Publicidad

«El arte militante ya no tiene sentido»

El músico y filósofo cuenta cuáles fueron los motivos que lo llevaron en su momento a alejarse y luego a volver del grupo ícono de la Unidad Popular. Además confiesa todo lo que él y sus compañeros han llorado por el reencuentro del conjunto tras 15 años de separación y que se sellará el 5 de septiembre en el Estadio Nacional.


1988, cuando las puertas se abrieron por primera vez para miles de chilenos en el exilio, significó también el regreso para Quilapayún a nuestro país. Estaban, claro, en la lista negra del régimen y el inminente fin de la dictadura les permitió obtener la autorización para pisar tierra nacional después de años de destierro.



Al revés del dicho, "no hay bien…", porque ese año marcó además el inicio de la descomposición del grupo. Entre los primeros en escoger nuevos rumbos estuvo Eduardo Carrasco, para muchos el alma del conjunto y líder indiscutido de los Quila, hasta que con el paso del tiempo Rodolfo Parada se fue adueñando del grupo e incluso del nombre.



Pero con 30 años del Golpe avecinándose, Carrasco sintió la necesidad de retomar lo que por tanto tiempo fue parte medular de su vida y que había dejado de lado para dedicarse a la academia y la filosofía en al Universidad de Chile.




El lanzamiento del disco doble Quilapayún en Chile, que recoge el último concierto en que Rubén Escudero y Eduardo Carrasco tocaron con el conjunto allá por 1989 en el teatro California, la reedición del hoy inencontrable libro La revolución y las estrellas y, lo más importante, el reencuentro de los Quila para el concierto del Estadio Nacional y su posterior gira por Chile, confabulan para que el grupo símbolo de la UP vuelve a tener plena vigencia como si el tiempo no hubiera pasado. O casi, según lo que se puede deducir de las palabras que Eduardo Carrasco compartió con El Mostrador.cl.



«Estoy de nuevo consumido por la música"



La revolución y las estrellas fue publicado por primera vez en 1988. A diferencia del que preparó para este año RIL Editores, la primera y desaparecida edición no tenía fotos y pasó casi inadvertida, cuestión que, obvio, Carrasco espera que se revierta con el lanzamiento que el próxima martes -Antonio Skármeta mediante- se hará del libro



– En el prólogo de la segunda edición dices que te siguen disgustando las mismas personas que antes, pero que además tampoco te agrada del todo la gente con la que compartiste en tu juventud…
– Que me haya alejado del Partido Comunista no significa que me pasé para el enemigo, sino que he visto los errores que ha habido en el PC y que se refieren básicamente a su postura acrítica y el apoyo al estalinismo. Con el tiempo me he dado cuenta que lo más sano es reconocer los errores que cometió la Unidad Popular, lo que sobre todo cuando escribí el libro me provocó bastantes problemas porque lo vieron como un acto de traición.



– En otro pasaje de La revolución y las estrellas confiesas que te sientes más solo, pero mejor acompañado. ¿Cuán difícil fue para ti, que fuiste partícipe de una cultura tan gregaria, pasar a un mundo más solitario?

– Es que me siento solo en lo político, no en la amistad o el trabajo, porque en ese ámbito sigo teniendo amigos. Mi yo colectivo que terminó es el que era parte del partido, donde había que hipotecar las ideas propias y las críticas en pos de proyectos comunes. Eso es lo que para un artista, y sobre todo un filósofo, nunca debe suceder; ese colectivismo, ese partidismo, debiera serle excluido, porque un filósofo no conoce ninguna autoridad por encima de su pensamiento.



– ¿Con esto quieres decir que descartas hacer un arte militante?

– Un arte militante, después de todo lo que pasado, no tiene sentido. Sí lo tiene en cambio, buscar cuáles son los intereses de la gente por encima de lo que digan los partidos. Muchas veces ellos no dicen la verdad, ocultan ciertas cosas porque no les conviene. Hay un sistema de conveniencias políticas que no siempre corresponden a la pureza y transparencia de la mirada de un tipo que quiere saber qué es lo que pasa realmente. El artista y el filósofo son los hombres de la verdad, no son los hombres de estas agrupaciones. Los partidos y las religiones tienen que ver con la esperanza, con un deseo, y la verdad muchas veces va en contra de los deseos.



-En 1988, cuando regresas de Francia, empiezas a vivir una nueva etapa en la que paulatinamente te empiezas a alejar de la música y te recluyes cada vez más en el mundo académico. ¿Cómo fue ese proceso?
-Orienté mi vida a la filosofía porque sentía que la tenía relegada, lo que me hacía sentir un poco alejado de mí mismo. Estaba incómodo, pero en su momento me dediqué íntegramente a la música porque era necesario. Primero, para apoyar un proyecto como el de la UP y luego contra la dictadura. Era una especie de responsabilidad cívica seguir con el Quilapayún haciendo canciones. Después, cuando vino el término de la dictadura, me vine a Chile y me encontré con mis amigos filósofos y empecé a enseñar, a vincularme con mis alumnos. Me puse a escribir y sentí que me recuperé a mí mismo.



– ¿Y por qué decidiste volver a Quilapayún
– Me he sentido llamado a terminar con toda la distorsión que ha generado Parada en torno a lo que es el Quilapayún. Es por eso que me metí de nuevo en esto porque me doy cuenta que dejé suelta una cosa que después se transformó en una especie de monstruo. No puede ser. Quilapayún es parte de mi vida, son tantos años, son principios que estuvieron en juego, es toda nuestra experiencia que no se puede ir al tacho de la basura por una locura de un señor. Es un deber recuperar eso y terminar con la distorsión.



– Después de haberte dedicado sólo a la música y luego casi totalmente a la filosofía, ahora pareciera que por fin estás logrando hacer convivir a las dos.
– Sí, las puedo hacer convivir. En este momento he estado muy consumido por la música de nuevo, porque lógicamente estamos preparando los conciertos. Espero, sin embargo, que cuando pase septiembre y la gente se olvide de todo esta vorágine de los conciertos, entre en una etapa más equilibrada.



– Debes sentir una adrenalina especial ya que hace 15 años que ustedes no se juntaban como Quilapayún y, más aún, esa primera presentación va a ser, además, en el Estadio Nacional.
– Será tremendo. Estoy muy emocionado, porque por una parte es el reencuentro y por otra es el cierre una etapa de mi propia vida donde vuelvo a asumir mi pasado. Hace unos días nos juntamos con un grupo que tiene Ricardo Venegas y fue un lloriqueo imparable.



– El reencuentro se produce además en un clima muy especial por lo que están generando los 30 años del golpe.
– Lo que nos está pasando a nosotros es lo mismo que le está pasando al país, porque estamos tratando de reconciliarnos con nosotros mismos y volver a recuperar nuestra esencia. En el caso de nuestro país, la reconciliación sólo se puede hacer sobre una base de lo que es Chile en su fondo y de una afirmación de todas las fuerzas políticas, independientemente sean de izquierda o derecha, de ese fondo común que todos tenemos y que debemos preservar y defender. Con los Quilapayún es lo mismo. Se reconstituye justamente porque tenemos que afirmar nuestra esencia, nuestra matriz.



– ¿Y ves que estos 30 años sean un punto de inflexión en lo que respecta la transición y que este período de reflexión servirá para empezar a dejarla atrás?
– No, por ningún motivo. Vamos a tener transición hasta que ese fondo, esa fuerza unitaria, sea lo que verdaderamente guía al conjunto de los chilenos. Todavía dentro de las Fuerzas Armadas hay sectores pinochetistas y tienen amistades con gente que atropelló los derechos humanos y mintió dentro de todo un sistema muy asqueroso. Mientras siga eso y sigan también todos los enclaves autoritarios dentro de la Constitución y las soluciones sean meramente negociaciones y no afirmación de principios, seguiremos estando lejos de un cierre de la transición.

Publicidad

Tendencias