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De cómo suicidarse y morir en el intento

Freak total. Plagado de datos curiosos y definiciones sui generies, Adiós mundo cruel, de Alicia Misrahi, retrata desde poetas, escritores, artistas, suicidas bíblicos, romanos, musulmanes, «públicos», masivos y «vocacionales», quienes comparten el trágico sino de haber puesto fin a sus vidas de forma violenta y -aunque no siempre- voluntaria.


«A nadie le falta una buena razón para el suicidio», Cesare Pavese.

Enrique Vila-Matas, el más literato de los escritores españoles contemporáneos, siempre se ha caracterizado por llevar la literatura a nuevas fronteras. Esa aspiración lo ha perseguido desde sus inicios, cuando, excitado por una idea que extrajo de Unamuno, se empecinó por dar con una novela que diera muerte, o la indujera, a quienes la leyeran. Por cierto que no dio con ella, pero ese fue el destello que iluminó al que sería su primer libro, La asesina ilustrada.

Con el paso del tiempo, Vila-Matas, tal vez para expiar su frustración escribió, años más tarde, Suicidios ejemplares con el que volvió a hacer ficción con uno de los temas que a él y muchos escritores ha intrigado, y sobre el que varios escriben con el miedo y la esperanza de liberarse, en cierta forma, de sus atribuladas vidas.

Esa relación ambivalente con el suicidio, tema muy recurrente en la literatura y que ha sido abordado por autores como Sábato, Borges, Kafka o Chejov, es ahora reunida en el libro de Alicia Misrahi que acaba de llegar a Chile y que, de forma muy poco feliz, tituló: Adiós mundo cruel (Editorial Océano).

En el texto revista los suicidios más célebres de la historia y da cuenta, al referirse a los escritores, de un estudio de Arnold M. Ludwig, quien llega a la conclusión que aquellos se dedican a las letras presentan tres veces más desórdenes mentales, siendo el trastorno bipolar el más frecuente de todos.

Lo último que hizo Virginia Woolf en su vida, fue lanzarse a un río con piedras en los bolsillos.

Walter Benjamin, Virginia Woolf, Cesare Pavese, Ernest Hemingway, Reinaldo Arenas y Alejandra Pizarnik son algunos de los escritores que rescata Misrahi, detallando las circunstancias de sus muertes y, en algunos casos, dando a conocer sus escritos de despedida, el último guiño que dejaron al mundo.

«Les dejo pues como legado de mis terrores, pero también la esperanza de que Cuba será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esta libertad. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Reinaldo Arenas, 7 de diciembre de 1990.

Los casos curiosos

Pero no sólo el mundo de las letras está presente en el libro, pues son más de 100 los personajes que, desde Sócrates y Judas, hasta Hitler y Kurt Cobain, dan «vida» a Adiós mundo cruel. De Chile, de donde podría haberse nutrido con varios casos, como el de Pablo de Rokha, Violeta Parra, Rodrigo Lira o Adolfo Couve, la autora sólo rescató a Salvador Allende, de quien dice, generosamente, que «entre los suicidas por causas humanitarias o altruismo, merece un lugar destacado Salvador Allende, muerto por la libertad y la democracia».

Esta necrología, además de los siempre citados y «malditos» artistas, recopila a los primeros suicidas (Áyax y Sócrates), los bíblicos (Sansón y Judas), los mártires musulmanes y los masivos, siendo el primero de ellos en el año 133 antes de Cristo, cuando el pueblo numantino, asediado por los romanos, se suicidó en masa. Más actual, está el perpetrado en 1978, cuando casi mil personas, pertenecientes al Templo del Pueblo, se suicidaron con cianuro en Guayana luego que Jim Jones viera frustrado su «sueño» por hacer de su secta una comunidad comunista «utópica».

Pero sin duda, si hay un grupo que merece una consideración especial es el de los «suicidios en público», donde, por ejemplo, se cuenta la historia de una conductora de un noticiero en Estados Unidos, quien, estando al aire, dijo: «y ahora, siguiendo la política del Canal 40 de ofrecerles siempre lo último en cuanto a sangre e higadillos a todo color, están a punto de ver por primera vez un suicidio». Vaya forma de ponerse la camiseta por su trabajo.

Otro caso, quizás más conocido, y que también fue transmitido por televisión, es el del tesorero del estado de Pensilvania y a quien se le había condenado a pasar 55 años en la cárcel por estafa. Luego de leer un extenso discurso, y visiblemente afligido y nervioso, tomó un revolver y…

Mención aparte merecen también los «vocacionales», suicidas denominados así por Alicia Misrahi porque «no terminaron con sus vidas conscientemente, pero su conducta fue tan destructiva que murieron jóvenes», describe.

En la lista, están Janis Joplin, Jimi Hendrix, Edgard Allan Poe y Dylan Thomas. Quien lleva el estandarte es, no podía ser otro, Arthur Rimbaud, el poeta «maldito» por excelencia y que luego de renunciar a la poesía teniendo apenas 19 años, inició un recorrido lleno de excesos y riesgos, que lo llevó finalmente a la muerte. A su funeral, sólo asistieron la hermana y la madre del autor de Una temporada en el infierno, porque, según ellas, sus colegas, maestros y la propia literatura fueron los responsables de su trágico sino.

Datos y definiciones freak

Cierto. El libro de Alicia Misrahi, partiendo por el siútico título, no es lo más preciso y riguroso en la selección de nombres. Pero claro, tratar de abarcar a los suicidas más celebres de la Historia no es una empresa menor y lograrla, más aún, casi imposible.

Entrega, al menos, una mirada panorámica que a los curiosos y amantes de los datos freak le será caldo de cultivo al que saborearán con gusto, pues la autora se llega al extremo de, incluso, definir de modo muy sui generies los distintos tipos de suicidas. Entre sus categorías está el «didáctico», que grafica con el caso de un profesor que dejó la siguiente carta: «niños, si hay faltas en esta carta es porque no la he corregido con cuidado».

También está el «aprovechado», donde recuerda a un hombre que se enriqueció tras fallar en su intento de suicidio en el metro de Nueva York, y al que demandó después por no tener sistemas de seguridad contra… suicidas.

Otra categoría que ideó Misrahi es la del «desconsiderado», que serían aquellos que se suicidan en cualquier parte y sin hacer miramientos de ningún tipo. Para esta peculiar clase, la autora reconstruye una nota que escribió en una pared un obrero que se colgó en la casa donde estaba trabajando: «siento esto. Hay un cadáver aquí. Por favor, informe a la policía».

Nótese ahora la siguiente clasificación a la que rotuló del tipo «humanitario». Una pareja de ancianos, llena de achaques y enfermedades, decidió ultimarse para dejar su fortuna de 10 millones de dólares a personas necesitadas y no al sistema de salud estadounidense:

«Tenemos los medios para pagar los mejores doctores, hospitales y servicio en el hogar para acabar en él nuestros días, pero ninguno de los dos quiere este tipo de vida. También esto consumiría una parte sustancial de nuestro dinero, que mediante nuestra voluntad y gracias al trabajo de nuestra iglesia está destinado a ayudar a mucha gente joven alrededor del mundo que algún día serán capaces de ayudar a muchos más. No tenemos familia cercana ni herederos. En este sentido, este legado representa el objetivo final de nuestras vidas. Adiós por ahora».

Los otras modalidades, no menas raras, son el «alucinado», el «colaborador», el «precavido», «reivindicativo», «avergonzado», «original» o el «pactador», siendo justificadas las denominaciones con casos tan extraños como los que se mencionaron más arriba.

Por si fuera poco, Alicia Misrahi en un tono y estilo tan parco que lo instalan en un ácido humor negro -cuestión que seguramente nunca siquiera sospechó ni menos buscó- entrega, entre otros datos, que un 75 por ciento de los suicidas son hombres. O que en Estados Unidos hay más suicidios (31 mil) que asesinatos (23 mil), mientras que en el mundo se producen anualmente 450 mil, siendo el método más eficaz el uso de pistolas aunque el más recurrente el envenenamiento.

Pero hay otro antecedente que ofrece en este extraño atlas negro. Es bastante deducible, aunque no por eso menos interesante, y es que la mayoría de los suicidios se producen en primavera, lo que explica porque quienes sufren de depresión suelen decaer justamente cuando están mejorando tanto ellos como su entorno. ¿Mera coincidencia que Adiós mundo cruel se haya publicado en Chile justo cuando terminó el invierno?

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