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No me creo ni distinta, ni rara, ni más inteligente, ni más sensible, ni más chora… simplemente no quiero ser mamá Yo opino

No me creo ni distinta, ni rara, ni más inteligente, ni más sensible, ni más chora… simplemente no quiero ser mamá

Fátima Castro Prado
Por : Fátima Castro Prado Fátima es periodista regional en Valparaíso de la fundación para Promoción y Desarrollo de la Mujer, PRODEMU. Ha trabajado durante más de 20 años en medios de comunicación, especialmente en televisión. Amante de los animales porteños, de las buenas conversaciones ,de los amigos. Feminista y enamorada de Valparaíso . Profesora de comunicación efectiva de la fundación UPLA y activa participante de comunidades vecinales. Mi lema: aquí y ahora.
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Lo cierto es que hace algunos buenos años, dije no quiero ser mamá, no quiero tener hijos. Era divertido escuchar comentarios como “qué rara eres” o “¿a qué viniste a este mundo?”, “¿no te da miedo quedarte sola? ¿Quién te va a cuidar cuando seas vieja?” o “eres súper egoísta, sólo piensas en ti” “¿quieres puro carretear?”, “¿no quieres asumir responsabilidades” o, peor, “no quieres madurar”. Uff, son muchas, muchas la frases y condenas. Pero insisto que es divertido, porque, en general, la mayoría de las personas se sienten en pleno derecho de opinar de tu vida (y con mucha seguridad). Por suerte yo estoy liberada de comentarios o de juicios. Sinceramente no me importa nada. Mi familia, siendo muy católica y conservadora, nunca me ha cuestionado, todo lo contrario, me consideran valiente, que también lo encuentro divertido, porque tampoco soy valiente, es solo una opción.

Como soy periodista y me gusta conversar, escuchar, en mi historia de vida he visto de todo. Madres culposas, madres felices, madres adoptivas, madres arrepentidas -y que no se atreven a decirlo-, otras que se toman con humor los temores y angustias o mujeres que tienen un pánico muy profundo de no serlo. Yo no sé si todos o todas le toman el peso a la maternidad, porque no es sólo una responsabilidad afectiva, sino también social y política. Me lo tomo tan en serio, que por lo mismo, decidí no serlo. Pero esta es mi película.

No quiero ser madre, porque siento que toda la energía que el universo me regaló -la vida es muy corta- me permite llenar tantos espacios de amor, incluso hasta soy maternal con mi entorno, pero desde lo que yo quiero y, tal vez, desde lo que mi ego necesita.

Es curioso, porque al escribir esta columna, me siento dando explicaciones, pero no son explicaciones, son realidades y me parece interesante decirlo, comunicarlo. En principio, al menos, ejercer la maternidad es una opción válida, hermosa, trascendente. Bien por quienes lo hacen y por quienes recibimos con alegría ese aporte heroico a la vida. Sin embargo, la dignidad y el derecho al respeto de las opciones de las personas, mujeres en este caso, va mucho más allá de la maternidad. Las mujeres de hoy necesitan, y son agentes de su sentir, vivir plenamente con la decisión que sea. En mi caso, trabajo con mujeres y a mis 43 años, puedo decir con toda la tranquilidad, que para ser mujer no hay que ser madre, no existe esa famosa realización que tanto comentan.

Esta opción me ha hecho muy feliz, tengo una relación maravillosa conmigo, lo paso bien, me pasan situaciones muy lindas y me rodeo de mucha gente también muy linda. Dedico mi tiempo a cosas que me gustan, como caminar por los cerros de mi puerto querido, ver películas hasta que me aburra, dormir sin culpa, trabajar en temas sociales, escribir, echar la talla con mis vecinos y vecinas, moverme sin presiones, en mis propios tiempos. Podría enumerar un listado de privilegios. Evidentemente todo tiene un costo, como todas las decisiones en esta vida, y cada uno sabemos cuáles son. No hago juicios, todo lo contrario.

Aclarar también -porque en Chile todo hay que aclararlo- que no porque yo pueda hacer estas cosas, las madres no pueden, pero es más difícil. Es más, admiro mucho a las mujeres que, siendo madres, las hacen todas, absolutamente todas. Pero también me angustia ver a otras que sufren una carga social muy terrible y, lo más fome de eso, es que sólo se trata, justamente, de un tema social y cultural.

Finalmente mi reflexión es que ya no quiero hablar más de mí y de las razones del porqué no quiero ser mamá. No quiero tampoco seducir, ni convencer a nadie de mis convicciones o decisiones, tampoco quiero juzgar, no me interesa. No me creo ni distinta, ni rara, ni más inteligente, ni más sensible, ni más chora. No quiero validarme en este espacio, pero sí quiero -ahora me pongo emotiva-, un país en donde no tengamos que ser reconocidos como quienes realmente por un premio Oscar, no quiero que el feminismo sea una moda, o que pensar distinto a todo el mundo, sea raro. No quiero un país en que debatir sea sinónimo de pelear, no quiero un país pelador, copuchento y entrometido. No quiero un país en donde nos humillemos y nos hagamos daño, aun así queriéndonos. No quiero un país falso, no quiero un país doble estándar. Quiero un país creativo, pensante, participativo, opinante feliz, honesto, libre. Quiero un país en donde las mujeres no tengamos miedo, pero por sobre todo, quiero un país RESPETUOSO. Ya, me emocioné y me embalé.

Abrazos porteños.

Valparaíso, Chile.

PD: Es lo máximo ser tía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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