que estés aquí, en mi departamento -digo mirando su mano, y cuando él se da cuenta me mira ofendido.
-¿Crees que sería capaz de hacerte daño?
-Le diste un combo a la pared y…
-Jamás podría hacerte daño, ¡y esa es la puta razón de por qué estoy aquí!
-Perfecto, aclarado el punto, puedes irse.
-Te advertí que esto podría pasar, te advertí que podía destruirte.
-Puede estar contento, su profecía ya se cumplió, señor Costabal, ¡me cagaste! -digo en tono de reproche, tuteándolo por primera vez en la noche.
-Jamás esperé que fueras a mi departamento -reconoce sacando algo de su chaqueta, estirando su mano para entregarme algo.
En un principio me resisto, pero es él quien toma mi mano y me obliga a cogerla. Miro lo que me enseña y mi mentón empieza a tiritar sin control.
Veo a la misma pequeña que me abrió la puerta y a una mujer que supongo debe ser su madre…, y por lo tanto su…
-Sal de aquí por favor -ruego, no suplico con las manos temblorosas sosteniendo la fotografía-. Tú ya tienes una mujer que te espera en casa. ¿O me lo vas a negar?
-Dime -me dice sin importarle nada lo que acabo de decirle-. A ellas viste en mi departamento.
-Sí.
-Mentirosa -gruñe entre dientes-, me estás mintiendo, Beatriz.
-Está bien. Sólo hablé con tu hija, ella me abrió la puerta, no soy tan desubicada como para quedarme también a hablar con tu mujer. Y no quiero que me digas nada más, esto se acabó, ¡ya fue! Te tiré el café encima como un arrebato, me dio rabia verte con María José riendo como si nada hubiera pasado, pero ya lo entendí, follamos unas cuantas veces y todo bien. Te puedes quedar tranquilo, yo jamás le contaré nada a tu mujer ni a nadie en la oficina.
-¡Sé qué clase de mujer eres! -responde a la defensiva, y no sé si es para tranquilizarme o insultarme-, y hoy estaba en recursos humanos hablando con María José para que cuando tú aparecieras me avisara, no pensaba permitir que renunciaras.
-Ah, claro, así podíamos seguir follando cuando al jefe se le diera la gana -me mofo con tristeza.
-¡Lo has pasado mal! -grita por primera vez desde que lo conozco-, no se supone que siempre hemos estado de acuerdo. ¡Y no digas que me aproveché de ti! ¡Porque jamás ha sido así! Tú también lo pasabas bien follando, ¿¡o no dejé que hicieras lo que quisieras conmigo!? ¿No te entregué mi confianza?
-Qué confianza, imbécil, ¡si tu mujer te está esperando en tu casa! ¡Nunca me has respetado! ¡Has hecho siempre tu voluntad! Así que por favor, no sigamos con esto que no nos llevará a ningún lado. Sé cómo va esto, no soy una mujer inocente, y ni se te ocurra decirme que estás mal en tu matrimonio, que no follas con tu esposa y que duermes en el living, porque créeme que no te lo voy a creer, no intentes verme la cara de tonta, Mauricio, ¡a mí no!
-Jamás he creído que seas tonta, ¡y esto no se trata de solo sexo! -vuelve a gritar, y yo creo que ya estoy escuchando a lo lejos las sirenas de los carabineros.
-¡Para ti siempre va todo de la mano con el sexo! Y esa es la única forma en que nos entendemos, en lo demás, siempre intentas mostrarte superior a mí.
-Porque mierda no puedes entender que somos adultos y que esto no es un puto cuento de hadas con príncipes y princesas, ¡ah, no, perdón!, con personajes de libros, ¡esto es la vida real, Beatriz! La puta y maldita vida real.
-¡Se acabó! Vete, porque como entren los carabineros te voy a denunciar, te lo juro mi abuelita que está muerta en el cielo.
Me mira furioso y vuelve a meterse la mano al bolsillo, y cuando la saca, siento que el mundo se abre bajo mis pies, y como si mis piernas ya no tuvieran fuerza para sostenerme termino hincada en el suelo.
-Lee -me ordena desde las alturas como si fuera un dios, en un principio me niego y es él quien abre la maldita libreta café de matrimonio y me obliga a leer-. Te escucho.
-Mauricio Costabal Munita, nacido en 24 de Agosto de 1982, casado con Soledad Lyon, nacida en 3 de marzo de 1985. El 12 de junio de 2005. –Lo miro y una lágrima cae sin detenerse.
-Continúa… -Me ordena y yo obedezco girando la página.
-Sofía Costabal Lyon nacida en 5 de diciembre de 2010 -vuelvo a mirarlo, pero ahora tengo los ojos vidriosos-, ¡qué más quieres! Ya entendí…
-Gira la maldita página, Beatriz, y sigue leyendo.
Lo hago y dos páginas después mis dedos se detienen y mi cerebro no logra procesar la información.
-¿Qué dice? -escucho que me habla con un susurro lastimero-, quiero escucharte…
-Mauricio…eres… ¿viu…do? –tartamudeo mirándolo hacia arriba y él es quien se agacha junto a mí y sin poder reaccionar siento como sus labios se estrellan contra los míos. Ambos jadeamos al mismo tiempo, noto que sus ojos ahora están oscurecidos por el deseo y su mirada de forma penetrante me consume. Pasa un segundo hasta que sus manos me rodean por la cintura y siento como si me estuviera componiendo de apoco…. ¡no es casado!
-¿Aún me dirás que he jugado contigo todo este tiempo? -me culpa, agarrándome la cabeza para que antes de responderle lo bese, es como si ambos nos necesitáramos desesperadamente, y cuando su mano caliente toca mis costillas, escuchamos.
-¡Carabineros de Chile!, ¡abra la puerta!
Y así, de pronto, los ruidos provenientes de la puerta, los sonidos de las sirenas nos vuelven a la realidad. Mauricio se pone de pie y me estira su mano para ayudarme, luego se arregla su pantalón y con toda la calma del mundo camina hacia la puerta, ahora parece un robot.
-Señor, nos han informado sobre un allanamiento de morada.
-Él es, oficial -escucho que dice don Hugo desde atrás, y lentamente Mauricio Costabal de gira hacia mí, y sé que ahora tengo mucho que explicar…

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