Publicidad

Transporte Urbano resiste a puro pulso

«Nosotros teníamos la ilusión de estar con los Inti no sólo físicamente, sino que compartir su experiencia. Hubo algunas reuniones con ellos, pero no pasaron más allá. No pretendíamos colgarnos del auge ni de la fortuna de los grupos que venían de afuera, sino que queríamos compartir la experiencia de lo que habíamos vivido aquí adentro», dice Oscar Riveros, el caudillo del grupo.


«"La vida de unos perros es más perra que la de otros. El mejor amigo del perro es otro perro. En el camino, perro muerto. En la cuneta, pero muerto. Perro muerto, sí. Carn’é perro». Así dice en la presentación del último disco de Transporte Urbano, la banda ochentera que tuvo cientos de actuaciones por año y ahora mantiene los esfuerzos remitidos a un paciente trabajo subterráneo.



Liderados por Oscar Riveros, un grupo de estudiantes dio vida al conjunto en 1982. Empezaron a darse a conocer en peñas, cafés concert y las micros, de donde tomaron el nombre. Pronto, arremetieron con temas sociales y ritmos pegajosos de la mano de la llamada «música de protesta». Esa que combinó una peculiar ensalada entre rock, salsa, cumbia, merengue, funk, bossa nova, reggae, son y balada tradicional, que en pocas palabras se traduce como: folclor urbano.




A la fecha cuentan con varios registros, entre ellos ¿A’ ónde la viste? (1987), Cuando te vayas (1988), Ella (1990), Viajero del sur (1994) y Carn’e perro, lanzado el año pasado y sellado con una docena de temas y un «canino» cuento en la carátula.



«En el último disco hay varios temas para niños, uno de ellos nació de las típicas preguntas que ellos te hacen con cosas como ¿hasta dónde llega el cielo? Hay un diálogo con una hija y con uno mismo en una especie de repensarse en cómo me encuentro hoy día, preguntándome eso y con respuestas menos ilusionadas que antes», explica Riveros.




Las grandes temporadas de Transporte Urbano fueron en escenarios poblacionales como los de Pudahuel. Aunque ha corrido mucha agua bajo el río ellos todavía guardan las agendas con el itinerario de presentaciones, que llegó a alcanzar unas 350 actuaciones por año.



«Teníamos mucha actividad. Nos topábamos en la noche con grupos como El Callejón o Sol y Lluvia, en La Pincoya, y después en otras actuaciones en Peñalolén. Nos hicimos muy conocidos en la periferia de Santiago. Un hito que recuerdo fue haber tocado en la parroquia Cristo Quemado en los días en que la quemó uno de estos autos que disparaban», recuerda el músico.



– ¿Qué sentido le da ahora a toda esa actividad?



– Es la mochila de la memoria. Nosotros seguimos rescatando eso. No nos arrepentimos. El haber participado y seguir en una postura consecuente con lo que haz planteado con tu creación. Hay muchas cosas que no han cambiado, por hablar de un sólo tema como es la justicia, el gran paso no se ha dado.



– ¿Cómo ve el proceso musical de ustedes?



– Hemos estado en una constante evolución. En esos años uno hacía una canción en un día y la podía tocar en la noche. Había una urgencia de enviar un mensaje. Nos sentíamos cronistas de una época, como podría ser una página de diario, un afiche o una tela. Hemos ido evolucionando y conociendo mucho más de música.



La primera grabación que concretaron data de 1986. Un cassette artesanal grabado en una pista con todos tocando al mismo tiempo. El mérito no fue técnico, pero logró gran difusión y reunir fondos para grabar profesionalmente el mismo cassette y de ahí en adelante no han dejado de tocar. Pero eso no significó alejarse de las crisis.



«El movimiento cultural sufrió una crisis fuerte en los noventa. En ellas, una parte del grupo se fue por una postura diferente. Las posiciones eran seguir profundizando en el desarrollo del canto popular o seguir en lo popular, pero comercial. Los que querían una música comercial trataron de funcionar y no pasó nada. No era tan fácil salir en los medios», precisa el artista.




A capella y eléctricos



Oscar Riveros, el empecinado caudillo de Transporte Urbano, nació en Huelquén, Paine, en una familia campesina. Trae en la sangre lo «chicha fresca» del cantor popular. Vivió el proceso cultural de los setenta. Conoció a Víctor Jara y Héctor Pavéz. Fue autodidacta intuitivo y recogió el sentir popular, que tradujo en un conjunto que defiende con dientes y muelas y que además integran Hernán Arraigada, Alejandro Cabrera, Christian Rojas, Raúl Ramos, Víctor Videla y Patricio Carü.



Desde sus inicios las letras de Transporte Urbano usaron el habla popular y la ironía. En esa línea uno de los clásicos más antiguos del grupo es el ¿A’ónde la viste?. En ese tiempo, el sonido era total y completamente acústico, con un par de guitarras, cuatros, charangos percusión. Pero con el tiempo fueron sumando voltaje y se entusiasmaron con la tecnología, en especial en el tercer disco Ella.



«Durante mucho tiempo cantamos a capella. En las poblaciones no había sonido. Lo acústico era consecuente con cantar sin micrófono, pero después nos fue más fácil amplificar las guitarras. Conformamos una banda de sonido potente, al estilo de las que han surgido en estos últimos años en Latinoamérica».



En la ruta levantaron la voz con más melodías como las de Cuando te vayas, que también se hizo conocida y volvió a sonar en algunas radios cuando Augusto Pinochet fue sometido a proceso en Inglaterra. Hoy siguen ensayando un par de veces por semana y tocando ostensiblemente menos que hace 15 años cuando no faltó peña en la que no avivaran la cueca.



«Podíamos estar diciendo cosas muy terribles, pero eran bailables, con humor. Con el tiempo hemos ido elaborando más la música y los textos», afirma.



– ¿Qué los motiva a seguir cantando?



– ¡Hay tantas cosas!. Nos vimos envueltos en una profundidad humana tan grande como la de haber conocido gente que al otro día amaneció muerta en la Operación Albania… a Carmen Gloria Quintana, Oscar Fuentes, a los degollados… a ellos les hice una canción a los cinco minutos que los encontraron en Quilicura.



– ¿Cree que Inti Illimani o Quilapayún han cambiado mucho?



– Claro. Es válido que lo hayan hecho. Lo que nosotros pretendemos es hacer una música chilena, que está bombardeada por tantas cosas de afuera. Nuestra condición es una mezcla y eso llevamos a nuestros discos. Si es necesario un vals hacemos un vals y si es necesario un reggae hacemos un reggae.



– ¿Cuando estos grupos regresaron del exilio qué sucedió con ustedes?



– Nosotros teníamos la ilusión de estar con ellos no sólo físicamente, sino de compartir su experiencia. Hubo algunas reuniones con al gente del Inti, pero no pasaron más allá. No pretendíamos colgarnos del auge ni de la fortuna de los grupos que venían de afuera, sino que queríamos compartir la experiencia de lo que habíamos vivido aquí adentro y ellos allá, sin calificar como mejor o peor la situación de ambos. Lamentamos que no se haya producido. Con los que hemos tenido más contacto es con el Illapu. Pero tampoco ha pasado más allá. Me habría gustado que intercambiáramos temas.



– ¿Por qué cree que no se produjo ese intercambio?



– De repente están tan susceptibles de que nosotros queramos aprovecharnos o vise versa. Antes de que llegaran sentíamos que estábamos haciendo algo porque ellos vinieran. De hecho, cuando volvió el Inti tocaron con nuestros instrumentos, en la Cañada, en el camino del aeropuerto y, después, en la Facultad de Artes en Compañía.



– ¿Qué les han criticado?



– Nos decían los terroristas de la música. Pero ahora hay compadres que andan de corbata o están en puestos de subsecretarías que se emocionan con canciones de nosotros, como El muchacho.




Así marcados, muchas veces, incluso, subordinando la música al texto y dotados de la perseverancia de los convencidos trabajan sin sello, produciendo a puro pulso para seguir encaminados por la senda de los creadores de música chilena, que viven en los escenarios, en las micros y en la cuneta, como Carn’é perro.

Publicidad

Tendencias