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Músico estará en fonda dieciochena del Cerro Santa Lucía

Rafael Traslaviña fue uno de los pioneros del jazz en Chile que está en la Yein Fonda junto a Alvaro Henríquez, tocando sus famosas cuecas apianadas, que es otra de sus habilidades. [Vea video]


Rafael Traslaviña se ríe un poco cuando le dicen Don, como Alvaro Henríquez, pero sabe que él es un caballero de la música chilena, pionero del jazz en los años 40 y creador de las cuecas apianadas. Está listo para tocar cada noche en la Yein Fonda y se prepara para el recital que ofrecerá con Angel Parra (hijo), el 28 de este mes.



El viernes recién pasado el ex integrante de Los Tres le dijo: "Don Rafael almorcemos el sábado para que veamos los temitas". Lo pasaron a buscar y estuvo toda la tarde con Lalo Parra viejo, Rabanito que toca acordeón, Iván Casabón y muchos otros invitados de distintas generaciones de músicos cultores de la raíz folclórica.



En el tiempo en que tocar el piano era asunto de señoritas, Rafael Traslaviña empezó a demostrar el talentazo que tenía. Todo comenzó cuando era muy niño y fue al cine. Escuchó una banda sonora que reprodujo íntegra al otro día en el piano de su casa. Continuó tocando por ahí y por allá hasta que un buen día un conjunto de su barrio necesitaba un pianista y lo fueron a buscar.




"Conocí a Lucho Aránguiz en el barrio. Mi mamá tenía un piano, cuando vivía en la calle Madrid. Me iban a escuchar como tocaba el piano jazz y se entusiasmaron. Ahí entré al grupo de los jazzistas, cuando tenía 19 años", recordó.



En 1945 pasó a formar parte de los Ases del Jazz, con Lucho Córdova en batería, Lucho Aránguiz en trompeta, Iván Casabón en contrabajo, Angel Valdés en trombón y Mario Escobar en saxo tenor. Un año antes había grabado con ellos el pianista Hernán Prado, al que Traslaviña vino reemplazar.



Por esos días los pioneros del jazz en Chile estaban en los grandes clubes donde había orquestas que acompañaban a los asistentes para que bailarna la bohemia citadina. Creció en el ambiente de las casas de citas, en escenarios suburbanos y lujosos. Nunca naufragó. En la noche reconocían a Traslaviña, que trabajaba hasta en dos locales por turno, en la calle Bandera con una orquesta típica de tango de Angel Capriollo y en la calle San Pablo.



Se fue haciendo de admiradores y de amigos de otros músicos como el cantante Raúl Ledesma que trabajaba en El Escorial y lo seguía por donde iba hasta que logró convencerlo que se fuera a trabajar al Nuria. "Me llevaban pa’ todas partes. No sé que hallaban en mí", dijo sencillamente.



Su fascinación era el jazz y ahí dejo la huella. Estuvo en El Escorial con Lucho Aránguiz y lloró su muerte, agradecido del artista que lo descubrió abriéndole las puertas a la carrera de solista.



"En el piano uno como solista se defiende más. Puede haber mucha gente cesante, pero el pianista no", agregó.



Uno de los episodios que no olvida fue cuando en Concepción después de un concierto del pianista Brunín Zaror, un músico de tradición clásica fue a comer al Quijote.



"Prepararon la mesa y cuando me vio tocar el piano se para y va al lado mío y me admira. Todos se preguntaron qué le pasaba, porque fue a escuchar el piano. El era concertista, no tenía nada que ver con la música mía, pero me dijo: ‘Cómo me gustaría tocar como usted’", precisó emotivo.



En 1962 grabó en la RCA Víctor con Angel Parra padre y conoció a Isabel Parra. "De la familia Parra ellos son los que cantan más bonito", agregó.



Hace poco recibió una llamada de Angel, quien lo mandó a llamar para que grabara un disco de cuecas. Esa es la otra especialidad de Traslaviña. Les adhirió un sello de entradas e interpretaciones únicas, que musicalmente se traducen en adornos y acordes con rebosantes de notas agregadas, disonantes que aportan al color del piano- virtuoso, donde él se maneja con pericia. Es una autodidacta privilegiado que hizo zumbar la música tropical y ganó la admiración de cubanos residentes. Nació para la música.



El pan de cada día



A las cuecas llegó cuando un baterista, Eduardo Pulido, apurado entró a su casa para que lo sacara del aprieto. Un dúo de cantantes tenía un tono muy difícil y ningún músico podía darle el swing necesario. El fue, modestamente, sólo por ir y ver si podía sacar del paso al conjunto. La fortuna de nuevo le guiñó el ojo y como aquella vez, cuando Aránguiz lo fue a buscar, entró al mundo de las grabaciones de cuecas.

Ahora si se revisa la discografía nacional cuequística gran parte del repertorio al piano ha estado en las manos de Rafael Traslaviña. El no guarda sus discos, no muchos y los pocos que le quedan se los han pedido prestados y no han llegado de vuelta sus manos.



En la inmensidad de las posibilidades que ha transitado el ritmo nacional -desde las cuecas choras, las bravas, las de salón, las campesinas- lo de Traslaviña son las apianadas.



"Las cuecas apianadas son parecidas a las choras y a las alegres. La cueca de salón es mucho más tranquila. Ahí se toca muy fino. Esa cueca casi no se usa. Se toca en las casas particulares, donde la gente tiene miedo de bailar una cueca de estas, que son del tipo valseado. La cueca verdadera es la alegre. Hay distintas maneras de interpretarlas, de darles un ritmo. Musicalmente la que toco yo está en 6/8 y la otra están está en 3/8", precisó refiriéndose al compás.



Es un artista templado en los salones de vida misma. Ahora va más abrigado en el invierno, porque dice que se jubiló de músico, pero a veces se pega una escapadita para acompañar a otros, como lo hizo cuando grabó con Los Hermanos Lagos, el Dúo rey-Silva, Silvia Infante y Los Condores, Los Huasos Quincheros, Ester Soré, Los Hermanos Campos y hace unos meses con Ester Zamora.



Traslaviña no es de los que fue a la escuela de piano, aunque tuvo que aprender a solfear y algo de lectura por necesidad, para cumplir con los requisitos del hacer profesional. Casi todo lo aprendió de oído y todavía le molestan las desafinaciones, incluso cuando mira televisión. Eso es un asunto de la absoluta dotación con que la naturaleza destina a algunos.



Dice que "hay pianistas y pianistas, pero que ya casi no hay pianistas cuequeros. De Los Chileneros no le gusta hablar mucho por sabe que nadie se la puede como él en el piano.



"Todos tienen derecho a ganarse la vida. Sé que tengo mucha técnica en el piano y eso lo aplico a la cueca. Innové hago otras cosas. La cueca se aprende en la calle. Al pianista de Los Chileneros, le dicen el Perico bueno, no quiero hablar de él, pero tiene derecho a ganarse la vida también", comentó con algo de orgullo.



Nunca ha querido tener un alumno porque sabe que su arte no se enseña. "Hay un chiquillo enamorado de lo que hago, el Nacho. No me deja tranquilo. Vive en San Bernardo. Me llama y me hace escucharlo. Me está copiando perfectamente. Lo hace bien. El es el único que me puede copiar", concluyó.



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