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Bob Dylan edita nuevo trabajo «Love and thef»

Bob Dylan publica su nuevo álbum después de cuatro años: Love and theft, una vuelta a sus raíces.


Nuevo disco de Dylan. El número 43 en la discografía de quien parece pactó con el diablo la longevidad artística que pueda soñar un músico popular. Dylan sobrevivió a la edad de los bellos cadáveres, allá por los años 60. Escapó a las sobredosis, accidentes y suicidios de su primera década prodigiosa, y el resultado ha sido larga vida al césar de la canción de autor.



De hecho, ni los recientes problemas cardiacos que sufrió le retiraron con las botas puestas. Eso sí, de ello se derivó una visita musical al Papa que ya ni siquiera levantó las ampollas que había levantado entre los incondicionales que le veneraban y veneran, su puesta de largo roquera, su presunto sionismo, su época de autocomplacencia country o su conversión evangélica.




Se han escrito ya toneladas de papel sobre este músico blanco de padres espirituales negros. Se ha hecho más que literatura sobre la literatura de este creador inclasificable, que aspiraba a ser el nuevo Elvis y, al intentarlo, acabó marcando estilo en el folk, la poesía beat y el rock armado, el country, el blues de Memphis, el gospel y la balada de crooner.



Toda una trayectoria de ave fénix la suya, que, a principios de este mismo año, aparecía por enésima vez puesta en solfa antológica, con el doble compacto titulado Essential y un primer plano de su rostro juvenil de folksinger en la carátula. Pues bien, su misma mueca entre soñadora y somnolienta de hace unos meses ha servido ahora para presentar Love and theft, su nuevo trabajo de estudio. Dylan no ha dejado nunca de rascarse la cabeza, preguntándose por el dónde, el por qué y el cómo de su tarea creadora, galones de francotirador y lucidez beatnik por delante.



Love and theft supone, también, la enésima vuelta de Dylan a sus raíces, con algo más, mucho más que palos tradicionales de la música americana en las partituras.



Love and theft es un álbum de nuevas andanzas electroacústicas, con mano para los compases de salón jazzy y taberna blues. Toda una demostración de estrofa larga y melódica, sobre la que cabalga, a pelo, su voz de aguardiente gran reserva.



El encantador de serpientes ha vuelto por sus fueros portuarios para hablarnos de amores robados, días de verano entre cerdos y princesas indias, corazones inagotables, bautismos de fuego y futuros que pertenecen al pasado, luces enigmáticas de luna y arranques de honestidad.



Dylan ha vuelto por caminos distintos a los que sugería la inercia, tras los tres grammy y las excelentes ventas que cosechó con Time out of mind (1997), su anterior álbum de temas inéditos.



Y es que, a sus 60 años, los 450 conciertos que ha ofrecido de tres años a esta parte le han recargado las pilas, en vez de agotarle… Secretos de un cazador de musas, que deja el coleccionismo de mariposas para las viejas glorias decididas a arroparse ya, cuanto más mejor, en escenarios y estudios de grabación.



Letras con sangre



Blues de raíl guitarrero. Blues de ritmo cerril y silabeado, erre que erre, convencido de que la letra con sangre entra. Blues cuerpo a cuerpo, ferroviario, vitamínico o decididamente apoyado en la instrumentación del swing. De principio a fin, Love and theft implica, sin embargo, mucho más que un recetario de esencias. Responde al manual estilístico de un maestro inimitable, que sorprende con sus arreglos de cuerda en temas como Floater (to much to ask), con tiempos de music hall, ambientes de club jazzy e introducciones de banjo para sus alegatos más inquietantes. Por cada amago de melodía galante hay dos descargas de garganta desnuda en Love and theft.



Los tiempos han cambiado y han corrido a favor del trovador estadounidense. Ya no se espera todo de cada uno de sus álbumes: fidelidad a unos principios y rupturas radicales, ojos de visionario, brazos para la solidaridad y pies en la tierra de la realidad mercantil. Dylan disfruta, ahora, de libertad absoluta para crear, desde su conciencia social y sensorial. Ha demostrado que las exigencias mesiánicas de vanguardia y barricada no acabaron con él.



El Mundo

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