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¡En la recta final! «No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!» Historias de sábanas

¡En la recta final! «No fue culpa de la lluvia, ni de mi jefe. ¡Me pasó por caliente!»

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Capítulo 17
Desde que le solté o mejor dicho vomité toda la verdad sobre mis sentimientos a mi amado y odiado señor Costabal, me siento un poquito más liviana. Claro, por eso y porque ayer tuve un par de orgasmos que me dejaron realmente agotada, así que hoy voy más que feliz al trabajo y por primera vez quiero que sea domingo para salir con Sofía y Mauricio.

Si antes me lo hubieran preguntado, jamás de los jamases habría querido que llegara el último día de la semana o me apenaría porque fuese viernes, eso no me pasaba ni en la época de colegio cuando pololeaba con algún compañero.

Como casi todas las mañanas, paso por mi café, y en vez de llevarle uno a alguno de mis compañeros, lo hago para él, y de sólo pensarlo se me escapa una sonrisa tonta de idiota enamorada. A estas alturas no sé si odio o amo esa palabra.

Llegué diez minutos antes, así que aprovecho la soledad del piso para entrar a su oficina y dejarle el café sobre la mesa. Para hacerlo más cursi aún, le dibujo un corazón.

Después de mi única misión de esta mañana, empiezo a hacer cosas de la vida real, o sea, trabajar en la reunión de planificación que tendremos hoy con la plana mayor. La verdad, no me gustan, pero ésta en la espero con ansias. ¿Y todo gracias a quién?

Mientras fotocopio unos informes, empiezo a recordar esas caricias, esos dedos… Entonces unas manos me atrapan por detrás y doy un salto que casi me deja estampada en el techo.

-Tan malo es verme, ¿o en este caso sentirme? –quiere saber mirándome de reojo porque aún no me permite voltear.

-De que te siento, te siento -respondo echando la cola hacia atrás, y por supuesto lo que me encuentro me encanta, ¡siempre preparado y listo para la acción!

-A mi café le faltó azúcar –alega, y antes de que conteste me gira y me planta un beso de “buenos días” que me deja viendo estrellas en esta y en la galaxia siguiente. Al separarme, siento que estoy acalorada.- Buenos días, señorita Andrade. ¿Desayunó usted bien?

-Podría haber desayunado mejor.

-Oh, ¿y cómo podría haber sido eso posible?

-Mmm.

-¿Mmm? ¿Únicamente eso? Pensé que en el colegio con número le habían enseñado a hablar, o al menos a hilar una frase.

Achino los ojos molesta, pero sé que eso es exactamente lo que quiere que suceda.

-Recién me estoy tomando un café, aquí en la oficina -le aclaro y de inmediato su cara es iluminada por una genuina sonrisa que incluso hace que vea las arruguitas que se le forman en los ojos-, y yo no quiero saber quién fue tu copiloto esta mañana.

-Dios es mi copiloto -suelta y sin poder evitarlo una carcajada se me escapa desde lo profundo del alma.

-¿Amaneciste contento, parece?

-Pletórico es la palabra correcta, pero no sé si sabes su significado.

-Podría enseñármelo entonces, señor Costabal.

Ahora él es quien levanta las cejas, mira alrededor y sin darme tiempo a reaccionar me arrincona contra la pared y una de sus manos literalmente desciende hasta mi trasero.

-¿En simple? -pregunta acercándose un poco más.

-En muy simple… -susurro; mis pezones ya están tan erectos como esa parte de su cuerpo que me está marcando como si le perteneciera, en tanto nuestros ojos se retan con la mirada pidiendo un poco más.

-Beatriz…

-¿Mmm…?

-Quiero pasar otra noche contigo, invéntales alguna escusa a tus amigas para mañana, vámonos a la playa, solos los dos, una noche y un día completo juntos sin que nadie nos interrumpa.

-Pero…

-Pero nada, tengo todo cubierto con Isidora, ella se quedará mañana con Sofía.

-¿Y el cine? -trago saliva porque el cine significa, él, Sofía y calienta José

-A quién le importa el cine. ¿Tú, quieres?

-De querer quiero, pero…

-Hoy nos vamos todos temprano después de la reunión. Espérame en tu departamento -no sé si me dice o me ordena, el caso es que ni siquiera alcanzo a responderle porque me da un nuevo beso en los labios y se marcha tan silencioso como llegó y yo me siento… ¡feliz!

Desde este momento en adelante el reloj comienza a avanzar como tortuga, hasta que llega el momento de que mis compañeros y yo nos alistamos para la reunión.

El primero en salir es el señor Costabal que me mira de reojo. Desvío la mirada porque la sonrisa se me nota de aquí a la China y no quiero que nadie sospeche, pero claro, como no todo lo que brilla es oro, apenas se abren las puertas del ascensor aparece ella con una gran sonrisa y para colmo de males, con un traje negro apegado al cuerpo y un escote que no deja nada, pero nada a la imaginación.

No es que sea puritana, pero al menos respeto por mi dignidad tengo, entre ese vestido y uno de los que usan las chicas que sirven café en el centro no hay un ápice de diferencia, o sí, en realidad sí la hay, y es que la que estoy viendo aquí es una zorra con todas sus letras y las otras son unas damas.

Cuando es la hora, tal y como me lo esperaba, todos suben y a nadie se le ocurre ayudar a Carmen, así que voy a su puesto y cojo las carpetas. Sin hablarnos mucho, llegamos a la sala de reuniones.

El señor Costabal está más guapo que nunca justo en frente de la pantalla y exudando seguridad. No puedo evitar sonreír hasta que recibo un codazo de Carmen. Ignoro lo sucedido y justo cuando me voy a sentar, Calienta José nos habla:
-Carmen, puedes retirarte. -Ella solícita asiente y se va, y es justo cuando se dirige a mí-, Beatriz, ¿podrías traer el café?

Con ganas de mandarla a la mierda y con la más fingida de las sonrisas, me voy a la mesita de atrás y preparo los doce café. Una vez que termino de repartirlos y me voy a sentar, vuelve al ataque.

-Aún no Beatriz -dice con palabras cortantes-, falta que entregues las carpetas que están sobre mi escritorio.

-¿Cómo? -le pregunto sin entender bien mientras la rabia ya me está sobre pasando-, las carpetas son éstas, yo misma las he impreso.

-Quiero las que están sobre mi escritorio –gruñe abriéndome la puerta para que salga-, soy tu jefa, y te estoy dando una orden –recalca con autoridad-. Sucede que si no te hubieras tomado atribuciones indebidas, tal vez lo entenderías, pero hiciste todo lo contrario.

De inmediato, mi mente se reactiva pensando en las imágenes de la fotocopiadora, pero es imposible que nos haya visto. Respiro profundo para no darle en el gusto hasta que una sonrisa de suficiencia ganadora aparece en su rostro.

-Además de las carpetas -digo tragándome la mierda-, ¿necesita algo más o con eso estaría todo?, a mí no me importa seguir demorando la reunión, pero es viernes y don Agustín siempre almuerza con su señora.

Prácticamente me hecha de la sala. Al llegar a su oficia la quiero matar, no sólo son los mismos documentos que yo misma he llevado, sino que además están desordenados. Tardo un poco más en llegar y cuando vuelvo la reunión ya ha empezado y todos están con sus carpetas en la mano.

El primero en ponerme mala cara es el señor Costabal que está sentado en la cabecera, escuchando atentamente lo que explica don Agustín, que al verme tampoco entiende nada, y estoy segura que tampoco le hace mucha gracia.

-¿Dónde estabas? -me consulta bajito Raúl en tono de regaño al momento que empuja la silla hacia atrás para que me siente.

-Después te explico, qué han dicho.

-Que habrá cambios importantes y que se repasaran las reglas internas de la empresa.

-¿Y eso?

-Señorita Andrade -habla mi ahora odiado cabrón-, ¿quiere compartir algo con nosotros?

-No, no, señor Costabal. Disculpe.

-Si llegas tarde -continua la jefa de recursos humanos-, podrías tener la amabilidad de no interrumpir la reunión.

Sólo achino los ojos y aprieto la mandíbula, zorra desgraciada, pero eso no es lo que más me sorprende, sino lo que dice a continuación.

-Las carpetas están incompletas, faltan los datos estadísticos.

Mauricio de mala gana le quita la suya y revisa una a una las hojas que yo misma fotocopié, pero la víbora no contenta con eso toma la de don Agustín y repite el proceso.

-En la mía tampoco están -afirma el gran jefazo-, y sin esa información no podemos continuar. ¡Podría alguien traérmela! -acota ya no en el tono de siempre, sino que un poco molesto.

-No se preocupe, don Agustín, me tomé la libertad yo misma de imprimir toda la información. –Y es ella la que ahora se pone de pie y rauda llega hasta la mesa, toma las carpetas que yo he dejado y comienza repartirlas con una gran sonrisa de triunfo en la cara.

Ahora sí que quiero matarla y de verdad, la sigo con la vista y cuando se agacha para pasarme la que me corresponde susurro:

-¿Qué pretende?

Ella sólo me dirige una mirada de suficiencia y camina contoneando las caderas, llamando la atención de todo el mundo, y cuando digo, “todo” es sine qua non. Una vez que se posiciona adelante se endereza como diciendo estos son mis dominios, le regala una sonrisa a don Agustín y a Mauricio casi se le regala entera, y juro por el universo completo y todas las galaxias que no es un comentario de mujer celosa.

-Bueno -comienza a discursear-, una de las razones de por qué estamos hoy aquí reunidos es para recordar también las reglas de convivencia, en donde se encuentran los horarios establecidos, tanto como para llegar o como para retirarse, es inadecuado incumplirlos, pero eso no es todo, dentro del reglamento también está prohibido mantener relaciones entre compañeros, y como las reglas están para cumplirse, el que no las lleve a cabo simplemente será desvinculado de la empresa -advierte sin mirar a nadie en especial y yo siento que sus palabras van dirigidas directamente a mí, ni siquiera me atrevo a mirar a Mauricio que está tan tranquilo como si le hablaran del clima-. No lo digo por nada en particular, sólo creo que bueno que lo tengan presente, y que recuerden el caso de la señorita Soto y el señor Martínez, ambos con bastantes años de servicio en la empresa y fueron desvinculados por comportamientos impropios.

Miro a Raúl porque no tengo idea de quienes hablan y él muy bajito me dice:

-Ellos eran amantes, Catalina Soto era secretaria de don Agustín, y Carlos Martínez era junior.

-¿Y eran amantes? -se me escapa con asombro la pregunta.

-¿Y por qué no? ¿A caso solo los jefes millonarios pueden tener aventuras?

-No -me río porque me doy cuenta de que estoy siendo prejuiciosa… otra vez.

-Hay algo que le parezca cómico, señorita Andrade -salta el señor Costabal que me mira con el entrecejo fruncido y María José lo mira directamente a él para que continúe hablando-, ¿tiene algo que compartir con nosotros?

-No, señor -respondo lo más rápido posible. Está generando tensión porque me estoy riendo con Raúl. ¿Será pendejo?

La jefa sigue recordándonos el reglamento interno, poniendo énfasis en algunos puntos que de verdad me dan miedo, una cosa me queda muy clara, si alguien se llega a enterar de lo nuestro, ambos nos vamos de patitas a la calle, de sólo pensarlo me da un escalofrío. Raúl malinterpreta y me abraza preguntándome si estoy bien, de tomate he pasado a estar blanca como papel.

-Sí, estoy bien, sólo cansada -le digo agradeciéndole la preocupación, pero es el sonido de una carpeta cayendo violentamente a la mesa el que me da más miedo, no es necesario que mire para saber que es de Mauricio, que se pone de pie de mala gana y comienza a señalarnos los gráficos de planificación. Cuando pasa por mis clientes no entiendo uno, no porque sea tonta, sino que porque lo pasa tan rápido que ni siquiera soy consciente de lo que dice, pero es Raúl nuevamente el que me salva y me lo explica apuntando la hoja que tenemos.

Otro sonido igual de espantoso se escucha desde adelante.

-Señorita Andrade. ¿Qué es lo que no entiende? Acérquese para explicarle -me indica como si estuviera en el colegio, y cuando lo hago, el muy cabrón coge la carpeta y se la enseña a María José. Luego me mira con una sonrisa burlona y agrega-: ¿Qué es lo que no comprende, no es este su cliente?

Le doy una mirada llena de reproche. Don Agustín y María José están atentos a mi respuesta, así que con calma hablo:

-Efectivamente es mi cliente, pero no alcancé a ver la información, señor Costabal.

-Pero hubiera hablado antes –festina, cerrando la carpeta de golpe al tiempo que la deja sobre la mesa y corre la silla para que me siente-. Quédese acá, así ve la pantalla y no se distrae.

-No es necesario, señor Costabal -le expreso tratando de disimular la rabia-, no quiero incomodarlo.

-¿Está segura de eso?-Me mira inquisidoramente, culpándome de algo que no he hecho al tiempo que su mano se posa en mi hombro produciéndome ese maldito efecto. Mi corazón se acelera.

-Por supuesto -respondo calmada, cosa que en realidad no estoy, y aprovecho para salir de su alcance en forma brusca, pero como él es un cabrón y no le gusta perder, con su mano toma la silla y la acerca a la suya.

-A estas alturas, creo que usted tiene un problema para entender las reglas y concentrarse, no es la primera vez que interrumpe una reunión, si mal no recuerdo sucedió lo mismo en el Cajón del Maipo. ¿No estaba usted también distraída con Raúl y por eso tuvo que sentarse adelante?

Mi cara comienza a tomar colores que oscilan por todas las tonalidades del rojo, y lo peor es que lo está disfrutando enormemente sin darse cuenta de que él está no es el único espectador.

Cuando se acerca un poco más susurra en mi oído con un aliento tibio que me producen un sinfín de emociones, menos ternura.

-En qué quedamos con respecto a Raúl, ¿necesitas sentir algo más?

Me muerdo el labio para no gritarle un improperio y tan bajito como me habla él le respondo:

-Te estás comportando como un hdp.

-Tenga cuidado con sus palabras señorita Andrade -responde enojado, ¡enojado él! ¿Pero a qué cresta está jugando? Una cosa es que sea un verdadero cabrón, pero otra muy distinta es que lo haga conmigo delante de la gente de la oficina.

No me da tiempo a responderle cuando es don Agustín el que toma las riendas de la reunión. Durante todo el tiempo que veo pasar las imágenes de gráficos, aprovecho de mirarlo con odio, pero claro, como el gran cabrón que es, cada vez que mis ojos se desvían de la pantalla, se encarga de que mire al frente, incluso en una ocasión se atreve a decírmelo interrumpiendo al gran jefazo.

Una vez que todo acaba, me pongo de pie y cojo las cosas rápidamente, pero es don Agustín quien me detiene y le pide a al señor Costabal que también se quede, y por supuesto la víbora aprovecha y se queda también.

-Bueno, quise que se quedaran acá un momento más para aprovechar la ocasión de felicitar a Beatriz. Tu trabajo es increíble.

-Gracias, don Agustín.

-La señorita Andrade sólo cumple con sus obligaciones, como cualquiera de sus compañeros, no es nada del otro mundo.

-Estoy de acuerdo con Mauricio, don Agustín.

-Me parece perfecto que pienses eso, Mauricio, porque así será más fácil prescindir de sus servicios.

-¿Cómo? -pregunto tragando saliva, en mi mente sólo veo el sobre azul.

-¿Perdón? -carraspea mi jefe directo molesto.

-Bueno, no tenemos nada para brindar, así que por favor, María José, ¿podrías traernos cuatro tazas de café?

La aludida de mala gana va y hace lo que el gran jefazo le pide, en tanto entre nosotros reina el silencio, cuando vuelve, don Agustín alza la taza blanca y mirándome a los ojos dice:

-Felicitaciones por su ascenso, desde hoy trabajará en mi departamento. No más balances tributarios, ahora jugarás en las ligas mayores, ¡acciones! -exclama feliz.

-¡No! -refuta Mauricio casi con un gruñido-, la señorita Andrade no entiende nada de acciones, es contadora, Agustín, por Dios, no tiene los conocimientos necesarios, ni siquiera fue a la universidad. ¿Qué hará especulando en la bolsa de comercio?

Mi boca se abre y una puñalada de dolor se clava en mi pecho, ¿tan poca cosa cree que soy? Y a continuación sucede algo que si no escucho no lo creo.

-Mauro –lo interrumpe María José pasándole la mano por el brazo, ¡acariciándoselo!-, ¿de cuando acá haces diferencias entre un instituto y la universidad?, creo que Beatriz se merece una oportunidad así.

Mis ojos parecen dos pelotas de pin pon yendo de uno a otro esperando las respuestas.

-A mí no me parece que tenga las capacidades necesarias -continua él, sin siquiera mirarme ni escucharla, sólo le habla al gran jefazo, y no de la mejor manera-, la bolsa son palabras mayores, los errores que ha cometido con algunos de nuestros clientes se pueden mejorar, pero una equivocación en la bolsa es hacerlos perder millones de pesos y, por supuesto, ella no tiene la espalda financiera para cubrirlos. No estoy de acuerdo.

-Pues a mí no me parece en absoluto, Mauricio, es más, creo que Beatriz tiene un instinto innato, ese que no te da la universidad, ni el instituto.

-¡Beatriz ni siquiera habla inglés! -exclama casi llevándose las manos a la cabeza-, ¿cómo transará las acciones?, ¿los commodities? ¿¡Y los diferentes mercados!?
-¿No hablas inglés? -me pregunta directo a mí, y es cuando creo que mi alma ha descendido varios metros bajo tierra.

Niego con la cabeza porque no soy capaz de responder con palabras, no sólo no lo hablo, ni siquiera lo entiendo.
-Eso no es problema -interrumpe María José casi aplaudiendo-, tenemos un convenio con el Instituto Chileno Norteamericano, y como Beatriz nunca ha asistido a ninguno de nuestros cursos de perfeccionamiento sería una candidata ideal para aprovechar esta oportunidad. Yo como jefa de Recursos Humanos no tengo ningún problema en preparar una ficha para su calificación en la junta de directorio de este mes.

-Problema solucionado entonces -dice don Agustín mirándome-, ¿estarías de acuerdo en hacer un curso?

-Claro.

-Imposible -vuelve a la carga el cabrón, que en este minuto odio con todo mi ser-, esos cursos se dictan por la tarde, y no puedo dejar esa plaza vacía por tantas horas.

-Mauricio -habla calmado don Agustín palpándole el hombro-, ese ya no será resorte tuyo, desde el lunes Beatriz pasará a mi departamento y yo me encargaré de eso, y tu María José, ¿podrías revisar el contrato nuevo?

-Estás cometiendo un gran error, Agustín.

-Pero ese será mi problema desde el lunes, tú no te preocupes -aclara tomando los papeles, haciéndome una seña para que lo siga-, ¿qué te parece si vamos a mi oficina a afinar los últimos detalles?… -Antes de que don Agustín termine la frase Mauricio furioso lo corta.

-Antes de subir podrías entregarme los ultimo datos para cerrar el informe del cliente que tenemos pendiente, el que viaja a China justo hoy por la noche.

«¿Qué cliente viaja a China?», pienso seriamente por unos segundos, pero claro, ¡ninguno!
-Anda, Beatriz, termina tranquila y luego almorzamos juntos -responde don Agustín y al fin todos salimos de la sala de reuniones.

Al llegar al ascensor entramos en completo silencio, no quiero ni mirarlo, lo odio, al menos ese es mi sentimiento. Esta cosa va con dos personas más que gracias al universo no son de nuestro piso, y lo único que quiero es llegar a nuestro piso y preguntarle a este… hombre qué es lo que le pasa, pero por supuesto, esta maldita caja de metal avanza como una verdadera tortuga, y en cada piso se nos va uniendo más gente, dejándonos a nosotros al fondo. Cuando llegamos al piso siguiente se nos une Fabián, que lo primero que hace es saludarme con un gran beso en la mejilla.

-¿Dónde almorzamos hoy? Me toca escoger.

Cierro los ojos un segundo y recuerdo que hoy me toca invitarlo a mí, pero rápidamente siento el brazo de Costabal en mi espalda, separándome de Fabián como si él me fuera a pegar alguna enfermedad infecciosa.

-Señor Costabal -habla mi amigo recién dándose cuenta de que no estamos solos.

-Beatriz está ocupada -es lo único que responde y literalmente me arrastra hacia afuera cuando por fin llegamos a mi piso, pero no contento con eso y aprovechándose de que estamos solos, tira de mi mano y nos dirigimos a su oficina. La puerta es la primera damnificada por el portazo que da.

-¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo?

-¡Yo! Tú qué estás haciendo, ¡¿acaso disfrutas dejándome como una idiota delante de don Agustín?! –Y tal como si lo hubiera insultado me mira con la boca abierta.

-¡No estás preparada para ese cargo! Punto y final, ahora en el almuerzo le dirás que no puedes aceptarlo.

Parpadeo una, dos y tres veces, porque si me pinchan no sangro.

-¿Me estás webiando?

-¡Por supuesto que no! -grita y por primera vez lo escucho fuera de sus cabales-, no tienes nada que hacer en “acciones e inversiones” ¿qué sabes tú de eso?

Sus palabras me duelen, y no como mujer, sino porque está dudando de mis capacidades en el trabajo cuando todo lo que he logrado me lo he ganado a pulso, lo miro con odio esperando una disculpa y el maldito lo sabe.

-No me voy a disculpar, es lo que pienso.

-¡Me estás poniendo la pata encima, Mauricio!

-Señor Costabal para usted, señorita Andrade -recalca muy bajito acercándose a mí exhalando ese cálido aliento contra mi rostro.

-Perfecto -lo aplaudo con rabia en la cara-, acabas de arruinar mi final feliz.

-¿Final feliz? El único final feliz es el orgasmo, señorita Andrade, el resto es producto de su imaginación. Ahora -dice caminando hacia la puerta-, supongo que tiene claro qué hacer.

Me aparto con rabia, y mirándolo a los ojos le suelto:

-Qué triste que pienses así, Mauricio -repito su nombre-, pero el final feliz no sólo se da en un orgasmo, porque el encuentro más íntimo no es el sexual, y la verdadera felicidad es cuando dos personas que tienen una relación son capaces de vencer el miedo a mostrarse emocionalmente tal cual son y tú, simplemente estás siendo el mismo cabrón de siempre, sólo pensando en ti, y “en tu bienestar” pero aquí estamos hablando de mi carrera.

-Señorita Andrade -vuelve a repetir ahora con tono cansado mirándose el reloj-, ya sabe qué hacer.

-Así es -afirmo positivamente-, voy a celebrar mi ascenso por…

-Como quiera. Nos vemos el lunes -concluye y es él quien sale de su oficina dejándome con la palabra en la boca y la rabia mezclándose con la pena. Adiós viaje a la playa, adiós todo, a la mierda Mauricio, así de simple, así de fácil.

Sin ánimo de nada pero poniendo la mejor cara bajo a almorzar con don Agustín. La comida pasa sin pena ni gloria para mí, mientras escucho un sinfín de oportunidades que voy a tener. Una hora y media después sellamos el trato con un abrazo y tengo sólo un par de cosas muy claras en mi vida: la primera es que este mes seré más rica que el anterior, y la segunda hace que mis ojos se pongan acuosos: Mauricio será desde ahora sólo el señor Costabal.

Camino a mi casa, mientras voy en el metro atestada de gente, me empiezo desesperar. ¿Por qué mierda no quiere mi ascenso? ¿Por qué todo tiene que ser como él dice? Muchas preguntas pasan por mi cabeza hasta que sin darme cuenta llego a mi departamento.

La soledad del lugar le da paso a mis lágrimas, lágrimas de impotencia, de dolor y de idiota enamorada. Cuando al fin dejo de gemir me voy a la habitación, la cama desordenada y aún con olor a sexo se ríe de mí en mi cara. Me tiro sobre ella y al igual como si fuera una película y yo la imbécil despechada me tapo la cara con la almohada y ahogo un grito de furia que proviene desde lo más profundo de mis entrañas y lo maldigo a él y a toda su familia con los garabatos que jamás pensé que diría alguna vez.

Durante la tarde y como soy la reina de las masoquistas, veo varias veces por la ventana a ver si aparece. Aunque mi parte racional me dice que no sea estúpida, pero esa tonta esperanza que albergo dentro me hace creer que aparecerá en cualquier momento. A las ocho de la noche ya casi estoy convencida de que soy una soberana idiota.

Un litro completo de helado de frutilla, dos paquetes de galletas y un chocolate en rama después estoy a punto del coma diabético y me convenzo de que no vendrá. Con rabia me quito la ropa y me quedo profundamente dormida en el sillón. No soy capaz de mirar la pieza.

Los rayos de sol se cuelan por entremedio de las cortinas, pero sigo durmiendo. Justo cuando estoy soñando algo alegre suena el teléfono, y como loca corro a la habitación para responderlo, pensando por supuesto que es él.

-¿Mauricio?

-Bueno, si algo me colgara entre las piernas tal vez sería ese cabrón -me saluda Claudia muy feliz.

-Claudia… -respondo sin mucho entusiasmo, para no decir que mi ánimo se fue en picada.

-¡Tenemos planes!, nos vamos de picnic al parque, y por la tarde a ver una función de teatro, ¿qué tal?

-No puedo.

-Ya… ¿Y eso? -quiere saber demasiado interesada-, ¿nos cambiarás por tu jefe? Así de rápido-bromea, «si supiera».

-No, quedé en ir a la casa de mis padres.

-¿Hoy?

-Bueno, sí -miento descaradamente-, ya sabes como es mi madre, cuando se le pone algo en la cabeza no hay quien la saque.

-Mmm, ¿y qué quiere hacer la tía?-indaga, maldita veta de Inspector Gadget que tiene.

-Celebrar con su hija que la subieron de puesto.

-¡¡No!! -grita de pura y absoluta felicidad por el otro lado de la línea, y con eso me obliga a contarle todo, claro que sólo la parte bonita, excluyendo al ogro y a la bruja del cuento. Media hora después corto y el teléfono vuelve a sonar y esta vez repito la historia con Paula que también salta de alegría, y a esta última le juro que la invito yo al concierto de mi amor, ¡Ricardo Arjona, allá vamos!

Casi cuarenta minutos después ya con el teléfono caliente corto y entra un mensaje que me asombra cuando lo leo:

*Felicitaciones, te lo tienes merecido, pero… ¿Cómo se lo tomó tu jefe?
15:05

Boquiabierta lo leo dos veces más sin saber que contestarle a Francisca, ella siempre tiene un sexto sentido para etas cosas, y como no soy rápida para responderle vuelve a escribir.

*Me queda claro, nada bien.
15:08

¿Será hija de Yolanda Sultana esta mujer? Así que para evitar suspicacias vuelvo a mentir.

*Feliz por mí, anoche celebramos.
15:10

En respuesta a eso solo me pone una mano de me gusta, ¡cómo odio ese emoticón! ¿Qué la gente no sabe escribir?

A las cuatro de la tarde, mi estómago me avisa que tengo que comer algo, y para pagar las culpas del día anterior sólo me hago una ensalada con harto limón y sal.

La tarde me la paso vegetando, viendo televisión, resúmenes de teleseries y, como a las nueve de la noche, me atrevo a acercarme a mi pieza y para no recordar nada de nada, con fuerzas arranco las sábanas y las pongo a lavar. A las once de la noche, mi pieza parece sacada de una revista de decoración, y como me gusta tanto el resultado, empiezo a ordenar el resto de la casa. De madrugada, exactamente a las 3 am mi casa huele a limpio y está impecable, nada fuera de su lugar, incluso los almohadones están esponjosos, porque si voy a empezar una nueva vida… ¿A quién trato de engañar? ¿Qué nueva vida? Yo quiero lo que tenía antes, a Mauricio, y todo lo que él me daba, quiero poder contar a mis amigas la verdad y llamar a mi madre para decirle que tengo una pena de amor. Envalentonada por estos cinco minutos de sinceridad tomo el teléfono y escribo un testamento al whatsapp de “Las Brujas”.

*Soy de lo peor, les mentí, no estoy con mis padres ni estoy feliz por el ascenso, todo se terminó con Mauricio y sólo quiero llorar porque así de tonta soy, pero como no quiero un “te lo dije” o su lástima no quise contarles, pero ahora…
03:37

*Gracias.
03:39

*¡Gracias! ¿Gracias de qué?
03:40

Es lo que le escribo a Francisca que llevaba varios días sin hablar por este medio, y justo cuando voy a volver a escribir noto que está grabando un audio, y cuando lo escucho todas mis defensas se vienen abajo:

*Gracias por no ser como yo y confiar en nosotras, gracias por ser una mujer valiente y perseguir tus sueños así como yo no fui capaz de perseguir los míos, y gracias por ser mi amiga y quererme todo lo bruta que soy.
03:43
A esto no puedo responder con otro audio así que la llamo por teléfono y cuando me contesta ambas como dos nenas peleadas de cinco años nos ponemos a hablar una sobre la otra, por supuesto con lágrimas incluidas llenas de disculpas, perdones, te quieros y demases. Como si los minutos de mi plan fueran ilimitados, hablamos casi por una hora y media más. Aprovecho para insinuarle que la acompañaré a un sex shop para que al menos por las noches no se sienta tan sola. En un primer momento me recrimina, pero luego acepta mi propuesta con la condición de que ambas nos compremos algo. Me doy cuenta de la hora cuando por el otro lado mi feminista favorita me grita que soy una inconsciente, que ya amaneció, y volviendo a ser ella me manda a dormir cortándome el teléfono.

Me quedo mirando el aparatito un par de segundos y aunque no he arreglado el mundo siento que mi corazón al menos se ha compuesto un poco más, y con algo más de ánimo me quedo profundamente dormida, eso sí, esta vez me arrastro hasta mi habitación que está tan ordenada que hasta me da pena desarmar la cama.

A la mañana siguiente siento que necesito una ducha urgente, así que utilizando todos los productos que me gané en un bingo en enero, lleno mi baño de olores, sales aromáticas y me zambullo en la tina escuchando música, no cualquiera, sino de esa que te corta las venas y que te recuerda lo desgraciada que eres.

Estoy pensando en mi desdicha cuando suena el timbre. Estoy segura que Francisca y las chicas vienen a mi rescate. Salgo con la bata de unicornios que me compré por internet. Cuando veo por la ranura me quedo sin palabras, no hay nadie. Pensando en que me están haciendo una broma, abro enfadada y me quedo de piedra cuando veo a Sofía. ¡La enana!

-Hola -me saluda tímidamente, poniendo mucha atención en mi bata.

-¿Sofía? ¿Qué, qué haces aquí? ¿Cómo llegaste?

-Sofía me llamo -sonríe la muy pilla-, estoy aquí porque tú dijiste que iríamos a la Vega y… ¿qué más me preguntaste?

-Pasa, pasa -le indico mirando por el pasillo todavía un poco choqueada.

-¡Qué linda tu casa! -chilla y va directo al sillón lleno de almohadones de colores y toma uno que tiene la cara de un gato.

-¿Dónde está tu papá?

-Abajo, nos está esperando.

-¿Y te dejó subir sola? -pregunto horrorizada y molesta a partes iguales, cobarde de mierda.

-¡¡No!! Me trajo hasta la puerta, me dijo que contara hasta diez y tocara el timbre -y más bajito agrega-, pero yo sólo conté hasta cinco. Quería verte -me dice tirándose a mis brazos, dejándome aún más choqueada de lo que estoy.

-Así que Mauricio te dejó en la puerta y se fue a esperarnos abajo -pienso en voz alta, ¿qué se cree el muy cabrón? ¿Que esto es La Polar? ¡Llegar y llevar!

Sofía asiente y sigue mirando el cojín y es cuando una idea se me ocurre. No puedo negar que una parte de mí está feliz porque esté aquí, tampoco voy a negar que estoy enamorada hasta las patas de ese hombre, aunque no por eso me voy a regalar en bandeja de plata.

-¿Quieres comer helado con salsa de chocolate y galletas?

-¿Puedo?

-¡Claro! -le digo y vamos juntas a la cocina para que ella elija como quiere comérselo. Cuando está listo la llevo a mi pieza y la siento en medio de mi cama mientras me visto.

Ella pone los monitos y se queda pegada viendo la televisión, y yo empiezo a contar los minutos para que el cobarde suba hasta mi departamento. Los primeros minutos me desesperan, nada de nada, los siguientes diez ya estoy cortando las huinchas y me niego a mirarlo por la ventana.

Exactamente una hora después, cuando estamos riéndonos literalmente a pata suelta de sus ocurrencias, suena el timbre. Me tomo mi tiempo y le pido a la enana que se quede acá hasta que vuelva, ella asiente con la cabeza y sigue en lo suyo. Mientras camino a abrir, mi cara va cambiando y mi ánimo de guerrera va aumentando. Estoy segura de que cuando Mauricio escuche de mi boca que he aceptado el puesto se irá, pero en tanto me acerco un poco más, toda mi alma combativa comienza a desaparecer. ¡Dios! ¿Por qué seré tan tonta? ¿Será culpa del síndrome enamoramiento? No lo sé, pero en mi caso estoy segura de que sí.

Al fin abro y sería una auténtica mentirosa si dijera que mi mano no tiembla al hacerlo. Por un par de segundos nos miramos y en su rostro veo esa sonrisa arrogante que tanto odio. Cuando da un paso hacia adelante sus ojos me dicen otra cosa, está cansado y con un par de ojeras que bien podrían llegarle al suelo, da otro paso y yo retrocedo igual como lo hace su presa de su cazador.

-Voy a besarte. –No es pregunta ni orden, ni nada parecido, sólo está siendo el de siempre, simplemente Mauricio Costabal que no me deja ni reaccionar cuando se acerca, y en una posición un tanto extraña me rodea con sus brazos, me quedo mirándolo asustada porque sus ojos hablan por él, hasta que sus labios calientes y húmedos tocan los míos y siento su calor, su poder, y así sin más de pronto nos estamos literalmente comiendo los labios, no tengo idea de quien besa a quien solo sé que es un acto desesperado a la par de dulce, no es una lucha de poderes, ni tiene que ver con quién se rinde ante quién, es el puro deseo de una persona a estar cerca de la otra estrechándonos a más no poder.

Al separarme lo primero que hago es soltarle:
-Acepté el puesto, señor Costabal.

-Mauricio -me corrige pasándome el dedo por mi labio húmedo-. Yo mismo he firmado la autorización el viernes, incluso sé hasta cuanto vas a ganar, Beatriz.

Justo cuando le voy a responder algo, siento los pasos de Sofía que corre hacia nosotros.

-¡Papi! ¡Mira! -exclama cogiéndolo de la mano para enseñarle los cojines de gatos, y como si él no los conociera los mira sorprendido, luego me mira a mí pidiéndome que diga algo.

-Son lindos ¿verdad?

-No, espantosos –responde con toda la sinceridad de un cabrón, tal cual es.

-Sofía, ¿qué tal si terminas el helado para que salgamos a La Vega?

-¡No…! ¿Puedo terminar el capítulo que estoy viendo primero?, ¡por fi…por fi…por fii!

Ante ese chantaje emocional ambos caemos redonditos y le decimos al unísono que sí, cuando ella se va nos quedamos mirando, obvio se ve impresionante con jeans ajustados a la cadera y una simple polera escote V, así que camino hacia el ventanal, prefiero estar lo más lejos posible, pero Mauricio no lo entiende y para evitar que se acerque mi legua me defiende.

-¿Lo pasaron bien ayer en el cine?

-Sólo fue Sofía, y dudo que lo haya pasado bien.

-Ah…

-¿Podemos hablar?

-Si no soy sorda, creo que estamos hablando.

-Tienes razón…

-Siempre la tengo -lo corto y él me pide silencio, pero no estoy dando concesiones y no tengo muchas ganas de hacerlo justo en este momento.

-Soy un cabrón.

-¡Descubriste América por celular!

-Escucha…soy un cabrón -da un paso adelante y yo otro hacia atrás-, por no querer que te vayas de mi sección, soy un cabrón por no estar feliz por ti, y definitivamente soy un cabrón por herir tus sentimientos, pero necesito que me entiendas.

-¿Qué yo te entienda? -murmuro ante la declaración del mayor de los cabrones.

-Sí, sé que eres capaz de estar en el piso de Agustín, sé que llegarás a ser una destacada ejecutiva en la empresa, sé que en poco tiempo todos verán tus capacidades y sé también que Agustín piensa que podrías ser una gran agente de bolsa y que para eso te está preparando -se acerca hasta tocarme la mejilla-, y no sólo lo piensa él, sino que yo también estoy seguro de que será así, ¿pero sabes que sucederá a partir del lunes? -niego con la cabeza por miedo a hablar y que mi voz no salga-, estaremos separados, tú, cinco pisos más arriba y apenas cruzaremos palabras, te vas a olvidar de mí, Beatriz.

-No es así -refuto.

-Lo es, y me mata pensar que te voy a perder, tal vez creas que soy egoísta, y lo soy, y es verdad soy yo quien tiene que aceptar, pero si no te explico lo que siento en mi interior no me vas a entender cuando vuelva a ponerme como un cabrón, porque lo soy, nunca te mentí, ¡te dije que era así! Pero nunca me sentí tan solo como ayer y antes de ayer hasta que entendí, mientras te odiaba, que si no lo aceptaba te iba a perder, porque el amor acá no tiene nada que ver con lo que tú quieras hacer, sino que con lo que sentimos y si no lo dejo fluir de forma natural esto se va a marchitar.

Siento que toda mi rabia baja de intensidad, no me gusta verlo así, vulnerable, y no es que sea blanda, pero mi corazón late con fuerzas, tanto que hasta me ahoga.

-¿Con esto me estás pidiendo una disculpa? -le digo tratando de sonar aún disgustada.

Como si fuera un cachorrito afirma con la cabeza y se acerca, casi nos rozamos pero se detiene, nos miramos atentamente y nuestra necesidad de contacto aumenta, son sus manos las que primero estira para llegar hasta mí, luego su cara roza la mía y su lengua ataca mi oído dándome así un reguero de besos que terminan en mis labios. Mi cuerpo ya no me obedece y se apega un poco más y es ahí cuando siento toda su erección en mi estómago, mis manos suben hasta su pelo y con rabia lo tiro ¿y qué hace él? ¡Gime de verdadero placer!

-Quiero follarte -susurra en mi cuello al tiempo que me da un mordisco.

-¿Follarme? Pensé que ya habíamos superado esa etapa -respondo con dificultad, no sólo los vellos de mi cuerpo se me están parando.

-Sí, follarte tan duro como pueda, cuando te hago el amor lo hago con suavidad y ahora no quiero ser precisamente suave contigo -me aclara desabotonando el primer botón de mi blusa blanca y acto seguido con poca delicadeza sacarme el colet del pelo y meterme los dedos entre medio-, odio ese moño de…

-Ya, sé, ya sé -respondo y soy yo quien lo besa con fervor deslizando mi lengua sobre la suya cálida y húmeda provocándome un anhelo que comienza por debajo de mi vientre y se aloja entre mis piernas, y justo cuando sus manos bajan hasta mi trasero una vocecita nos espanta.

-¡Terminó! Ya estoy lista para ir a La Vega.

Rápidamente me salgo del alcance de Mauricio porque él tarda un poco más en reaccionar.

-Nosotros también -digo y paso por su lado a la cocina en busca de un par de cosas estoy segura voy a necesitar.

-¿Para qué es esa manta?

-Mmm, ya verás -y agachándome le susurró en el oído-, ¿pensaste en un nombre para el gatito?

Ella con un gesto cómplice pone sus manitos en mi oreja y me devuelve el susurro.

-Soñé que encontrábamos uno y que se llamaba Soledad como mi mamá.

-Wow… -es lo único que puedo decir, porque la verdad es que me sorprende, y aunque suene egoísta el nombre no me encanta, pero… ¿Quién soy yo para prohibírselo? Y como si una alarma hubiera sido accionada, Mauricio llega hasta nosotras, volviendo a ser el hombre serio de siempre y aunque nuestras bocas se curvan en alegres sonrisas ni siquiera nos tocamos, volvemos a ser “normales” sin contacto, ni besos furtivos robados.

Jamás imaginé que un viaje a La Vega, centro neurálgico de las frutas y las verduras, pudiera ser tan entretenido. Sofía tiene una energía increíble, ¡no se calla nunca! Canta, juega, habla, pregunta y yo, a pesar de llevar sólo media hora, ya estoy agotada.

El primer reclamo viene cuando por supuesto no nos podemos estacionar donde él quiere y debemos hacerlo casi a una cuadra de distancia, y como si volviera a tener cinco años apenas nos bajamos, toma la mano de Sofía y la mía, ¡como si me fuera a perder!

Sé que no necesitamos un carrito para que nos ayude con las cosas, pero como necesito hacer esto muy creíble y espontáneo, le pido a uno de los chicos que nos ayuden. La primera media hora vamos sumergiéndonos en colores y olores, cual más maravilloso y apetecible, y aunque Mauricio se resiste un poco se suelta y es él quien de muy buen ánimo comienza a escoger cosas que Sofía dice que le gustan, pero yo ya me empiezo a preocupar, no hemos visto ningún gatito pequeño, ¿será que es verdad que se los comen? Hasta que de repente y como si el universo me escuchara, delante de nosotros tomando agua de una posa estancada encuentro el tesoro que tanto he buscado, y sí, ¡estoy dispuesta a ganarme el Oscar!

Dejo caer la manzana que estoy comiendo justo en dirección a la bola de pelos pegada y es mi actriz secundaria quien chilla:

-¡Un gatito! ¡Y está solito!

El animal se asusta y corre a esconderse atrás de unas cajas vacías, pero las ganas de esta niña tiran de la mano de su padre y caminan hacia el escondite.

-¡Mira! -vuelve a gritar Sofía, llamándome, y yo con la curiosidad que me caracteriza me acerco y ¡wow!

-¡Gatitos!

-Seguro son de alguien -bufa Mauricio mirándome, y en cosa de segundos entiende todo, me agarra por el brazo y me lleva a un costado, más feo y oscuro del que estábamos.

-¡Sabías que esto iba a suceder! -gruñe entre dientes visiblemente molesto-, ¡lo planeaste!

-Primero, te puedes calmar -pido muy seria aguantándome las ganas de reír, así como lo plantea parece que fuera la autora intelectual de un asesinato en serie-, vinimos a la comprar frutas -recalco-, y tú dijiste…

-¡Me engañaste!

-¡Papi, papi! -aparece Sofía con el gato gris entre sus manos, bueno, con el gato y sus habitantes, porque de inmediato veo como un puntito negro salta a su polera-, está solo, no tiene mamá y está en esa situación rara.

-No -la corta irguiéndose tanto que hasta a mí me da un poco de temor, pero ver los ojos tristes de Sofía me dan valor.

-Lo prometiste -aguijoneo, y con disimulo le quito la pulga de la polera, aunque en dos segundos veo que por el cuello del gato camina otra.

Mauricio achina los ojos y de mala gana toma al gato casi del pellejo y se acerca hasta el puesto más cercano y casi poniéndole el animal en la cara al vendedor le pregunta fuerte y claro para que nosotros escuchemos:

-¿Este gato de quién es, tiene familia?

¡Familia! Ahora sí que se me escapa una risotada desde lo más profundo de mi alma.

-Señor-sonríe el vendedor con educación-, aquí hay muchos gatos. ¿Cómo voy a saber yo si tienen familia? -agrega y creo que la última palabra la dice en tono de burla.

-¡No tiene! -chilla Sofía dando un saltito para alcanzarlo, pero el cabrón de Mauricio levanta aún más el animal, pero…como ella es digna hija de su padre se acerca al vendedor y le habla-, esos gatitos que están allá-apunta con su pequeño dueño-, ¿tienen mamá?

-¿Los que están debajo de las cajas? -pregunta un poco más amable el verdulero y Sofía asiente varias veces con la cabecita-, a esos gatos los vinieron a tirar hace un par de días, no están acostumbrado a carroñar por acá, por eso están tan flacuchentos, niña.

-¿A tirar? -pregunta más bajito y ahora su carita se transforma.

-Si son esos esos dos de allá, sí, los vinieron a dejar acá.

-Perfecto, entonces no están solos, se acompañan -corta Mauricio y camina para devolver el gato y a mí el corazón ya se me está partiendo. ¿Dónde están sus sentimientos?

-Papi… -suplica Sofía agarrándolo del brazo-, me lo prometiste.

-Pero también te dije que si era uno que estuviera solo, él tiene un hermano.

-Pero…

-No podemos tener dos gatos, Sofía, y no podemos separarlo de su hermano, eso sería crueldad.

-Yo me quedo con el otro -digo y antes de terminar la frase siento que la he cagado. ¿¡Qué voy a hacer yo con un gato?!

-¡Sí! -chilla, salta y aplaude Sofía, que como si fuera una velocista se lanza a mis piernas y me abraza con tanta emoción que no soy capaz de negarle nada-, ¡ahora nos veremos más seguido! Los hermanos no se pueden separar para siempre, así como come la tía Isidora come en nuestra casa nosotros llevaremos a Pasqui a visitar a Soledad a tu casa.

-¿Cómo? -pregunta choqueado por el nombre Mauricio-, ¿qué dijiste?

-Mi gatito se va a llamar Pasqui, y el de Beatriz Soledad como mi mamá.

-No…, no sabemos si es hembra o macho, primero debemos saber eso -comento y mientras me lo pasa para que lo revise ruego con todas mis fuerzas que sea hombre.

-¿Qué es, tiene pene o vagina?

«¡Qué sé yo si los gatos tienen vagina! Pero lo que sí sé, es que pene no tiene»

-Es niña -respondo bajito y ella con su agilidad va a tomar el otro y hace lo mismo, lo reviso y es macho. Y como si todo ahora fuera un torbellino de emociones, Sofía sostiene a su gato y yo a la mía. La cara de Mauricio es un verdadero poema, y tal cual como me sucede con la poesía no entiendo su expresión, porque está totalmente callado.

Comenzamos a caminar de vuelta, él no dice ni media palabra y yo me siento como la hija que hizo algo muy, pero muy malo. Una vez que estamos instaladas, se asegura de ponerle el cinturón a la enana y a mí me mira feo para que haga lo mismo, agarra a los gatitos, los envuelve en la manta que ya sabe para que era y los pone en el asiento trasero.

Si Sofía antes estaba alegre, ahora va pletórica contándoles cosas a los gatos sobre su nuevo hogar y sus nuevas vidas.

-Mauricio… -me atrevo a decirle muy bajito, pero él no me responde y sigue conduciendo, hasta que varios minutos después se detiene frente a un Street Center donde hay un Pet.

-Bájense -nos ordena y yo no entiendo a la primera-. ¿Qué? No pensarán llevarse a la casa esos gatos infectados en pulgas -y mirándome agrega-, no pienso bajarme y pasar vergüenzas con esos animales, que los revise el veterinario, que los bañen, que les pongan las vacunas y les compras lo que necesiten para comer, cagar y dormir.

Justo cuando me estoy bajando me entrega su billetera y yo niego con la cabeza.

-Beatriz… -alarga la palabra demasiado para mi gusto-, toma la puta billetera y paga lo que tengas que pagar, mis gatos, mis responsabilidades.

-Pero…pero yo pagaré por la gata.

-Soledad -interfiere Sofía desabrochándose el cinturón, cogiendo a ambos gatitos con cariño, inclusa los besa.

-Las espero en ese café -nos dice y se baja raudo por la puerta, presiento que le molesta más el nombre que el animal en sí.

Cuando entramos al Pet, el chico del mostrador nos mira bastante feo, no a nosotras sino que a nuestros pequeños animalitos, cuando le cuento toda la historia arisca la nariz como si le diera asco, pero cuando vuelve de contarle al veterinario, éste feliz nos dice que los atenderá sin problema y que además nos hará un descuento por lo noble de nuestra proeza.

Sofía se entretiene buscando cosas para los gatos y como no estoy preparada aún para volver con Mauricio espero la hora y media sentada que nos entreguen a nuestras nuevas mascotas. Y cuando lo hacen, ya ni asomo de esos peludos sucios, malolientes e infectados en pulgas, ahora incluso les brilla el pelo.

Al terminar pido dos cuentas aparte, y cuando abro la billetera de Mauricio me encuentro con una pequeña foto de Sofía de bebé con una inscripción:

“Porque no me olvido que un día sólo floté, hoy vuelvo a nadar”

De inmediato mis ojos atraviesan los suyos y buscan los de él al otro lado de la calle, pero el periódico que está leyendo me impide mirarlo.

Cuando estamos listas y por recomendación del veterinario llevamos a nuestros hermosos gatos en una jaula. Al llegar Mauricio nos mira a nosotras y luego a ellos, y movida por un impulso lo beso en la mejilla, sorprendiéndolo.

-Si quieres yo feliz nado a tu lado.

Sus ojos se abren y una auténtica sonrisa de felicidad aparece en sus labios y sin importarle ni el lugar, ni que Sofía esté mirándonos me atrapa con fuerza haciéndome caer sobre él y me planta lo que se llama un don beso en la boca y luego divertido nos dice:

-Ahora ustedes dos me van a alimentar, porque supongo que no compraron todas esas frutas y verduras para nada, ¿verdad? -esto último lo dice viéndome.

-¿Quieres que hablemos? -le pregunto por su silencio anterior.

-Todo está bien, a veces ser cabrón me supera, y el nombre de la gata…

-Puedo hablar con Sofía y cambiárselo, no quiero que te sientas incómodo.

-Beatriz, el que no quiere que te sientas incomodo soy yo, a mí me da igual, Soledad significó mucho para mí, pero no es mi presente ni mucho menos mi futuro –confiesa-. Y ahora hagan el favor de meter a esos animales a sus jaulas ¡y vamos que muero de hambre!

Oleado y sacramentado, de pasar a ser el rey de los cabrones este hombre puede ser el mejor de los caballeros, ¡para comérselo! Así que obedeciendo lo que me pide lo hago y así de una vez por todas regresamos, y cual es mi asombro…, vamos directo a su hogar.

En su departamento, la primera en desaparecer es Sofía y yo veo de reojo como Mauricio mira a su hija feliz jugar sobre el sillón. Media hora después cuando el almuerzo ya está casi listo es ella quien se ofrece a poner las cosas en la mesa, la verdad es que parecemos una verdadera familia, cada uno se desenvuelve perfecto en lo suyo y…. ¡me encanta!

A las cinco de la tarde terminamos de almorzar y somos abducidos a ver una película de monitos, así que ahora figuramos los tres más los dos nuevos integrantes en su pieza viendo la tv.

Cuando termina, Mauricio nos invita a tomar helados y a pesar de que se niega a llevar a las mascotas terminamos nuevamente los cinco sentados en el parque. De vuelta y aún con energía, Sofía me pide que la acompañe a bañarse y luego que la arrope para dormir, después de todo mañana es lunes y ella tiene colegio.

Tras decirle buenas noches a su padre y recordarle que lo ama con todo su corazón abraza a los gatos y se duerme.

Cuando llegamos de vuelta al salón suspiro.

-¿Siempre tiene tanta energía? -le pregunto desplomándome en el sillón realmente agotada.

-Siempre, pero hoy estaba aún más agitada, ¡y eso que no te ha tocado estar con sus compañeras!

-¿Tú, sí?

-Por supuesto, Sofía las invita de vez en cuando y sus madres les preparan cosas exquisitas para comer.

-Mmm, claro, pero supongo que no sólo son para las niñas.

-A mí me hacen otras cosas.

-¡Ah sí! -le digo poniéndome muy cerca de su oído-, y qué se supone que te hacen esas señoras, feas y viejas.

-Muchas cosas -responde con una exhalación.

-Yo también sé hacer muchas cosas -le beso el cuello-, pero como ya tienes quien te las hace…

Mauricio suelta una carcajada y me acerca aún más a él y murmura tocándome el contorno del escote.

-¿Por qué no me enseñas que puedes hacer?, a lo mejor aún puedo aprender algo.

-Soy muy buena profesora.

-Si eres la mitad de buena profesora de cómo eres urdiendo planes para coludirte en contra mía estoy seguro voy a aprender mucho.

-Ridículo…

-Sí, mucho, ahora deja de hablar y enséñame.

-Perfecto, voy a ser tu profesora y tú mi alumno, ¿entendido? Sé buen niño.

-Tú sé una buena profe y te ganarás una manzana. Esto me está gustando -expresa dándome la mano para que lo siga, y cuando llegamos a su habitación me siento un poco incomoda, sobre todo cuando miro hacia la cama.

-En este departamento sólo hemos vivido Sofía y yo -agrega como leyéndome el pensamiento y yo asiento-, y esta cama la he usado sólo yo -agrega besándome el cuello y eso me deja tranquila.

Ahora me lanza a la cama, desabrocha mi pantalón y me quita la blusa de un solo tirón por la cabeza.

-No iba a ser yo la profesora -le recuerdo mientras desabrocho su pantalón.

Encoge los hombros.

-Me acordé que te dije que te follaría, luego, si aún no estás agotada puedes ser lo que quieras –dictamina y acto seguido apaga la luz, pero eso no impide que sus manos sepan muy bien donde acariciar.

-Vas a pagar muy caro mi viaje frustrado a la playa -me dice y ataca mi cuello con un mordisco que me hace chillar-, no grites, no estamos solos.

-¡Ponle pestillo a la puerta! -chillo abriendo mucho los ojos pensando en Sofía que está solo a unos metros de aquí.

-Tranquila, no despierta ni con los temblores, relájate -susurra tirándome la braguita que sale lejos, dejándome totalmente desnuda ante él, porque el sostén fue el primero en volar.

-No grites ni digas nada. ¿De acuerdo?

Con lo caliente que estoy no puedo negarle nada, y es justo cuando solo muevo la cabeza que siento que su boca ataca de nuevo mi cuerpo y esta vez comienza por mi pezón.

-Te dije silencio.

-No puedo -respondo porque sus labios ya están atacándome de nuevo con tanta intensidad que es uno de sus dedos el que se mete en mi boca para hacerme callar, y yo lo empiezo a chupar como si se lo estuviera haciendo a él.

-Te voy a follar con la lengua y así vas a acabar.

-No -logro decir con su dedo entre mis dientes, pero claramente no me escucha y ya está totalmente instalado allá abajo. Al primer contacto ahogo un gemido con mi mano y cierro los ojos para concentrarme, pero su lengua no me da tregua.

-¡Sube!

-Ni en broma -murmura y ahora no solo es su boca la que siento sino que también sus dedos que empiezan a buscar un camino propio, excitándome todavía más a un ritmo frenético que me está volviendo loca. Mientras su lengua succiona mi clítoris mis caderas se levantan exigiendo un poco más, cosa que entiende de maravilla.

-Para…para. O voy a… -no termino la frase porque sus dientes atrapan mi vulva y con eso sé que no tengo ninguna posibilidad de seguir hablando -, entendí…

-Aquí mando yo, vas a acabar en mi boca porque yo quiero y no volverás a hablar, y si lo haces, seguro encuentro algo para callarte -me advierte y cuando voy a reclamar levanta una ceja.

-Me da vergüenza -le suelto con total sinceridad, y al contrario de lo que pienso sube hasta mi boca y yo retiro mi cara porque no quiero que me bese, no para sentir mi propio sabor.

-Eres mi niña grande -sonríe y sin importarle mi queja me besa con tanta pasión que me deja de nuevo mirando las estrellas y ¡zaz! ya no soy dueña de nada en mi cuerpo y son mis manos las que lo agarran de la cabeza para que retome su viaje hacia el sur y haga lo que quiera hacer conmigo, incluso le abro más las piernas-, un día de estos voy a grabarte.

Ahora sí que mi libido baja en picada, ¡¿qué?! No, ni en esta ni en la otra vida, pero cuando voy a reclamar su lengua empieza a hacer un trabajo sublime, suave y en el punto perfecto se mueve en círculos sin ejercer presión alguna produciéndome un placer inigualable sin disminuir ni un poco su intensidad.

Agarro el bonito plumón que tiene y así de poco decoroso lo muerdo, porque es eso o el gemido frustrado se me escapa desde lo más profundo de mi garganta. En silencio, caliente y excitada poniendo las manos alrededor de sus hombros le clavo las uñas y me dejo ir soltando toda la tensión acumulada. Segundos después cuando ya no quiero más porque no puedo, intento retirarme, pero ahora son sus manos las que me agarran fuerte por el culo impidiéndomelo.

-¡No más! -le suelto-, no puedo más.

-Oh sí, Beatriz -susurra pegado y ese airecito tibio me caliento aún más… ¡como si eso fuera posible!

-Te odio…te juro que te odio, Mauricio Costabal.

Mis palabras surgen efecto y al fin despega su boca y queda a mi altura de rodillas mirándome con la lujuria de alguien que tiene muy claro lo que va a hacer, y es justo cuando levanta mi pierna y la pasa por sobre su hombro.

-¡No! -exclamo desesperada en tanto él sonríe con arrogancia.

-¿Por qué no? -quiere saber acomodándose.

-Porque la vas a meter de una y hasta el fon…-no alcanzo a terminar la frase cuando la primera estocada es certera y profunda, ¡chillo! mis manos se aferran a su espalda y con la fuerza que emplea quedamos casi sentados y soy yo quien empieza a moverse con él dentro.

Rápido, fuerte y rítmicamente.

-Así…así…no pares -jadea mordiéndome el hombro y tengo que cerrar los ojos para aguantarme el dolor, definitivo, el sado a mí no se me da. Pero cuando los abro y estoy a punto de bajar con todo veo que por la puerta se cuela una luz y me detengo de inmediato.

¡La enana!

-No pares -gruñe y su mano se apodera de mi culo para acercarme con fuerza.

-¡Sofía! -digo saltando hacia atrás para separarme, en tanto Mauricio aún sigue de espaldas a ella, luego se da vuelta y agitado le dice:

-Estamos viendo una película de terror.

Mi cara es la misma que la de la niña del exorcista, me giro y lo miro abriendo mucho los ojos como diciéndole.

Idiota, ¡¡No tienes televisor!!

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