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Hopenhayn: Lucidez pura en medio del caos total

En una época de rupturas e incertidumbre, el filósofo y ensayista viajó con nosotros desde de la Casa Blanca y su doctrina de seguridad hasta el belicoso Medio Oriente, haciendo escalas en Latinoamérica y las políticas económicas de corte neoliberal instaladas en nuestro continente.


Ni apocalíptico ni integrado. Incrédulo y suspicaz, sí. Porque para Martín Hopenhayn, filósofo e investigador de la Cepal, no hay respuestas unívocas. Hoy -globalización de los medios de producción e información mediante,- cualquier hecho, por nimio que sea, está concatenado con otros y la mirada ante un contexto como el actual, ciertamente, no puede ser sino compleja.



Cómo, entonces, no confundirse ante tanto dato, tanta información que desde Bagdad, desde Washington, Bruselas, Madrid o desde el "inocuo" cyberespacio alarma con acontecimientos de última hora que podrían cambiar el curso de la historia. Y claro, hoy sólo vemos árboles y nos es muy difícil identificar en qué clase de bosque estamos.



¿La caída de la Torres, los ataques a Irak y la crisis de legitimidad de la ONU son indicios de que estamos entrando a una nueva era? "Sí -responde Hopenhayn-, este es el primer acontecimiento importante a nivel internacional de cambio de escenario desde la caída del muro, porque queda híper explícito que en el mundo hay un solo imperio".



Y sin duda, el implícito que hay tras ese imperio único es la falta de otro referente que lo neutralice. Con la desaparición de la Unión Soviética, la ONU parecía ser el único organismo capaz de equilibrar los propósitos norteamericanos con los de la comunidad internacional. Ante su eventual fracaso, el otro gran poder imperante en el mundo junto con Estados Unidos, según Hopenhayn parafraseando a José Saramago, es el de la opinión pública mundial, por lo que la salida estaría en que Naciones Unidas fuera un "anclaje" de ese otro poder, hoy mayoritariamente adverso a las políticas de la administración de Bush y compañía.



"No creo en la tesis de Fukuyama"



Cuando se habla de las razones que motivan a Estados Unidos su embestida en las tierras de Sadam se menciona, casi como lugar común, al petróleo como el leit motiv de la Casa Blanca. Pero Martín Hopenhayn opina algo más que eso:



"La motivación proviene de un grupo pequeño e irreflexivo que se enclavó en la administración republicana y que tiene la idea de que Estados Unidos puede dominar al mundo y que debe aprovecharlo. Son de mentalidad absolutamente voluntarista y actúan desconociendo totalmente la reacción que puede tener la ciudadanía de los países invadidos. También es cierto que hay una presión del sector petrolero, pero me da la impresión que la razones son cosas chicas", explica.



El concepto de la guerra preventiva conlleva una carga paranoica, pues ahora los potenciales enemigos de Estados Unidos pueden estar en cualquier lado. ¿Temes, como Atilio Borón u otros intelectuales, que América Latina podría correr el riesgo de una intervención preventiva en el futuro?
– No. El único peligro para Estados Unidos podría ser que Lula, que es el único que tiene la capacidad de conducción a escala regional, se la jugara por un modelo alternativo y pusiera detrás de esa trinchera al Mercosur. Sin embargo, no los imagino invadiendo Brasil. A lo sumo condicionando programas de ayuda o bloqueando comercialmente a algunos países conflictivos, como Venezuela o Colombia, pero en este último ya tienen un pie y no necesitan invadirlo, salvo que haya un movimiento guerrillero tan fuerte que sea capaz de amenazar realmente al gobierno de turno.



Si regímenes tan grandes como el de Lula tienen muy poco margen de acción para llevar a cabo reformas estructurales, ¿se reafirmaría entonces la tesis del Fin de la Historia de Fukuyama, entendida no como el acontecer de hechos, sino como el término de la búsqueda de modelos económicos y políticos?
– No creo en la tesis de Fukuyama porque el modelo hegemónico, en el mediano plazo, es absolutamente insostenible. Si el FMI encarna el gran poder económico global y en base a eso fiscaliza a los países, en poco tiempo más vamos a tener diez, veinte o treinta argentinas. Para los propios intereses del capital es insostenible una economía global que concentre la riqueza y que genera tales márgenes de exclusión social, que condena a los países al subdesarrollo. Ese modelo no se sostiene, ya que desde su propia lógica van perdiendo cada vez más mercados, por lo que pierden mayor capacidad de fiscalizar y cobrar. Asimismo, el poder de la opinión pública global va a ir creciendo y el foro social se va a ir expandiendo, y por lo tanto el sistema va a ir fisurándose cada vez más. La inviabilidad histórica de mediano plazo va a hacer que la tesis de Fukuyama se muestre como equivocada.



De ser así, ¿cómo explicarse entonces que un país que ha sufrido una aguda crisis, como Argentina, esté ad portas de elegir como presidente a Menem, el mismo que los llevó a la debacle?
– No me dejaría engañar por contingencias políticas que ocurren dentro de un margen de diez o quince años. También tenemos que considerar que en Argentina, después que cayó De la Rúa, hubo una especie de aprendizaje social intensivo a través del movimiento de los piqueteros, los congresos comunales, las asambleas de barrio y los mercados de trueque. Claro, son efímeras y no son sustentables en el tiempo, porque llega Menem y puede ser electo presidente de nuevo. Pero esa memoria se acumula de alguna manera y llega un punto en que cuando vuelva la crisis, habrá más ingobernabilidad y la reacción será más masiva. Eso es lo que va a ir ocurriendo también con lo que se ha llamado la sociedad civil global, que impugna el modelo financiero capitalista, que se comunica a electrónicamente y que sale a la calle también. Esos movimientos van a ir creciendo y se van a hacer cada vez más fuertes.



Sin embargo, esa sociedad civil desacredita la política partidista como forma de organización. ¿Es posible plasmar y hacer efectiva esa sensibilidad de una forma distinta a las instituciones clásicas?
– En estos momentos parece casi utópico, porque en medio del túnel no se ve la luz. Y como hay una creciente desafección de la sociedad civil frente al sistema político, éste va a tener que cambiar porque no sobrevive si no es en relación a sus funciones representativas. Pero si no cambia el sistema político, la ciudadanía va a buscar formas alternativas de gobierno hasta dar con algo. El tiempo juega corrosivamente por un lado y creativamente por el otro.



¿Choque de civilizaciones?



Cuando cayeron las Torres Gemelas, los ojos del mundo académico se concentraron en un hombre: Samuel Huntington. Su tesis sobre el Choque de Civilizaciones parecía estar demostrándose de la forma más espectacular que alguien podría incluso sospechar. Es la tesis que está en boga, pero que, como la de Fukuyama, tampoco convence a Martín Hopenhayn.



"Esta no es una batalla de dos religiones, de dos culturas, sino que es la batalla de un mundo que no quiere ser permeado y que desde ahí resiste a lo que ellos interpretan como una agresión exógena. Ahora bien, al Islam no le interesa invadir Estados Unidos ni apoderarse del mundo. Lo que ocurrió el 11 de septiembre no es un choque de civilizaciones, sino un atentado terrorista de un grupo milenarista que no representa al conjunto del Islam para nada, pero que sólo es posible dentro del Islam por las condiciones históricas del momento", argumenta.



Los más apocalípticos ven que la actitud del gobierno de Estados Unidos pos 11-S puede unir al fragmentado mundo árabe y que entonces sí pasaría a transformarse en un choque de civilizaciones.
– Mientras más dure la guerra, el sentimiento antiamericano será más difundido en el pueblo musulmán. Pueden también surgir tensiones muy fuertes entre las sociedades y los gobiernos del Medio Oriente, porque a pesar de las declaraciones que pueda hacer la Liga Árabe, Arabia Saudita, por ejemplo, le sigue dando los terrenos a Estados Unidos. Eso no quita que llegue un momento, sobre todo si la guerra se prolonga, en que este escenario cambie.



Edward Said, de la Universidad de Columbia, escribió hace un tiempo en el diario El País de España que "el antiamericanismo no está basado en un odio a la modernidad o en una envidia a la tecnología, sino que está fundamentado en una sucesión de intervenciones concretas". ¿Concuerdas con él?
– Me parece que está en la vía correcta. Pero lo que también ocurre dentro del Islam es que se dan procesos de modernización con altísima concentración del ingreso con una marginalidad muy grande. La desintegración social y la exclusión producto de una modernización de sólo una capa hace que en sociedades tan fragmentadas siempre haya posibilidad de reclutar gente para causas milenaristas. Por otro lado, hay un manejo muy fuerte del dinero, por razones que tienen que ver con el petróleo y hace que algunas figuras, que son particularmente fundamentalistas, cuenten con recursos suficientes para reclutar excluidos.



Otro factor que puede ser determinante en el futuro del conflicto es que la ciudadanía de los países árabes aliados a Estados Unidos se levanten contra sus gobiernos por tener una relación amistosa con un país que está invadiendo a un pueblo hermano.
– Para mí es un misterio que va a ser de esta guerra. Supuestamente, la va a ganar Estados Unidos y sino se va a transformar en un nuevo Vietnam. Hay mucha incertidumbre pos guerra en Irak. Es muy difícil prever si se va a hacer un tipo de gobierno de coalición iraquí o si será administrado por el propio Estados Unidos. Lo que sí hay es el riesgo de que el mundo islámico se una no sólo en la defensa de sí mismo, sino agresivamente frente a una invasión que puede ir prolongándose. Pero prefiero no ser apocalíptico, porque serlo no conduce a ninguna parte.



¿Ves posible que la Casa Blanca repita este tipo de aventuras en el mediano plazo, pensando por ejemplo en Corea del Norte?
– No, y por varias razones. La primera es que es una aventura dirigida por un grupo que no calculó el gasto económico que tiene una guerra de este tipo en su economía interna. Están pidiendo setenta mil millones de dólares extras, porque la guerra no será tan corta como suponían. Si se llega a alargar otro poco más, van a tener que volver a pedir, y el déficit interno que tiene el estado norteamericano va a hacer que lo piensen dos veces la próxima vez. En segundo lugar, el costo de la reacción adversa del mundo, no sólo de la opinión pública mundial, sino de los gobiernos, va a ser creciente en la medida que la guerra continúe. Lo que tenían pensado, que en breve iban liquidar a Sadam Husein y liberar a Irak de un dictador, y que por consiguiente se iba a admirar a Estados Unidos como un portavoz o un paladín de la libertad mundial, no les resultó. Y en la medida que la guerra se alarga, el tiempo juega cada vez más en contra del imperio y sus intereses.

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