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Capítulo 14: «No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!» Historia de Sábanas

Capítulo 14: «No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!»

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Con el corazón latiéndome a mil por hora por haber sido interrumpida, intento bajarme la falda lo más rápido posible, pero la mano de mi ahora serio señor Costabal me lo impide. Sus ojos ni una sola vez se han cruzado con los míos para decirme algo, aunque creo que es lo mejor, porque si tuviera que compararlo con algo en este momento creo que sería con un animal echando espuma por la boca.

-Termine de entrar, ¿o se va a quedar ahí parada?
-Yo… yo… toqué, señor Costabal.

Al escuchar esa voz cierro los ojos con fuerza, la vergüenza me invade completamente y ni siquiera me atrevo a girarme, mi aspecto debe ser a lo menos espantoso, sólo basta con ver por donde tengo la falda.

-Pase de una vez -habla el señor Costabal, pasándose las manos por el pelo, alisándoselo-, y cierre la puerta.

Horrorizada por cómo le está hablando a la pobre de Carmen, que seguro está tan impactada como yo, de un salto me bajo del escritorio y me giro para verla, todo al mismo tiempo que me bajo la falda.

-Carmen, esto no es…
-Con tonteras no, Beatriz -me corta el pelo con rabia que tengo delante de mí-, esto sí es lo que acaba de ver Carmen.
-Pero… -intento explicar y la que tartamudea ahora soy yo.
-Déjame hablar a mí, sal de la oficina -me ordena, mira a Carmen y en tono grave le dice-, siéntese.
-Señor…
-Cállate, Beatriz, y haz el favor de salir -me repite en el mismo tono serio, en tanto me arregla la blusa y alinea mi escote para que nada se vea fuera de su lugar-. Péinate.

Mis ojos se abren tanto que creo que se me van a salir, paso por el lado de Carmen y ni siquiera me atrevo a mirarla, y creo que ella siente lo mismo que yo, porque tampoco lo hace.

Al cerrar por fuera, respiro completamente y ni cuenta me había dado que me faltaba el aire. Voy a mi escritorio y caigo como un saco de plomo.

Cuento los minutos que pasan, hasta que por fin veo salir al señor Costabal y dirigirse como si nada hubiera pasado hasta el ascensor. Apenas se va, corro a donde Carmen.

-¿Te encuentras bien? -pregunto con suavidad.
-¿Quieres realmente saber cómo estoy?
Asiento con la cabeza porque las palabras no me salen.
-Estoy totalmente anonadada, ¿sabes lo que hubiera pasado si entra otra persona y los encuentra en… en esas condiciones? -murmulla fuerte, pero solo para mí.
-De verdad, lo siento, Carmen.
-¿Es que acaso no te has dado cuenta? ¡Tú y el señor Costabal!
Así como me lo está diciendo suena a que somos un par de degenerados.
-Carmen, escucha.
-No, ya escuché y vi todo lo que tenía que ver -me recrimina y eso me llama la atención-, y quédate tranquila, igual como le dije a nuestro jefe -recalca su jerarquía-, de mi boca no saldrá nada.
-¿Te amenazó? -se me sale del alma la pregunta.
-No puedo creer lo que me estas preguntando -reprocha poniéndose de pie enojada y ofendida, y así, sin dejarme saber más me deja parada frente a su escritorio.

Con todo lo que tengo en la cabeza ningún número me cuadra, estoy preocupada y el señor Costabal aún no aparece. Me he rascado tanto la cabeza que seguro parezco loca. Muevo los hombros de un lado a otro y para despejarme amablemente le pregunto a mis compañeros si alguien necesita alguna fotocopia, por supuesto varios se aprovechan y con lo que me llevo seguro tengo para veinte minutos.

Mi primer enfrentamiento con esta máquina fue desastroso hace algún tiempo, así que como si me escuchara le hago un cariñito para que todo funcione correctamente. Tomo aire y me pongo a trabajar, aunque mi mente está lejos de este lugar. Los minutos pasan como si fueran segundos, hasta que de repente siento que alguien me toma por la cintura y yo doy un salto con el corazón desenfrenado.

-¡Vaya que estamos nerviosa!
-Tú… tú ¿qué haces aquí?
-¡Yo! Tú que haces aquí, te busqué en todo el piso y juro que en donde menos pensé encontrarte es aquí sacando fotocopias.
-Alguien tiene que hacerlo -respondo como si no me importara-, pero tú, ¿qué haces buscándome a mí?
-¡Quiero saberlo todo! Todos están hablando de ti. Eres la noticia de toda la oficina, desde el conserje hasta la jefatura máxima, incluido el sr. Zañartu.
¡Csm! Mi alma cae al suelo, mi sangre deja de fluir por mis venas, las piernas me tiemblan y tengo que afirmarme de la máquina para no caer. Trato de inventarle algo en cosa de segundos.
-Fabián, escúchame, esto… esto no es…

Riendo se acerca a mí con cara de pillo y suelta:

-Ya está, tontita, tranquila, no es tan grave que hayas dado tremendo espectáculo.
-No sé qué te contaron pero…
-No me lo contaron, ¡si incluso lo grabaron! -exclama feliz, extendiéndome un celular con su mano. No soy capaz de mirar.
-No es… no es lo que parece, el señor Costabal y yo…
-¡Costabal es un héroe! -vuelve a chillar apretando play-, mira cómo se lanza al agua, ¡ni que fuera Mitch Buchannon!
-¡¿Qué?! -ahora soy yo la que chilla, le arranco el maldito teléfono de las manos y lo que veo me deja atónita, es la grabación del río, de cuando me caí al agua. De los nervios, una lágrima se me escapa y Fabián me abraza fuerte para consolarme.
-Tontita, todo está bien -me dice creyendo que me afecta la vergüenza de la caída, cuando en realidad estoy respirando en paz, en cosa de milésimas de segundos pensé que Carmen había ido con la “copucha” a todo el mundo y que sería el comidillo de toda la oficina.

Mientras estoy abrazada, mi cuerpo se comienza a relajar y paso a una respiración más pausada y normal.

-Ven, vamos abajo por un café, creo que aún no se te pasa el susto por lo ocurrido -habla ahora muy serio en tono paternal-. Si hubiera sabido que te afectaba tanto, te prometo que no te lo muestro.
-No, no, no es eso, es que no me lo esperaba -respondo mientras caminamos al ascensor, dejando todo en la sala de fotocopiadoras, ahora sí que necesito tomar un poco de aire para reponerme del susto de mi vida, y no quiero ni pensar que sucedería si la verdad se supiera en toda la oficina.

En el primer piso vamos directo a la cafetería, Fabián me entrega un café y como aún estoy temblando se sienta junto a mí haciéndome cariño en el pelo, consolándome. De pronto, veo aparecer a mi jefe y a su jefa junto con don Agustín.

Nuestras miradas se cruzan y por supuesto mi cabrón personal no lo hace de buena forma, y sé que es porque estoy siendo rodeada por los brazos de mi compañero. Ni siquiera me muevo, no estoy haciendo nada malo, pero como todo no puede ser tan perfecto, es la jefa quien se acerca y nos habla a los dos, aunque su mirada venenosa se dirige más a mí.

-Vaya, Beatriz, veo que siempre tiene a alguien que la consuele.
-¿Cómo dice? -pregunto sentándome mejor, esta mujer desde las alturas es como mirar a Maléfica.
-Aun no es hora de colación -se acerca el sr. Costabal-, falta una hora, sesenta minutos.
-Señor Costabal, señorita Rojas. -Se pone de pie Fabián con estilo y esa soltura de hombre resuelto que es imposible de negar y, con mucha calma y con mucha cercanía, le habla primero a calienta José-. A las amigas hay que consolarlas en momentos difíciles, eso se llama camaradería -y viendo a Costabal agrega-. Señor, un café no le quitará más tiempo de productividad que el que le quita sacar miles de fotocopias.

Ante esas miradas, opto por ponerme de pie y tomar mi vaso para retirarme.

-Será mejor que subamos -le digo a Fabián, aunque él parece estar en algún duelo personal con la jefa de recursos humanos, así que tarda un par de segundos en reaccionar, pero cuando lo hace me descoloca tomándome por la cintura, arrastrándome hacia la salida.

Ni siquiera me doy vuelta, pero de todas formas siento los puñales que me está lanzando el sr. Costabal que seguro está pensando lo que no es.

Cuando llegamos al ascensor, le suelto a mi compañero:

-¿Me puedes explicar que fue todo eso?
-Nada -comenta encogiéndose de hombros.
-¡Nada! ¿Tú te crees que yo soy idiota?
-No lo entenderías, aún eres una niña.
-No me digas estupideces que no soy un queso ni un vino para que me juzgues por la edad, así que vamos, te escucho -lo insto poniéndome las manos en la cintura, menos mal que estamos solos en el ascensor.
-Tengo un asunto no resulto con María José. Punto.
-¡Punto! Ni punto ni coma ni nada, suéltame la puntuación entera.
-¡Dios! Por qué todas las mujeres son tan curiosas -se pregunta más a sí mismo que otra cosa, pasándose la mano por el cuello, creo que nunca lo había visto tan complicado, y eso que lo conozco hace años.
-No me desvíes el tema y cuéntame -le pido acercándome más.
-Tenemos un tema no resuelto. Punto y final.
-¡Qué! –chillo en un tono casi histérico-. ¿Tienes relaciones con tu jefa?
-Relaciones -se carcajea y ahora me pasa a mí la mano por el pelo-, ¿te das cuenta que eres una niña todavía?, no tengo relaciones, sólo nos quitamos el estrés mutuamente. ¿Lo entiendes?
-Especifica.
-Follamos -explica como quien te da la hora.
-Pero qué manía tienen ustedes los hombres con esa palabra, ¡vivimos en Chile por Dios!
-Escúchame -me dice ahora en tono serio-, los hombres somos más básicos de lo que crees, follar es tirarse a una mina sin intención de nada más, por calentura, por demostrarle quien manda, o simplemente porque sí. Y tener relaciones involucra mucho más, es un compromiso. Y yo sólo follo con mi jefa de vez en cuando, pero no por eso soy el segundo plato de nadie.
-Ahora sí que no entiendo -y no lo digo solo por lo que acabo de escuchar, sino que porque “Mauri” también me folla y eso sí que no lo quiero pensar.
-No le des más vueltas, es solo que a ella no sólo le gusta tirarse a los empleados, también a los jefes. ¿Me entiendes ahora?
-¿A don Agustín? -interrogo de lo más anonadada, tanto así que hasta la boca se me ha abierto.

A lo que recibo como respuesta una tremenda risotada y una mirada que me dice que soy la reina de las ingenuas, y justo cuando voy a preguntar más las puertas se abren en su piso, se baja dándome un beso en la frente y por supuesto, dejándome con ganas de saber más.

Las puertas se cierran y sigo subiendo hasta llegar a mi piso. En silencio voy a buscar las cosas a la fotocopiadora y como si fuera el junior comienzo a repartirlas sumida en mis propias conjeturas, ¿será Costabal el otro jefe?

Mientras estoy repartiendo aparece el motivo de mis pensamientos, me mira de una manera extraña, no sé bien cómo interpretarla. ¿Y ahora qué le pasa?

Lo veo hasta que entra a su oficina y cierra la puerta.

Pasan los minutos, espero a que todos se vayan a almorzar y cuidándome de que no me vea Carmen, entro en su oficina, él está concentrado tecleando algo al mismo tiempo que habla acaloradamente, pero con mucho respeto, por teléfono.

Nuestros ojos se cruzan y él como si nada prosigue en lo suyo. Ignorándome.

-No te preocupes, yo hablo con ella más tarde. Nos vemos mañana. Un beso.
-¿Todo bien? –quiero saber apenas cuelga.
-¿Necesita algo, señorita Andrade? -pregunta mirando su reloj de pulsera-. ¿No hay nadie esperándola para almorzar o con el café quedó satisfecha? ¿O es que necesita más de uno?
-¿Podrías dejar el sarcasmo de lado? Estamos solos, Mauricio -expreso pasando por alto su pesadez-. ¿Podemos hablar?
-No. ¿De que tendríamos que hablar? ¿O quieres darme alguna explicación?
Cierro los ojos y suspiro, pero a cabrón, cabrona y media.
-No te debo ninguna explicación, en cambio tú, sí. Dime ¿Qué le dijiste a Carmen?
-Solucioné el problema -bufa enojado y eso sí que me molesta, primero porque le llama problema y luego por el tono que utiliza, y sin ganas de escucharlo me doy media vuelta dispuesta a salir, pero antes de llegar a la puerta, escucho:
-Beatriz, tranquila, sólo le dije a Carmen que estamos recién conociéndonos y que lo que vio debe quedarse sólo entre nosotros tres.
-¿Recién conociéndonos? -repito sus propias palabras y los decibeles se me suben un poquito más-, y también le dijiste que sólo “follamos”.
Mauricio enarca las cejas y junto con eso me regala esa maldita sonrisa de arrogancia, esa que siempre quiero borrar de mala manera.
-Señorita Andrade, acérquese -vuelve al tono autoritario.
-Ah, ya estás en modo jefe cabrón aquímandoyo.
-Es de la única forma en que realmente me obedeces.
-¿Pero tú eres tonto?, que todo lo pretendes arreglar con sexo, ah no, perdón, ¡follando!

Sin decirme nada más, pasa por mi lado, cierra la puerta con llave, me toma del brazo y me acorrala contra la pared.

-Beatriz, pensé que ya había quedado claro entre nosotros que no te follaba, no al menos desde que sé que estoy enamorado de ti.
-Tienes razón -cierro los ojos porque todo esto es culpa de mi inseguridad-. Pero dime en realidad qué le dijiste a Carmen.
-Claro -sonríe-, dame un beso de buenas tardes y te cuento todo con lujo y detalles.
-No, primero me cuentas y si vale la pena te doy el beso hasta de las buenas noches.
-Beatrizzzz… -arrastra el nombre cabreándose, está claro que a él le gusta siempre tener la última palabra en todo.
-Mauri -me río de él en su cara, pero no me da tiempo a reaccionar cuando de pronto siento sus labios comiéndome con todas sus letras la boca, y antes de poder ahondar más en este placer carnal que me lleva al limbo, tocan a la puerta e intentan abrir. Mauricio se separa rápidamente y como si fuera una muñeca de trapo, me lleva hasta la silla.
-No digas nada, a las seis nos vemos en el estacionamiento del menos tres. Hoy nos vamos juntos y te contaré todo.

Y así, sin poder objetar nada, abre la puerta y recibe a María José.

-Vaya, no sabía que estabas ocupado -manifiesta la muy… desgraciada en tono irónico.
-En absoluto, la señorita Andrade ya se va. Sólo estaba recalcándole su falta. Y advirtiéndole que sea la última vez.
-Tienes toda la razón, Mauri. No podemos consentir que los empleados hagan lo que quieran, yo ya aclaré cuentas con Fabián.
-Lo que tú hagas en tu departamento es problema tuyo, aquí las cosas las manejo yo. ¿Nos vamos a almorzar?

La yegua lo toma del brazo y coquetamente moviendo sus caderas sale con mi Mauri y yo siento ganas de matarla a ella y a él, bueno, a él de demostrarle quien soy y con quien se tiene que quedar.

¡Dios! ¡Pero qué digo!, muevo la cabeza saliendo de la oficina, realmente me estoy volviendo loca.

Como se me ha pasado la hora, llamo a Raúl para que me traiga un sándwich, y con toda la energía que tengo me pongo a trabajar feliz.

[cita tipo=»destaque»] Ahora no existe nada más que él, yo y la excitación que comienza a recorrerme justo entremedio de las piernas. Y no sólo lo siento ahí, ya que sus manos ahora buscan frenéticamente mis pezones que no ponen resistencia alguna. Y en lo único que puedo pensar es en llevar su mano justo donde no hay nada más. Directo al fuego. [/cita]

Luego de la hora del almuerzo, cuando regresa el señor Costabal, sólo cruzamos la mirada por un par de segundos y Carmen, que no es tonta, me mira desde la esquina meneando la cabeza negativamente, así que decido ignorarla y enfocarme en Raúl.

-¿Te parece si yo hago el balance y tú redactas los informes?
-Me asignaron nuevos clientes esta mañana.
-¿Nuevos? ¿Pero cómo?
-Lo mismo le pregunté yo al sr. Costabal, pero me dijo que las órdenes las daba él, y bueno, no es tan terrible, pero de todas formas puedo ayudarte en lo que necesites.

Me giro para mirar hacia la puerta de la oficina del que ha vuelto a ser el cabrón de siempre, y cuando lo hago veo que está hablando con Carmen, me mira y pregunta:

-¿Sucede algo, señorita Andrade?
-Nada, nada, señor Costabal.
-Perfecto, pensé que tenía algún problema con los informes y balances.
-Ningún problema, señor Costabal.
-Entonces deje de perder el tiempo y comience -hace un gesto con la mano y continua conversando con Carmen.

Sin que nadie me vea, le levanto el dedo garabatero ¡Bien! Nota mi gesto poniendo cara de sorpresa. A mí se me escapa una sonrisa de victoria.

Riéndome por lo que acaba de pasar comienzo a trabajar renovada de energías y, sabiendo que me está mirando, comienzo un juego peligroso de seducción. Toda una Sharon Stone. Primero me tomo el pelo y ladeo el cuello un par de veces, me desabrocho dos botones de la blusa y cruzo las piernas en forma sexy y provocadora, hasta que de repente siento un portazo que retumba en toda el piso. Mis compañeros asombrados levantan la cabeza y yo ni me molesto, sé el por qué.

Sólo dos segundos pasan hasta que llega un correo.
De:
Para: <beatrizandrade@gmail. com>
Fecha: 18 de Junio de 2016 15:32
Asunto: ¡insultos, insinuaciones!

Señorita Andrade, sepa que todo se paga en esta vida.
Mauricio Costabal.

De: <beatrizandrade@gmail. com>
Para:
Fecha: 18 de Junio de 2016 15:33
Asunto: ¡insultos, insinuaciones!

Insultos, sí, merecidos son.
Insinuaciones, sí, merecidas son, pero por eso estoy encantada de pagar. A las seis de la tarde salgo de Dicom.

Beatriz Andrade.

De:
Para: <beatrizandrade@gmail. com>
Fecha: 18 de Junio de 2016 15:32
Asunto: ¡insultos, insinuaciones!

Perfecto, sepa que me cobraré todas sus morosidades.

Mauricio Costabal.

De: <beatrizandrade@gmail. com>
Para:
Fecha: 18 de Junio de 2016 15:32
Asunto: ¡insultos, insinuaciones!

Y yo a usted le haré pagar con intereses judiciales. Ahora déjeme trabajar que el cabrón de mi jefe me va a despedir.

Beatriz Andrade.

De:
Para: <beatrizandrade@gmail. com>
Fecha: 18 de Junio de 2016 15:32
Asunto: ¡insultos, insinuaciones!

Si le prometes a tu jefe que nunca más volverás a usar esas pantys espantosas, capaz que te perdone. Ahora, sigue trabajando, yo seguiré lidiando con empleados poco eficientes.

Mauricio Costabal.

Me quedo mirando su mensaje, pero decido no responderle para dedicarme de lleno a mi trabajo.

A las seis de la tarde en punto, cuando termina la jornada, espero que todos mis compañeros se marchen, le invento algo a Raúl para que no espere y así me zafo de él. Voy al baño, me arreglo un poco y se me ocurre la genial idea de quitarme las pantys que tanto adora Costabal, y junto con eso, la braga que me ha acompañado todo el día.

Decido bajar por las escaleras para no toparme con nadie, y cuando llego al menos tres, me doy cuenta de que no tengo idea de cuál es el auto de Mauricio.

«Vas bien Beatriz, mañana mejor», me recrimino a mí misma mientras espero.

Seis treinta y aún nada. Un poco cansada y aburrida decido darle cinco minutos más, y cuando está por cumplirse el tiempo, aparece con una sonrisa ladina y los ojos brillantes.

-Casi me voy -le recrimino mimosa, pero muy a su estilo no me responde ni media palabra y como si fuera una niña que necesita que le den la mano para cruzar la calle, toma la mía y me lleva a grandes zancadas hasta su auto.

Me subo y me llevo el primer susto: justo frente a nosotros, dos pasillos más adelante, camina don Agustín. Mi primer instinto es agacharme, y no encuentro mejor lugar que poner la cabeza sobre las piernas de Mauricio, y juro por todos los santos que sin intención alguna.

-Esto promete -dice acariciándome el pelo, hasta que de pronto se queda callado y yo creo que ya nos han pillado.
-¿Qué pasa?
-Estás sin pantys.
Me muerdo la lengua para no reír porque su cara es un poema.
-Es que tengo un jefe un tanto cabrón, y no le gustan, ¿por qué?, ¿tienes alguna objeción? -respondo juguetona.
-Ni se te ocurra moverte de ahí -me advierte y arranca el auto, la verdad es que voy bastante cómoda, pero como tengo ganas de jugar, mi mano lentamente comienza a acariciar su pantorrilla y así comienza a subir por su muslo.
-Necesito que te pongas el cinturón -susurra complicado.
-Mmm -es todo lo que le respondo en tanto ya he llegado al bulto que tiene entre sus piernas, duro como una roca y hasta podría jurar que está palpitando, tanto o más de como lo está haciendo mi corazón.
-Beatriz -repite cuando acelera-, por favor, ponte el maldito cinturón.
Mi primera reacción es no obedecerle, pero luego me acuerdo de Soledad y como si fuera una autómata me enderezo y no me atrevo a mirarlo. No por vergüenza, sino porque a veces puedo llegar a ser muy idiota.
Pasan varias cuadras y yo sigo mirando los postes pasar hasta que llegamos a un semáforo y siento su mano en mi pierna desnuda.
-No me dirás nada.
Me giro lentamente, aún avergonzada.
-No pretendía incomodarte, sólo… sólo quería jugar.
-Lo sé, Beatriz, el complicado aquí soy yo, lo tengo claro -suspira-, pero no quiero incomodarte. Dame un beso -me pide estirando esos labios que en realidad ahora quiero morder.
-¿Puedo?
-¡Claro que puedes, estamos en rojo! -sonríe y con eso me da pase liberado a su boca, me acerco y no me importa incrustarme la palanca del auto y al fin lo beso. Al principio, con timidez, pero justo cuando voy a darlo por finalizado, Mauricio me agarra de la cabeza y mete su lengua hasta el fondo. Jadeo.

Ahora no existe nada más que él, yo y la excitación que comienza a recorrerme justo entremedio de las piernas. Y no sólo lo siento ahí, ya que sus manos ahora buscan frenéticamente mis pezones que no ponen resistencia alguna. Y en lo único que puedo pensar es en llevar su mano justo donde no hay nada más. Directo al fuego.

Cuando su mano alcanza el objetivo su respiración se acelera y es él el que jadea ahora.

-¡Dios, Beatriz! Necesito tocarte ahora -afirma como leyéndome el pensamiento y yo sin ser capaz de negarle nada asiento positivamente mientras mi mano también lo está tocando.
-¿Puedo? -pregunto antes de bajarle el cierre del pantalón.
-Te estás tardando -gime al primer contacto, y eso que es solo con u bóxer.
De pronto, nuestra burbuja sexual se revienta cuando el auto que está detrás de nosotros toca la bocina como enajenado, pero a él parece no importarle mucho.
-Para… para -jadeo.
-Quiero verte a los ojos cuando acabes.
-¿¡Aquí!? -pregunto nerviosa, muy nerviosa, porque sé que no está hablando de chiste y automáticamente cierro las piernas, apartándole la mano de un manotazo, loca pero decente.

Mauricio bufa como un toro y solo para cabrear más al auto de atrás avanza a un kilómetro por hora.

-Un par de segundos más y lograba mi objetivo -murmulla molesto como un crío.
-Vamos a casa y te prometo que te cumplo ese y cualquier deseo -suelto, pero a penas termino al ver su cara me arrepiento-, bueno, así como cualquiera, cualquiera no…
-¿Cobardía?
-¡No!
-Entonces no seas niña y atente a las consecuencias -dice y ahora sí que apresura el auto.
-¿Con… consecuencias?
-Oh, sí. Te voy hacer acabar tantas veces que vas a suplicar por piedad.
-Mmm.
-Así me gusta, que no tengas nada que decir -habla con ese tonito tan suave como diciendo “yo no rompo un huevo”, cuando en realidad rompe la bandeja completa… ¡y de 30!
-Bueno, sí tengo algo que decir -comento cruzándome de piernas y me mira de reojo-, si tú -comienzo a desabrocharme un botón -me vas a hacer acabar a mí no sé cuántas veces, yo me veré en la obligación de hacer lo mismo… con las manos, con la boca, con mis…
-Te quieres callar -jadea tomando mi mano y llevándosela directo a su entrepiernas, que si antes estaba dura, ahora es un roca.
-Así vas a sufrir más -susurro friccionándolo.
-Pendeja caprichosa, ¡quieres tocarme ya! -me ordena cabreado y excitado a partes iguales y yo como soy muy, pero muy obediente, lo acaricio casi empuñando mi mano-. Por debajo… -me pide desesperado.

Le saco la camisa lo más rápido que puedo y al fin desabrocho su pantalón y meto la mano por debajo, su calor me sorprende, pero no tanto como la humedad que encuentro, si yo estaba a punto de tener un orgasmo por combustión, él estaba igual o peor.

-Eres una pésima influencia para mí. Esto es peligroso.
-Sólo no cierres los ojos -respondo acariciándolo de arriba abajo rítmicamente, ni tan rápido ni tan lento, tampoco quiero que choque, únicamente deseo darle placer-, en un par de cuadras llegamos a mi departamento.

Al fin llegamos, Mauricio deja el auto enfrente de un portón y cuando voy a regañarle su mirada me dice que calladita me veo más bonita. Entramos y por supuesto el conserje le hace un desprecio, don Hugo y él no se llevan bien.

Tiene correspondencia, señorita.

Me detengo y creo que a propósito el conserje me hace firmarle un recibido y luego con lentitud me entrega y me lee las tres cuentas que me da.

-Por la mierda, Beatriz -gruñe enajenado, tirando de mi mano, haciendo que casi se me caigan las cuentas-. Voy a matar a tu conserje.
-Por favor -susurro en su oído una vez dentro del ascensor apegándome a su cuello y mordisqueándole-, no puedes ser un asesino, yo no te voy a ir a dar la dominguera.
-¿Lo estás disfrutando verdad? -se queja apegándome todavía más. Agarrándome el culo más fuerte de lo que quisiera, pero no me quejo, estoy jugando con fuego y me quiero quemar, en realidad no, ¡me quiero achicharrar!

Y ya que estoy en modo ardiente me aprovecho de la lentitud de esta cajonera y viendo el morbo de la imagen que me dan los espejos comienzo a desabrocharle los botones de la camisa, todo sin dejar de susurrarle palabras de grueso calibre en su oído. Ya que el señorito me va a hacer pagar por mi valentía, ¡al menos espero ser digna guerrera en la batalla!

A tropezones y sin despegarnos salimos del ascensor, menos mal que ningún vecino está en los pasillos porque no sabría cómo mirarlos. Cuando le doy la espalda a Mauricio literalmente siento como me “puntea” mientras la llave también opone resistencia con la cerradura, aunque no sé si es culpa de mis manos o de la chapa.

Apenas ponemos el primer pie dentro, ni siquiera alcanzo a prender la luz cuando en vez de quitarse la ropa él comienza a quitármela a mí, no me desabrocha los botones, y antes de que me la rompa, porque estoy segura que será así, me la saco por la cabeza y me quito la falda quedando únicamente en sostenes frente a él, que durante una milésima de segundos me contempla. Y ahora soy yo la que lo ayuda en su tarea, luego me lanzo a su cuello como si fuera un vampiro, claro, y uno no tan contenido como Edward Cullen porque yo literalmente lo estoy mordiendo. Hasta que comienzo a bajar por su pecho lamiéndolo constantemente, es el mejor de los manjares para mí, incluso agarro entre mis dientes uno de sus pezones duros y erectos. Mauricio suelta un sonido gutural que lejos de asustarme me enciende todavía más… ¡como si eso fuera posible!

-No -me detiene tomándome por los hombros-, ¿Qué haces?
-Te dije que te haría acabar tantas veces como lo hicieras tú conmigo, y así es como quiero llegar a mi primer orgasmo -sonrío poniéndome de rodillas como si fuera a pagar una manda… ¡y qué manda!

Con esas palabras de advertencia termino de ponerme frente a mi pecado favorito y sin esperar más, voy directo a mi cometido y meto la punta de su miembro en mi boca, que poco a poco va entrando un poco más. Con mi mano ayudo la tarea como si fuera toda una experta ejerciendo la presión justa sobre la punta, haciéndolo gruñir de pura satisfacción.

-Me vas a matar… -jadea y cuando nuestros ojos se conectan, no dejo de mirarlo y cada vez que entro o que salgo sus pupilas se dilatan todavía más. Cuando hecha su cabeza hacia atrás, sé que estoy a punto de hacerlo perder la razón, incluso sus piernas han empezado a temblar, y las manos que ahora tiene en mi cabeza apuran el ritmo convirtiéndolo en una loca y frenética carrera por llegar al final.

-Me encanta -reconoce con los dientes apretados y la mandíbula tensa-, pero no aguanto más.

Con esas palabras, siento que me acabo de ganar el Kino y sin importarme la molestia en la mandíbula le doy las mejores y ultima embestidas con un ritmo rápido. Entierro mis uñas en sus glúteos para afirmarme mejor. Sólo existe mi boca y su pene, cuando siento el temblor inminente y su sabor en mi boca llenándome de placer, acompañado de un sonido que me lleva hasta la gloria.
-Mi vida… –escucho que me dice y yo pestañeo anonadada y en agradecimiento paso mi lengua por su punta húmeda y aún erecta-. Esa boca tuya me vuelve loco, y si continuas así voy a eyacular de nuevo, y soy un firme partidario de la retribución del placer.

Sin esperar más tiempo, me coge y a horcajadas sobre su cintura me lleva hasta la cama y me apresa contra el colchón. Su boca asalta la mía y la recorre con posesión, ni siquiera me quita el sostén cuando ataca mis pezones devorándomelos, dándome tanto placer que siento que voy a enloquecer.

-Ahora me toca a mí, y no voy a tener compasión de ti -sonríe con picardía-, he esperado pacientemente este minuto durante todo el día.
-¿De verdad? -digo agarrándolo para el pelo para que me mire.
-Sí, mi vida, es absolutamente verdad -ronronea.

Y ante ese apelativo tan cariñoso, me vuelco a besarlo, lo necesito tanto como él a mí y saberlo me da una satisfacción al alma, que es mucho más profunda que la carnal. Mauricio suspira y en respuesta al fervor del beso, sin ninguna contemplación, tal como me lo dijo, se introduce dentro de mí, tan lento que realmente es una tortura, y cuando intento apresurarlo con un movimiento de caderas, él con su mano en mi vientre me detiene.

-No así… -suplico en sus labios-, rápido.

El muy cabrón sabe lo que está provocando y como si fuera una inocente paloma pregunta:

-¿Quieres más rápido, mi vida?
-Sí, Mauri -me mofo, a ver si así reacciona, pero lo único que logro es que salga de mi interior.
-No juegues ahora, Beatriz. No en un momento como este.
-Por favor, por favor -ruego y no me importa parecer ni delirante ni una nena pequeña.
-Por favor ¿qué?

Toda la adrenalina que recorre mi cuerpo se aloja justo en mi clítoris hinchado esperando el contacto del más mínimo roce para explotar como fuegos artificiales. Y cuando estoy dispuesta a rogarle nuevamente, como leyéndome la mente, al fin vuelve al lugar de donde nunca debió salir. Una, dos, tres y vuelve a repetir con certeras y duras embestidas, que al rozarme con su pelvis, me hacen caer lentamente en un limbo y no únicamente de placer.

Cada vez siento que me penetra un poco más y sin siquiera un aviso previo comienza a arrasarme un orgasmo, que muy por el contrario a detenerse, continua cada vez más rápido.

-Ya…ya. -Nada, es como si le jadeara a un sordo, Mauricio no me escucha, y aun cuando llega al clímax junto conmigo no se detiene, pero aminora sus embestidas regalándome una tregua.

Mirándonos a los ojos y con un cariño infinito nos besamos suavemente, totalmente satisfechos de lo que acaba de ocurrir entre nosotros.

-Odio no poder besarte cuando quiera.
-Hoy te di un beso de los buenos días –sonrío para que deje de arrugar su frente tan bonita.
-Odio no poder tocar lo que es mío cuando se me da la gana -responde introduciéndose un poco más, y como mi amigo no está en todo su esplendor se resbala produciéndonos un ataque de risa a los dos.
-Eso te pasa por odiar tantas cosas a la vez. Pero aunque tú no lo creas, yo también lo odio. Incluso me encantaría poder almorzar contigo… así como lo hiciste hoy con María José.
-Yo te vi hoy abrazada con Fabián, ¿por qué?-quiere saber cambiándome el tema, ¡cómo lo voy conociendo ya señor Costabal¡
-Porque pensé que Carmen le había contado todo, me asusté, me puse nerviosa, por eso bajamos por un café.
-Ese tipo no me gusta.
-Por el amor de Dios, Mauricio, es que a ti nadie te gusta, y crees cosas que no son realidad -lo corto enérgica-, yo me llevo bien con todos mis compañeros, pero no por eso voy a pensar en ellos de otra manera, y por lo demás Fabián es el Canitrot de la oficina, su naturaleza es así.
-Por eso exactamente es que no me gusta, le sirve todo.
-De chincol a jote -suelto mirándolo fijamente.
-Así es -reafirma entre dientes y aunque suene primitivo, su gesto me agrada.
-Mauricio, deja de ver cosas donde no las hay, entre Fabián y yo no hay ni habrá nada.
-Prométemelo.
-Promesa de alita de boy scout -sonrío haciéndole el típico gesto con los dedos-. Y ya que estamos en esto, a mí me gustaría que tú no compartieras tanto con María José. -Y al decírselo se pone tenso, y eso sí que no me gusta, algo pasa y lo quiero saber ¡ya!-. No te quedes callado, dímelo. -Intento separarme pero me es imposible, estoy completamente atrapada. Me mira durante unos segundos y lo sé todo, porque si camina como pato, grazna como pato y nada como pato, es porque es pato.
-No puedo prometerte algo que no cumpliré.

Ahora la que se tensa por la respuesta soy yo.

-Escúchame tranquilamente y con la mente abierta, por favor.
-¡¿Qué?! Quieres que tenga la mente abierta -comienzo controlando mi tono histérico porque estoy segura de lo que vendrá, y ahora sí que las palabras de Fabián me cuadran, sobre todo las de “ser segundo plato”-, ¿me vas a decir que te la has follado?
-Sí -reconoce.
-¡Hijo de puta! -le suelto y con fuerza lo aparto, pero sólo logro quedar a su lado. Del hombre que me hacía vibrar y llegar al cielo, ya no queda nada, su gesto es adusto y su frente demasiado arrugada para mi gusto.
-Hemos follado algunas veces, pero de eso ya hace muchos años. Ahora sólo tenemos una buena comunicación y no existe nada entre nosotros, Beatriz. No mezclo las cosas. ¿Me entiendes?
-¿Entender? -me mofo y vuelvo a tirar de mi brazo, pero es imposible-, quieres que entienda que no mezclas nada, cuando justamente ahora estamos en pelotas los dos ¿y acabamos de follar como conejos? Qué es lo que no mezclas, Mauricio Costabal. ¡Porque no entiendo una puta palabra de lo que dices! No tengo la mente tan abierta.
-No me mezclo con mi familia, ¿me entiendes ahora?
-¡¿Qué…?! -Dios, ahora sí que no entiendo nada.
-María José es mi cuñada -me suelta y un balde acompañado de un escalofrío recorren mi cuerpo. Mauricio me toma con sus dos manos y me pone sobre su cuerpo, mi pelo cae sobre nuestros rostros haciendo una cortina, aislándonos del mundo-. Por medio de ella en la universidad conocí a Soledad. Por eso te dije que no nos podemos alejar.
-Dime que esto es una broma de muy mal gusto, por favor, por favor…

Él niega con la cabeza dos veces y mi frente se pega a la de él.

-¿Y ahora qué vamos a hacer?
-Lo mismo que estábamos haciendo hace unos minutos atrás. Yo estoy enamorado de ti y eso nada lo cambiará, solo necesito que tu confíes y te sientas segura a mi lado. ¿Eso es tan difícil?
-Claro que es difícil, me acabas de decir que la calienta José es hermana de la fina… de tu ex mujer -rectifico rápidamente, pero sé que Mauricio se dio cuenta porque levanta una ceja-, que te la follaste en la universidad y aunque tú me digas que ella no quiere nada contigo, sé que eso no es así, porque estoy segura de que ella no te ve como a un ex cuñado precisamente.
-Lo sé.
-¡Qué! ¿Cómo que lo sabes? No seas arrogante, Mauricio Costabal.
-No soy arrogante, María José me lo ha dicho, lo hemos conversado.
-Ay no -suspiro y no teatralmente-, ¿y qué más me falta por saber?, me dirás que tu madre la adora y tu hija la considera su segunda madre -él niega con la cabeza y aguantándose la risa. Sé que mi reacción es exagerada, pero la situación es a lo menos hilarante.
-Mi madre la adora, Sofía no.
-Ohhh… -digo por decir algo-. ¿Con eso debo sentirme agradecida, entonces?
-No, sólo debes sentirte agradecida porque yo te quiero a ti, porque yo estoy enamorado de ti y no me importa lo que piense ella o el resto. Tú solo déjame manejar esto a mí, y a mi modo.
-Esto es peor que una novela de las que me gusta leer a mí.
-¿Y no has escuchado que la ficción a veces supera la realidad? Tanto así que jamás imaginé que te tendría así, aquí entre mis brazos, sudada y desnuda.
-Oh, gracias por considerarme. Me siento halagada.
-Halagado me siento yo por tenerte aquí -me dice y me besa derribando de a poco mis barreras autoimpuestas, resquebrajándolas en cosa de segundos.
-Escúchame una cosa, Mauricio, me importa una mierda que sea la hermana de Soledad, y esto te lo digo bien en serio, te prohíbo, y sí, no me abras así los ojos, te prohíbo que interactúes con ella más allá de lo estrictamente profesional. ¿Me entiendes?

Como caballero afirma con la cabeza.

-Y para que te quede más claro aún, no más almuerzos de oficina, a eso me refiero específicamente, en lo familiar no me puedo meter ni te lo puedo negar porque no soy quien para hacerlo, pero en la oficina es diferente. ¿Estamos claros, Mauricio?
-¿O sino que? -quiere saber retándome a duelo.
-O sino nada, esto no es una amenaza, no seas infantil.
-Bueno, ahora que ya tenemos este punto aclarado, ¿podemos seguir en lo que estábamos?, sólo llevamos un orgasmo.
-Tú llevas dos -le digo besándolo en el momento en que Mauricio atrapa mis pezones y comienza a bajar hacia el sur, y sé exactamente a donde va.
Varios minutos después, realmente exhausta por alcanzar mi orgasmo número cuatro, jadeo con la respiración entrecortada y busco en el velador un colet para hacerme un moño.
-Me gusta tu pelo suelto y no ese…
-Ese moño de vieja culiada, ya lo sé, pero no sé por qué me muero de calor.
-Yo de hambre -comenta mirándome justo ahí.
-Olvídalo, te traigo algo de comer y de tomar -respondo poniéndome de pie para ir a la cocina. Lleno un vaso de agua, saco un pedazo de queso y justo cuando me estoy devolviendo a la habitación suena el citófono. Estoy segura que es don Hugo para decirme que Mauricio tiene que ir a correr el auto.
-Adivina para quien es -le informo a Mauricio cuando aparece desnudo por la cocina.
-Que llamen a la grúa, no pienso salir de aquí esta noche.
-¿Qué…qué dijiste?
-Lo que escuchaste, Sofía duerme en casa de mis padres.
-O sea… ¿tenemos toda la noche para nosotros dos?
-Ajá.
-¿Y vas a dormir conmigo?
-No sé si dormir, pero en teoría voy a pasar toda la noche contigo, a no ser que tú quieras otra cosa.

Feliz me lanzo a sus brazos y ambos caemos al sillón del salón abrazados, atacándonos las bocas, hasta que de pronto un aire helado siento en mi espalda junto con un grito horrorizado.

-¡Beatriz Andrade, que mierda haces con él y aquí! -chilla Francisca con la cara completamente congestionada, y no precisamente por lo que ha visto.
Mauricio la mira indignado entrecerrando los ojos y yo le hago un gesto para que no diga nada y se levante, en cambio lo único que hace es ponerse un cojín en su humanidad, pero no se mueve.
-¿Además de cabrón eres exhibicionista? -le suelta Fran sorbiéndose la nariz aun desde la puerta.
-¿Y tú no sabes tocar?
-Mauricio, por favor -le pido tendiéndole la mano, y peor que un crío lanza el cojín a los pies de Francisca y ella en respuesta lo patea de vuelta, ahora mi precioso cojín de diseño parece pelota de fútbol, así que antes de que uno de los dos haga un gol con destrozo incluido, lo cojo y lo dejo sobre la mesa, luego tiro de la mano de mi adolescente favorito y lo llevo a la habitación.
-¿Qué hace ella aquí? -es lo primero que me dice apenas llegamos a mi habitación.
-No sé -respondo pensando en que realmente los hombres a veces tienen sólo dos neuronas, una para pensar y la otra para…, bueno, ya se imaginarán para qué.
Rápidamente me pongo una camiseta y las bragas pero ante su cara de espanto me detengo.
-¿Que?
-¿Vas a salir así?
-Por Dios, voy al living y Fran me ha visto con menos que esto.
Vuelve a abrir los ojos, pero esta vez no me quedo, voy directo al living, y antes de llegar, siento los brazos de mi amiga rodeándome por el cuello.
-Chanchita… -le llamo cariñosamente, pocas veces en la vida me deja que le hable así-. ¿Qué pasa?
-Lo primero que quiero que sepas es que toqué, te llamé por citófono y como no respondiste pensé que no estabas y usé la llave de emergencias… y… -comienza a hipar.
-Eso no importa, dime que tienes que me estás preocupando.
-Roberto se va a casar con su ex -me suelta y zaz, se larga a llorar desconsolada en mi hombro.
-Roberto, ¿tu Roberto? -le pregunto solo para que me lo confirme-, pero ustedes no habían terminado hace tiempo, porque tú lo dejaste.
-¡Pero no para que corriera a los brazos de esa zorra aprovechadora! -se altera separándose de mí, abriendo el ventanal para tomar aire-. ¡Así no tenían que suceder las cosas!
-¿Cuándo estuviste con Roberto por última vez?-me atrevo a preguntarle a pesar de las consecuencias.
-Hoy en la mañana -susurra más bajo.
-¿Cómo que hoy? Si tú misma nos has dicho que todo se acabó y que lo odias con todo tu corazón…
-¡Mentira! -se sincera de una vez por todas y vuelve a llorar-, hemos ido y venido todo este tiempo.
-Pero nos dijiste…
-¡Todo lo que les dije era para creérmelo yo, yo que soy una mujer resulta, que lucha por los derechos de los demás, no soy capaz de respetarme y estoy con un desgraciado que lo único que ha hecho es cagarme desde el día uno! ¡A mí!
-Fran…
-¿Qué voy a hacer ahora?, dime -llora en mi hombro-, se va a casar, y ahora sí que lo voy a perder de verdad, Bea.
-Por lo pronto, calmarte, voy a llamar a las chicas y en media hora estaremos todas comiendo helado.
-¿No podríamos emborracharnos y perder la conciencia para olvidar?
Niego con la cabeza, le doy un beso, la dejo sentada y camino lentamente a donde sé que voy a tener un problema monumental, pero las amigas son las amigas, por mucho que el hombre de mis sueños y de mis pesadillas esté esperándome.

Mauricio está encima de la cama totalmente desnudo con esa sonrisa ladina y un brazo atrás de su cuello.

-¿Ya se fue la feminazi?
-No le digas así -lo regaño con cariño y me siento a su lado para tomar aire.
-¿Y cuánto más se va a quedar? -pregunta mirando la hora.
-Escúchame, así como tú me pides que tenga la mente abierta -comienzo utilizando sus mismas palabras-, yo te pido que hagas lo mismo, por eso…
-Olvídalo -me corta enérgicamente-, no es miércoles, ¡no es día de tus amigas! ¡Es mío! Mío, Beatriz.
-Mauricio, entiéndeme -murmuro tratando de que entienda, aunque me encanta el gesto y la posesividad de sus palabras, no puedo.
-No, no voy ni quiero entenderte, así de simple, así que elige, ella o yo.
-¿De verdad me lo estás preguntando?-lo interrogo totalmente incrédula.
-Elige -repite poniéndose de pie.
-Mauricio…, por favor.
-Perfecto, veo que ya tomaste una decisión -me mira furioso y yo asiento lentamente.

En cosa de segundos y como si nada, va al living y trae su ropa, se la pone y una vez que está listo me vuelve a mirar y sin decirme nada camina hacia la puerta.

-Mauricio, no te vayas así.
-Señorita Andrade -espeta con esa mirada que odio, siendo el cabrón de siempre-. Espero que pase una buena noche, porque la mía así lo será.
Abro los ojos como plato, pero no pienso darle en el gusto discutiéndole algo que sé que no hará, ¿o sí?

Justo antes de salir, sin compasión alguna, mira a Francisca que está hecha un ovillo en el sillón, pero no por eso ella no le devuelve una mirada con rabia. Son como dos titanes retándose, y eso no me gusta nada, y justo cuando creo que se va, Fran le suelta:

-Cierra bien la puerta, aquí no te necesita nadie.
-Claramente a ti tampoco -bufa con esa maldita sonrisa-, y no es difícil adivinar por qué –concluye dando un portazo, dejándonos a las dos con ganas de responder.

Y ahora si qué sé que voy a tener muchos problemas… ¡Y por partida doble!

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