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Capítulo 5: “Costabal, mantente lejos de mí” Historias de sábanas

Capítulo 5: “Costabal, mantente lejos de mí”

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Ya no puedo más, estoy cansado de esperar, la luz ya apareció por la ventana y los autos han comenzado a circular por la ciudad, y de la feminista… ¡nada! Nada de nada.

Incumplo mi promesa y la llamo directo a su teléfono personal, y, por supuesto, no me responde.

Parezco león enjaulado dando vueltas por mi casa con el teléfono en la mano, esperándola.

Antes de llegar a mi habitación cierro la puerta de Sofía, no quiero que mis demonios entren aquí, en un lugar sagrado donde solo se respira paz y tranquilidad.

Y justo cuando estoy por salir, mi vista se dirige a algo que está sobre su cama. Con cuidado como si se tratara de un gran descubrimiento me acerco, y con las manos temblorosas tomo el cojín de gato que está oculto bajo unos peluches.

Mi corazón se acelera, reconozco este olor e inhalo profundamente para empaparme de su perfume, que me acaricia suavemente, burlándose de mí, recordándome lo que he perdido a una mujer inconfundible, extraordinaria que huele a cítrico a la vez que también lo hace a un perfume floral, pero es más, mucho más que eso, es su esencia.

Cierro los ojos, apoyándome en la pared.

-Llámame, por favor, llámame -ruego en un suspiro apretando contra mi pecho este pequeño tesoro. Camino al baño para lavarme las manos y no ensuciarlo, y cuando veo mi imagen en el espejo, siento que debo bañarme. La feminista esa tenía razón.

Después de quitarme la ropa, abro el grifo y ni siquiera espero a que esté caliente, solo me quedo bajo el chorro frío que cae directo sobre mi cuerpo. Cierro los ojos y siento el agua correr, pienso en todo lo acontecido en las últimas horas.

Fui un verdadero idiota, nunca debí actuar así, jamás debí dudar de ella; era claro que algo estaba sucediendo, pienso mientras mi espalda se pega a la pared y comienzo a caer lentamente al suelo.

-Solo perdóname Beatriz, por favor -ruego golpeando la muralla con rabia. Y justo, cuando me estoy lamentando, escucho el teléfono. Corro para alcanzarlo.

-Diga -respondo con el último aliento.

-Vaya…, cualquiera diría que acabas de correr la maratón de Santiago -se burla Francisca por el otro lado de la línea-, ¿o es que debo ser mal pensada y creer que estabas en otra cosa?

-No digas estupideces.

-Epa, trátame con respeto, Costabal, soy tu única oportunidad en la vida.

«Maldita sea, tiene toda la razón» me digo a mi mismo en tanto me paso las manos por el pelo una y otra vez, escuchando su respiración.

-Por favor… -susurro-, ¿dime dónde y a qué hora?

Ella suspira y aunque no la veo sé que está esbozando una pequeña sonrisa.

-Mi parte mala me dice que te haga sufrir un poco, pero parece que hoy amanecí buena.

-¿Entonces…? -la apremio.

-A las cinco de la tarde en el café que está en el parque forestal.

-¡Son las once de la mañana! -rugo pensando en la cantidad de horas que faltan.

-Lo tengo claro, Costabal, pero habemos muchos que tenemos que cumplir horario y no podemos faltar a trabajar, es más, y como estoy ocupada, te dejo. Nos vemos en la tarde. -Se hace un silencio y continúa-. Y si quieres un consejo, antes de decir cualquier cosa cuando la veas, cuenta hasta diez – me advierte y corta la comunicación.

Me quedo pensando en su consejo y no lo entiendo. Solo quiero que me disculpe y que todo vuelva a ser como antes.

Pasan las horas y la ansiedad puede conmigo, incluso para tranquilizarme bebo un poco de whisky, y cuando voy por el segundo vaso me detengo, debo estar absolutamente cuerdo, pero los nervios me están matando y este maldito reloj no avanza. Cada minuto transcurre más lento que el otro y como si no tuviera suficiente con todo, varias preguntas cruzan por mi cabeza. ¿Si no me perdona? ¿Si no me quiere escuchar? ¿Si ya no le intereso? ¿Si quiere a alguien sin complicaciones? ¿Y si ya…?

-¡Por la puta! -grito desesperado, la angustia me está matando, estoy desesperado, y cuando ya son las cuatro, voy para la segunda ducha del día, pero esta vez no pienso en nada, necesito calmarme.

En menos de cinco minutos estoy listo, solo un jeans y una polera blanca, específicamente esta porque sé que le gusta, y así bajo hasta el estacionamiento.

-¡Por la cresta! –gruño, escuchando mi propio eco por el rededor, y con lo malhumorado que estoy, literalmente agarro a patadas la maldita rueda pinchada.

Con tan mala suerte, que el hijo de mi vecina pasa por mi lado deteniéndose.

-Esa rueda ya cagó -asegura el pendejo que no debe tener más que dieciocho años-, pero si quieres te la puedo cambiar yo, tío.

Tiemblo al escucharlo…. ¿tío? «Yo no soy tu tío pendejo de mierda» quiero gritarle, pero cuando estoy por abrir la boca él continúa:

-No es tan difícil, incluso te puedo ayudar.

Alucino, y en colores, ¿Qué se cree? Sé que estoy dilatando las aletas de mi nariz y apretando la mandíbula para no insultarlo. Así que mientras él está mirando, abro el porta maletas, saco todo lo que guardo hasta alcanzar la rueda de repuestos y la gata.

Ni siquiera la bajo al suelo, yo le voy a demostrar a este… niñito, qué es ser un hombre.

Sacar el neumático no me cuesta nada, incluso me asombro yo mismo, pero encajar la gata es otra cosa. Me pongo de pie para mostrarle como lo hace un verdadero hombre, pero al quinto intento ya estoy sudando, ¡y cansado!

-¿Necesitas ayuda? -me pregunta inclinándose.

Solo lo miro, y con eso entiende, pero a pesar de mi mala forma se queda.

Después de varios minutos, termino y, como el gran hombre que soy, me envaro frente a él y le digo:

-Primero debes aprender, niño, es cambiar un neumático.

-Sé cambiarlos, y también sé cambiar la correa de distribución -habla como si fuera el dios de la mecánica.

-Qué bueno, me alegro.

-Gracias, ¿pero puedo decirte algo?

-¿Qué? ¿También sabes cambiar la batería?

-No.

-Entonces –suelto, limpiándome las manos lo mejor posible en un paño todo roñoso que encuentro.

-Es que le faltó ponerle la tapa a la llanta -me indica el muy sabiondo con altanería, y yo para no ser menos lo miro y respondo en igual tono.

-Estaba esperando que lo hicieras tú, ¿no tenías tantas ganas de ayudar?

Es lo único que le digo y me subo al auto, miro la hora y ya sé que voy justo, maldita sea mi suerte.

Cuando termina, arranco tan fuerte que las ruedas rechinan en el pavimento y, a penas escucho el “chao, tío, que le vaya bien”.

El primer rojo lo respeto, el segundo también, pero el tercero me lo salto, es como si todo se hubiera confabulado en mi contra para retrasarme.

El tráfico está de los mil demonios, he tocado tanto o más la bocina que Sofía cuando ganamos la Copa América.

Sonrío ante ese recuerdo, mi niña pintada de azul, blanco y rojo con su polera de la Selección. Por supuesto, yo me negué a pintarme, y si no hubiera sido por Macarena que me obligó, jamás hubiera ido a la plaza Italia para toparme con un taco infernal y miles de hinchas encontrando una razón para embriagarse en la vía pública. Por qué celebrar… ¡no! Eso sí que no era una celebración, ¡era un desmán!

Al fin llego, y con la suerte que tengo, por supuesto no encuentro ningún estacionamiento cerca, sigo avanzando y el maldito parking privado está completo.

¡Por la puta madre! ¡¿Qué más por la mierda?! ¡Qué más! Y sin importarme nada de nada giro dándome una vuelta en “U” frente al cerro Santa Lucía, ni siquiera escucho los bocinazos que me propinan todos esos amargados que seguro no tienen otra cosa que hacer.

Me subo sobre la cuneta y al fin estaciono. Cuando el parquimetrero me va a decir algo levanto la mano y mágicamente se calla.

Seguro los municipales me van a sacar un parte o, con la suerte que tengo, capaz y la grúa de carabineros se lleva mi auto, pero no me importa, nada en este momento me puede importar más que hablar con ella… mi amor… mi esperanza y mi salvación.

Camino con las manos en los bolsillos para ocultar el temblor de mis manos, tengo una sensación extraña, ansiedad y felicidad casi en la misma cantidad y, a pesar de que tengo claro todo lo que le voy a decir, temo no poder expresarme. Tal vez si no fuera un lugar público podría tomarla y besarla hasta que se convenciera, y así terminaríamos en algo mejor, en donde por supuesto las palabras sobran… pero eso, aquí, es casi imposible.

El lugar está completamente atestado de gente, ¿que a todos se les ocurrió venir a tomar café hoy?

Mientras avanzo por entremedio de las mesas, la gente me mira y murmuran entre ellos hasta que me doy cuenta del por qué.

¡Mi polera está totalmente manchada! Mis manos negras y mis brazos qué decir, incluso los jeans han sufrido las consecuencias. Creo que debí dejar que el pendejo cambiara la rueda.

¡Al fin! Al fin diviso a la mujer de mis sueños, y por supuesto de mis pesadillas, pero al fijarme bien, no está sola, está….está con todas sus amigas.

En un acto inesperado, Francisca se levanta sin que ninguna de las otras chicas se den cuenta y llega hasta mí. Lo primero que hace es mirarme de arriba abajo y soltar:

-¿No podías bañarte? Hasta un pordiosero se ve mejor que tú.

-Gente en situación de calle -la corrijo.

-Ah, bueno, si estamos con esas, no sé si dejar que mi amiga del alma hable con un hombre que recién ha salido de la cárcel.

-Comisaría -recalco poniéndome nervioso, hasta que de pronto, suelta una risita que odio y me da un golpe en el brazo que me pilla totalmente desprevenido.
-Vamos, Costabal, es broma, suéltate un poco, deja de ser tan empaquetado, la Bea no es un monstruo, pero…

-¿Pero qué? -la apremio.

-Pero dice que te odia con toda su alma, y Paula piensa lo mismo.

-¿Y qué tiene que ver ella? -gruño odiándola de antemano.

-Se nota que no sabes nada sobre la sororidad.

-Por la cresta, Francisca, ¡no transformes esto en una lucha feminista de poderes! ¡Separa las cosas mujer!

Abre los ojos tanto que creo que se le van a salir, incluso su cara está completamente roja, respira profundo y con una tranquilidad inusual en ella responde:

-No pienso darte la razón, pero debes entender que la amistad entre nosotras es bastante más fuerte que solo tomarnos un café o salir de vez en cuando, si he traído a las chicas es para que te ayuden. Entendemos lo que pasó, pero no por eso disculpamos tu actuar ni te vamos a prender velitas, solo hacemos esto por Bea, porque se merece una explicación, y porque…

-¡¿Por qué!?

-Porque cuando está contigo es feliz, y así queremos verla, pero si le dices a alguien que yo te dije esto, te parto la cara, Costabal, ¿me escuchaste?

Asiento con la cabeza positivamente, me dice que espere un par de minutos antes de llegar, que ella me ayudará, al menos a retener a Beatriz para que escuche mi explicación. Eso decae un poco mis esperanzas, significa que no tiene idea de que voy a venir, por eso está tan tranquila.

Dejo pasar medio segundo y avanzo, no puedo seguir esperando. Con el corazón a punto de salir, me paro frente a ella y le hablo:

-Beatriz.

Asombrada me mira primero a mí y luego a sus amigas, y antes de dejar que diga algo se gira hacia Francisca y bufa:

-¡Me mentiste!

¡No! -se defiende Francisca un tanto nerviosa.

-Mi vida, por favor escúchame, ¡tengo una explicación!

-Mi vida una mierda -grita furiosa sin que le importe el espectáculo que está dando, porque no puedo negar que toda la gente se ha volteado hacia nosotros.

-Cálmate, no grites.

-Grito todo lo que quiero, no quiero escucharte -me dice, tomando sus cosas para irse, pero es Claudia la que la detiene.

-Beatriz, por favor, solo unos minutos.

-¡No quiero escucharlo ni un segundo! Les queda claro.

-Por favor, Beatriz, sé que merezco todo esto, sobre todo después de la otra noche -le recuerdo y sé que se incomoda, su rostro ha cambiado de color y le llega a salir humo de la rabia que tiene-. Solo pido que me escuches, luego me podrás insultar todo lo que quieras por el resto de tus días y yo te escucharé sin decir nada porque me lo merezco por idiota.

-¡Por idiota, eso te queda chico, eres un verdadero H.D.P y con mayúsculas! Así que no pierdas tiempo explicándome nada, no me interesa nada de lo que me puedas decir. Me rendí, así de fácil, no puedo contigo, con tus cambios de humor, con tu carácter, con tu vida, con todo. No quiero vivir en una constante novela. Así que por favor, vete, Mauricio, nosotros ya no tenemos nada que hacer.

-¡Te equivocas! ¡Te quiero! –grito con todas mis fuerzas, y ahora el que atrae la atención de todos soy yo.

-¡No puede ser! -me dice desesperada apretando los puños, y juraría que está a punto de soltar una lágrima.

Las chicas me miran y es Paula la que habla.

-Dile todo de una vez, ¿qué estás esperando? -habla y por supuesto las chicas la siguen en esta pequeña revolución, pero la única persona que quiero que me escuche no quiere hacerlo.

-¡Habla de una vez! No urdí todo este plan para que ahora te quedes callado como un cobarde.

-No quiere hablarme -reconozco cuando Beatriz comienza a caminar hacia la salida.

-¿Y te vas a dar por vencido, así de simple? -me pregunta Claudia-, de verdad tenía otra percepción de ti, Costabal.

-Es que acaso no lo ven -exclamo indicando el camino que ha seguido Beatriz.

Entonces, como una tromba que deja todo un desastre a su paso, Francisca pasa por entre medio de nosotros y llega hasta Beatriz, la jala del brazo y a pesar de su negativa e intentos por soltarse se acerca de nuevo a nosotros.

Yo… alucino con lo que veo. ¡Esto no es normal! Pero bueno… ¿qué en mi vida lo es?

-¡Dile! -chilla Francisca y sé que ya ha llegado el momento de contarle todo.

-¡Alto!, aunque sea lo último que haga me vas a escuchar -le ordeno en tanto ella tiembla, su expresión, sus gestos y toda ella está nerviosa, se queda petrificada ante mi orden y muy sutilmente se limpia la comisura de los ojos.

-Tus amigas no te han traicionado, están aquí porque sabían que tú no me querrías escuchar y todo esto tiene una explicación -murmuro lo más humilde que puedo.

-¡De qué mierda me estás hablando!

-Sé lo que te mostró María José, sé lo de las fotos y de los videos, y sé también que todo lo que hiciste en el bar fue para que me alejara de ti. Hiciste todo por protegerme a mí y a Sofía.

No puede creer lo que le digo, que lo sé todo y en un acto de vergüenza agacha la cabeza dirigiendo su vista al suelo, incluso se afirma de Francisca para no perder el equilibrio mientras puedo notar cómo un escalofrío recorre su cuerpo en fracción de segundos.

Aturdida se lleva la mano a la frente y suspira agotada.

Cuando cierra los ojos estoy seguro que está recordando las imágenes que vio de nosotros juntos en posiciones más que indecorosas, aunque yo, a decir verdad, podría repetirlas una y mil veces.

-Por la cresta, Beatriz, ¡dime algo! –mascullo, tragando saliva con dificultad.

-Me siento como una completa idiota… -suspira en un lamento que lacera mi corazón-. Todo lo hice por ti, por Sofía, por nosotros, esperando estúpidamente que en algún momento supieras la verdad, pero después de lo que pasó la otra noche me di cuenta de la capacidad que tienes para hacerme daño, para humillarme…

-Beatriz, por favor, déjame explicarte -sacudo la cabeza negando ese día-, yo pensé que tú…

-Da lo mismo lo que pensaste, o lo que creíste, sabes como soy y lo que estaba dispuesta a dejar por ti.

-Debiste habérmelo contado, Beatriz -la interrumpo sin dejarla continuar y sin opción a lamentarse-, tenía todo el derecho a saber que de alguna u otra manera te estaban extorsionando, tenía el derecho a saber qué sucedía, el porqué de tu cambio de actitud, éramos una pareja, ¡nos iríamos a vivir juntos!

El silencio se hace entre nosotros y supongo que miles de pensamientos nos invaden a los dos.

-¿Y sabes qué es lo peor, Beatriz?, es que no fui capaz de darme cuenta de lo que sucedía, aunque había señales que me decían que algo estaba mal -digo golpeándome el pecho-, algo aquí no encajaba, pero no fui capaz de darme cuenta por mí mismo…

Suspiro un par de veces porque lo que siento no me deja continuar, me falta el aire y el pecho se me aprieta como nunca.

-Mi vida… -hablo comenzando a acercarme hacia ella, necesito tocarla, sentirla, abrazarla. No puedo ver esa fragilidad con que me mira, me está haciendo mierda por dentro, me siento un miserable y ni siquiera sé si merezco su perdón.

-No te me acerques -gruñe desde sus entrañas al tiempo que me muestra la palma de su mano-, mantente lejos de mí.

Ante esas palabas me detengo, respetando su decisión, pero sin dejar de mirarla en ningún momento. Soy muy consiente que el brillo de sus ojos se ha apagado, ya no me miran con la intensidad de antes, y me doy cuenta que ni siquiera queda un vestigio de lo que alguna vez fue o hubo entre nosotros..

-Desde el primer día que te vi me fijé en ti, cuando follamos por primera vez creí que era un sueño, pero cada palabra tuya… cada caricia, y todas esas situaciones que vivimos me hizo creer que en realidad esto no era un sueño, era una oportunidad para ser feliz con el hombre que amaba… Pero después de la rabia que vi en tus ojos esa noche, no sé si algo de lo que vivimos fue real, o simplemente un mero placer carnal para ti -argumenta con la voz debilitada.

-¡No! Todo es cierto, mi vida, ¡todo! -afirmo con la voz rota, desgarrada. Sus ojos se llenan de lágrimas, su mirada ya no era con odio, era de dolor, ese dolor que me indica que ya no hay esperanzas.

Contengo el aliento, pero no puedo quedarme de brazos cruzados, debo recuperar su confianza… necesito tenerla en mi vida, anhelo que todo sea como antes, que reconstruyamos nuestra relación y que forjemos un futuro juntos, que comencemos de cero.

Y a pesar de su negativa, la tomo entre mis brazos con fuerza, no le permito moverse, y con vigor le digo:

-Te amo, Beatriz, te amo como jamás pensé amar a alguien -digo besándola, desesperado, por donde puedo-. Siempre me has dado la luz que necesito para vivir, desde la primera vez que te vi… comencemos de nuevo, desde el principio, a tu forma…

Y cuando levanta la cabeza siento como mi corazón se detiene.

-Entiendo, entiendo todo lo que dices, y está bien, ambos nos equivocamos, ahora estamos en paz, pero por favor márchate, Mauricio.

-¡No! ¡¿Cómo se te ocurre?!

-Te lo ruego, te lo imploro, si es necesario, pero por favor márchate y déjame seguir por mi camino.

-¡Tu camino es conmigo!

-¡No, Costabal! -exclama zafándose de mis brazos empujándome con fuerza-. No quiero verte nunca más, esto se acabó el día que me humillaste, y ya no lo puedo volver a aguantar, soy mujer y aunque no lo creas tengo dignidad, esa que tú mismo te hiciste cargo de cagar. No me dejaste nada –dice, tapándose la boca con las dos manos temblorosas dando dos pasos hacia atrás.

No…no…no… niego en mis pensamientos y pesar de todo y en un acto desesperado doy un paso hacia ella, y es ahí, cuando al mirarla a los ojos por un instante, en una miserable fracción de segundo, cuando la mente interpreta las miradas, comprendo la decepción que le causo.

Cierro el puño y sé que la he perdido.

-Soy consciente del daño que te hice, pero fue consecuencia de nuestros propios actos. Tú me ocultaste algo importante y yo no supe cómo reaccionar sin rencor -reconozco con un dejo agrio, totalmente amargado-. Mi gran error fue no creer en ti, debí haberlo hecho y saber que había un motivo para todo lo que hacías -sonrío tristemente-, pero no lo hice, me dejé cegar por la rabia, la ira y… la venganza -respiro profundo y continúo con la serenidad de alguien que sabe que lo perdió todo-. Te amé, Beatriz, como jamás pensé que amaría a alguien…, te amo con todo mi ser, y aunque creas que soy petulante, sé que nadie te amará como yo…, pero no puedo obligarte a que estés conmigo y a que me perdones. Quiero que sepas que soy capaz de hacer cualquier cosa que me pidas, incluso de vender mi alma al diablo por ti. Pero no puedo obligarte… y porque te amo, haré lo que me pides -murmuro acariciando sus facciones y comienzo a caminar hacia la salida, rogando con todas mis fuerzas que me pida que me detenga, como pasa en las películas, pero no hay nada, ni gestos ni intenciones…

Ahora sí estoy completamente solo.

Tan pronto como llego a mi departamento me desplomo en el sillón, ni siquiera enciendo la luz, estoy solo, me siento perdido, encerrado entre estas cuatro paredes.

Siento que me falta el aire para seguir respirando, prisionero de mis propios sentimientos y condenado por mis propios actos.

Con los dedos apretándome el puente de la nariz me permito llorar, llorar de verdad y desde lo más profundo de mi alma, asumiendo que ya nada volverá a ser como antes.

Varias horas después, el teléfono me despierta y mi corazón late con fuerzas pensando en que es ella.

-Mauricio, ¿estás ahí?

No tengo ganas de pelear, así que solo respondo con un gruñido algo parecido a un sí.

-Tenemos un problema.

-Macarena, nada en este momento podría importarme menos que un problema ajeno que no sea el mío.

-Sofía…

-Dale a Sofía lo que quiera, si quiere un gato, cómpraselo, yo no me opondré…

-No, Mauricio -me interrumpe-. ¡Sofía no está!

-¡¡¡Qué!!!

-Sofía se perdió.

En ese momento, la sangre bombea tan fuerte que aturde mi cerebro…

«¿¡Cómo qué Sofía se perdió!?».

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