Publicidad
Capítulo 15: «No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!» Historias de sábanas

Capítulo 15: «No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!»

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
Ver Más


Al cerrar la puerta me planto frente a mi amiga que de mártir en este momento no tiene nada y poniéndome las manos en la cintura le suelto:

-¿Era necesario, Fran?

-Bah… -me dice mirando hacia otro lado- . Me gusta más verlo en tono cabrón que todo sumiso.

-Me estás… -se me queda la palabra atascada porque no creo lo que escucho.

-¡No! Ya, te lo dije, ¿qué? ¿Quieres que te mienta? ¿Qué tiene que hacer ese hijo de puta aquí? ¡Dime!

Mi cabeza se mueve lentamente porque juro por todos los santos que no quiero creer lo que estoy escuchando, no de mi amiga, no de Fran y como soy idiota con cautela le pregunto:

-¿Me estás hablando en serio?

-No bromearía con un tema como este.

-¡Es que no lo puedo creer! -chillo un poco más fuerte-, ¡juro que no lo creo! ¿Me estás diciendo que te molesta verme con Costabal? ¿Cuándo tú sabes todo lo que ha pasado entre nosotros?

-Ese hdp no te conviene- comenta con displicencia y juro que mi nivel de tolerancia está a su máximo nivel.

-¿Qué no me conviene? ¡Qué no me conviene! ¡Tú eres mi amiga! Se supone que las amigas se apoyan, ¡para eso estamos! -grito-. ¡Y se supone que nos contamos todo! -digo esto último sabiendo que le molestará.

-Bueno, claramente no nos contamos todo, sino yo jamás hubiera venido hoy a…interrumpirte -me dice sonriendo sin luz, y sé que solo se está blindando, y a veces, solo a veces tengo más inteligencia emocional, aunque espero que pronto llegue Claudia y nos ilumine a ambas, porque en este momento quiero matarla…y de verdad.

Y como si el universo me escuchara tocan el citofono y con eso sé que ha llegado la caballería.

Ambas nos miramos retándonos con la mirada y caminando como en cámara lenta voy hacia la puerta dejándola abierta para que las chicas entren. Cinco minutos después Claudia junto a Paula aparecen y sin siquiera tener que decirles algo abrazan a Francisca, y al ver que no me acerco es Claudia la que me interroga.

-¿Qué sucede aquí, entre ustedes dos? -señala moviendo su dedo perfectamente esmaltado.

-Sucede -toma aire Fran y con eso sé que aún está en sus cinco-, que lo primero que veo cuando llego es a esa tirando con el hdp en el sofá.

Paula levanta las cejas en forma divertida, en cambio Claudia toma su tiempo para hablar, pero antes de que lo haga soy yo la que me adelanto.

-Sí -afirmó con la frente bien en alto-, estaba con Mauricio.

-¡Se los dije! -berrea apuntándome, cuan niña chica que no es.

-¿Tu jefe estuvo aquí? -pregunta Claudia.

-Sí, hasta hace un rato estuvo conmigo, ¿algún problema?

-¡Claro que hay un problema! -salta Francisca y ahora sí que mi paciencia se agota.

-Mira, Francisca -la detengo enérgica-, aquí yo no soy el problema porque estoy en mi casa, y da la casualidad que me encontraste con Mauricio, que para tu información es el hombre con quien tengo una relación, la cual, todas ustedes -digo apuntándolas-, ¡ya sabían! El tema aquí no soy yo, ¡sino qué tú! Y cómo yo no soy una desgraciada como otra no te voy a acribillar por no habernos contado que aún estabas con Roberto, sino que te voy a prestar el hombro para que nos cuentes cómo te sientes.

-Tiene razón, Bea -acota Paula sentándose a mi lado-, esta es su casa y por lo demás no ha cometido ningún crimen.

-Es cierto -afirma Claudia sentándose a su lado, cogiéndole las manos porque aunque es casi imperceptible, mi amiga está temblando-, ahora, Fran, cuéntanos qué pasó.

-Estoy enamorada de Roberto -murmura bajito mirando el suelo, por un minuto estoy tentada en preguntarle qué dijo, pero aún tengo alma y me quedo callada para seguir escuchándola-, nunca ha sido diferente, y cuando terminamos continuamos viéndonos, pero al parecer él ya no siente lo mismo por mí.

-Fuiste muy dura con él -acota Paula, ya sé para dónde va, y estoy segura que a Fran no le gustará-, tú no te quisiste ir a vivir con él, no quisiste dar el siguiente paso y terminaste la relación.

-¡Pero no para que se fuera con su ex! -se desespera y es Claudia la que la calma-, ¿cómo pudo hacerme una cosa así?, ¡a mí!

-Porque tú lo dejaste -repito las mismas palabras de Paula-, jugaste con fuego y te quemaste, querías probarte a ti misma que no necesitabas de nadie para ser feliz, te enamoraste y huiste.

-Sí -dice Claudia-, lo tenías todo en ese momento, eras feliz, pero te aterraste, de un día para otro decidiste quedarte sola, eso, chanchita, es lo que te pasó y claro, Roberto superó la etapa, en cambio tu…

-Yo no la superé… ¡y ahora me voy a quedar sola por idiota!

-No te quedarás sola -revela Paula-, nos tienes a nosotras.

-Claro, aquí estaremos -manifiesto seria-, siempre y cuando seas sincera contigo y con nosotras, porque si nosotras nos unimos a tu causa, es justo que sepamos por qué luchamos.

-Es verdad, ¿por qué nos nos contaste nada? -susurra Claudia.

-Para qué -se encoge de hombros.

-¿Para que te aconsejáramos ponte tú?, porque somos amigas, por qué si sabes qué significa eso, ¿verdad?

-Bea -habla Paula en modo conciliadora-, te estás pasando.

-No, Pau, ¿sabes qué me sucede realmente? No me molesta haberme perdido la primera noche completa que iba a pasar con Mauricio por quedarme con ustedes, juro por Dios que no es eso, pero sí me molesta que Francisca, doña perfecta, nos critique a todas cuando nos equivocamos, y que además se quite la rabia culpándome a mí.

Nadie dice nada, un silencio se produce en el living y como no puedo soportarlo ni ser cinica les digo que voy a la cocina a preparar café, creo que nos quedan al menos un par de horas conversando, arreglando nuestro mundo. Cuando estoy con los ojos cerrados apoyando la cabeza en el mueble siento que alguien entra y posa su mano en mi hombro, no me muevo, tengo claro quién es.

-Tú sabes cómo es Francisca, no te enojes con ella, es así.

-Claudia -suspiro-, no me enojo, me duele que es peor, ¿por qué no solo puede estar feliz por mí? No le pido que salte ni que me dé una medalla, pero reaccionar así es injusto.

-¿Y qué va a pasar cuando Costabal trapee el piso contigo? -pregunta Francisca entrando de improviso-, ¿me meto la medalla por el culo?

Lentamente me giro con una sonrisa sarcástica y le suelto:

-Qué es lo que realmente te preocupa, Francisca, ¿qué te tengas que meter la medalla por el culo, o verla colgada de mi cuello?

-No sabes dónde te estás metiendo. Y por caliente te vas a cagar la vida.

-Prefiero cargármela por caliente que por cobarde -escupo mirándola directo a los ojos, ninguna de las dos quiere rendirse y si no es por Claudia que se lleva a Francisca estoy segura que habríamos seguido así por mucho tiempo más.

En el living del departamento a penas cruzamos palabras, yo escucho atentamente todo lo que cuenta y no puedo negar que muero de ganas de abrazarla, está sufriendo, pero me quedo en mi lado y veo como mis amigas lo hacen por mí. Después de dos cafés, una cassata y media de helado de chocolate y varios centímetros cúbicos de lágrimas las chicas se van a sus casas. Son casi las cuatro de la mañana y yo estoy aquí sentada sola mirando el techo. Varios minutos pasan hasta que el timbre suena.

« ¿Qué quieren las chicas ahora?» pienso en tanto me apresuro para que dejen de tocar, pero al abrir la puerta me quedo petrificada.

-¿Puedo pasar?

La voz de un cansado Mauricio suena por todo el rededor, mis ojos se abren como dos faroles encendidos.

-No quiero volver a cometer errores por ser orgulloso, ya lo hice una vez y casi me muero -suplica-, por favor déjame pasar esta noche contigo.

Estoy absolutamente confundida porque Mauricio Costabal acaba de suplicarme algo a mí y porque supongo que ha esperado todo este tiempo a que las chicas se marchen.

Obligo a mi cuerpo hacerse a un lado y dejarlo entrar.

-¿Qué estás haciendo aquí? -la respuesta es bastante obvia pero necesito escucharla de él. Mauricio da un paso hacia adelante mirando a todos lados como si fuera la primera vez que entra.

-Discúlpame por lo de antes, aunque no por eso estoy de acuerdo con lo que hizo tu amiga, ¿no sabe tocar? -Su mano toca la mía y es él quien me guía hasta el sillón.

-No te fuiste…

-Me quedé en el auto hasta que vi salir a tus amigas, no hay otro lado donde quiera estar.

-¡Ay, Mauricio!

-¿Quieres que me quede esta noche contigo?

Sin responderle nada porque las palabras están atascadas en mi garganta apoyo la cabeza en su pecho y siento como su corazón late fuertemente, cosa que para mí es como si fuera la más hermosa de las melodías.

-Sé que no estuvo bien lo que le dije a Francisca.

-Ella tampoco actuó de lo mejor -admito porque la verdad es que estuvo pésimo-, no hablemos de ella, solo…abrázame fuerte.

Mauricio sonríe, su rostro se ilumina de alegría y excitación, en tanto yo me estremezco entre sus brazos.

-¿Quieres ir a dormir?

-¿Tú quieres ir a dormir? -le respondo con una contra pregunta levantando una ceja.

Ahora sí que su risa suena por todo el rededor y es un beso de esos que me gustan tanto el que me abre un abanico de posibilidades haciendo que me olvide del mundo, permitiéndome solo sentirlo a él, hasta que de pronto muerde mi labio inferior con tantas ganas que gimo en su boca, prisionera de un placer punzante que me atrapa inesperadamente. Lejos de pedir un perdón sus manos comienzan a actuar sin vergüenza como si todo lo que tocaran les pertenecieran, y en cierto modo…así es, ya que mis bragas en cosa de segundos se humedecen y mis pezones se endurecen.

Al llegar la mañana, como todos los días el despertador comienza a sonar a las seis cuarenta y cinco, y cuando voy a apagarlo me doy cuenta que no me puedo mover, tengo una mano y una pierna por encima de mi cuerpo, lo primero que se me escapa es una sonrisa y un suspiro del alma. ¿Cuándo iba a imaginar que amanecería con Mauricio Costabal? ¡Nunca!

Con un poco de timidez me giro para mirarlo y despacio me acerco a su boca con dulzura cubriéndolo de pequeños besos para que despierte, hasta que el diablo lo hace en su lugar introduciendo su lengua. Su boca ardiente contra la mía empieza a explorar impaciente en tanto nos vamos sumergiendo un poco más.

Me rodea con las manos acariciándome la espalda, atrayéndome todavía un poco más. El roce de sus dedos me hace temblar de excitación, todo mi cuerpo vibra en tanto mis terminaciones nerviosas se revolucionan al contacto con su cuerpo.

Nos besamos por un buen rato, absorbiendo el aliento del otro, provocándonos, jugando hasta que nuevamente el despertador suena y con eso sé que ahora sí que estamos muy atrasados.

-Mauricio…

Nada en respuesta, solo un gruñido posesivo que me indica que no quiere que me mueva, pero la parte responsable aflora desde mi interior.

-Vamos a llegar tarde.

Otro gruñido, pero esta vez acompañado de una mano que acerca mi boca a la suya haciéndome alucinar en todos los colores de la rosa cromática poniendo énfasis en los tonos rojos.

-Mau…

-No hables -me ordena y es todo lo que puedo decir porque ahora sí que ya estoy perdida. Y así como si el tiempo no nos apremiara se introduce lentamente haciéndome vibrar.

Exactamente quince minutos después ambos apurados corríamos por la habitación, en realidad un poco más yo que Mauricio, ya que él se ha dedicado la mayor parte del tiempo a mirarme, y aunque estoy tentada en decirle alguna pesadez me contengo, todo lo que ha pasado ha sido hermoso.

Sin siquiera un café en el cuerpo, y muy muy atrasados salimos de mi departamento. Durante todo el trayecto nuestras manos están unidas y yo juro que me siento en la gloria, pero cuando ya quedan pocas cuadras me tenso.

-¿Podrías dejarme por acá? -y como si ahora fuera la niña del exorcista Mauricio se gira rompiendo toda la magia que teníamos-, es…es para que no nos vean llegar juntos.

Y así, sin avisarme detiene el auto, y esta vez agradezco estar con el cinturón puesto porque si no estoy segura de que hubiera llegado hasta el parabrisas.

Me aguanto el improperio que tengo ganas de decirle y con toda la calma del mundo me bajo sin siquiera mirarlo, a los pocos segundos él acelera el auto mostrando esa superioridad que tanto le gusta.

Media cuadra después Fabián me coge por sorpresa comprando dos café para llevar.

-¿Ese café es para tu jefe? -me pregunta así, de rompe y raja sin anestesia.

Trago saliva y poniendo en cosa de segundos mi mejor cara respondo:

-¡Estás loco! ¿Por qué sería para el señor Costabal?

-Porque te acabo de ver bajándote de su auto -inquiere levantando una ceja.

-¡Vengo del metro! -miento como Pinocho-, creo que debes usar gafas con aumento.

-No soy ciego.

-Pues ahora lo has sido -comentó y comenzamos a caminar demasiado juntos para mi gusto, siempre hemos tenido afinidad, pero la mano en mi cintura no es necesaria, aunque en este momento me lo tengo que aguantar.

-Bea,… ¿sabes que en mi puedes confiar, verdad?

-Por Dios, Fabián, qué dices, ¿cómo se te ocurre pensar que entre Mauricio y yo hay algo? -le suelto sin ser consiente de que ya estamos esperando el ascensor y varios de mis compañeros me escuchan.

-¿Mauricio? ¡Cuánta familiaridad!

-¿Y qué quieres que te diga? -respondo más bajito solo para él-. Si me estás diciendo una estupidez del porte del cerro Santa Lucia.

Justo cuando me va a responder las puertas se abren y somos abducidos como corderos al matadero hasta el último rincón, y es ahí cuando la cercanía de Fabián me molesta, él se pone frente a mi aprisionándome contra la pared, su mano pone una hebra de pelo detrás de mi oreja y por primera vez siento no llevar el moño de vieja…de mierda que tanto odia el señor Costabal.

-Escúchame, Beatriz -me calla poniéndome un dedo en la boca-, no hagas cosas de grandes que después te puedes arrepentir.

-¿Pero qué estás diciendo?

Maldición, nos detenemos en el segundo piso y entra más gente aún, ¡¿que nadie sabe usar las escaleras?!

-El tipo es un cabrón, eso lo sé yo y todo el mundo aquí.

-Escúchame una cosita, Fabián, ante todo jamás te he dado la confianza para que me hables así, y para que te quedes tranquilo, entre el señor Costabal –recalco ganándome un Oscar, un Grammy y los globos de oro-, entre ese hombre y yo no hay ni habrá nada, ¡somos completamente diferentes!

-Lo único que quiero que entiendas -me explica tomando mi rostro con sus dos manos. Demasiado serio para mi gusto, ni rastro del “Canitrot” de siempre-, es que no te ilusiones con un hombre que solo es un buen envase por fuera…

-Fabián -suspiro y hago lo mismo que él está haciendo conmigo-, de verdad no te preocupes, y para que lo sepas, este café -digo enseñándoselo-, es para Raúl que todos los días me trae un queque hecho por su señora, ya era hora de retribuirle con algo, ¿o no?

-Eso espero, Beita -concluye poniendo su frente sobre la mía en una conciliación honesta y sin mala intención, al menos por parte de él, porque yo solo le he mentido.

Hasta que de pronto siento como se despega un tanto desorientado y la última voz que quería escuchar retumba en esta caja de metal rodeada de espejos.

-¿Qué crees que estás haciendo, Fabián Cabrera?

-Lo que ha visto, señorita María José, ¿o necesita que se lo explique?

-¡No! No es… -intento aclarar las cosas, pero esa mirada fría e hiriente me detienen.

-Dentro de esta empresa está prohibido tener relaciones, ¡lo dice el reglamento! -le grita con furia a Fabián y agradezco que las dos personas que quedan no son de nuestra empresa, sino que de otra oficina de turismo dos pisos más arriba que la nuestra.

-¿Usted lo tiene claro, jefa?

-¡Esto no se va a quedar así!

Aprovechando que el ascensor se detiene y aprovechando que ellos dos están en una acalorada discusión salgo sin ser vista.

Con el corazón acelerado decido irme por las escaleras, y espero que Fabián logre apaciguar a calienta José, porque si no, no solo él tendrá problemas, y esta vez sí que soy inocente de todo cargo.

A penas cierro la puerta de las escaleras de servicio me topo con Mauricio que me mira extrañado, pero sin perder su estilo al ver que nos miran responde:

-Levántese más temprano si va a utilizar las escaleras -y mirando su reloj agrega-: llega cinco minutos tarde, los mismos que recuperará de la hora del almuerzo. ¿Le queda claro, señorita Andrade?

Mis compañeros están alucinando con el espectáculo, y como hace cinco minutos me convertí en actriz, decido volver a mi reciente rol adquirido y responder:

-Sí, señor Costabal.

Con eso y con una sonrisa de suficiencia camina hacia el escritorio de Carmen, recibe unos papeles y da un portazo muy al estilo Costabal.

Raúl es el primero en acercarse y aprovecho para entregarle el café que no era para él, por supuesto feliz lo recibe, y antes de que me abrace camino directo a mi puesto para empezar a trabajar.

Al medio día recibo un llamado de Fabián para informarme que todo está bien, que me quede tranquila, que todo está arreglado, y con eso al fin el alma me vuelve al cuerpo.

Miro el wasap de “Las Brujas” todavía no he saludado, pero no soy la única, Francisca tampoco, eso quiere decir que aún está enojada.

Al dar la una, todos mis compañeros salen a almorzar, y yo como si estuviera en el colegio castigada por la profesora me quedo sentada esperando que pase el tiempo de mi castigo.

Cuando me levanto en vez de ir al ascensor decido hacerlo por las escaleras, no tengo ninguna gana de encontrarme con calienta José, y si algo tengo claro, es que esta caja escala solo se usa cuando la modernidad se ha echado a perder, ¡por eso tanto sobre peso en Chile!

Justo cuando estoy abriendo la puerta presurizada escucho:

-¿A dónde cree que va, señorita Andrade?

Miro alrededor y no hay nadie, pero dispuesta a seguir con este jueguecito respondo:

-Recuperé el tiempo que me dijo, señor Costabal, ahora si no le importa y no tiene nada más que decirme, me voy a comer.

Dicho esto lo miro con una sonrisa pícara y los ojos chispeantes, y acto seguido entro a la caja escala. En cosa de segundos siento que él también entra, no bajamos ni un piso cuando sus manos atrapan mi cintura por la espalda produciéndome un gran escalofrió que me hace temblar.

-¿O sea que usted diría que su jefe es un cabrón, señorita Andrade?

-Mejor dicho imposible, señor Costabal -sonrío-, pero es un cabrón con suerte.

-¿Ah sí? -comenta apegándose completamente a mi espalda y yo ya puedo sentir algo más que su respiración-, y por qué sería un cabrón con suerte, si se puede saber -ronronea como el diablo seguro de sí mismo que es.

-Porque aceleró a dos metros del semáforo en rojo, atravesó la calle sin mirar, ¿y…me vas a creer que es un obsesivo con las leyes de tránsito?-me mofo al final.

-Beatriz -ruje mordiéndome el lóbulo de la oreja.

-Te pasaste la roja, fuiste un irresponsa… –antes de poder terminar me gira con brusquedad y me mira anonadado.

-¿Te preocupas por mí?

Su pregunta me deja marcando ocupado por unos segundos, ¡este hombre realmente es tonto! Me empino más hacia adelante y mis manos se posan detrás de su nuca, en respuesta a eso los dedos de una mano se enmarañan en mi pelo, ¡y ahora si agradezco no llevar el famoso moñito! En tanto la otra comienza a recorrer mi muslo lentamente, tal cual como las torturas que a él le gusta ejercer y a las que a mí me gusta someterme.

-¿Quiere que le diga cómo me preocupo de usted y de sus necesidades, señor Costabal? -pregunto tocándole el bulto que sobresale de su pantalón-. Y para que vea que además de ocuparme de sus necesidades también escucho lo que dice, siga subiendo su mano…

-Ligas -me corta cuando descubre lo que me he puesto hoy-. ¿Te está esperando alguien para ir a almorzar? –me pregunta refiriéndose a Raúl.

-Nadie.

-Perfecto, entonces creo que me voy a quedar aquí -anuncia llegando hasta mis bragas ya húmedas-, un poco más.

-No tengo ninguna objeción, señor Costabal, me lo estoy pasando de maravilla, eso claro siempre y cuando mi jefe después me de cinco minuto para bajar a comprar algo porque si no me voy a morir de hambre durante la tarde.

Claramente mi “Mauri” ya no me está escuchando, su mano hurga en el sur y la otra por la cordillera que solo tiene dos cerros normales haciendo que mi mente ya empiece a volar.

-¿Cuánto tiempo tenemos antes de que todos vuelvan a almorzar?-me pregunta, y aunque estoy tentada en decirle que cuarenta y cinco minutos como todos los cristianos y aprovechar de quejarme por el poco tiempo ya que él como gerente se toma hora y media me arrepiento y decido olvidarlo centrándome en este momento.

-Media hora como mucho.

Ante esa respuesta sus dedos se cuelan bajo mi ropa interior adueñándose de todo. Me rodea la cintura y con cuidado levanta mi pierna derecha mientras yo bajo las manos para liberar lo que a continuación me hará muy feliz mientras nuestras lenguas juegan a su propio y frenético compás.

En este momento no existe nadie más que él y yo tocándonos con pasión, escuchando apenas nuestros gemidos ahogados que rezan por ser oídos. Sus caderas se acoplan perfectamente y gracias a mis tacos quedo a la altura perfecta para ser asaltada de la mejor manera que puede existir. A pesar de la posición la primera embestida llega asertivamente y mi grito es acallado por su boca que se bebe cada uno de las estocadas siguientes mientras mi pecho choca con el suyo. Y mi mente reclama cada sentimiento que Mauricio me pueda entregar.

-Necesito todo de ti -le suelto desde lo más profundo de mi corazón al momento que un orgasmo arrasador comienza a invadirme mientras mis piernas apenas son capaces de afirmarme. Y como si fueran luciérnagas ante mi aparecen palabras de amor que siempre me sorprenden cuando vienen de Mauricio Costabal, mi mente no sabe cómo procesarlas, y como no lo sé, en vez de responderle con palabras lo beso apretándolo todavía más haciendo que tan solo por un momento ambos seamos únicamente un solo ser entregándonos placer.

-Quiero que vengas a cenar a mi casa mañana.

-Pero… -murmuro atontada, agotada física y psicológicamente incapaz de poder entender la invitación en toda su extensión.

Un beso tierno y a la vez violento cierra un acuerdo que no soy capaz de aceptar con palabras. Mauricio se separa con una sonrisa satisfecha y como si fuera mi padre me arregla la falda y abotona mi blusa, luego sin ganas de separarnos ambos nos miramos a los ojos y cuando dejamos de jadear él es el primero en darse la vuelta y subir los escalones para llegar a su oficina.

-Cómprese algo de comer, señorita Andrade.

-¿Para recuperar fuerzas dice usted, señor Costabal?

No me responde nada solo me cierra uno de sus preciosos ojos y con eso me siento en el séptimo cielo. Con cuidado y con las piernas aun temblando por lo que acaba de pasar llego al lobby y lo primero que me encuentro al salir es a la jefa de recursos humanos conversando con don Agustín. Me tenso, pero es la sonrisa amable de ese hombre que me tranquiliza.

-Beatriz -me saluda dándome un beso y me siento incomoda de que me toque, es como si mi frente dijera “Alto, recién follada”

-Don Agustín, ¿cómo está?

-Aquí esperando a Mauricio, tenemos una reunión y llevamos rato esperándolo.

No es necesario que diga nada porque los colores de mi cara se encienden y sé que incluso me cuesta hablar.

-No sé dónde se ha metido, no está en su oficina -agrega María José por supuesto sin mirarme.

-Qué extraño -suspira don Agustín mirando su reloj-, debería estar acá ya hace diez minutos, él nunca se retrasa -y mirándome agrega-, ¿vienes de tu oficina?

-Eh… -titubeo un par de segundos, la verdad es que no sé qué mierda responderle-, no señor, estaba en la fotocopiadora.

-Pero Beatriz, no debes pasar la hora de almuerzo trabajando -dice amorosamente-, debes tomarte tu tiempo, esa máquina no se moverá de ahí.

-No te vi -aguijonea la jefecita con ponzoña, y antes de que pueda decir más las puertas del ascensor se abren y aparece el motivo de mi felicidad, pero a medida que se va acercando creo que me voy a morir y la ansiedad empieza a desesperarme. Como una verdadera actriz me adelanto en tanto los ojos de Mauricio se abren sorprendidos y supongo que los que me miran desde atrás ahora también.

-¡Señor Costabal! -exclamo para que se detenga y deje de caminar-, don Agustín me ha dicho que va a una reunión -él me mira sin entender nada y yo continúo-, necesito que me firme unos papeles urgente.

-Ahora no, señorita Andrade, voy retasado -dice mirando su reloj, haciéndome un gesto.

-Es sumamente necesario -le repito y estoy tentada a tomarlo del brazo pero eso sería delatarme.

-Lo que tengas que decirle a Mauri puede esperar, no seas imprudente, Beatriz –como si fuera la niña del exorcista me giro pero me contengo de mirarla igual, o en su defecto vomitarla, luego miro a Mauri y le abro tanto los ojos que creo que se me van a salir, él gracias a no sé qué deja de caminar y me dice suspirando.

-Qué es lo tan importante que necesita, señorita Andrade -gruñe.

-Que firme una autorización para impuesto internos, tiene que ser antes de las dos.

Ahora sí que me mira incrédulo.

-Ya son casi las dos -suelta malhumorada María José y es ahí cuando el idiota de Costabal que es muy inteligente para algunas cosas y muy muy retrasado para otras ve su reloj pulsera y yo aprovecho para soltarle.

-Quedan cinco minutos, señor Costabal, si sube ahora a la oficina me los puede firmar -y antes de que diga algo corro a afirmar las puertas del ascensor que están a punto de cerrarse, él, enojado camina con parsimonia y yo estoy a punto de gritarle, cuando las malditas puertas se cierran malhumorado sube la voz.

-¿Qué crees que estás haciendo?

-Por la cresta, Mauricio, ¡mira! -le digo tirando de su camisa para que vea la mancha de lápiz labial, el al verla se tensa como nunca antes lo había visto y dice:

-No sé de dónde salió eso, te lo juro por Sofía.

Ante su vehemente respuesta me entra una risa nerviosa incapaz de controlar, si antes me miraba feo, ahora me quiere comer, como puedo dejo de reír y entre carcajadas respondo:

-Es…es mía, eso ya lo sé, pero no pueden verte así.

-Mierda –es lo único que dice y acto seguido me abraza besándome el pelo-, ¿por qué no me lo dijiste antes?

Ahora sí que la sorprendida soy yo, le salvo el pellejo y ni siquiera un gracias recibo.

Ambos entramos al baño y con el jabón liquido le limpio lo mejor posible, menos mal que el color es rosado y no rojo sino otra seria la historia, una vez que termino lo arreglo lo mejor posible y como si yo fuera su mamá hasta le acomodo el mechón rebelde que se le escapa de su siempre tan perfecto peinado.

-Listo, ahora ya puedes ir a tu reunión.

-No sé si alcance a volver, vamos a una auditoria -se disculpa en un tono tan solicito que me estremece.

-No te preocupes, hoy es día de chicas, mañana nos vemos a la misma hora y en el mismo lugar -le comento cerrándole un ojo para que se vaya tranquilo.

-Me gustaría que fuera diferente, te voy a extrañar.

-Y yo, pero por favor ahora ándate que no quiero que se demore más tu reunión.

-Estás loca, sino bajas conmigo ahí sí que pueden sospechar -me regaña como si él hubiera descubierto todo y no yo.

Ambos volvemos a bajar y cuando nos encontramos todos en el primer piso veo algo extraño en la cara de María José, es más, podría jurar que recorre a Mauricio completamente, ¡la muy yegua lo está escrutando!

-Nos vamos -habla don Agustín y con eso al fin los tres salen del edificio y yo logro respirar en paz.

La tarde como siempre se me pasa increíblemente rápido, aunque por primera vez en mi vida deseo que mi señor Costabal vuelva de la reunión y ansío verlo, aunque sea de lejos.

A las seis de la tarde me voy con la esperanza de juntarme hoy con las chicas, pero nada, no hay cuórum en el grupo, Fran aún no da señales de vida y Paula está con Andrés y no quiere salir ni a la esquina, aunque no por eso Claudia no me dice que vaya a su casa, así que paso a comprar un par de cositas ricas y así cenamos juntitas.

Casi a la media noche después de haber aclarado muchas cosas y odiar menos a Fran por todo lo que conversamos decido mandarle un mensaje de wasap.

El valor de una mujer comienza por su propia causa y tú tienes una batalla que dar, no con Roberto, sino contigo misma y se llama perdón.

                                                                          23:46

Justo cuando estoy abriendo mi puerta el maullido de un gato me indica que tengo un wasap.

Eres la encarnación de Nietzsche?

                                                 23:55

Decido no responderle, pero me queda claro que lo leyó y espero que algo le quede.

Al otro día me despierto feliz, voy a ver a mi jefe y como si eso fuera poco cenaremos en su casa, ¿podría tener un mejor día qué este?

Para mi mala suerte en la oficina todo está como siempre, y a pesar de que son las once y media aún no veo al señor Costabal. No me atrevo a preguntarle a Carmen por él así que me dedico a trabajar, pero ni así me lo puedo sacar de la cabeza.

Después de la hora de almuerzo cuando vuelvo veo la puerta de la oficina de mi cabrón favorito abierta, eso solo puede significar… ¡que ha llegado!

Tomo un par de carpetas y con la excusa de una revisión camino directo hasta su oficina, pero es Carmen la que me detiene.

-El señor Costabal está ocupado con una clienta, si necesitas que te firme algo déjalo sobre mi escritorio y cuando se desocupe se los hago llegar.

-No es necesario, puedo esperar -le respondo muy interesada en lo que está sucediendo adentro, porque ahora ambos se están riendo, y que el señor Costabal se ría…ya es demasiado raro.

-Beatriz -me saca de mis pensamientos Carmen con su voz dura, sé que aún está enojada conmigo-, si quieres te aviso cuando se desocupen.

-¿De verdad?

-No porque no me gusta lo que sucede soy una desgraciada -me sonríe tras varios días y yo me siento un poco más tranquila.

Varios minutos después el motivo de mi preocupación sale de su oficina, solo un par de segundos transcurren hasta que nuestras miradas se juntan en algo que va más allá de un saludo, pero mi sonrisa se desvanece al ver a la despampanante mujer que ahora lo acompaña.

Es realmente wow, no es que sea ni muy alta ni muy baja, ni muy gorda ni muy flaca, es…casi normal, pero la seguridad y la prestancia que utiliza al caminar le dan ese halo de superioridad digno de admirar.

-Hasta luego, Kristal -le dice Mauricio.

-Chao, y en serio piensa en la invitación que te hice, de verdad estaría encantada de que conozcas el lugar. ¡Eres bienvenido!

-Veré cuando puedo dejarme caer por ahí, ya lo veras.

-¡Yo feliz! -chilla ella y su mirada se ilumina. ¿Qué mierda está pasando aquí que yo no sé?

Carmen le habla y mi oído se agudiza aún más.

-Perdón, señorita, ¿cómo me dijo que era su nombre?

-Kristal del Cielo Rodríguez Rodríguez.

«¿Kristal del cielo? ¿Y ese qué nombre es? ¿Existe?» Todas esas preguntan cruzan por mi cabeza cuando la veo yo y todos mis compañeros que ahora babean por ella, y justo cuando las puertas del ascensor se abren aparece Fabián que ni corto ni perezoso le da una repasada completa, cosa que a ella parece no importarle, hasta que le suelta como quien habla del tiempo.

-¿Usted es, Kristal?

-Sí -le sonríe amablemente.

-Esa Kristal, Kristal del Cielo.

-La misma que viste y calza -le responde haciéndole una reverencia teatral.

-¡Wow, es que…es que -lo escucho tartamudear por primera vez en mi vida-, no lo puedo creer!, ¡usted aquí!

-Bueno, alguien tiene que llevar la contabilidad -le responde ella-, y solo he escuchado buenas referencias de este lugar.

-¿Podría sacarme una foto con usted?

¡Anda ya! ¡¿Y esta mujer quien cresta es?! En mi vida la había visto.

La tal Kristal amablemente posa a su lado y se toman una foto, cuando se va la curiosidad que mato al gato y desde luego a mí me hace levantarme de la silla y correr hacia Fabián que le trae unos papeles a Carmen.

-¡Contigo quiero hablar! -le digo apuntándole con el dedo y él levanta las manos en forma cómica.

-Acompáñame a la fotocopiadora y hablamos, tengo que hacer copias de esto en menos de diez minutos, sino mi jefa me va a colgar de las bolas y no precisamente por placer.

-¡Fabián! –chillo asqueada, leer tanta novela erótica me hace imaginar cada cosa, que eso hasta puede ser posible y viniendo de quien bien, aún más. Cuando llegamos y antes de que ponga la primera hoja sobre el vidrio sin rodeos le pregunto:

-¿Con quién te tomaste la foto?

-¡Con Kristal del Cielo!

-Ya… ¿y…?

-¿Y qué?

-¿Quién es?

-Kristal.

-Por el amor de Dios, Fabián, dime algo más, ¡qué se yo quien es Kristal!

-¿Y tú por qué lo quieres saber? -me pregunta y creo que he metido la pata hasta el fondo.

-Porque…, bueno porque todos aquí babearon cuando la vieron.

-¿Y tu jefecito también? -quiere saber venenosamente.

-¡Qué sé yo si él también!, me basta solo con verte la cara a ti, a Raúl y a los chicos, por eso quiero saber, porque a mí me pareció de los más normal para que todos tengan esa actitud tan cavernícola con ella, quizás como se sintió la pobre -miento apelando a la hermandad de género.

Luego de reírse a carcajadas delante de mí me abraza paternalmente, cosa que últimamente se le está haciendo costumbre.

-Ella está acostumbrada a que la miren, es una bailarina.

-¿Del ballet municipal? -pregunto estúpidamente y eso hace que la carcajada sea aún más sonora.

-¡No! Ella es la estrella del Passapoga -levanto una ceja sin entender, pidiendo más información-, del club nocturno más importante de todo chile.

-¡Es puta! -exclamo sin un ápice de vergüenza.

-¡No! Qué dices, es bailarina exótica, no por eso puta, esa manía que tienen las mujeres de encasillar todo y de la peor manera -me dice ahora revolviéndome el pelo, cosa que odio. Mi mente está totalmente revolucionada con esa información cuando de pronto Fabián es el primero en tensarse y un segundos después yo también.

-Señorita Andrade -me habla con un tono enérgico y distante-, podría dedicarse a trabajar y venir a mi oficina ahora, ¿o es que estoy interrumpiendo algo?

-No, señor, nada -responde Fabián y se centra en su tarea dejándome sola en la batalla, pero con la rabia que tengo lo miro directo a los ojos, camino delante de él moviendo las caderas para torturarlo y así de pasada llamar la atención de varios de mis compañeros.

-¡A mi oficina ahora! -gruñe y esta vez incluso yo le temo.

Por supuesto da el portazo habitual muy al estilo ¡aquí mando yo!, pero antes de que me diga algo soy yo la que deja bruscamente la carpeta sobre la mesa y pregunta:

-¿Qué hacías tú con esa puta?, ¡y en tu oficina! -le acuso apuntándole con el dedo.

El muy cabrón se sonríe y pasa por mi lado como si nada, ni siquiera me ofrece el asiento, y aunque odie reconocerlo está más que guapo, pero me niego a sentir algo por él en este momento y me gustaría estrangularlo con la misma corbata que lleva puesta en este momento.

Cuando decide mirarme yo estoy tocándome la uña del dedo gordo con el meñique haciendo un ruido molesto.

-A qué se debe tanta risa con Fabián, y no me digas que nada porque los escuché, Beatriz.

-Entonces respóndeme tú por qué estabas con una puta aquí en tu oficina.

-No hables así de una clienta y respóndeme lo que te pregunté, porque me estás haciendo perder la poca paciencia que me queda.

-Hazlo tu primero -le digo mirándolo fijamente.

-Beatriz…

-Estoy esperando -le suelto decidida y con verdaderas ganas de que me responda, incluso ahora miro hasta su maldita corbata imaginándome toda una escena espantosa.

-Si no me vas a responder, puedes retirarte, al menos yo tengo trabajo que hacer -me dice y vuelve a mirar la pantalla de su computador. Como un resorte me levanto de la silla y camino hacia la puerta y cuando estoy a punto de salir frustrada escucho:

-Recuerda que hoy en mi casa a las ocho, sé puntual.

Me giro con todo el cabreo que tengo y le suelto:

-Sabes dónde puedes meterte la cena…

-No seas infantil -me corta y es él ahora quien me fulmina-. Compórtate como adulta, no como una pendeja con berrinche por un arrebato de celos que no tiene ni arte ni parte en esta situación.

-No es…

-Ni siquiera intentes desmentirlo -me vuelve a interrumpir demasiado tranquilo para mi gusto-, y si tanto te interesa saber quién era esa señora -recalca esa última palabra-, utiliza internet, que para tu información no solo sirve para ver seriales o cotillear por redes sociales. Ahora vete que tengo cosas que hacer, nos vemos a las ocho.

Con la boca abierta me deja, estoy totalmente obligada a tragarme mi rabia y mis palabras.

Tal como me dijo y sin importarme que la empresa monitoree lo que buscamos en la red tecleo el nombre de la culpable de mi mal humor y como si fueran luces de navidad la pantalla se empieza a llenar de información, como no soy capaz de leer nada me voy a imágenes, y tal como pasa en los dibujos animados mi mandíbula se desencaja.

Esta no es una mujer normal, ¡es una Diosa!…

Totalmente concentrada estoy mirándola en diferentes escenarios estoy cuando suena mi teléfono aviándome que tengo un mensaje del wasap de “Las Brujas” no me dan ganas de mirarlo, pero en cosa de segundos suena y suena, pienso que es algo importante así que lo abro y comienzo a leer.

Tenemos lanzamiento de un nuevo libro.

                                                          14:30

Genial, cómpralos.

                     14:31

Ya están comprados, pero se mueren dónde es.

                                                                         14:32

No soy adivina.

               14:33

Eso me asombra, después de un día para hablar, Francisca nos ilumina con una pesada frase, pero algo es algo, me consuelo.

Y veo que dice escribiendo, hasta que de pronto aparecen varios emoticones de bailarina y festines.

La primera reacción es de Paula

¿?

14:34

Pero casi me muero cuando leo.

Será el sábado 18 en el Passapoga!!!!

                                                   14:35

-¡¡Qué!! -chillo y no me importa llamar la atención de todos. «No, por favor, esto no me puede estar pasando a mí», pienso agarrándome la cabeza con las dos manos.

Publicidad

Tendencias