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Crónicas Cínicas XLVIII

Laura y Teresa están cómodamente sentadas en un sofá rojo, ojeando unas revistas pop, en el nuevo café "El Hábito". Picada recién abierta para minitas cool en el barrio Forestal. Es un lugar con buena música, cómodos sillones, muy buen café italiano, pasteles de primera y atendido por su dueña -que viene llegando de un largo viaje por Europa y que es aún más cool que su clientela-.


Laura adora este lugar, dice que es el viaje más barato a Barcelona. Teresa se siente elegante y moderna -apenas ella pisó el boliche, supo que sería cliente consuetudinaria-. A ambas les encanta la mezcla del olor a café e incienso; los altos de revistas para ojear y la gente joven y bien vestida que las rodean. Copuchan mientras esperan al Gordo y a Murillo para ir a ver La Ciudad de Dios, en la sala Merced.



Teresa le dice a su amiga:



– ¿Te cachai como pasa el tiempo?



– ¿Por qué lo dices?



– No sé, estaba pensando que a estas alturas, hace como seis meses que ando con el Negro y ya estoy tan acostumbrada, que si no es con él, no soy capaz de salir con nadie.



– Sí, Teresita, te entiendo. Parece que uno se pone como apestada, que los minos cachan que porque uno anda suave y sin ansiedad por pinchar, ellos olfatean que uno no está verdaderamente disponible y se corren.



– Sí, comadre, yo pincho caleta, pero como que me da lata, como que estoy acostumbrada a que el Negro me llame y como que los minos no me entusiasman ni me dan curiosidad, así es que no los pesco.



– ¿Y no te calientan pa na? ¿Ni de curiosa?



– No, pa na



– Putas, Teresita, ¡a mí tampoco!



– ¡Puta, la guea! ¡Cacho que parece estamos casadas comadre!



– O, por lo menos, pololeandoÂ…



– ¿Y el Gordo te gusta?



– Sí, la paso bien, es medio cabro chico, pero es súper preocupado y cariñoso ¿Y el Negro?



– El Negro es un poco pa entro y súper enrollado, pero está bien, yo lo cacho y me gusta igual, ahora, ¡es más rico cabra! ¡me encanta tirar con él!



– Así que estamos ¿realmente casadas?



– Así parece, comadre Laura.



– Estará de Dios…



No alcanza a terminar la frase cuando el par de aludidos entra por la puerta. El Negro mira a su alrededor y comenta:



– ¿Así que este es el boliche guau de que tanto hablaban?



El Gordo, luego de sentarse en un pequeño sillón verde y de darle un besito a Laura comenta.



– Es un poco cuico, ¿no?



– Y súper gusto de mina, ¿cierto?, dice el Negro con una sonrisita sobrada. Laura, que no está pa que le vengan a basurear su local preferido, muy seria les dice:



– Oigan, par de gueones, esta es nuestra caleta, a nosotras nos encanta porque es bonito tranquilo y acogedor. Y si los invitamos a nuestra picada es de pura buena onda que somos. Así es que ahórrense el chaqueteo. ¿No es cierto comadre?



– Sí, y es diez veces mejor que esos bares charchas donde nos llevan.



Murillo, divertido, levanta las manos y moviendo la cabeza de lado a lado hace un gesto amistoso mientras les dice.



– Paz, paz, si estábamos leseando no másÂ…



El Gordo acota con una risita pícara:



– Aunque igual es un boliche cuico.



Laura iba a volver a abrir la boca, pero el Negro la interrumpe para terminar de apaciguar a las mujeres:



– Y nos encanta. Pero, ¿saben cabras? Tenemos media hora antes de que empiece la peli, nos condoreamos con la hora, la función empieza a las seis y media. ¿Vieron la peli cubana?



Laura y el Gordo levantan la mano. El Negro vuelve a preguntar:



– ¿Y, ¿qué onda? ¿Les gustó?



Laura mas apaciguada con la buena onda de sus amigos le contesta displicente:



– ¿Miel para Oshún? Yo la encontré fome, sobreactuada y ñoña de lenguaje.



El Gordo se acerca a Laura, se hace un hueco en el sofá para sentarse, la abraza y le dice en tono amistoso.



– Tan asertiva que es usted, mi amor. Yo también la encontré penosa, aunque el tema es políticamente correcto y a pesar de que todas las buenas conciencias de los jurados la hayan tapado de premios, no me gustó. Es retórica y predecible. Por lo demás no emociona ni un coño, es fome y poco verosímil, sobre todo cuando los protagonistas se confiesan con sus vidas. Es una road mouvie al peo con un texto grandilocuente.



Laura le hace un alcance:



– Supongo que lo de los premios, no es por su merito cinematográfico, Gordo. Yo cacho que es más bien el reflejo de la buena onda que todos le tenemos a Cuba.



Teresa, atrincherada en su rincón, irónica comenta:



– ¿Tenemos? o ¿teníamos?



El Negro, sin dejar de tomar su café le dice:



– Tenemos, tenemos, los cubanos son piola, lo que pasa es que la vida es dura por allá. El viejo hueveo que tienen con los yanquis no es chiste y el socialismo sin luca es casi imposible. En todo caso es increíble lo anticuada que se ve la peli, lo teatral y artificiosa que son algunas escenas -esa que se mandan en una plaza con toda la gente mirando, es insólita – en fin, parece mentira que éste sea el mismo actor de Fresa y Chocolate y el director sea el mismo de LucíaÂ…



– Y que todo el mundo ¡la encuentre tan buena compadre!, tercia el Gordo.



Teresa mira al Negro con sus profundos ojos azules y le dice:



– Pero pa ti mi amor es especial, ¿no? Mal que mal has estado allá.



– Sí, claro, Teresita, algunas cosas son tan familiares pa uno -la Habana Vieja. El Hotel Nacional, la calle 23-, lugares tan conocidos. Pero al Perugorría no le creí nada, al Mario Limonta y a Isabel Santos, la actriz, sobre todo a ella, le creí un poco más. Es una peli muy maniquea y muy re ñoña…



– ¡Tan ñoña como los problemas de Cuba!, dice Laura tajante. Luego pregunta:



– Y hablando de ñoñerías, ¿qué tal la de Woody Allen?



El Negro toma la palabra:



– ¿La Maldición del Escorpión de Jade? ¡uuuf! Está casi peor que la otra de aburridaÂ… Imitando malamente la estética y la atmósfera de las series negras de los años cuarenta, el Woody está patético. No es divertida -puros chistes de una línea-, el argumento apesta de fome, el merodeo sistemático por los temas sexuales y los eternos problemas de relación entre géneros, ya no se soportan. Allen en cuarenta años ha dicho todo lo que humanamente se puede decir sobre precariedad masculina y pánico a la muerte. Ahora sólo se está puro repitiendo, girando a cuenta de nuestra paciencia o apostando a nuestra mala memoria.



– Además con esa cara de abuelito, es una parodia de sí mismo. ¡Es ridículo! ya no puede seguir haciendo de galán. Es el petiso menos sexy del mundo. Es imposible que la Hellen Hunt se enamore de él, por muy fea y pesada que salga en esta peli, dice Teresa.



El Gordo remata:



– ¡Basta de Woodys! ¡Basta!



Cuando iba a seguir el copucheo, Laura ve entrar a una mina muy bonita, de boca grande, flaca, bien vestida. Se pone colorada como tomate. La otra la ve y se dirige sonriente a saludarla. Laura se para apanicada, toma sus cosas a la carrera y se dispone a partir. Los tres la miran sorprendidos sin entender que cresta es lo que le pasa con la recién llegada. Laura intenta escabullirse, pero la mujer no la deja, la toma de la manga, la detiene y sonriente, se acerca a ella, luego sin que Laura pueda evitarlo, le da un calugazo en la boca, mientras le dice:



– Pero, ¿por qué te desapareciste, mi amor? ¿Qué te has hecho? tanto tiempo que no nos vemos, ¡no sabes cómo te he echado de menos!





* Luis Mora, realizador, comentarista y profesor de cine.
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