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Una leyenda llamada Koko

Con toda la expectación que produce cada nuevo disco de B.B. King -y sólo el último par de años ya hemos tenido dos de ellos- resulta especialmente ingrato reconocer el profundo desconocimiento de Koko Taylor, la más grande bluesera viva.


Este mes, y a los 65 años, Koko publicó un nuevo álbum, Royal Blues. El disco fue etiquetado por el sello estadounidense Alligator, legítimo sucesor de la casa mater del blues, la recordada Chess, que cerró sus puertas en 1975 y que a su vez publicó la música de otras grandes como Big Mama Thornton, Bessie Smith y la propia Taylor en su época.



Ancha y morena, de ojos leoninos, dueña de esos cuerpos amatronados criados en el sur profundo, sólo las memorias más privilegiadas recordarán su fugaz y aguardentosa aparición en Corazón salvaje, la película que David Lynch dirigió en 1990. Oscura, inquietante, con los años marcados en el rostro y los dientes, Taylor -que interpretaba allí a una cantante- pasaba en el filme por un personaje más de la galería lyncheana. Pero cuando Laura Dern y Nicholas Cage se sacaron el maquillaje, Koko, que era Koko, que era entonces y ahora casi exactamente lo que se veía en pantalla, siguió su vida de vieja bluesera, de reina única de ese lugar extraño que es Memphis, de rara sobreviviente.



KokoTaylor nació y fue criada en una granja en Memphis, escuchando a B.B. King en el show radial que el guitarrista ya tenía esos años. Su padre quería que sólo se dedicara al gospel, a la canción negra-cristiana, siempre hambrienta de voces bien templadas, pero con la ayuda de uno de sus hermanos ella prefirió convertirse en bluesera. A los 18 años se casó con Robert "Pops" Taylor y se empleó en Chicago como mujer de aseo, para salir en las noches a ver cantar a Muddy Waters o Howlin’ Wolf. En 1962 se convirtió en cantante, apoyada en el hombro del arreglador Willie Dixon, quien fue el primero en decirle que nunca había escuchado a una mujer cantar el blues como ella, frase que con el tiempo se hizo leyenda, particularmente tres años más tarde, cuando Taylor grabó "Wang Dang Doodle", un blues que vendió millones de copias esos años y llegó al cuarto lugar del Billboard en 1966.



Desde entonces, o sea hace casi 30 años, la carrera de Taylor, como la de King, ha seguido extendiéndose en el tiempo, desafiando toda lógica histórica, industrial. Y aunque es un número seguro a los Grammys en su categoría (ha conseguido seis nominaciones y ganó uno en 1984), nunca ha conseguido ingresar al rutilante club que hoy acepta complacido a King. Su estilo es menos amistoso. Su vibrato amargo, incómodo. La historia de sus apariciones públicas, más allá de los festivales dedicados al género, son extrañas: el show de David Letterman, a principios de la década, o la serial New York Undercover, poco después. Bien pasados los 60, Taylor sigue cantando a ritmo febril. Y sigue escuchando a B.B. King en la radio, un placer que ella nunca se ha podido permitir.



"Es difícil hacer lo que hago en un mundo de hombres" declaró alguna vez. Ni lo diga, Koko. Ni lo diga.

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