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La verdadera significación de la ausencia

Protagonizada por Charles Berling y Michel Bouquet esta cinta nos sumerge en una atmósfera densa y a la vez de plácida incomodidad creando -con todos los elementos cinemagráficos al alcanze de su realizadora- un ambiente de profunda, conmovedora y sutil tensión.


En los últimos años el cine europeo, y en especial en francés, ha dado muestras de estar más vigente que nunca. Cintas como Amelie o Intimidad por sólo nombrar algunas, son una muestra del interesante y profundo trabajo que se realiza más allá de las fronteras comerciales de Hollywood.



Aparentemente, los productos un tanto desechables producidos por los grandes estudios se estaban tomando el poder del rubro de las imágenes en movimiento, pero gracias a la esmerada y cauta labor de cineastas, productores y actores del viejo mundo que aún creen en el cine al antiguo estilo, el séptimo arte parece cobrar fuerzas en películas del tono de Cómo maté a mi padre, haciéndonos reflexionar, soñar y emocionarnos ante un arte tan bello como complejo.



La cinta francesa Cómo maté a mi padre, dirigida por Anne Fontaine presenta un conflicto fuerte y bastante difícil pero bien desarrollado a nivel de dirección y espléndidamente interpretado por sus protagonistas, creando un ambiente de verdad y a la vez de tensión que provocan una cierta nostalgia respecto a la historia y nuestra posible o supuestamente inverosímil relación con ella.



Jean-Luc (Charles Berling) es un exitoso médico especializado en gerontología que recibe la inesperada visita de su padre Maurice (Michel Bouquet). La sorpresa es enorme porque su progenitor vuelve tras una larga ausencia de "veinte años y sólo tres postales". Pero, por encima de todo, porque ese mismo día había recibido una carta que le informaba sobre su muerte.



Con su rostro paralizado en una estoica y extraña sonrisa, Maurice obliga a Jean-Luc a replantearse muy seriamente varios aspectos de su vida actual: su negativa a tener hijos con su hermosa esposa Isa (Natacha Régnier), la relación de amantes que mantiene con su asistente Myriem (Amira Casar), el vínculo laboral que lo une a su hermano Patrick (Stéphane Guillén) y su propia vocación como médico.



A partir de la destructiva relación que entablan ese padre gélido que estuvo ausente por años y su hijo resentido que no tiene intenciones de perdonarlo, la directora Anne Fontaine construye un preciso drama familiar y psicológico.



La perplejidad y el futuro disparador de la trama será el cómo un padre que estuvo ausente durante tantos años y que no demuestra interés por remediar conflictos del pasado, ahora regresa de la nada. O bien viene para recomponer un vínculo roto, o simplemente regresa para terminar de destruirlo. Sobre esta premisa, la realizadora compone, con un tono ciertamente intimista, la conflictiva relación padre e hijo estructurada en un relato que construye pedazos de una historia, pero que por la fricción entre sus personajes se destruye a cada paso.



El filme funciona por su tiempo lento y pausado, por el constante tono dramático y por la atmósfera tan densa como distante en un gran trabajo que penetra con gran habilidad en el laberinto del que los personajes no pueden, aunque lo intenten, salir indemnes.



Esta compleja relación entre padre e hijo al explorar un personaje inesperado, que invade un mundo estable y destruye sus códigos, construye un mundo plasmado en el celuloide de sobriedad, un silencioso dolor y la misteriosa llegada del padre presentado durante todo el filme como un recuerdo a manera de flashback o simplemente producto de la cabeza del protagonista.



Sin sensiblerías baratas, Cómo maté a mi padre aparece como una película emotiva y sugestiva, no sólo por sus indudables aciertos de puesta en escena sino también por las variadas reflexiones sobre la existencia y los sobrecogedores y trágicos personajes que la desarrollan.

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