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Lamentos transitorios y un deseo inconcluso

Con un guión del genial Charlie Kaufman (El ladrón de orquídeas) y protagonizada por el solvente Sam Rockwell, esta interesante cinta se basa en la dudosa autobiografía del extravagante y perturbado productor de televisión, Chuck Barris. Misteriosa, delirante y perturbadora, la opera prima de Cloney logra crear una inteligente y ácida ironía fílmica.


En algunas ocasiones, la mezcla entre dinero y rostros conocidos funciona. De vez en cuanto, y sin quererlo, Hollywood logra dar al cine algo más que cintas para adolescentes. A veces los filmes gringos valen la pena y dejan en medio de un mar de películas desechables, una que otra obra que trascienda y aporte en nuevas propuestas, elementos expresivos, vertiginosas dinámicas, generosos guiones y ágiles narraciones.



Este es el caso de George Clooney, quién incursionando en la dirección, adapta la "autobiografía no autorizada" de Chuck Barris, productor de programas de concurso de televisión norteamericana como "The Dating Game", "The Gong Show" o "The Newlywed Game" y supuesto asesino a sueldo de la CIA.



Confesiones de una mente peligrosa asimila como un absurdo -sin rechazar de plano la versión original- esta doble vida de Barris, oscilando entre lo real y la ficción, y donde George Cloney logra crear una ácida sátira sobre el mundo del espectáculo y las altas esferas de los servicios de inteligencia en Estados Unidos.



Es indudable que uno de los pilares fundamentales que sustentan esta obra es la participación de Charlie Kaufman. Con una poética muy definida, el guionista se ha caracterizado por la creación de personajes con características particulares: inseguridad, desorientación y desadaptación. En la cinta de Clooney -al igual que en El ladrón de orquídeas y en ¿Quieres ser John Malkovich?-, Kaufman construye de gran forma la vida de un hombre particularmente extraño y misterioso, desarrollando sus miedos, sus anhelos, sus sueños y por supuesto su interioridad.



Confesiones de una mente peligrosa desarrolla la vida del exitoso productor Chuck Barris (Sam Rockwell), quién lleva una vida realmente complicada, o mejor dicho lleva dos: una, la elegante y afamada vida de la televisión, y otra la de asesino para la CIA, con sus dosis de riesgo y misterio.



El contraste de ambas personalidades es el empuje que necesita para vivir. Pero las contradicciones de ambas se convertirán en una carga demasiado fuerte para llevar y harán que pierda el equilibrio. Esto le obligará a ir pensando en poner algo de control en su situación, pero ¿le resultará fácil conseguirlo?



Es evidente que de algo le ha servido a George Clooney trabajar bajo la tutela de Steven Soderberg. Con una cierta estética cercana al realizador de Traffic y La gran estafa, Cloney se mueve acertadamente entre la vida de productor de Chuck Barris y su oculto trabajo de asesino para conformar esa duda en el espectador que impedirá establecer con claridad que paso realmente, que si sucedió y que solo ocurrió en la mente de Barris.



A lo largo de la película, el realizador mezcla su visión -y la de Kaufman- de la vida del productor con testimonios de personas reales que lo conocieron. Sin embargo, nunca queda claro si alguien creyó o tuvo conocimientos de que Barris trabajara para la CIA, lo que al transcurrir el metraje se transforma en irrelevante dada la precisa dosis que Clooney establece entre sátira ficcionada y realidad.



Poco convencional en cuanto a su estructura narrativa, genialmente interpretada, irónica, con una mirada critica y reflexiva en torno a la sociedad de consumo norteamericana, electrizante, arriesgada y audaz en su puesta en escena, Confesiones de una mente peligrosa establece que cuando hay la intención de hacer buen cine, y quienes rodean el trabajo es un grupo de gente talentosa, ni las grandes industrias ni la demanda de taquilla pueden impedir que un buen proyecto se concrete como debe.

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