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Bayreuth celebra medio siglo de exclusivo culto a Wagner

No importa que la producción elegida, «Los maestros cantores de Nuremberg», sea una reposición de la estrenada en 1996, realizada por el nieto del compositor y eterno director del festival, Wolfgang Wagner. Tampoco que este año no haya innovaciones, más allá de la incorporación al frente de la orquesta del húngaro Adam Fischer. Cada una de las treinta representaciones programadas será un acontecimiento y cada una de las mil 925 incómodas butacas del viejo teatro, una disputada plaza en el olimpo


El Festival de Opera Richard Wagner cumple medio siglo consolidado como cita obligada del verano operístico europeo y como espectáculo en sí mismo, incluya o no novedades en cartel.



La tradicional llamada de los trombones de Bayreuth retumbará de nuevo desde el balcón del viejo poco antes de las 16 horas, y la gran familia wagneriana entrará en su «templo» para la gala de apertura.



No importa que la producción elegida, Los maestros cantores de Nuremberg, sea una reposición de la estrenada en 1996, realizada por el nieto del compositor y eterno director del festival, Wolfgang Wagner, con su leal Christian Thielemann a la batuta.



Tampoco que este año no haya innovaciones, más allá de la incorporación al frente de la orquesta del húngaro Adam Fischer, en substitución del fallecido Giuseppe Sinopoli, que el pasado año estrenó el Anillo del Nibelungo de Jürgen Flimm.



Cada una de las treinta representaciones programadas hasta el 28 de agosto -con el Lohengrin de Antonio Pappano y Keith Warner, y el Parsifal de Wagner-Thielemann, además de los Maestros y el Anillo– será un acontecimiento y cada una de las mil 925 incómodas butacas del viejo teatro, una disputada plaza en el olimpo.



El déficit de grandes figuras internacionales -el dúo de Plácido Domingo y Waltraud Meier en La Valquiria ha sido sustituido por Robert Dean Smith y Violeta Urmana- no mermará la expectación por el reestreno de la tetralogía, que Flimm ha retocado tras los abucheos al Sigfrido y El ocaso de los dioses del 2000.



125 años de música en el «viejo granero»



La presente temporada tiene un rango especial: el 13 de agosto se cumplen 125 años de la primera representación de El Oro del Rin en el «viejo granero» que Richard Wagner hizo construir, con dinero de Luis II de Baviera, como teatro provisional.



Inaugurarlo llevó al compositor 26 años y, entre ese estreno y la segunda vez que se levantó el telón transcurrieron otros seis. De hecho, el festival no adquirió regularidad hasta después de su muerte, en 1883, cuando su viuda, Cossima, tomó sus riendas. Sin embargo, más allá de ese aniversario remoto, Bayreuth conmemora un «segundo» cumpleaños: el de su resurrección, en 1951.



Bayreuth quedó en 1945 bajo custodia del ejército estadounidense, como castigo por las seis temporadas en que se puso al servicio del aparato de propaganda de Adolf Hitler.



Winifried Wagner tuvo que renunciar a todo poder en la colina para que los aliados autorizasen a los hijos de esa gran amiga del «Führer», Wieland y Wolfgang, a reabrir su festival.



Desde entonces, el tiempo se detuvo en Bayreuth. Wolfgang sigue siendo su director -en solitario, desde la muerte de su hermano, hace 35 años- y el señor absoluto del más exclusivista certamen operístico del verano centro-europeo.



Ha mantenido el esquema heredado de Cossima y el repertorio consagrado al único dios -Wagner-. Sólo en contadas ocasiones se permite una variación: la Novena de Beethoven, la pieza que eligió Richard Wagner para la colocación de la primera piedra y que este 10 de agosto volverá a Bayreuth para evocar el doble cumpleaños.



Es cierto que el patriarca Wolfgang abrió el templo a directores y producciones arriesgadas, como el legendario Anillo de Patrice Chéreau y Pierre Boulez, vapuleado y tratado de «blasfemia» en su estreno de 1976, pero que se despidió de Bayreuth, una década y media después, con una ovación-récord de 90 minutos.



También lo es que los Maestros que hoy se representan no son los mismos que fascinaron a Josef Goebbels, que vio en la pieza la quintaesencia de la superioridad alemana.



Wolfgang Wagner recuperó el original de su abuelo y no la versión modelada al gusto de Hitler, que el III Reich convirtió en pieza estelar en los «festivales de la guerra» para representarla ante la cúpula nazi, oficiales y heridos en combate.



Pero, aparte del esfuerzo por desnazificar Bayreuth y su talento para los negocios, a Wagner se le reprocha su apego al poder.
Hasta ahora han fracasado todos los intentos por buscar un relevo al patriarca, que este año cumple los 82. Wolfgang solo acepta una candidata a relevarle: su segunda esposa y ex-secretaria, Gudrun.



No quiere oir hablar de su hija Eva Wagner-Pasquier -designada por el Consejo de la Fundación Richard Wagner, pero que luego se retiró ante la imposibilidad de cooperar con su padre- ni, menos aún, de la «sobrina rebelde», Nike Wagner, tercera aspirante con apellido «doméstico», decidida a revolucionar el templo.



EFE

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