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Literatura para reconstruir la historia del cine chileno

Reuniendo a autores como Alfonso Calderón, José Román, Hernán Rivera Letelier, Volodia Teitelboim, Alberto Fuguet y Pedro Lemebel, Cuentos de cine emerge como un decidor retrato de la influencia que ha tenido la cinematografía en la vida de escritores y poetas.


«Al cine Normandie y otras salas afines, que mantienen viva la llama de la pasión por el arte cinematográfico más allá de la simple entretención». Con esta dedicatoria Jacqueline Mouesca comienza su nueva obra, Cuentos de cine, una compilación entre cuentos, crónicas, relatos, fragmentos de novelas y poemas de diversos autores que pretende dar a conocer o más bien analizar como los escritores a través del tiempo, perciben, sensibilizan y asumen su estrecha relación con el arte de las imágenes en movimiento.



Lo interesante de Cuentos de cine es fundamentalmente aquella especie de evolución que se observa a través de los escritos de quienes fueron simples espectadores y posteriores partícipes más cercanos de aquello que anhelaban.



Poemas, Del cine mudo de Alfonso Calderón; relatos Las películas que nunca existieron de Darío Oses; cuentos, El freak de Jaime Browne, y Aeropuerto 77′ de Alberto Fuguet; y extractos como el de Hernán Díaz Arrieta, con Elogio del Biógrafo (1913), donde el autor relata la fascinación que vivieron tempranamente diversos escritores. Estos son algunos de los retazos de magia en tinta que los ofrecen los literatos seleccionados en esta obra repleta de cine y literatura.



Todos los autores y sus particulares obras forman aquí un campo de libre expresión, de una libertad creativa que da cuenta de una estrecha relación entre la imagen y la palabra, entre críticos y escritores, entre sueños y pureza artística. Cuentos de cine parece ser el portal entre un siglo y otro, expresado mediante el solvente y liberador relato de los textos aquí compilados.



«Cuentos de cine no es un relato de lenguaje cinematográfico, sino cómo los autores percibieron el cine, cómo les llegó. Empecé a descubrir que escritores, poetas, todos de alguna manera habían sentido la huella que el cine había dejado en ellos. Entonces, todo esto lo fui recopilando y seleccionando hasta formar el libro», comenta su autora, Jacqueline Mouesca.



– ¿Cómo se origina esta idea de compilar el material y formar el libro?
– Parte de una cosa bien concreta. En la Feria del Libro de Madrid, el año antepasado, ojeando libros, encontré un texto español que se llamaba Cuentos de Cine. En él había de todo, crónicas, guiones, una mezcla de varios tipos de géneros, no eran sólo cuentos. Como siempre me ha tocado hacer investigaciones de crítica cinematográfica y principios del cine, me acordé de algunos textos que se habían hecho a principios del siglo pasado y acudí a ellos. Empecé a encontrar poesía y cosas que yo conocía y había visto sobre películas. De ahí comencé juntar el material.



– ¿Y cuál era la función del material que solicitó a diversos escritores?
– Yo quería ver como a medida que va pasando el tiempo, va cambiando la sensibilidad, incluso el lenguaje y el modo de ver el cine de los escritores. Por ejemplo, en la crónica Porvenir de José Bohr se hablaba de este invento que llega a un pueblo, en Elogio del Biógrafo de Hernán Díaz Arrieta, el autor realiza una crítica idealizada. En general, mezclé estractos con cuentos que pedí. Le solicité a Pepe Román que me escribiera, Ramón Díaz Eterovic también me cooperó, Fuguet me pasó un cuento, Jaime Collyer, etc. Y ahí fui armando la historia de la sensibilidad de los autores frente al cine. Porque este libro no es un relato de lenguaje cinematográfico, sino de cómo percibieron el cine, cómo les llegó. Empecé a descubrir que escritores, poetas, todos de alguna manera habían sentido la huella que el cine había dejado en ellos. Entonces, todo lo fui recopilando y seleccionando hasta formar el libro.



– ¿Bajo qué parámetros solicitó los textos?
– Un problema era la calidad, pero también tenía que ver con la emocionalidad y con los temas. Por ejemplo, en un momento hay mucho sobre las salas, en otro sobre las actrices. Cuando se repetían mucho, intenté seleccionar lo mejor sobre períodos, géneros, los años 40′, etc. Por ejemplo, Lemebel tiene una mirada en Baba de caracol en terciopelo negro y Victoria Aldunate tiene otra en Un ángel muy particular, donde habla de Puerto Montt. Todos estos eran temas que quería poner sobre el cine. Después, cuando éste deja de ser una referencia nostálgica, romántica, y viene el audiovisual, en el libro se materializa en un cuento de Alejandra Rojas, Noches de estreno, y después en un cuento de Ignacio Fritz, Un verdadero cowboy que es atroz, sobre el cine snuf y todo eso, con un humor negro desatado.



– ¿Qué limitación puso a la hora de encargar los escritos a sus autores?
– Sólo de espacio. Dejando de lado las críticas cinematográficas, tenían plena libertad. Cuando escribí Erase una vez el cine, recogí las películas favoritas de mucha gente y ahí muchos críticos hablaron de sus películas. Aquí traté de que fuera distinto. Ahora me interesaba explotar más la relación de los escritores con el cine y cómo éste los había impactado. Por ejemplo está el texto de Rivera Letelier (Invitación al Biógrafo) que ve este arte como su primer amor y va al cine en medio del desierto a ver una película mexicana. También está el tema de las salas como lugares de encuentro, de pololeo, de romance, o de ruptura como en el caso de Poli Delano en Picnic en el cine.



– ¿De dónde nace esta afición suya por investigar sobre cine?
– Por curiosidad. Yo empecé en España en un trabajo de análisis de 7 años en donde tenía que compilar todo lo que se estaba haciendo en el exilio y unir todas estas especies dispersas en mi primer libro, El plano secuencia. Después, cuando llegué a Chile, en un ministerio me pidieron que escribiera Veinte años de cine chileno, un poco para completar mi anterior obra. Posteriormente, estuve dos años trabajando en la crítica cinematográfica, pero el objetivo era ver cómo la historia del cine en Chile no se puede escribir mirando películas, y cómo han desaparecido el setenta por ciento de los filmes del pasado, por lo que tenía que guiarme por la crítica, que por cierto no era muy especializada.



– ¿Cómo ha visto esta evolución del cine chileno hacia lo comercial?
– Por los tiempos que corren, no se puede hacer el cine político que se hizo en épocas atrás. Pero pienso que lo importante es la base de jóvenes que se saben mucho más de técnicas que se está formando. Hay mucha más profesionalización. La idea es convertir el cine chileno en una profesión y eso se está logrando.



– ¿Pero en términos argumentales, no extraña ciertos temas que nos representen mejor como país?
– Sí. Hay una desviación al cine de terror, comedias de sexo, y otros tópicos. Pienso que hoy se encara muy poco lo que en un momento fue fundamental. Se dejo de lado, y es nuestra identidad. No estoy hablando de cine folclórico ni nada por el estilo, sino de cómo nos retratamos con más autenticidad. Yo creo que se están yendo por la tangente, agarrándose del cine más comercial. No estoy en contra de los géneros, pero creo que hay que empezar a mirar alrededor de nosotros, ver qué somos y cómo somos.



– ¿Qué le falta al cine chileno?
– Identidad. Parece que fuésemos de cualquier parte. En el exterior me señalaban que este país no tiene identidad, y eso se refleja en las películas. Son filmes que están destinados a morir porque no hay emociones. Existe un miedo a enfrentarnos a nosotros mismos.





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