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«Este país se traiciona a sí mismo»

El 15 de abril, uno de los íconos del Canto Nuevo presentará su nuevo disco, Emporio, el primero en años y un intento por salir del aislamiento al que los cerrados circuitos de la música popular chilena lo han confinado. Un aislamiento relativo -del público, no de la creación- del que él culpa a los medios -que incomunican, más que comunicar- y aun a cierta idea de país oficial que vive de espaldas a sus creadores.


A Rudy Wiedmaier (36) la ha ocurrido tener que sentarse a una mesa del Centro Cultural N’Aitún (donde se presenta ahora último regularmente), a conversar con antiguas fans de los tiempos del Canto Nuevo que, dice él, "esperaban encontrarme cantando todavía la Catalina", la canción que le dio no pocas satisfacciones a principios de los 80. Después de mucho conversar, sus conclusiones son más bien melancólicas:

"Nuestra generación está un poquito aletargada, en una situación de desarrollo personal, no más, y no de participación colectiva. Mucho quedarse en la casa, mucho ver televisión. Eso ha sido un bajón. O encontrarse con gente que te pregunta: ‘Bueno, y todavía estai en la música?’. Y no es porque yo no haya seguido haciendo cosas, porque eso no es real: tengo cinco discos, he armado bandas con gente nueva, hay gente de mis bandas que se ha destacado, el C-Funk, de Los Tetas, la primera banda en la que estuvo fue una banda mía. Pero hay una desinformación tan fuerte entre lo que es el quehacer del artista y el público, que me da la sensación de que los medios ahí juegan un papel clave".

-¿Te parece que la gente llega a escucharte con nostalgia?
-Muchos llegan buscando eso, y yo no se los doy. No estoy en la nostalgia, estoy pensando pa’l futuro, siempre, pa’delante, pa’delante. Siendo que el disco que estoy haciendo para el Fondart sí contiene una temática con cierto grado de nostalgia, porque está le presencia de un poeta que a mí me ha influenciado y me gusta harto, Jorge Teillier, que tiene que ver con la vuelta atrás, porque la temática del disco habla también de la infancia, de un país, de un mundo que cambió, que se perdió, que se fue difuminando. Es un disco que tiene un título, Emporio, y en alguna parte incluso habla del mostrador: "Emporio, sobre el mostrador, frascos de colores de la infancia…". Es un disco que contiene elementos de una mirada atrás: de hecho el tema principal del disco es un tango, un tango moderno, pero un tango…

-Una manera de acercarse a la nostalgia sin seguir tocando los mismos temas…
-Claro, es revisitar. Pero en el surco siguiente tienes un tema con dos hiphoperas pendejas, de 22 años, música que se está haciendo ahora. Y en el siguiente tienes baladas acústicas medias voladas, tipo Spinetta… Es un abanico de posibilidades musicales y líricas que te entrega una visión más amplia. En eso estoy, en una opción que recoge todo lo que a mí me gusta, sin estar pensando que van a creer que me cambié de onda por moda, o que estoy haciendo esto porque es lo que me conviene por la situación del mercado… Y vuelvo al divorcio entre los medios y el público: me parece que la prensa especializada -con excepciones- no tiene puesta su atención en una labor que si está bien desarrollada tiene un peso, una repercusión enorme, y que tiene una responsabilidad cultural muy fuerte, que es ser el vínculo entre la gente y el quehacer de los artistas o de quien sea. Yo creo que ahí hay una cagada muy grande. Y en ese divorcio creo que Televisión Nacional de Chile ha jugado un papel nefasto en estos diez años de la Concertación.

-¿Por qué?
-Porque es un canal que está completamente entregado a las leyes del mercado, que elude su responsabilidad cultural como organismo del Estado. Es un canal que no tiene producción propia a nivel de programas destacados, de programas que tengan contenido cultural. Todos los programas que tiene cierta profundidad son de productoras independientes que los venden al canal. Pero lo que el canal produce es de una calidad totalmente baja. Están entregados al Miguelo, a la frivolidad que vemos en los estelares… están entregados a una fórmula que fue predominante en la televisión pinochetista, y eso no ha sido cambiado y esa, más que una deuda, es una vergüenza de la Concertación, que se suma a otras pequeñas vergüenzas que casi le cuestan la elección presidencial. Todas esas situaciones hacen que haya un divorcio entre lo que el artista está desarrollando y lo que el público percibe. El público cree que sus músicos están todos dedicados a otra cosa, a taxear o lo que sea, y el músico siente, y vive, el hecho doloroso de no poder estructurar un auditorio que le permita subsistir medianamente, que le permita proyectarse.

Abrir compuertas

"En este país -dice Wiedmaier, no sin vehemencia- tenemos músicos increíbles, que en otros países, Brasil, Argentina, serían figuras nacionales, y aquí están olvidados: Mario Rojas, extraordinario, cantante, arreglador, un compositor que se mueve entre el soul, el tango, el bolero, la cueca… un músico con un horizontes super amplio. Figuras nuevas que están apareciendo también: la Anita Tijoux, C-Funk; de los más antiguos el Hugo Moraga, un huevón increíble, con una obra super trascendente, de 30 años de trabajo. Mientras eso no cambie, mientras no haya una real voluntad de la gente que tiene el poder político y que puede provocar esos cambios, no se comprenderá que la cultura es el desarrollo, y no, como dice el slogan de un banco, ‘parte del desarrollo’: es el desarrollo.

-¿Te parece, además, que hay un problema en la formación del público, más allá de la posible incomunicación con los creadores?
-Es una situación que está configurada por distintos eslabones de esta cadena siniestra. Y por qué digo siniestra: porque se condena a los artistas a una pobreza encubierta, a una pobreza material que produce divisiones familiares, crisis matrimoniales, que afecta a los hijos, que afecta la sanidad mental del involucrado. Eso es muy grave, porque es un país que está viviendo de espaldas a su propia sensibilidad creativa. Yo he visto folcloristas de toda una vida llegar a la comida anual de la SCD, en CasaPiedra, a todo trapo (la próxima la harán en el Empire State, supongo), y percibir ese abismo entre las dos realidades: entre la realidad del showbiz estelar de la televisión y la realidad solitaria del creador abandonado. Esa distancia es de una ferocidad tan terrible, que un país como este, que acepta esa situación, se condena a sí mismo. En cierta forma se traiciona a sí mismo. Y no deja de ser sintomático que estemos llenos de ilustres suicidas. El arte chileno está lleno de ilustres suicidas y eso es inaceptable. Hay una complicidad entre los que tiene la posibilidad de abrir un poco la compuerta y los intereses políticos más reaccionarios, a los que evidentemente no les conviene una apertura de sensibilidad, de visión de mundo, un crecimiento de la sensibilidad, porque eso se constituye inmediatamente en una amenaza. Cuanto te hablo de complicidad me refiero directamente a ciertos sectores de la Concertación y la derecha más reaccionaria.

-¿Percibes posibilidades de acción colectiva para romper ese bloqueo? Decías que tu generación estaba ‘en la personal’…
-Tengo la idea de que la gente más joven tiende más a la acción colectiva, dentro de su tendencia: los metaleros con los metaleros, los raperos con los raperos, la gente del hip hop. Hay una onda de apoyarse más, de impulsar cosas juntos. De mi generación tengo una visión mucho más crítica, pero creo que hay una oportunidad. Lo veo ahora, en que están apareciendo en ciertos cargos de poder gente de mi edad: y esas personas tiene una responsabilidad tremenda.

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