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El equívoco soundtrack de la UP

Seleccionar material para establecer y retratar el registro de un movimiento literario o musical es arriesgado, y los resultados, por mucho esmero y delicadeza que se tenga, jamás es totalmente fiel a ese afán. La reciente antología de los principales exponentes de la Nueva Canción no es la excepción que confirme la regla.


Infundidos por el espíritu rupturista de los 60, todas las manifestaciones artísticas sufrieron una renovación radical en términos estéticos.



En la literatura, irrumpió con fuerza avasalladora un grupo de escritores que rompieron con los cánones establecidos en Latinoamérica.



La necesidad de etiquetar a los Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa y Donoso, hizo que a este "fenómeno" se le denominara el "boom", iniciándose una nueva y fructífera era en las letras de nuestro continente.



En el plano musical, la Nueva Trova cubana, con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés a la cabeza, o el Tropilia brasileño de Caetano Veloso y Gilberto Gil, hicieron lo propio. Y Chile no se quedó atrás.



El ánimo de denuncia antes las evidentes y marcadas injusticias sociales sumado a una época en que la ilusión de cambiar al mundo se transformó casi en un kitsch a modo de Kundera, en el sentido que lo emocional termina aplacando todo tipo de razones, nutrió las composiciones de Violeta Parra y Víctor Jara.



Es así como el por momentos insípido y repetitivo folclor criollo comienza a incorporar charangos, quenas y percusiones de todo tipo, además de producirse un diálogo con géneros de la música popular como la baguala, el son, la guaracha y los ritmos andinos. Fue el comienzo de lo que tiempo después el conductor radial Ricardo García denominaría como Nueva Canción Chilena.



Es en ese contexto que Angel e Isabel Parra inauguran, en 1965, su mítica Peña, donde Patricio Manns, Payo Grondona, Tito Fernández y Osvaldo Gitano Rodríguez son asiduos visitantes a la casona de Carmen 340.



Pero si hay alguien que la lleva en esta renovación es, de lejos, Quilapayún. Transformados con el tiempo en íconos de la Nueva Canción Chilena, consiguieron con La Cantanta de Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis, en 1969, el producto más emblemático del período.



Los Quila, con su canciones encumbradas como himnos por un vasto sector de la sociedad y que vería consagrar sus anhelos de "cambiar del mundo" con el triunfo de la Unidad Popular en 1970, tuvieron como principal «socio» artístico a Víctor Jara, su mentor, y como "hermanos" musicales a los Inti Illimani.



El arte estaba la servicio de la revolución. Era y pretendía ser la encarnación misma de la revolución. Los Quilapayún cantaban La marcha de la producción, el Gitano Rodríguez Canto al Trabajo Voluntario, los Inti le ponían música a Las Cuarenta medidas y Payo Grondona entonaba a los cuatro vientos que Ahora sí el cobre es chileno.



Como plataforma, la Nueva Canción Chilena tuvo en el sello DICAP (Discoteca del Cantar Popular) donde afirmarse y organizarse. Perteneciente al Partido Comunista, el sello alcanzó a editar más de sesenta discos, siendo ilustrados casi en su totalidad por los hermanos Vicente y Antonio Larrea.



Con el tiempo, las canciones de quienes pertenecieron a este movimiento se han convertido en una especie de soundtrack cuando se recuerda los fines de los 60 y la Unidad Popular. Los 30 años que se conmemoran del golpe, reportajes televisivos mediante, han servido para confirmar y a la vez desempolvar aquellos viejos temas que hablaban de compromisos y luchas que a muchos parecen tan pretéritas como irrepetibles.



Ese impulso llevó al sello Warner Music a lanzar la Antología de la Nueva Canción Chilena, incluyendo en sus tres discos a 25 artistas y 55 canciones. Por cierto que Víctor Jara, Violeta Parra, Inti Illimani, Quilapayún, Patricio Manns y Angel e Isabel Parra son parte de esta selección. Sin embargo, llama poderosamente la atención la inclusión de Los Blops, Los Mac´s, Los Jaivas y, de sobre manera, Congreso.



Estos últimos, curiosamente incluidos en el tercer disco, podrían justificarse por ser herederos o estar emparentados, aunque de manera distante, con los verdaderos exponentes de la Nueva Canción.



Más no que sí. Sobre todo en el caso de Congreso o Los Jaivas, las innovaciones y experimentaciones los llevaron a territorios mucho más libres en términos estéticos que lo que se propusieron y hasta imaginaron los Quila o Inti. Esto, ni por nada, desmerece o valoriza a unos más que otros, por la sencilla razón que provienen de ámbitos distintos. Y es precisamente por lo mismo que incluirlos en la Antología es tan osado como equívoco.



Quizás demasiado quisquilloso, quizás es hilar demasiado fino. En cualquier caso, estas precisiones son un simple "ejercicio" de memoria, la misma que justifica la edición de este disco llamado a ser, más bien, una fiel banda sonora de una época que una antología fiel y definitiva de la Nueva Canción Chilena.



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