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Capítulo 11: No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe, me pasó por caliente Historias de sábanas

Capítulo 11: No fue culpa de la lluvia ni de mi jefe, me pasó por caliente

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Antes de que suene el despertador ya estoy duchada, vestida y peinada, no pienso darle en el gusto al señor Costabal porque por supuesto no sé de qué humor lo voy a encontrar.

Lo mejor de llegar temprano es que no hay nadie, incluso me siento con toda tranquilidad y bebo mi café. Le mando un mensaje a las brujas.

*¿Dónde nos juntamos hoy?
8:25

La primera en responder es Claudia.

*Hay partido, ¿dónde lo vemos?
8:26

*¿Tenemos que verlo?
8:26

Sé que con eso Fran me odiará, además de feminista es pelotera a morir.

*Quiero un miércoles en paz, al menos la mañana. Nos juntamos en el bar donde están las cervezas ricas. Punto y final.
8:27

*¡¡Compraré cornetas!!
8:27

Me río a carcajadas de lo que escribe Paula, aunque eso sólo significa que como trabaja en el centro, específicamente en la calle Ahumada, se traerá todo y más alusivo al partido de nuestra selección.

*Que haya partido no te exime de contarnos todo, con lujos y detalles, Beatriz.
8:28

*Todo y más sobre el hdp, ustedes tranquilas.
8:29

Con eso nos despedimos y comienzo a trabajar en los informes que tanto me gustan. Como estoy tan concentrada, apenas saludo a Raúl. Pero luego de unos minutos, volvemos a ser la mejor dupla del mundo mundial.

Justo cuando estoy discutiendo un informe con él, ingresa a la bandeja de entrada un correo que nos informa que la capacitación recreacional que nos ganamos ya no será en Los Andes, sino que en el Cajón del Maipo.

-Quería las Termas -refuta Raúl, con un puchero que me hace tanto reír.

-Pero el Cajón es espectacular, ojalá tengamos actividades al aire libre.

-Es precisamente lo que no me gusta.

-¿Y eso?

-No sé -habla subiendo y bajando los hombros, sé que debe haber alguna razón, pero no es momento de preguntar. Así que cambio el tema y me obligo a seguir en lo que estaba.

Mi rostro se ilumina absolutamente cuando veo entrar al Sr. Costabal, incluso dejo todo para poder verlo. Él pasa por mi lado como si no existiera. Sólo se refiere a Carmen, y tiene la misma actitud que Raúl cuando ella le informa el cambio, la única diferencia es que él refunfuña como un animal.

-Mmm, y qué animal -murmuro sin querer.

-¿Qué dijiste? -me pregunta Raúl, y me doy cuenta de mi error.

-Nada, nada, continuemos, mira que me quiero ir temprano para ver el partido.

-¿Y desde cuándo te gusta el fútbol? ¿O vas a ver a los jugadores?

-Tú dices -me pongo de pie porque ya son la una-, que voy a ver el partido ¿sólo para ver las calugas de Alexis? -él afirma divertido con la cabeza y yo prosigo-. Equivocado, lo veo por los tatuajes de Vidal, y a eso súmale que si juega Pinilla tengo la película porno completita. Hombres corriendo detrás de una pelota y sudados, mmm, ¡viva Chile, mierda! -chillo levantando las manos, incluso simulo el gesto típico del Pato Yáñez.

En eso estoy cuando me sobresalto, por esa voz:

-Señorita Andrade, el partido es a las siete de la tarde -gruñe, y juro que no exagero-, y si no termina su trabajo como corresponde, creo que ni siquiera lo podrá escuchar por radio.

-Pero hay una página en internet para verlo on line –se entromete Fabián, otro de mis compañeros, que es como el “Canitrot” de la oficina, él siempre está de fiesta.

-Fabián -lo fulmina con la mirada el Sr. Costabal-. ¿Qué hace aquí, en este departamento?

-Vengo a buscar a Bea -comenta así muy suelto de cuerpo-, me debe el almuerzo.

La aniquilada ahora soy yo, y creo que no pasa desapercibido para nadie. Pero es que trabajar en una oficina de contabilidad con pocas mujeres hace que una haga muy buenos amigos y simplemente sea una más, sin miramiento alguno.

-Me uno al almuerzo -se agrega Raúl levantándose de la silla también y se pone a mi lado-, podríamos repetir chinos.

-¡No! -se me escapa del alma y es el diablo quien sonríe ahora.

-¿Y eso? -quiere saber Raúl.

-Pero si te encantan los chinos.

-La comida china, sería en ese caso -aclara el Sr Costabal.

-Eso también -bromea Fabián muy en su estilo y agrega-. ¿Nos vamos?

Antes de que se arme alguna batalla en que estoy segura yo seré la más perjudicada, nos vamos y dejamos al diablo, que aunque no se le nota, sé que está más que indignado. Pero los pensamientos se me pasan a penas se cierran las puertas del ascensor al escuchar:

-Estoy seguro que a Costabal lo que le falta es un buen revolcón con una mina que lo haga ver las estrellas.

-¿Tú crees? -pregunto mordiéndome la lengua para no reírme, porque una cosa sí tengo claro, aquí en la oficina nadie puede saber, o a la que pondrán de patitas en la calle será a mí.

-No lo creo, estoy seguro.

-No todo se arregla con un buen polvo -opina muy serio Raúl-, a ese hombre lo que le falta es amor en su vida. -Eso me pone en alerta y paro mis antenitas de vinil y le hago un gesto para que continúe-. Eso, amor del bueno, que lo quieran, seguro que sexo con la pinta que tiene lo consigue a montones, ¿pero cariño?

-El diablo es el diablo, eso no cambiará jamás. Y ese tiene pinta de ser un hdp, se le nota a leguas, pobre mina la que se enganche de uno como él, a la primera de cambio los cuernos le llegaran a júpiter.

Parezco árbitro de ping pong, ahora mi cabeza se gira a Raúl, e imploro fervientemente que lo defienda, creo que lo necesito más de lo que quiero reconocer.

-No lo creo -y al fin exhalo el aire que ni sabía que contenía en los pulmones-, me da la impresión que es un hombre muy solo, que ha sufrido.

-Pero igual es un cabrón -reafirma Fabián y Raúl asienta-, y seguro también un picaflor, por decirlo bonito delante de Bea.

-Por mí no te cortes -carraspeo.

-Esto es cahuín, y peor que el de ustedes las minas. Yo creo que tu jefe se la mete a la de recursos humanos.

-¿A María José? -le suelto de sopetón, porque su cara es la primera que se me viene a la cabeza.

-A calienta José -se mofa Fabián con una sonrisa que dice más que mil palabras, con eso me queda claro que sabe de primera mano porque lo dice.

-Bueno, pero vamos a almorzar o a pelar al jefe -dice Raúl y yo en silencio se lo agradezco.

Cuando salimos del edificio intento reír con lo último que nos cuenta Fabián, que nos informa que a las cuatro tiene cita con el dentista, y por supuesto sabemos que no es verdad.

Increíblemente, cuando llego del almuerzo encuentro una carpeta llena de archivos sobre el escritorio. La abro para revisarla y no entiendo nada, hasta que es Carmen con su sonrisa amable la que se acerca a explicarme.

-El Sr. Costabal te la ha dejado, dijo que era urgente, que la necesitaba para primera hora de mañana.

-Pero si nos vamos de paseo mañana.

-Eso mismo le recordé, pero tú ya sabes como es.

-¿Y por qué no la hace él? -bufo viendo que esto claramente no lo podré terminar ni en un millón de años para las seis.

-Porque los jefes de todos los departamentos se han reunido hoy en un almuerzo y el Sr Costabal ha dicho que no regresará hasta mañana.

-¡Todos!, ¿recursos humanos también? -salta mi vena de gata curiosa, y juro que hasta me veo las uñas.

-¡Claro! Si incluso María José lo vino a buscar, es tan amorosa ella.

Cuenta Beatriz, cuenta, pero aunque llegara al cien sé que no calmaría el volcán que llevo dentro, pero no por eso voy a hacer erupción delante de Carmen, así que resignada tomo los papeles y me pongo a trabajar, aunque tengo claro que hoy no dormiré, porque si él se está vengando de mí por no haberle dado una respuesta anoche, se quedará con las ganas, porque como que me llamo Beatriz Andrade lo voy a terminar, sí señor.

Antes de que den las seis me levanto de mi puesto, me importa nada las miradas que me dan mis compañeros, total, a ellos nadie les dice nada cuando sacan la vuelta. Tomo la carpeta, y con la cara llena de risa me marcho.

Por supuesto el metro va atestado de gente, todos quieren ver el partido. Pero como no todo es tan malo, llego diez para las siete, Francisca sonriente ya está instalada guardando la mejor mesa, exactamente frente a la pantalla. Me da un beso y luego un abrazo, con eso ya sé que estoy perdonada. Cinco minutos más y como una tromba llega Paula, como burro de carga y antes de sentarse nos entrega: camisetas, cornetas, gorros y como si eso fuera poco, saca de una bolsa que ni vi que traía una bandera enorme de Chile. Los chicos que están a nuestro lado sonríen y empiezan a silbar.

-C H I -aparece gritando Claudia que está en su salsa, todo lo que sea compañía masculina para ella bienvenido sea.

Por supuesto, nuestros nuevos “amigos” responden a coro, y en vez de ser una mesa sólo para cuatro, se convierte automáticamente una mesa para nueve. Nos vamos juntas al baño y a la vuelta somos todas unas fans de la selección chilena, no nos cabe más tricolor en el cuerpo. La cerveza empieza a correr como agua y las risas se presentan por montón. Pronto todos nos ponemos de pie y con la mano en el corazón comenzamos a cantar nuestro himno nacional, da igual si bien o mal, lo importante es apoyar. Tenemos que ganar e ir al mundial, aunque la verdad, verdad, a mí me da igual.

Comienza el partido, con eso la pelotita a moverse y todos se ponen nerviosos. “¡Vamos Vidal!” “¡Cuidado pitbull!!”. Son los gritos, hasta que un uhhh generalizado se escucha, nos han metido un gol, qué gol, ¡un golazo!, y el de amarillo que además es el capitán de la selección ni siquiera pudo atrapar, así que de ser el bueno de la película ha pasado a ser el malo de los malos en cosa de segundos.

Se acaba el primer tiempo y aquí todos vamos en la segunda cerveza. En el entretiempo comentamos el partido, reímos y obvio, todos somos directores técnicos, los chicos y nosotras damos nuestro punto de vista, y por supuesto odiamos al equipo contrario. Se reanuda el partido y el nerviosismo reaparece, y en el minuto veinte, golazo del niño maravilla.

Todos nos abrazamos, da igual si nos conocemos o no, la felicidad nos embarga , pero cuando pasan diez minutos más, es Jarita, el chico del dedo curioso el que mete el gol. Ahora todos pero todos gritamos de alegría, vamos ganando y con la adrenalina que llevo en el cuerpo me subo arriba de la silla imitando a Paula que grita, no en realidad chilla como cabra chica anunciando el gol.

Nadie nos dice nada, incluso nos imitan, cuando todo pasa volvemos a sentarnos y el chico que está a mi lado que no sé ni su nombre empieza a conversar con demasiada cercanía para mi gusto. Intento ignorarlo, pero no es mucho lo que logro. Cuando acaba el partido el descontrol es total y empieza el verdadero desmadre.

-¡Vamos a la Plaza Italia! -chilla uno de nuestros amigos.

-No -soy la primera en hablar-, no podemos, no tenemos auto.

-¿Y cuál es el problema?, Javier tiene una camioneta -responde otro, y antes de poder decir otra cosa ya estamos todos caminando hacia la salida del local con rumbo al estacionamiento.

Ni pregunto dónde nos vamos a subir todos, porque claramente iremos en el pick up, así cuan críos, en un momento de locura máxima me subo y todos comenzamos a saltar. Las bocinas, las trompetas, son la música de la fiesta, yo y medio Chile salimos a la plaza Italia.

No estoy segura cuanto tiempo pasa hasta que llegan los carabineros a poner orden, claro, a mi departamento llegaron de inmediato, aquí ya han pasado más de dos horas. Y por primera vez siento que me quiero ir.

De pronto Fran me toma del brazo y me lleva a un lado.

-Sé que no te gusta el fútbol, ¿pero estás bien? ¿Qué te hizo ese cabrón? ¿Qué te dijo ayer?

-¡Muchas cosas! -grito para que me oiga-, pero no es nada referente a él, sólo que tengo que entregar un informe para mañana -me excuso-, y preferí venir a estar con ustedes que trabajando.

-¿Para qué hora?

-Primera hora y… -no alcanzo a terminar cuando mi chica feminista se dirige con voz de mando a las demás-. Se acabó la fiesta, calabaza, calabaza cada uno para su casa, mañana trabajamos todos y no somos parte del lumpen que se va a formar ahora.

Cuando Fran nos da una orden, todas asentimos y caminamos y así fue esta vez también. Javier se ofrece a llevarnos a cada una nuestra casa, y menos mal que la primera soy yo.

Cuando llegamos Fran se baja conmigo y yo la miro sin entender mucho.

-Te voy a ayudar, después me voy en Uber.

-¿En serio? -me alegro del alma.

-¿Lo dudas? -ante eso me lanzo a sus brazos, adoro a esta mujer y lo mejor es que es ingeniera comercial, o sea, hablamos casi el mismo idioma.

-¿Qué pasa? -quiere saber Claudia sacando la cara por la ventana de la puerta, está claro dónde ella terminará su noche y con quién.

-Nada, voy a ayudar a Bea con un informe para mañana, así el cabrón no se la come, al menos de esa manera.

-¡Bea! –chilla Paula bajándose del pick up-, tienes trabajo pendiente, pero mañana es tu paseo.

-No es un paseo -aclara Fran-, se llaman jornadas de integración.

-Sí, eso mismo -sonríe Claudia haciéndose la coqueta, de lejos se le nota que está caliente, pero… ¡quién soy yo para juzgarla!

-¿Quieres que me quede? -pregunta Paula sintiéndose culpable, ya son casi las dos de la madrugada.

-¡Estás loca!

-Sí, muy loca si crees que vas a quedarte acá con nosotras, mañana madrugas para acompañar a la tía al consultorio. Vete que nosotras dos nos la apañamos.

Con un abrazo como si no nos fuéramos a ver más nos despedimos y subimos al fin a mi departamento.

Tras prepararnos un café para despertar bien esparcimos todos los papeles en la mesa y como si fueran las dos de la tarde y no de la madrugada comenzamos a trabajar. Fran hace las cuentas, calcula, saca IVAS y yo genero los informes. A las cinco de la mañana termino de teclear el último punto y literalmente bajo la tapa del notebook y me tiro sobre él.

-Terminamos -murmuro en estado de trapo.

-Sí, y esto fue un abuso, que hiciste para merecértelo, porque perdona que te diga, lo que acabamos de hacer son cálculos a largo plazo de estados financieros, activos y pasivos, no es parte de tu trabajo, de eso estoy segura.

-Te lo resumiré porque si no, no dormiremos nada y tú en un rato trabajas.

-Yo puedo llegar más tarde, pero quiero un resumen decente.

-El señor Costabal tiene una hija, es viudo, se le murió la señora en un accidente en el que él también iba, la mujer lo raptó un fin de semana, tuvieron que volver antes y él enojado no quiso manejar, se sentó de copiloto, llovía a chuzos, se le fue el auto y se fueron barranco abajo, ella falleció ahí -Fran abre los ojos incrédula a lo que le digo-, pero eso no es todo, se sumió en una depresión durante seis meses hasta que cuando no tuvo nada que darle de comer a su hija se fue a donde su madre y ella lo obligó a buscar pega, ese fue su punto de quiebre.

-¡Hijo de la gran puta, se dejó estar con hija y todo!

-Guarda insultos, aún falta, me odia porque cuando me vio por primera vez le molestó mi presencia, me dijo algo así como que me quería apagar.

-¡Mierda!

-Eso mismo pensé yo.

-¿Y tú le dijiste que te gustó de inmediato cuando lo viste?, que te volviste media loca, bueno más de lo que estás ¿y que tratabas de llamar su atención?

Niego con la cabeza.

-¿Y entonces? , no entiendo por qué está tan enojado, lo que sí sé y me preocupa, es que es un cabrón de verdad, no sólo contigo, sino de siempre, hasta un poco misógino diría yo.

-No es misógino, no es que no confié en las mujeres, es que está cagado de miedo, él cree que me va a destruir.

-Ya… -se burla medio en serio-. Me estás weviando.

-No, eso me dijo la primera vez.

-¡¿Y entonces qué mierda tienes tú en la cabeza?! Tienes veinticinco años, no eres una pendeja, Beatriz. Hazte respetar de una vez por todas, porque él no te va a poner la pata arriba, ¡sino que el cuerpo entero!

-Por eso es que has trabajado tanto -le confieso-, como no le di una respuesta después de la bomba, me tapó a pega.

-¿Hasta qué hora estuvo aquí anoche?

-¿Cómo sabes que estuvo aquí?

-No soy adivina, pero sé que estuvo aquí, que tuvieron relaciones y que como no le diste una respuesta se fue cabreado, típico de un hombre como él y te hará la vida imposible hasta que no tomes una decisión.

-Lo sé.

-¿Y entonces?

-No es tan fácil, me pasan cosas.

-A mí también me pasan cosas con mis amigos, con mis padres, contigo. Sé específica.

-Lo quiero -susurro muy bajito para intentar pasar desapercibida.

-¿Y estás dispuesta a cargar con todo lo que significa Costabal?

-Explícate.

-La mochila completa, quieres bancarte el rol de la tía buena onda que siempre estará en segundo lugar, porque lo más importante aquí siempre será su hija. Y como si eso no fuera poco esperemos que la pendeja sea amorosa, porque para ella su papá es su todo, su héroe, tú serás la intrusa que se lo quiere quitar, ¿pensaste en eso?

-Visto así suena macabro.

-No es macabro, es la realidad, pero si estás dispuesta a soportar todo eso, quién soy yo para impedírtelo.

-Él… él no me ha dicho que me va a presentar a la niña.

-¿Tú eres tonta o te haces? Claro que no hoy, pero en algún momento sí, ¡y tienes veinticinco años!

-Bueno, por eso es que lo estoy pensando.

-No, lo estás retrasando, porque la respuesta será afirmativa y no te mientas a ti misma pensando en lo contrario, pero me gusta que lo hagas sufrir un poco. Así toma de su propia medicina.

-Y si me equivoco -le pregunto desnudando mi alma completamente ante ella con todos mis temores.

-Si te equivocas tendremos esta misma conversación, pero con un traguito para pasar las penas, eso sí, y te lo advierto, y no son palabras al viento: si te hace algo se lo hace a todas y ni su hija lo salvará de la pateadura, mira que ganas no me faltan -me aclara poniéndose de pie-, y ahora, ¡a dormir! -dictamina y con eso ambas nos vamos a la habitación.

Cuando abro las tapas de la cama Francisca me mira y me dice:

-Dime que cambiaste las sábanas por lo menos.

-Por supuesto, que te crees -respondo y me tiro sobre el colchón, estoy agotada.

Cuando suena el despertador siento que no he dormido ni dos horas. Hecho un par de cosas a la maleta, me calzo mis Jeans favoritos, mis zapatillas y me hago un moño bien estirado, cuando me veo al espejo ni con un kilo de corrector me tapo las ojeras. Ni siquiera me da tiempo a desayunar y salgo como una flecha hacia la oficina.

Apenas llego al escritorio Raúl exclama:

-¡Estuvo buena la celebración, parece!

-Sólo te diré que terminamos celebrando en la plaza Italia.

-¡No!

-Pero no te pongas tan feliz, después de eso me quedé trabajando hasta tarde para entregar estos informes.

-¿Un café? -pregunta condescendiente, Raúl es tan lindo que seguro por eso su mujer está tan enamorada de él.

Cuando vuelve con el vaso humeante empezamos a hablar del partido, de nuestro fin de semana y de las expectativas que tenemos. Hasta que de pronto, con gafas tipo aviador, vestido con unos pantalones cargo negros y una camiseta, aparece mi cabrón favorito. Instintivamente dejo de reír porque la mirada que me dirige es letal. Pasa por mi lado, y le habla directamente a Carmen pidiéndole los informes.

[cita tipo=»destaque»] Como si fuéramos dos adolescentes sin tiempo, Mauricio comienza a desabrochar el botón y yo, por mi parte, hago exactamente lo mismo. Sin suavidad alguna me arranca el pantalón y agradezco estar usando estos que son una talla entera más grande, ¡vivan los jeans boyfriend! Cuando siento sus manos en mi entrepierna, me dejo llevar, dejo de pensar y le doy libre acceso abriéndome un poco más. Lo que hace me gusta, me encanta, me calienta y me excita. Jadeo de puro placer que me enloquece. Y justo en el momento en que saca su mano y juro que lo quiero matar, me mira derritiendo toda mi cordura. [/cita]

-Llegó de malas -dice Raúl-, si estuviera Fabián diría que es porque no a…

-No quiero saber -lo corto antes de que continúe-, lo que haga o no el jefe no nos importa ni a ti ni a mí -respondo porque con lo que conversamos ayer tengo caldo de cabeza para muchos días más.

Voy donde Carmen y le entrego los informes, hasta ella se asombra y me felicita, claramente pensaba que no lo lograría. Vuelvo a mi puesto y aunque es jueves no tenemos nada que hacer, solo esperar que sea la hora para que el bus nos lleve al Cajón del Maipo.

Justo cuando estoy cerrando los ojos, o mejor dicho se me están cerrando solos mientras estoy reclinada en mi silla, Raúl me interrumpe.

-Por lo visto, al final el Sr. Costabal no está tan solo ni descariñado, la jefa de recursos humanos acaba de entrar a su oficina con una sonrisa.

Llego a saltar al escucharlo, miro hacia su oficina y sólo logro ver la puerta cerrarse y mi mente empieza a tejer no una, sino una serie completa de cinco temporadas.

Tras diez minutos que se me hacen eternos, Carmen entra a la oficina y como deja la puerta abierta logro escuchar la risa cantarina de calienta José, no sé si el cabrón lo está haciendo a propósito o es rollo mío, pero de igual modo me siento mal, con el estómago revuelto. De pronto con la cara llena de risa salen las dos, y Carmen se acerca a mí para decirme que el señor Costabal quiere verme.

Mi primer instinto es decir que no, pero no tengo ninguna excusa válida para negarme. Camino despacio y toco a la puerta, como no me dice que entre enseguida, estoy a punto de dar la vuelta cuando es él mismo quien de golpe la abre.

-Señorita Andrade, entre y siéntese.

-Espero que haya podido ver el informe, cómo ha estado tan ocupado -le suelto sin poder detenerlo, y no me importa parecer… ¿celosa?

Ignora mi comentario, pasa por mi lado y se sienta con los brazos cruzados, por supuesto con el ceño fruncido, luego de unos minutos y con rabia habla:

-No necesito mirarlo para saber que está incompleto.

-¿Cómo? -casi tartamudeo al preguntar, estoy segura que es completamente imposible.

-Lo que escuchaste, dudo que a la hora que llegaste y en las condiciones que lo hiciste, pudieras haber hecho algo medianamente decente. ¿Lo pasaste bien anoche? -me aguijonea con cizaña.

Definitivo, creo que me estoy convirtiendo en una mujer violenta, juro que quiero partirle la cara de una sola cachetada por idiota y, sobre todo, por psicópata.

-Respóndeme -me apremia al ver que estoy en silencio-, ¿lo pasaron bien tus amigas y tú? ¿O me perdí parte de la fiesta? Porque te veías feliz. Te repito, Beatriz, ¿quedaste satisfecha?

-Lo mismo te podría preguntar yo a ti, ¿quedaste satisfecho ahora con la jefa de recursos humanos?

-O sea, sí, lo pasaste muy bien anoche -afirma apretando los labios, tanto que hasta se le hacen una pequeñas arruguitas.

-Para tu información -comento levantándome de golpe, tuteándolo-, lo que yo haga después de la oficina es mi problema. Y ya que fuiste tan cabrón para entregarme un trabajo a última hora, al menos podrías tomarte la molestia de revisarlo. Y si no tienes nada más que preguntarme sobre el trabajo, con tu permiso o sin él me volveré a mi puesto.

Enojada camino hacia a la puerta, de verdad que estoy molesta, y para peor sentida, y justo cuando voy a llegar a la salida, suelta:

-Señorita Andrade, hágame el favor de decirle a Carmen que le avise a María José que la paso a buscar a su puesto en cinco minutos para que nos vayamos en mi auto al Cajón del Maipo.

Ni siquiera me volteo a mirarlo, salgo y doy el mensaje, creo que mi voz no es de muy buena gana porque hasta Carmen se sorprende.

Con la mejor sonrisa que puedo fingir me acerco a Raúl que está conversando con Fabián, me uno a la charla justo cuando veo salir al cabrón con una sonrisa que antes jamás le había visto.

Una vez en el bus lo primero que hago es cerrar los ojos, necesito aunque sea un par de horitas, dormir.

Raúl es un sol, incluso me tapa con una mantita y ni siquiera interrumpe mi descanso.

Cuando llegamos ya me siento un poco más repuesta y decido pasarlo bien en esta jornada de integración.

Lo primero que hacen es darnos la bienvenida entregándonos una camiseta institucional, los hombres de inmediato se la ponen. Cuando nos asignan habitación me toca con Carmen, y juntas vamos a desempacar.

Lo que nos queda de mañana la tenemos libre, así que junto a mis compañeros recorremos el lugar, es maravilloso, la naturaleza en su estado puro, incluso sin llegar al río podemos sentir el sonido del agua.

El almuerzo es en un comedor al aire libre, y mentiría si no dijera que no es extraordinario, aunque claro, los jefes por un lado, y nosotros por el otro, y lamentablemente tengo vista privilegiada al mío, más a la regalada de calienta José, y aunque me gustaría decir que el cabrón está incómodo, es todo lo contrario, hasta parece disfrutarlo.

Dejo de comer, no puedo.

Apenas el gerente nos da la bienvenida, nos cuenta que la piscina temperada estará disponible para nosotros, me levanto y me voy, juro que si los veo tontear en el agua voy a vomitar, me excuso con los chicos y les digo que me voy a dormir que con el partido trasnoché demás. Ellos me entienden, incluso me cubren. Pero cuando empiezo a caminar en dirección a la habitación, me arrepiento. ¿Cómo voy a ser tan tonta que me voy a echar a morir por un cabrón? ¡No!

Deambulando por la naturaleza se me pasa toda la tarde, casi al anochecer regreso y soy imbuida por las actividades que nos proponen, todos sin excepción vamos a un claro a ver las estrellas, que además es como si se pudieran tocar. A la primera estrella fugaz que veo le pido un deseo y suspiro.

-No me dirás que crees en esas tonterías -se burla Raúl que sabe lo que he hecho.

-¿Tú no?

-¡No! -chilla y no sé porque ambos comenzamos a reír haciendo que todas las miradas se dirijan a nosotros.

-Perdón -dice Raúl-, es que a Bea se le ocurre cada cosa.

Con ese simple comentario me suben al columpio, pero lo que no imaginé jamás es ver tan acaramelado a Costabal, incluso la tiene abrazada, y eso sí que no lo puedo soportar. Le aviso a Carmen que me voy y ella me dice que se quedará un poco más y en el fondo de mi corazón lo agradezco porque estoy a punto de llorar.

¡Maldito seas señor Costabal!

Cuando llego, tiro los zapatos lejos y enciendo la televisión. Quiero distraerme y no están dando nada bueno. La puerta empieza a sonar suavemente y el corazón se me acelera, me encojo en la cama como si eso ayudara, pero todo lo contrario, ahora los golpes son más evidentes y si siguen así van a llamar la atención de todo el edificio, pero así todo no soy capaz de levantarme, hasta que de pronto la puerta se abre y yo me quedo pasmada. El cabrón se acerca hasta donde estoy y ni siquiera puedo hablar porque se lanza sobre mí y empieza a besarme. Muevo la cabeza porque no quiero responderle, pero como siempre me sucede, pasan dos segundos y soy yo la que lo agarra por la cabeza y le introduce la lengua, sabor que me sabe a gloria.

Como si fuéramos dos adolescentes sin tiempo, Mauricio comienza a desabrochar el botón y yo, por mi parte, hago exactamente lo mismo. Sin suavidad alguna me arranca el pantalón y agradezco estar usando estos que son una talla entera más grande, ¡vivan los jeans boyfriend! Cuando siento sus manos en mi entrepierna, me dejo llevar, dejo de pensar y le doy libre acceso abriéndome un poco más. Lo que hace me gusta, me encanta, me calienta y me excita. Jadeo de puro placer que me enloquece. Y justo en el momento en que saca su mano y juro que lo quiero matar, me mira derritiendo toda mi cordura.

-Anoche quería estar contigo.

Sin siquiera quitarme mi bonita braga, solo corriéndola a un lado me penetra y no digo nada. Dejo que haga todo y más porque ya estoy en el séptimo cielo, hasta que siento una mano llegar directo a mi glúteo, ¡me pega! Bueno, no es que me golpee, pero lo noto.

-Quería estar contigo anoche -repite en una especie de gruñido-, y voy a follarte tal como lo pensé, pero tú -y zaz, vuelve a darme con la palma de su mano y esta vez me duele un poco más, definitivo, a mí no se me da el sado, pero ni tiempo de protestar tengo porque su lengua me llega hasta la garganta y con eso se me apagan todos los sentidos y me arrasa el placer.

Soy yo la que se mueve una y otra vez hacia adelante y atrás, pidiendo y buscando más, ese maldito más que va a terminar con lo poco de cordura que me queda, y lo peor, es que el cabrón lo sabe. Y estoy segura que hasta lo disfruta.

-Ni se te ocurra acabar.

Esa orden sí que me molesta y dejo atrapado en mi garganta el gemido que está a punto de salir. ¿Quién se cree que es? ¡Claro que voy a acabar!

Me guardo todas mis expresiones y voy a explotar. Sale y entra como si el mundo se fuera a acabar, sus movimientos son fuertes y potentes, incluso puedo sentir sus testículos chocar contra mi culo, estoy cerca de llegar al final y un temblor involuntario me delata hasta que escucho:

-Me cae bien María José. –Con esas cuatro palabras me alejo completamente del placer y sólo siento que a cada embestida me rompe un poco más y aunque me está haciendo completamente suya y me estoy dejando, mi mente rebobina una y otra vez la cinta: “Me cae bien María José”.

La rabia de sus palabras y la forma en que me está poseyendo me tienen absolutamente bloqueada. Aprieto mis piernas contra su espalda y eso le encanta, lo sé porque su respuesta es un sonido gutural desde lo más profundo de su alma, y así chocamos una y otra vez. Hasta que de pronto es su cuerpo el primero en explotar derramándose completamente en mi interior, abre los ojos y me ve, ni siquiera espero pestañar porque sé lo que va a pasar.

Cuando nuestras respiraciones se normalizan con la suavidad que él no tiene, descruzo las piernas de su espalda, Mauricio se levanta lentamente y me mira o mejor dicho me recorre entera para dos segundos después sonreír satisfecho.

-Tenía razón.

Y con esa confesión me queda claro lo que acaba de hacer, sólo quería satisfacerse él, y así el poder tener un acceso con un único final unilateral. Me hierve la sangre, porque aunque no lo quiera aceptar, es un verdadero cabrón y yo una soberana weona que se deja llevar, y sin pensármelo dos veces al ponerme de pie camino a su lado, como estoy sin tacos le llego al hombro, pero eso no me impide darle vuelta la cara de una sonora cachetada.

-Sal ahora mismo de mi habitación -le ordeno tan calmada que hasta yo me asombro, y sé que esta paz no va a durar demasiado.

Al menos la sonrisa se le ha borrado de la cara y ha vuelto a ser el temido diablo, y como no se inmuta ni se mueve le suelto:

-¿Quién mierda te crees que eres?

Se abrocha el pantalón, y sigue mudo, y yo ya he perdido mi estado zen recién adquirido.

-Yo no soy una mina con la que sólo te quitas las ganas, pero claro, eso es muy difícil de entender, y sabes por qué, porque eres un cabrón, y por eso también estás solo, nadie te soporta, es más, ni siquiera te soportas tú, ¡por eso le haces la vida imposible a los demás!

-Qué dijiste.

-Lo que escuchaste, Costabal, eres insoportable, te mereces estar solo y no porque seas un cabrón, sino que porque eres una mala persona, ¡egoísta!

-Te lo dije -responde con la voz de ultratumba y yo resoplo, él nunca me va a entender.

-Perfecto, sí, tienes razón, ¿y quieres saber qué más? -levanta las cejas para que continúe-. Ganaste, me destruiste, ¡me cagaste! Ahora ándate con María José o con quien quieras y que sea perfecta para ti y tu perfecta vida, yo no lo soy y no lo seré jamás.

Se cierra el botón del pantalón y me observa con furia, no dice nada aunque su respiración es acelerada. Sólo quiero que me deje sola, que se marche antes de que Carmen entre por esa puerta y las cosas se compliquen aún más. Casi dos minutos después en que sólo nos miramos, se da media vuelta y se va.

Cuando escucho el golpe de la puerta me pongo la mano en la boca para acallar el aullido que sale desde dentro de mi corazón, no es rabia, es mucho peor, es pena y desazón del corazón.

Abro las ventanas para que se vaya el olor a sexo y sin querer pensar en nada más me meto a la ducha y puedo llorar. Cinco, diez y quince minutos pasan hasta que me calmo y salgo con la cara hinchada agradeciendo en silencio que Carmen no ha llegado. Me meto a la cama y me pongo a dormir, estoy tan agotada que ni siquiera puedo pensar.

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