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Los Tres: bienvenidos a la historia

Nos hemos acostumbrado a escribir, escuchar y leer que Los Tres redescubrieron las cuecas. En la repetición, se olvida el verdadero impacto y el enorme esfuerzo que ello requirió. Lo cierto es que el grupo hizo por la cultura musical y popular chilena mucho más de lo que se está dispuesto a aceptar.


Las claves de la disolución de Los Tres están en el disco Fome. El primer tema promocional de ese disco, «Bolsa de mareo», retrata muy bien la sensación de insatisfacción y hastío que la banda sentía tras diez años de carrera, ya alcanzadas las que, desde Concepción y a fines de la dictadura, deben haber parecido metas muy, muy, muy lejanas: «Contrátame una gira por el sol; págame en estrellas por favor; bolsa de mareo, sentado, en pie»; y luego: «Quisiera entender la gravedad, la de un niño enfermo por volar/volar en mil pedazos y ser feliz, todo lo que miro se vuelve gris».

Grabado en Estados Unidos, pre producido con Carlos Cabezas -clara muestra de que el prolífico interior del grupo ya no bastaba como motor de ideas-, destinado a llenar las horas de largas giras mexicanas; dueño de algunas de las mejores canciones de la banda («Pancho», por ejemplo), Fome, un disco subvalorado por el público y la crítica, fue el verdadero canto de cisne de Los Tres. Lo siguiente, La sangre en el cuerpo, título inspirado en una línea de Romeo y Julieta, fue un álbum casi estrictamente personal, y refleja sobre todo las expectativas que Alvaro Henríquez tenía sobre sí mismo, girando hacia los 30, consolidado dentro de su grupo, libre de preocupaciones económicas, casado por primera vez. La sangre en el cuerpo era un disco sobre el cual los otros músicos del grupo tenían poco que decir, y cualquiera que lea las entrevistas de la banda se va a dar cuenta de eso: el último disco de Los Tres es, en realidad, el primer disco solista de Henríquez. Y eso se hace especialmente relevante en esta hora de receso indefinido que, probablemente, sea mucho más de adiós que de otra cosa.

La disolución de Los Tres hay que entenderla a partir de Henríquez, no sólo porque él fue el principal músico y letrista de la banda y en ningún caso porque los demás hayan sido menos «tres» en este grupo: sólo sobre la excelencia instrumental y la coincidencia musical y estética de Pancho Molina, Roberto Lindl y Angel Parra habría sido posible armar una de las dos mejores bandas de rock chileno. Pero allí, era Henríquez el hombre que iba detrás de una misión. En su mohín de provinciano despreciativo, en el gesto cínico que velaba su inteligencia, Henríquez hizo por la cultura musical y popular de este país mucho más de lo que se está dispuesto a aceptar. Nos hemos acostumbrado a escribir, escuchar y leer que Los Tres redescubrieron las cuecas. En la repetición, se olvida el verdadero impacto y el enorme esfuerzo que ello requirió.

Rescatar las cuecas, y con ello, construir un puente que parecía definitivamente cortado hacia la memoria, no de una generación, sino de todo un país, es más que una recuperación musical. Intentar la conquista de México, no sólo porque era bonito, emborrachador y divertido, sino porque era el mercado más grande al que un latino podía aspirar, tampoco fue sólo una empresa comercial. Llenar el Estadio Nacional, asociándose con dos bandas que venían de otra escuela y generación (Illapu y Los Jaivas) no era sólo una prueba de fuerza.

En cada uno de esos gestos, Los Tres hicieron historia. Una historia que, en el claro derrotero de Henríquez, sólo podía terminar en una cosa: la separación. Hay grupos que se despiden con discos, bandas que dicen adiós con conciertos. Vendrán nuevos discos de jazz, a manos de Parra y Lindl, en el Angel Parra Trío, y de Molina, vía Francisco Molina y Los Titulares.

Vendrán nuevos trabajos solistas de Henríquez, muy probablemente vinculados a la música de películas y definitivamente asociados con Cabezas. Y Los Tres todavía tienen pendientes algunos conciertos en el Teatro Providencia, en mayo próximo, pero el verdadero gesto de despedida está en otro lado; estará en las páginas que Henríquez ya le encargó al argentino Enrique Symns.

Porque la historia se escribe en los libros.Y sólo después del final.

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