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36 centavos: Big Little Lies, pequeñas grandes mentiras Yo opino

36 centavos: Big Little Lies, pequeñas grandes mentiras

Camila Le-Bert
Por : Camila Le-Bert Dramaturga chilena
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Las peores mentiras son las que nos decimos a nosotras mismas. Él me quiere. Los dos somos violentos. Los niños no se dan cuenta. Estamos mejor. Tengo todo bajo control. Cuando llevas años cayendo en un hoyo te acostumbras a la falta de luz. Se te hace familiar el hoyo. Tu vida es así. La vida es así. Hasta que algo pasa que te mueve, que te susurra, tu espíritu, tu fuerza vital, sal de ahí, te estás muriendo. Son conversaciones que tienes contigo misma, en el silencio, en la micro, o en el auto, como en el caso de Big Little Lies, pequeñas grandes mentiras, yendo a dejar a los niños al colegio. Una sensación de angustia, como si algo estuviera fuera de lugar y buscas en todas partes menos ahí, donde está el problema que no quieres ver. Se habla poco en la serie y se apoya mucho en la música, que rellena con la emoción penetrante de las ondas del sonido. Y son millonarias. Y una no puede no admirar la belleza de Monterrey y sus casas de alto impacto pero es funcional esa plata. Es funcional a la historia porque le da el soporte físico a las apariencias que cada una siente profundamente como suyas, como su mundo, su identidad. Esta familia, en esta casa, con estos valores. Y evidencia el cinismo, el juicio constante y la competitividad banal de los apoderados que se detestan en nombre del bien de sus hijos. Yo no tengo hijos pero creo que hay un piso en el infierno que se llama «Reunión de Apoderados» donde las personas que no tienen absolutamente nada en común se reúnen para discutir con fervor religioso sobre si censurar o no la obra de teatro del colegio.  Mientras tanto, en la casa de la más perfecta de las madres, la más bonita, la más buena, con el marido más mino, teme por su vida. Escapar cómo. Aquí sí que la plata vale. Poder arrendar un departamento. Poder arrendar un departamento sola. Para ella y sus hijos. Que él no se entere. Un golpe. Si él se entera la va a matar. La va a matar. Aunque a veces es tan tierno, él la ama, la necesita. Somos los dos. Estamos en terapia. Él llora después. Él sabe que tiene un problema. Se descontrola a veces. Pero están las amigas. Si supieran. Ella no les quiere decir. Ellas tienen sus propios dramas y, además no quiere escuchar que le digan ¿Cómo permitiste que te hiciera eso?! ¿¡Tú?! ¿¡Tú que eres la media mina?!  cuando, al final, lo más importante y seguro que le dirán es Yo te apoyo, si necesitas puedes quedarte en mi casa, amiga. De verdad.

Cuando somos chicas nos enseñan mucho como se empiezan los romances pero nos deberían enseñar más sobre como terminarlos. Una no quiere ser mala. No quiere destruir ese frágil ego producto de la masculinidad tóxica y después de un tiempo, tú misma crees que el mundo es un puro hoyo pero no. De todo hay escapatoria. Siempre te puedes ir. Siempre puedes decir no. Yo llego hasta aquí. Yo soy libre. Me voy. Aunque no sepas donde, aunque tengas luca en el bolsillo. Como Tina Turner cuando dejó a Ike, se fue con 36 centavos en el bolsillo. Eres libre. Y tienes amigas.

Big Little Lies, HBO

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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