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Tributo al Gitano Rodríguez

A Osvaldo Rodríguez le decían así porque era crespo, medio agitanado y elegante. En un momento en que hacían falta miradas nuevas él la tuvo. «Hizo una canción que cualquier músico daría la vida entera por hacerla», dice Jorge Coluón, uno de los amigos del creador porteño a quien ayer se le rindió tributo en la Universidad de Valparaíso.


Incluso Sting, el compuesto británico, hizo una canción llamada Valparaíso. Pero suena bien distinta al clásico Valparaíso (Yo no he sabido nunca de su historia), del Gitano Rodríguez, uno de los primerísimos que entonó al viento su amor hacia el puerto, por ahí en los míticos años setenta.



«Nuestra generación tuvo una mirada distinta. No fuimos tremendos músicos, más bien dimos vuelta el punto de vista. Ese fue el mérito de esa generación. A lo Fernando Flores: pusimos la periferia la centro», recordó Jorge Coulón.



El Gitano Rodríguez fue cantor, poeta, pintor y eterno enamorado que zarpó varias veces del puerto. Sus amigos todavía conservan recuerdos y sueños compartidos que desempolvan del olvido, como lo hicieron ayer, en el homenaje que rindieron a las 12 horas, en el aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso.



En el acto fue organizado por el Departamento de Extensión de esa casa de estudios y la productora Vicio Secreto. Participarán los músicos nacionales Patricio Anabalón, Francisco Villa, entre otros, y los poetas, Nelson Osorio, Santiago Barcaza y Marcelo Uribe. Todos ellos intentarán recuperar la memoria de Osvaldo Rodríguez y su herencia poética.




Aunque fue a través de una canción que logró fama, la mayor parte de la obra del Gitano es literaria. En ella cohabitan textos como Estado de emergencia, Diario del doble exilio, Cantores que reflexionan, Canto de Extramuros -texto que prologó el escritos argentino Julio Cortázar- 101 canciones de amor y cuatro sonetos del olvido, Contrapunto de amor, Escrito en Niza, Berlín y los recuerdos, Con sus ojos de extraño mirar y Casitango.




El padre del hippiesmo en Chile



En la calle Clave N° 23, casi esquina de Errázuriz, corría el día 26 de julio del año 1943 cuando parieron al segundo de tres hermanos, en los brazos de la que después fuera la tía regalona y compinche -Georgina Castro- cómplice de las andanzas de un chiquillo medio bohemio.



Cuando niño estuvo en un emperifollado colegio del puerto, el McKay, pero se desordenó un poco: su padre los sacó de ahí y se fue a estudiar a un liceo de Quilpué, donde conoció a uno de sus primeros amores, Chantal.



«Es un personaje legendario al que le ocurrieron muchas cosas. Artista dotado que vivió al límite. Cuando se enamoró de su primera mujer, Chantal, la familia de ella no quería saber nada. El como que se la robó y se fueron juntos», recordó Poli Délano.



Decía conocer todos los cerros y cada rincón de Valparaíso y territorios cercanos, como Tunquén, que fuera el lugar de veraneo y canturreo de su juventud que, más tarde, recordó en Legión de álamos.



«En la tierra de Tunquén, el viento viene desde el mar y sopla el día entero/ Desde hace muchos años, muchas nubes, muchos fuertes fríos y calientes, desprendieron del cielo aquella fuerza, empujando los vientos hacia la tierra de Tunquén», dice uno de sus poemas.



Así fue estampando sus huellas poéticas en dibujos y canciones, las que registró en dos discos: El Tiempo de vivir y Los pájaros sin mar. Anduvo de noche desentumiendo los huesos en el Roland Bar, donde reclamó para sí «la invención del hippiesmo en Chile». En la misma época tuvo una agencia de cartas para las prostitutas de Valparaíso. Escribía misivas para las enamoradas mujeres y éstas le daban el sustento en días en que vivía con los pescadores.



Fue un trotamundos voluntario la mayoría de las veces y forzado en otras. A los 21 años partió a Brasil. Allá conoció Dorival Caimmi -uno de los padres del bossa-nova-, Diego de Melo, Chico Buarque de Hollanda, Caetano Veloso y Gilberto Gil. El itinerario continuó con un viaje a Francia, motivado por la poesía de Charles Baudelaire, parte de cuya obra tradujo. A su regreso, introdujo la canción brasilera de los setenta en Chile.




El viejo puerto



Y de aquella melodía que superó las fronteras, «Yo no he sabido nunca…», cuentan que en 1968 hubo una exposición llamada Poemas ilustrados y uno de los textos, con su correspondiente pintura, fue la versión original de la canción.



«Luego de la exposición, el cuadro quedó colgado casi diez años en uno de los muros de mi casa, hasta que llegó Thiago de Mello (prolífico literato y filántropo brasilero), lo estuvo observando largo rato y dijo: ‘Esto es una canción’. Eso fue allá por el año sesenta y nueve. Entonces le puse música», dijo alguna vez el mismísimo Gitano.



«Nelson Osorio, el mentor de Osvaldo Rodríguez, cuenta que el verso original de ‘Valparaíso …’ era Porque yo nací pobre y siempre tuve miedo a la pobreza’. Entonces, Osorio le dice: ¡Oye Gitano, tú no naciste pobre y los pobres no le tienen miedo a la pobreza, le tienen rabia!. Y por eso lo cambió a: Porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza’«, comentó Anabalón.

Su tía Georgina, aún conserva la primera guitarra en que aprendieron juntos a cantar. También guarda algunos recuerdos del tiempo que se reunía con sus amigos en el bar, donde cada noche cantaba el famoso vals.



Era un enamorado de sus mujeres y del folclor que diseminó por recitales y compartió con amigos como Patricio Manns y Violeta Parra -con quien cantó una temporada- y luego hizo la música del poema de Nicanor Parra Defensa de Violeta Parra.



Un capítulo a parte fue la vida en el exilio del Gitano. Allá en Praga conoció a Viera (su segunda esposa) y escribió El espejo de los dioses o Canto latinoamericano a una muchacha de Praga. En Alemania cayó rendido frente a Silvia, la mujer que desposó en Italia, en terceras nupcias. En esos años compuso Ezeiza, Laura, Ignacio, canción para mi hijo y Canción de Ezeiza.



«En el exilio, una de sus características era que sus recitales incluían un tema de cada país de Latinoamérica para dar a conocer el folclor», contó Anablón.



En la trama, se cruzó en Europa con muchos otros chilenos -entre ellos- Coulón y Poli Délano, quien sólo lo conocía de oídas hasta que coincidieron en una velada literaria, en Frankfurt.



«Llegué y me encontré al Gitano Rodríguez. Pensé ¿qué hace el Gitano en un encuentro de escritores? Yo lo ubicaba como compositor. En ese tiempo, él vivía en Checoslovaquia y estaba haciendo un doctorado en literatura. En ese encuentro conoció Silvia. Era un artista versátil. Un tipo de mucho corazón, de mucha historia sentimental. Hicimos un viaje de Frankfurt a París juntos con Jaime Valdivieso, Luis Bocaz, el Gitano y yo», recuerda el escritor que redactó una leyenda para un disco del porteño.




«Qué daría por estar el año nuevo allá», le escribía a la tía, que en esos años organizó un acto masivo en que lanzó una botella a la mar con un papel llamando al Gitano de vuelta a su tierra.



«Se vino con toda el alma, apenas le levantaron el permiso. Estaba seguro que cuando él llegara, las puertas de la universidad se le iba a abrir. Estudió varias carreras, en La Sorbone y en Praga. Pero al llegar acá, no se le abrió ni una puerta. La gente docente es un poquito envidiosa», dice su tía Georgina, ahora octogenaria y lúcida, como justificando algo.



Dicen que fue tal cual como lo cuentan y aunque los alumnos de la Universidad de Valparaíso lo eligieron, como el mejor profesor, de poco le valió al momento de seguir trabajando. No le renovaron el contrato y volvió a Europa. Murió un domingo 8 de mayo de 1996, en Barlodino.



«Acá, me alcanzó a contar de sus penas del choque que le produjo el regreso. Lo conversé con él, que había que volver sin muchas expectativas. El Gitano mitificó mucho, especialmente el regreso. Vivía para Valparaíso. Era su obsesión y su amor. Lástima terrible que Valparaíso no estaba preparado. Quizás hoy estaría más preparado para recibirlo», explica el integrante de Inti Illimani.



Jorge Coulón, que se instaló con camas y petacas en el puerto, porque «el Gitano le vendió el cuento», mantuvo una prologada amistad literaria con él y, de alguna forma, busca pagar las deudas intentando conseguir que declaren al puerto patrimonio de la humanidad o, al menos, que lo reconozcan como patrimonio nacional.



«La obra más grande del Gitano fue él mismo. Desgraciadamente, la gente como él, en este país, despierta más odiosidad que amor. Acá no se acepta a los que no entran en el montón. De repente, por envidia, por temor… ¿Qué sé yo? El Gitano fue el primero que hace muchos, pero muchos años, habló de nombrar a Valparaíso patrimonio de la humanidad. Hace 20 años atrás. Esta cuidad debiera acogerlo mejor», dijo el músico.





Vea Valparaíso un día:



Prólogo de Cortázar del Canto de Extramuros (20 de julio de 2001)





Vea textos del Gitano:



«Pero este puerto amarra como el hambre» (20 de julio de 2001)












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