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Hola, Manu

Está claro que el propio Manu Chao es quien más resiente la legalidad impoluta de su pasaporte europeo. Se le nota sobre todo por la majadería y el aspaviento con los que insiste sobre el tema. Pero su música lo salva de tanta palabrería.


Me arrepiento. Este cronista se arrepiente hondamente de los injuriosos conceptos vertidos en público y privado sobre Manu Chao; más precisamente, sobre su inagotable capacidad para discursear sobre inmigración ilegal, pobreza y políticas latinoamericanas. Cimbréandome alegremente la noche del jueves en su primer concierto en Santiago, el martilleo verborreico de Manu Chao me hizo sentido por primera vez, más aún cuando visitó las canciones de Mano Negra, que tuvo a bien cantar varias veces durante la noche, para variar así el repertorio agradable pero extremadamente sencillo de su disco Clandestino. Inclinándome sobre una rodilla y otra -como me gusta hacer cuando escucho reggae- recordaba yo las dos visitas que Chao hizo antes a este país y que dedicó, prácticamente en exclusiva, al sano ejercicio de la charla y la declamación, lo primero con sus amigos, lo segundo con la prensa. Chao conversa poco cuando se trata de los medios. Prendida una grabadora, el franco español se lanza -con gran independencia del cuestionario que se le presente- sobre las tres o cuatro verdades que le interesa comentar sobre el mundo: que el norte va contra el sur; que los europeos se aprovechan de sus inmigrantes ilegales; y que Latinoamérica está profundamente jodida, pero es un lindo lugar. Sobre todo cuando uno viene de vacaciones, falta agregar.

Está claro que el propio Chao es quien más resiente la legalidad impoluta de su pasaporte europeo. Se le nota sobre todo por la majadería y el aspaviento con los que insiste sobre el tema: «Me averguenza tener una nacionalidad de primer mundo» le dijo a la periodista del diario El País. Se ignora si se le consultó sobre el tema. Bueno, no es el ser europeo el que invalida a Chao para hablar de este y otros temas. De hecho, nada lo invalida para hacerlo. Salvo los sanos y a menudo ignorados márgenes que imponen la autocrítica y la reflexión. Chao no es el ideólogo de la liberación latinoamericana y se miente a sí mismo y a los demás cuando intenta presentarse como tal. Chao es más bien, en términos políticos, un europeo al que, como muchos, le encanta viajar, que es más que turistear y menos que residir. No ha abandonado Europa para lanzarse al buen gobierno de algún pueblito salvaje entre selvas.

Lo que sí es, y esto casi no se nota entre tanta palabrería, es un muy buen músico. A la cabeza de Mano Negra se tragó lo mejor de la música latina y la escupió en una mezcla sonora tan definitiva, tan revolucionaria, que marcó un antes y después en el pop sudamericano y todavía retumba entre los mejores proyectos sonoros de por aquí, los argentinos Fabulosos Cadillacs entre ellos. Y luego en solitario, hizo un disco tan grande como Clandestino, que entreteje en la sencillez de sus melodías uno de esos mundos sonoros que crean la ilusión de lo irrepetible. Todo esto queda bien claro cuando Chao abandona el megáfono y toma el micrófono. Sobre el escenario, con su banda, en la inusual alegría y generosidad con la que lleva su show, Chao realmente marca una diferencia. Realmente hace un concierto de recordar. Y ahí, sobre las cuerdas, marca su distancia con ese 90 % de música podrida que en sus entrevistas se apura a denostar.

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