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Isabel Parra: «Aún tengo la esperanza de cambiar el mundo»

La compositora e intérprete de música popular se mostró «muy halagada» tras enterarse de la beca. Asimismo, comentó que le permitirá abocarse de lleno en un proyecto que desde hace tiempo tenía mente: un libro-bitácora con información visual, documentos y cartas que estará acompañado por 16 canciones, y donde se cruzará el exilio, experiencia que, confiesa, «no se acaba nunca».


Después de tanto trabajar por los demás, Isabel Parra al fin podrá dedicarse a hacer algo sólo de ella. Claro, porque la hija de Violeta Parra, si bien ha tenido una intensa producción personal, ha pasado gran parte de su vida cuidando y difundiendo la obra de Violeta y de otros artistas de la Nueva Música chilena, movimiento plagado de sueños y esperanzas, y que vivió sus años de gloria en la década de los ’70.



Isabel había postulado a la beca Guggenheim hace dos años, pero por «ignorancia», reconoce, no pudo presentar el proyecto en el plazo que correspondía.



Pero eso no la amilanó y volvió a intentarlo, esta vez con éxito. Se enteró hace una semana por carta que había sido beneficiada por la Fundación Guggenheim, y aunque reconoce que no la sorprendió «tanto», sí se siente «muy halagada, porque se trata de una beca de mucho prestigio. Es estimulante cualquier gesto de ternura y que me premien por lo único que sé hacer
y ha sido toda mi vida, es muy emocionante».



El exilio como sufrimiento y fuente de inspiración



Grabó su primer disco a los 13 años de la mano de su mamá, Violeta, quien la acompañó en la guitarra. En 1964, junto a su hermano Angel, funda la «Peña de los Parra», centro neurálgico de difusión artístico-musical de referencia cultural obligada de esa época.



Pero el golpe militar la hizo partir al exilio. Su primera estancia fue Francia y luego Argentina, país que le permitió conocer a músicos como León Gieco, Piero y Celeste Carballo.



De regreso en Chile, encabezó la Fundación Violeta Parra, que reúne material fonográfico, videos, manuscritos y documentos. Tras un intenso trabajo, lanzó el 2000 el disco Colores, que fue su primer trabajo inédito en cinco años.



Hoy, y luego de enterarse de la obtención de la beca por su proyecto «Ni toda la Tierra entera», Isabel Parra se encuentra en plano proceso creativo.



El trabajo premiado consiste en un libro-bitácora que estará plagado de imágenes, documentos y cartas, además de un disco con algunos poemas inéditos. En su vida, en que casi no ha habido espacios para casualidades, el nombre del proyecto tampoco lo es.



«Ni toda la Tierra entera» fue el nombre de la primera canción que compuso en el exilio, experiencia que cruzará el proyecto y será la época de su vida que estará reflejada en la obra.



«Quiero poner el tema del exilio en el tapete, actualizarlo, porque yo lo viví, lo sufrí y lo canté. Quiero que las nuevas generaciones lo piensen y reflexiones para que nunca más vuelva a ocurrir en Chile ni en ninguna otra parte del mundo», cuenta.



Isabel adelanta que el libro -que espera tener listo en un año- terminará con el testimonio de un grupo de personas que ella conoció en Francia en los años ’70 cuando eran niños. El objetivo es, mediante sus experiencias, conocer cómo ha pesado el exilio en sus vidas.



«Da la impresión que estuviéramos muertos»



Como en su música, Isabel Parra no calla lo que la conmueve, emociona y preocupa. «Hay un gran desencantamiento. Pero no ocurre sólo en Chile, sino que es algo universal. Cada cual trata de arreglárselas como puede, vivimos en un mundo donde todo es marketing y competencia. Esa es la realidad siniestra», reflexiona.



– Isabel, ¿cómo te sientes ahora que la música popular ha sido desplazada y ya no tiene la repercusión de antaño?
– Cada período de la historia tiene su propia música y la que le corresponde, pero lo que es nuestro siempre ha sido desplazado. Lo trágico es que muchos no tienen espacios para expresarse.



– Pareciera que en los ’80, en pleno gobierno militar, incluso había más espacios que ahora.
– Efectivamente. Antes existían lugares como el «Café del Cerro» o «La peña de los Parra» y la gente salía a las calles a protestar por las cosas que les parecían injustas. Hoy da la impresión que estuviéramos muertos.



– ¿Cómo te explicas ese desencanto?
– No tengo una teoría porque no soy socióloga. Viví en una época en que había una sensibilidad distinta y donde todos queríamos cambiar el mundo. Pero hoy los jóvenes están buscando sus formas de expresión, como los raperos, que manifiestan fuertemente sus carencias.



– ¿Ya no quieres cambiar al mundo?
– Sigo con la esperanza. Hago lo que puedo, lo estoy haciendo ahora con este nuevo disco, que tiene que ver con el rescate de nuestra historia no resuelta, y lo haré siempre. Tenemos que estar más preocupados por lo que ocurre en nuestro entorno.
Reflexionar, dar una mirada a las cosas. Aún no hemos podido recuperar a nuestros desaparecidos y de ese modo quedan muchas cosas pendientes.



– Te quedan esperanzas entonces
– Si no las tuviese, no hubiera vuelto a Chile. Aquí me siento partícipe de todo lo bueno y lo malo, aunque es imposible vivir en el Edén cuando faltan tantas cosas por resolver.



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