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A 20 años de Sex and de the City, periodista de El País analiza: ¿fue una serie feminista? La historia de cuatro amigas

A 20 años de Sex and de the City, periodista de El País analiza: ¿fue una serie feminista?

A pesar del tiempo transcurrido, los lugares de rodaje son hoy puntos de peregrinaje para sus fans. Pero más allá de la moda, desde la óptica del movimiento #MeToo que la serie significó un avance para las mujeres es difícil de defender. En demasiadas ocasiones la propia protagonista ponía las necesidades de sus parejas delante de las suyas, como esa historia intermitente que la arrastró a engancharse a un hombre que, no solo la dejó para casarse con otra, sino que encima la dejó plantada el día de su propia boda.


Hace  20 años se estrenó, la serie Sexo en Nueva York o Sexo en la Ciudad, según la traducción. Cada episodio se trasmitía por HBO y comenzaba con una frase que era una declaración de principios: “Bienvenidos a la era sin inocencia. Nadie desayuna en Tiffany´s y nadie tiene affaires para recordar. En su lugar desayunamos a las 7.30 de la mañana y tratamos de olvidar nuestros affaires lo más rápido posible”.

La historia de cuatro mujeres que se ahogaban en Cosmopolitans, probaban vibradores y cenaban siempre en restaurantes reales,  acabó cautivando a una generación a la que nadie le había contado de verdad qué pasaba por la mente, y la cama, de las chicas treintañeras. Según cuenta ElPais.com, mucha gente en Manhattan veía la serie solo para enterarse de los sitios de moda a las que se debía acceder mediante exclusivas listas de reserva.

Hoy existen visitas guiadas para los fans, como la de On Location Tours con parada obligatoria en el «brownstone» -vivienda típica neoyorquina- situado en el West Village, donde una cadena a la entrada impide a los curiosos acercarse a la puerta y un cartel en la ventana clama hoy «¡Vergüenza, Trump!».

En realidad Sexo en Nueva York se adelantó a una forma de vivir el amor que hoy practicamos sin remordimientos, expone Tatiana López periodista de ElPais.com. Pasar de pantalla en aplicaciones como Tinder era la moneda común en el Manhattan de principios de siglo, solo que en vez de hacerlo en el celular se hacía en persona. En EE.UU., las reglas de cortejo siempre han sido más laxas, y es lícito estar saliendo con varias personas a la vez hasta que se decida que la relación va en serio.

En esa jungla de sentimientos se empezó a mover en la década de los noventa la periodista británica Candace Bushnell, cuya desastrosa vida sentimental aparecía cada semana publicada en el periódico The New York Observer bajo el nombre de Sex and the City. Pronto esa colección de desamores se convertirían en un libro que cayó en las manos del productor Darren Star (Melrose Place, Beverly Hills: 902010), quien supo inmediatamente que allí olía a éxito.

En un principio la ficción fue elegida por la cadena ABC, pero la historia sexual de cuatro mujeres solteras en Manhattan resultaba demasiado arriesgada para una cadena familiar. Finalmente fue HBO quien aceptó el reto y comenzó un camino hacia el éxito cuya siguiente baldosa fue la producción de la serie de Los Soprano.

Pero no todo era color de rosa y ni faldas de tull, se sabe que la actriz Kim Catrall nunca estuvo a gusto con su papel, entre otras cosas aseguró que la serie había terminado con su tercer matrimonio con el músico Mark Levinson. Más recientemente la actriz protagonizó un encendido enfrentamiento en Instagram con Sarah Jessica Parker, e incluso se negó a participar en la tercera película de la saga, y eso que de todas sus compañeras es probablemente la que menos rentabilidad ha obtenido de su fama.

Sarah Jessica Parker (Carrie en la serie) supo sobrevivir al olvido convirtiéndose en un icono de moda, y en la protagonista de alguna que otra comedia romántica. Más suerte tiene Cynthia Nixon (Miranda), quien hace poco presentó su candidatura para ser gobernadora de Nueva York.

¿Una serie feminista?

Tatiana López  analiza que precisamente el personaje de Nixon era el único que se declaraba abiertamente feminista.

Desde la óptica del movimiento #MeToo, es difícil plantear que la serie significó un avance para las mujeres. En demasiadas ocasiones la propia protagonista ponía las necesidades de sus parejas delante de las suyas, como esa historia intermitente que la arrastró a engancharse a un hombre que, no solo la dejó para casarse con otra, sino que encima la dejó plantada el día de su propia boda. En otro capítulo, Carrie se disculpa con un amante por no mostrarse entusiasmada con el mal sexo que habían tenido. Y, por supuesto, están los zapatos. Que en un capítulo Carrie prefiera comprarse unos Manolos antes que pagar el alquiler es algo que a muchas feministas les seguirá dando dolor de cabeza.

Es que para mucha, s Carrie pudo ser superficial, por su gusto excesivo por prendas de marcas, muy conectada al glamour. Sin embargo, aunque endeudada por sus frivolidades, siempre fue una mujer independiente… en eterna búsqueda del amor.

Pero, a pesar de sus grietas, Sexo en Nueva York abrió la puerta a temas que nunca se habían tratado en prime time. El orgasmo femenino, la masturbación, los abortos espontáneos e incluso el cáncer de Samantha son solo algunos de los tabúes que la serie consiguió hacer digeribles para una audiencia más acostumbrada a atragantarse con la realidad que a disfrutarla. Además la producción de HBO consiguió algo que nunca se había logrado en la pequeña pantalla, que la perspectiva femenina fuera apta para todos los géneros. Por último, la gran contribución de la serie fue acabar con el mito de las solteronas y demostrar que no se necesitaba a un hombre para pasarlo bien si se tiene buenas amigas. Una amistad que cumple 20 años.

Y no cabe duda que nunca faltan amigas que creen tener un poco de Carrie, Charlotte, Miranda y Samantha y que están dispuestas a comerse el mundo, contarse los detalles entre «cosmos» -o ahora más de moda un «apperol»-  y tejer su propia historia, como hicieron otras antes que ellas.

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