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Mi esposa Cossete Yo opino

Mi esposa Cossete

Alessia Injoque
Por : Alessia Injoque Directora de Fundación Iguales. Ingeniera Industrial, mujer transgénero, En twitter @ale_injoque
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Cambiar es duro y complejo, pero cambiar de género en un entorno en el que se es castigado socialmente, lo es todavía más. Frente a un camino tan impredecible, debes aferrarte a todo lo que te dé estabilidad y te ayude a enfrentar el enorme impacto que el rechazo puede generar en los pilares de tu autoestima. Con mis amigos, familia y trabajo en riesgo, la roca que dio estabilidad a mi vida fue mi esposa Cossete.

Cuando nos conocimos, en junio de 2007, era imposible que nos imagináramos esto. Ella vino a Chile con unas amigas, y mi primo, que trabajaba con ella, me pasó su contacto para que la orientara en la ciudad. Tras ese viaje seguimos en contacto y conversábamos por mail porque en el trabajo estaba bloqueado el Messenger. Viajé un par de veces a Lima, ella me visitó una vez en Santiago y entre una cosa y otra, el amor comenzó a nacer.

El 2008 regresé por trabajo a Lima y ahí nuestra aventura comenzó cuando ella –atípica, como somos– dio el primer paso. Estábamos bailando en la noche de año nuevo, cuando me preguntó “¿Qué somos?” y yo me animé a decirle “¿quieres estar conmigo?”. Nuestra vida transcurriría con tranquilidad por varios años. Nos seguimos enamorando y un día ella –siempre sutil e indirecta– me pasó un anillo suyo para que sepa cuál era su talla; le pedí matrimonio y casi recién casadas nos vinimos para Chile. Todo ese tiempo fuimos una pareja común y corriente ante los ojos de los demás. Ella trabajaba en un banco en Perú, yo ascendía en el mundo de la consultoría, pero detrás de esa fachada se escondía un espacio de nuestras vidas todavía incómodo, que no sabíamos cómo manejar: yo me travestía.

Se lo conté llorando cuando todavía pololeábamos: “Perdóname por no ser perfecto”, le dije esa vez, «esto es una parte de mí que no va a desaparecer». Lo decía muerta de miedo, sabiendo el estigma que cargaba ser así. Ella podría haberme visto como una persona enferma y hasta, frustrada por el tiempo que le hice perder en una relación sin futuro, revelar mi secreto. En algún momento pensé que iba a terminar conmigo pero, a pesar de que la hice llorar y a pesar del miedo, siguió a mi lado. Cossete me amaba. De a poco, ella fue aprendiendo de esta parte de mí que siempre escondí por miedo al rechazo, y yo pude comenzar a buscarme, aún no a quererme, pero al menos dejar de odiarme.

Ahora, en la cotidianidad del día a día, se siente lejana la tormenta que enfrentamos. Recuerdo las lágrimas de Cossete el día en que me dijo que no sabía si las cosas podrían volver a ser lo mismo, pero que no me iba a dejar sin intentarlo; ese día también lloré con miedo, porque quería creer que todo iba a estar bien pero el camino era duro e impredecible.

En ese camino ella me ayudó con mi ropa y me acompañó las primeras veces que salía a la calle como mujer, mientras enfrentaba mis miedos. Cuando alguien me miraba mal, ella lo miraba mal de vuelta. Y me tuvo paciencia en ese largo periodo en el que, entre mi trabajo, mis clases de baile y maquillaje, mi psicóloga y mi grupo de apoyo, no siempre le di el tiempo y cariño que merecía.

El día en que salí en la portada de la revista Que Pasa, y el país supo mi historia, alguien tuiteó: “En qué clase de mundo su esposa no lo dejó”. Yo le respondí lo que creía y sigo creyendo, y para lo que me mantengo aquí visible: en un mundo mejor. Porque si hay un amor que merece ser celebrado es el que florece en la adversidad. Si es bello  y valioso el amor que crece protegido, ¿cuánto vale el que brilla aún cuando es mirado con desconfianza y desprecio? En ese mundo mejor, con el que sueño cada día, #AmorEsAmor, sin prejuicios ni discriminación, es libre y celebrado.

Hoy ya cumplí mi sueño de ser yo misma, la gente me acepta y estoy rodeada de amigos que me llenan de cariño. Pero ninguna tarde fui más afortunada que la que cruzó a Cossete en mi camino.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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