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Pedro Labrín, párroco de Los Nogales: “La madre es la única que logra tener cierta influencia sobre el hijo que trafica” Destacado

Pedro Labrín, párroco de Los Nogales: “La madre es la única que logra tener cierta influencia sobre el hijo que trafica”

El sacerdote nos habla del dolor y la desesperación de las mujeres que viven en la Población Los Nogales al ver a sus hijos y nietos sumidos en la droga y encarando a la muerte


“Como párroco, una de mis mayores impotencias es escuchar a las madres en el velorio de sus hijos. Oírlas relatar el proceso de una muerte que partió hace muchos años con la primera caída, los pequeños robos, la adicción declarada, la pérdida de dignidad moral, los delitos violentos hasta culminar en el perecimiento físico, que las tiene llorando al lado del ataúd”, relata el sacerdote jesuita Pedro Labrín (52), párroco de la Santa Cruz, en la población Los Nogales de la comuna de Estación Central.

Vive desde hace 10 años en este barrio, fundado en 1947 por 90 familias venidas de la población Lautaro, de la antigua comuna de Barrancas (hoy Pudahuel, Lo Prado y Cerro Navia). Se dice que Los Nogales fue la primera “población callampa”, construida bajo el consentimiento del Estado, durante el gobierno de Gabriel González Videla, pero también se sostiene que fue la primera “toma” ilegal de terreno en Chile.

En lo que no hay discrepancia es que en el barrio vivió desde los 12 años el cantautor Víctor Jara, todo un símbolo de la lucha que darían los vecinos durante los años de la dictadura. Pero esa épica y ese combate político, por los ‘80 se empezó a convertir en batalla contra las drogas. “He visto la transformación desde la llegada del neoprén. Esos fueron tiempos de pobreza y hambre extrema en las poblaciones. Entonces sólo los hippies más intelectuales fumaban marihuana. Hoy los consumos se han diversificado y profundizado. El tremendo poder de lo que se vende hoy, se exhibe y está presente en todos lados”.
Sobre todo a la hora de la muerte.

“Padre, si no me ayuda a hacer algo, voy a matar a mi hijo. Ya no lo puedo soportar”, le dicen las madres desesperadas. Y él entiende ese clamor no como un deseo homicida, sino como una expresión del desgarro que provoca la espina de la droga. “Son madres agredidas por sus hijos; que no tienen la plata del arriendo porque se la sacaron en la madrugada; que vieron pasar a su hijo de consumidor a vendedor y de vendedor a muerto. Que terminan siendo apoyadas en su dolor por los mismos que asesinaron a sus hijos. Ellos pagan el funeral, les pasan algo de plata mensualmente después y ellas la aceptan, en un círculo tan apretado de dependencia humana que estremece”.

-¿Cómo se llega a esa dependencia tan tóxica?

-La capacidad de infiltración del narco es enorme; entra como la crema en tu piel o el bálsamo en tu pelo. Hace que se confunda el límite entre bien y mal. El que vende es buen cabro, es tu ahijado. O la que inició a tu hijo en el negocio era presidenta del centro de padres, una señora buena gente. Finalmente… son los tuyos.
A las madres les cuesta entender a sus hijos como víctimas y viven sus muertes como ignominiosas, hace notar el sacerdote. “Son algo que no se puede comentar, sobre lo que es mejor que nadie pregunte, porque en torno a todo lo sucedido se instala un silencio protector hacia los victimarios”.
Aunque lo que está sucediendo en los barrios más desamparados de Chile no es una serie de Netflix, sino la realidad pura y dura, Pedro Labrín, por su experiencia, relata situaciones que parecen salidas de “Narcos” o de ”El patrón del mal”. Cuenta:

-A propósito de los velorios, después de muertes violentas por cobradas de cuentas entre bandas rivales, me ha tocado vivir situaciones insólitas, como acercarme al ataúd del muerto, un hombre joven y poderoso, al que le volaron la cara a balazos, y ver en la ventana del cajón una mano plástica, de esas donde exhiben los anillos en las joyerías, luciendo un aparatoso Rolex de oro. Era un montaje desafiante. La exaltación del choro, después incluso de su muerte. Recuerdo otro velorio. Se trataba de un hombre más viejo, que ni siquiera era al que querían asesinar, sino un familiar. Una estupidez, propia de este delirio. Cuando llegué a la casa donde lo estaban velando, sonaba a todo volumen Bamboleo de los Gipsy King y había una verdadera horda en torno al cajón, bailando, tomando y jalando. El vidrio del cajón estaba blanco de cocaína, y de ahí aspiraban, locos, exaltados, en un ritual telúrico, medio ancestral, mientras, afuera de ese círculo, en una esquina, había una mujer sola, aturdida por el dolor, llorando a su marido.

-¿Cómo reaccionaron al verte?

-Cuando entré, se hizo el silencio, se paró la música. Quedó en evidencia todo el descalabro, toda la locura. Me acerqué a la viuda, le di el pésame y le dije que volvería en una hora para orar juntos. Cuando volví, ya no estaban, sólo había familiares.
Labrín destaca el rol de la madre. “Ella es la única que logra tener cierta influencia sobre el hijo que trafica. A Pablo Walker, capellán del Hogar de Cristo, una vez le robaron la bicicleta en el barrio y por la noche llegaron dos hermanos, cabros jóvenes, bien patos malos, mandados por su mamá, pidiéndole disculpas ‘porque no sabíamos que era curita, padre’. Esa es la investidura de la madre. Ella es la música de fondo que inspira las acciones del narco, de sus ‘soldados’, cuyas historias están marcadas por el abandono y la inexistencia del padre. Desde niños, cultivan el sueño de gratificar a la madre esforzada, que ha sufrido y se la ha jugado por ellos, compensarla con grandes plasmas, casas pavimentadas, ropa, mucha comida”.
En esto de la plata, un dato que llama la atención es “el boom inmobiliario” del barrio. “Las casas viejas, las que eran fruto de la autoconstrucción, se han ido vendiendo y en los pequeños terrenos se están levantando unas verdaderas arcas de Noé, de tres pisos y construcción sólida. Por dentro tienen una estructura arquitectónica carcelaria: piezas pequeñas que parecen celdas y escalas interiores de fierro. El negocio es arrendárselas a los migrantes que copan este barrio a precios de usura: 200 mil pesos mensuales por una piececita mínima. Ganan tres o cuatro millones de pesos por mes, pero no sabemos quiénes son los dueños. Conocemos a los administradores que viven ahí mismo, igual de mal que el resto”. El cura se pregunta: “¿De dónde viene ese dinero para comprar, construir y habilitar esas construcciones? ¿Quién sostiene ese boom inmobiliario que establece condiciones brutales de hacinamiento?”. Y se responde: “Es dinero del narcotráfico, pero nadie mete mano e investiga ahí”.

-¿Qué rol juegan los migrantes haitianos, que son mayoría en estos sectores, en este escenario dominado por el narco?

-Al migrante este barrio le conviene este barrio por su cercanía con el centro. Al migrante le interesa trabajar honradamente, viene huyendo de la violencia y del delito; no quiere más de eso, pero yo temo por sus hijos. Esos niños van a criarse en ambientes muy riesgosos, donde no sé si sus padres vayan a ser capaces de protegerlos.

-¿Qué pasa con las policías, con las autoridades, con el gobierno municipal?

-La capacidad de corromper al Estado, a las distintas autoridades, es el mayor triunfo del narco. El Estado está en crisis. La policía no genera confianza. Los delitos no se denuncian porque es inútil. Una protección más eficiente es la que te ofrece el “soldado” de la esquina, el que controla el territorio. El mayor negocio para el narco es que La Legua esté concentrando la histeria de los discursos políticos que apelan a la militarización del territorio, descuidando a otros lados donde la cosa igual apesta. Los vecinos de La Legua están pagando un precio muy injusto en todo esto.

-¿Importa para estos efectos quién salga electo presidente?

-Me parece que es en las elecciones municipales donde esto se juega en serio y está presente de forma más concreta. No es un tema del presidente o presidenta de la República, tiene mucho más que ver con esa vieja expresión que está en desuso: tejido social. Está relacionado con las redes comunitarias, con la revalorización de la vida de barrio, con alejarnos de la cultura del padrino. Me parece que los concejales de las comunas gastan mucho tiempo regalando tortas, cortando cintas, poniéndose con las botellas de espumante y las salchichas para la completada, y que hay poca conciencia de que su rol es fiscalizar. Aunque no se puede generalizar ni ser políticamente incorrecto, creo que confundir el servicio público con ese tipo de clientelismo, que consagra a los padrinos, hace mucho daño.

-A los curas también los tientan, contó Pablo Walker en Las Últimas Noticias: “En la población te distraes y te ofrecen ‘auspiciarte’ el bingo, el campeonato de fútbol o la caja de mercadería con platas que están mojadas con lágrimas de niños”. ¿Es así?

-Por supuesto y no hay que caer en esa tentación y trabajar por recuperar el tejido social. Por abrir los espacios comunitarios. Abrir la parroquia es clave, en términos prácticos, pero también simbólicos. Todos aquí saben que la Parroquia Las Cruces es un espacio seguro donde el maltrato no es norma.
Y el narco no entra.

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