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¿Por qué es importante que hablemos del enfoque de género? Yo opino

¿Por qué es importante que hablemos del enfoque de género?

Néstor Italo Carrera
Por : Néstor Italo Carrera Doctor en Ciencias Sociales
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El uso de la perspectiva de género no es exclusiva de los movimientos feministas, sino más bien es un enfoque que busca ser inclusivo, abierto y en construcción continua.  


De acuerdo a la OIT, a nivel mundial, por cada 10 hombres que trabajan, sólo 6 mujeres están empleadas. Según el informe Perspectivas sociales y del empleo en el mundo (Avance global sobre las tendencias del empleo femenino, 2018), la tasa mundial de participación de las mujeres en la fuerza de trabajo sigue estando 26,5 puntos porcentuales por debajo de la tasa de los hombres.

En Chile, de acuerdo al INE (2017) la tasa de participación laboral femenina a nivel nacional, aumentó desde 45,3% en 2010 a 48,5% en 2017, no obstante, la brecha se mantuvo sobre los -20 puntos porcentuales en todos los años.

En el mismo año, la tasa de femicidios a nivel nacional fue de 0,47, es decir, por cada 100.000 mujeres en Chile, 0,47 muere a causa de un femicidio, y por cada 100.000 mujeres hubo 1,24 femicidios frustrados. En 2017, el 38,8% de mujeres entre 15 y 49 años de edad declaró haber vivido una o más situaciones de violencia ejercida por su pareja, ex pareja o algún familiar a lo largo de su vida.

¿Por qué es importante que hablemos del enfoque de género? Las desigualdades entre hombres y mujeres no solo se hacen visibles en brechas salariales, formas de violencia, femicidio, roles y funciones en las pautas de crianza, acceso a cargos, y un conjunto de prácticas sociohistóricas que sistemáticamente invisibilizan y subalternizan a las mujeres, sino también, en las barreras que dificultan las conquistas de la libertad, la autonomía y el poder decisional. Dichas desigualdades son producto de relaciones y asimetrías de poder ancladas a discursos e imaginarios hegemónicos que hacen de la alteridad, la otredad y la diferencia un constructo en favor de lo masculino, que a su vez, se despliega a través de diversas estrategias que usan de plataforma o piso psicológico e instrumental al “lenguaje”.

Lo masculino y femenino (como el bien y el mal, positivo y negativo, si y no, etc.) constituye una estrategia de diferenciación (dicotómica), una separación, un desgarramiento metodológico y conceptual de la realidad para configurar identidades y singularidades que permitan asir y darle forma “al objeto” o “sujeto” humano/a. En el pasado, a lo femenino, se le asignó cualidades conductuales particulares (débil, desprotegida, dependiente, emocional-frágil, santa/libertina, bruja, etc.), que aunque obsoletas hoy, las instituciones sociales (como el colegio o los medios de comunicación social) tienden a reproducir sin otro objetivo que la permanencia del statu quo, el poder masculino, falocentrista y eurocéntrico, invariable desde la colonización -siglos atrás- hasta el presente.

¿Es la perspectiva de género algo exclusivo de las mujeres? El uso de la perspectiva de género no es exclusiva de los movimientos feministas, aunque allí hayan afortunadamente emergido, es decir, desde lo propiamente femenino, más bien es un enfoque que busca ser inclusivo, abierto y en construcción continua. La necesidad de repensar lo cotidiano, reinventar nuestras significaciones sociales, prácticas culturales, modos de vivir, habitar y desarrollarnos, nos exige replantearnos los modos de ser, hacer y comunicarnos, en consecuencia, de deconstruir nuestros discursos tradicionales y dar un salto cualitativo en nuestras capacidades para articular la diferencia, y a través de ello, disipar las desigualdades e injusticias arraigadas a un sistema patriarcal apolillado, caducado, basado en la dialéctica hegeliana de “el amo y el esclavo (esclava)”.

No hay duda en que las prácticas y discursos de inferiorización e invisibilización de la mujer han disminuido con el tiempo, y que también, son los y las jóvenes quienes mayormente han contribuido en deconstruir esa forma de vulnerabilidad (construida de forma arbitraria por la cultura machista), sin embargo, esta nueva generación al estar subyugada a las instituciones sociales, se exponen a que si éstas no realizan cambios estructurales y conceptuales internos verán degradada toda posibilidad de transformación a corto, mediano  y largo plazo, en consecuencia, un recursivo proceso de perpetuación de los significados y sentidos matrices que instituyen relaciones de poder asimétrica.

¿Qué implica entonces la transformación social? Quizá sea pertinente destacar que la necesaria ruptura, transformación y deconstrucción del imaginario patriarcal, basada en un proceso de resignificación colectiva, no debe reducirse sólo a una “mayor empatía de la otredad”, “a una revalorización de la mujer” o a “reinventar la división del trabajo”. Hablamos de transformaciones que implican aspectos sociales (legales-derechos, económicos, políticos, culturales) y también aspectos individuales (lenguaje, actitudes, conductas, discursos, miradas) cuyas condiciones de gestación interpelan una apertura al diálogo, el cual, debe conducir a nuevas trayectorias discursivas y expresarse en igualdades de oportunidad, acceso, libre expresión, decisión, entre otras, pues se trata de conquistar la libertad, la autonomía y de embestir aquellas significaciones, estereotipos, rótulos, etiquetas, instituidas como verdades e implantadas en el inconsciente colectivo como partes constitutivas de nuestra identidad.

Aun cuando los esfuerzos de la institucionalidad pública son significativos en dicha dirección, es la sociedad misma la que debe -en el hogar, el trabajo, la calle- asumir un rol protagónico. Dichos cambios pueden comenzar cuando somos capaces de reflexionar respecto de nuestras propias estructuras y sistemas de pensamiento, usos del lenguaje, tipos de humor, etc. Tú ¿estás dispuesto a cambiar?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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