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Murió Castillo, el «cantor de los cien barrios» de Buenos Aires

El cantante argentino Alberto Castillo, uno de los más populares intérpretes del tango y el candombe en el río de la Plata, murió hoy en Buenos Aires a los 88 años, comunicaron sus parientes y amigos.


El «cantor de los cien barrios porteños» falleció en una clínica del centro de la capital argentina, adonde había sido ingresado semanas atrás a causa de una larga enfermedad.



Alberto Castillo era reconocido como el creador de un género inconfundible en el tango, al que interpretaba con el acento de los suburbios, la picardía del «arrabal» y la entonación de los grandes cantantes.



En los años 40, la época dorada del tango, la policía tenía que cortar el tránsito de vehículos en la tradicional avenida Corrientes de Buenos Aires cada vez que Castillo se presentaba a cantar en los teatros.



Nacido el siete de diciembre de 1914 en un barrio del oeste de la capital argentina, Castillo (Alberto Salvador De Lucca en los documentos) cantaba con su mano derecha abierta debajo de la boca y bajaba ligeramente la cabeza para resaltar los versos más audaces en la poesía del tango.



Incluso, solía comentar en público la diversión que le causaba incluir en su repertorio, en los bailes de los años 40, al tango «Que saben los pitucos» (una sátira a las clases acomodadas de la época) porque a menudo el asunto terminaban en peleas entre los «muchachos» y algún puñetazo podía lanzar en el revuelo.



Su vida transcurrió entre tangos y la profesión de ginecólogo, carrera que completó casi por mandato familiar.



De niño tomó lecciones de violín y luego se dedicó al canto, disciplina en la que le descubrió el guitarrista Armando Neira, quien lo incluyó en su conjunto y le hizo debutar con el seudónimo de Alberto Dual.



En los años 30 cantó siempre con seudónimos para ocultarle su pasión ante una familia que le quería médico.



En 1941 grabó su primer disco con el nombre de Alberto Castillo y la orquesta del pianista Ricardo Tanturi, lo que marcó el comienzo de una trayectoria artística repleta de éxitos.



Castillo incorporó a sus repertorios piezas del candombe uruguayo y fue el primero en contar con bailarines negros en escena.



En cine, actuó en «Adiós pampa mía», «El tango vuelve a París», «Un tropezón cualquiera da en la vida», «Alma de bohemio», «La barra de la esquina», «Buenos Aires, mi tierra querida», «Por cuatro días locos», «Ritmo, amor y picardía», «Música, alegría y amor», «Luces de candilejas» y «Nubes de humo», entre 1946 y 1959.

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