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Magos, orcos y guerreros en el paso al nuevo mundo

El estreno de la tercera parte de El señor de los anillos corona la aventura cinematográfica más audaz de la historia del séptimo arte. Pero la obra de Tolkien exige una reflexión mayor que el mero acercamiento tecno-crítico a la trilogía fílmica.


En medio de estrictas medidas de seguridad se enmarcarán hoy las avant premiéres del primer final de la trilogía fílmica sobre las parábolas cristianas de J.R.R. Tolkien. Seguridad es la palabra que define también el nacimiento calendario del siglo, que algunos adelantan a mediados de los ochentas, con la computadora u ordenador electrónico personal, y otros prefieren situar entre la noche y la madrugada en que se inició la demolición del muro de Berlín.



Se trata del primer final de El señor de los anillos porque circula un rumor en Internet, que su alma mater, el realizador neocelandés Peter Jackson, tiene alrededor de una docena de alternativas filmadas para cerrar la saga en futuras reediciones del filme.



En la visión eurocéntrica tolkeniana, el mundo y sus pesadillas: la guerra, el fascismo, el empobrecimiento de los valores cristianos y la amenaza totalitaria, se desliza por una manga que, lejos de unir dos épocas, parte una cultura, pese a todo unida por ciertas tradiciones.



El cuadro descrito en El señor de los anillos y todos sus posibles finales son parte de la cultura contemporánea y, como tales, pueden ser identificados como metáforas de algunos de sus hitos más relevantes. Entre ellos, el interregno entre la II Guerra Mundial y la constitución del monopoder económico, político, militar y cultural contemporáneo, signado por el fracaso -localizado y circunstancial- del socialismo real europeo; la rebelión colonial africana; el desarrollo de economías industrializadas "a la occidental" en Asia; la continuidad, pese a todo, del proceso revolucionario en Cuba; o la agresión a la ecología planetaria, observada por primera vez en la primera mitad de los sesentas y la re-emergencia de los movimientos anarquistas bajo la cobertura de la antiglobalización desde fines de los noventas, plantean sin duda un cuadro más complejo que el descrito en esta cinta.



Las sociedades mundanas



Orcos, gigantes, hechiceros, elfos, enanos y bombadiles cohabitan en nuestra propia época. Los hobbits no existen por la sencilla razón de que los héroes abandonaron el campo y los seres humanos perdimos aquello que nos distinguía: la capacidad de elegir, el significado de la libertad, los lazos con la naturaleza.



El hobbit, más allá de su encanto como personaje literario, representa la contracara del homo sapiens acorralada por los monstruos de la razón: avaricia, egoísmo, desarrollo tecnológico; en buenas cuentas la civilización.



Ignoran esas muchachas y muchachos afectos a los juegos de rol y a buscar vanas realidades en el universo virtual, aquellos que han respondido puntualmente por tres años a la convocatoria de Jackson con máscaras, capas, espadas, alas de cartón y tul, qué llamados escucharon.



Antaño se nos educó para ser "útiles a la sociedad" y "buenos ciudadanos". Hoy se forman las nuevas generaciones como leales a una u otra etiqueta y, sobre todo, para ser buenos consumidores. El paradigma vigente, con matices, en toda comunidad antigua: ser rey o ser santo -para decirlo simplificando a Evola- se ha convertido en ser políticamente correcto, obediente y acrítico.



Nadie en su sano juicio podría igualar a Putin con un caballero de la ciudad de las altas murallas blancas. Bush no es, por cierto, Sauron redivivo. Asimismo, Werner von Braun, ayer, o William Gates en la actualidad, no son Gandalf, el Gris. Tampoco Ricardo Lagos es un príncipe enano; Bagdad la Torre Oscura; Fidel Castro Aragorn; y Mordor no se oculta en las montañas de Afganistán. China no produce orcos -tampoco Venezuela- y Japón no es la morada de los elfos que hace tanto abandonaron Escandinavia. Los mapuches fueron víctimas, no son fuerzas del mal y los carabineros que agarraron a lo que es palo a los revoltosos de Calama, pese al color de su vestimenta, nada tienen que ver con Tom Bombadil.



La curiosa embestida por la ley y el orden público de la semana pasada en el oasis de Calama deja una lección. No sabemos exactamente a quién, pero dejó una lección en esta menoscabada post Tierra Media en la que vivimos.



Sucedió en la Comarca que una empresa contrató -por poco dinero- a algunas decenas de trabajadores (antes hubiéramos escrito obreros, pero la palabra obrero remite al concepto explotación, que a su vez nos representa a la abominable y "superada" lucha de clases) para cumplir un contrato de construcción de viviendas en la ciudad nortina. Como las ganancias no siempre son fáciles y abundantes, se ve en el la necesidad de forzar a esos trabajadores a vivir en barracas precarias con poco mobiliario -¿han oído hablar de las camas calientes, por lo demás una tradición en el mineral cercano?-, con servicios higiénicos de utilería, y el comedero vecino al lugar de la basura. No pagó los sueldos, además, según lo pactado.



Indignados los obreros marcharon a tomar las oficinas de la mentada empresa para obligar se establezca un diálogo no de sordos. Entonces ocurrió lo de costumbre: una cámara de TV mostró en la víspera del wikén a unos tipos sudorosos -pobres, feos y malos (¿hobbits degradados como el Golum?)- confusamente intentar explicar algo después de huir de la ley y el orden simbolizados en el gas lacrimógeno. Los representantes de Orden y Progreso, luego y sin rastro de sudor, nos convencieron de que los tumultos y las "tomas" deben ser evitadas.



Igual sucedió en otro tiempo -pero entonces, convengamos, fue peor- en Santa María de Iquique, también en el Norte Grande. Justicia es un concepto ajeno a lo concertable; no tiene ninguna relación con alianzas de ningún tipo. Preservemos las formas, obedezcamos al procedimiento. Si el que es pobre lo es porque no tiene trabajo, no quiere trabajar por monedas o no le pagan su trabajo es secundario. Quizá el diálogo sustituye a la sopa. En todo caso esos protestantes recibieron lo que merecían.



En este mundo arrasado por los hornos de fundición de la Torre Oscura importa más el gesto que la causa del gesto, el funeral que el motivo de la muerte, ganar que la razón por la que se lucha. El Mal -hablamos de la obra de Tolkien- es una ceremonia que olvidó el por qué del rito. El proceso de mundialización de la economía -es decir: la construcción de una economía planetaria- comenzó de verdad con la primera carga de tesoros enviada por Cortés a Madrid. Los reinos americanos, en buena parte gracias a la fuerza de trabajo secuestrada de África, pagaron la revolución industrial, financiaron el capitalismo, permitieron el desarrollo del liberalismo en el XVIII. Bartolomé de las Casas lo supo después de arrepentirse. Bolívar tomó las armas contra ello, quizá porque es cierto que algunas gotas impuras de sangre corrían por sus venas, como corren por las de Hugo Chávez -y no se dice en su defensa-. Los Carrera y los de la Revolución de Mayo fueron, como el curita Hidalgo en el XIX y el otro sacerdote, el colombiano, en el XX, también combatientes. Todos terminaron asesinados. Si la escuela no lo enseña ni impulsa a obtener de eso algunas conclusiones, Mordor ha llegado a los colegios. Mordor es también la cosa técnica que parece presidir los contenidos de los planes de educación.



La construcción del hobbit



J.R.R. Tolkien conocía sin duda los términos segregación y explotación: era sudafricano. Y para los niños que sobrevivieran de la hecatombe -no fueron bueyes los sacrificados entre 1938 y 1945- escribió El Hobbit, algunos cuentos "fantásticos", como Egidio, el granjero de Ham,, y su obra más conocida: El señor de los anillos, además de otros textos sobre el mundo anterior a los seres humanos, recopilados, revisados y publicados por su hijo: El silmarilion. Católico y dispuesto a dar su testimonio -como su amigo y colega C.S. Lewis, que escribió esa otra parábola cristiano-esotérica llamada La Tierra púrpura-, Tolkien a lo largo de los años y casi en silencio en cierto modo postergó su vida académica por sus noches como escritor.



Si bien su obra puede leerse como un compendium del folclor celta y escandinavo-germánico tal como éste evolucionó entre la baja Edad Media y los Tiempos Modernos -los trolls suecos devienen en orcos; las hadas gallegas o irlandesas se convierten en elfos, por ejemplo- las fuentes reales utilizadas para la elaboración de sus libros abarca también el universo legendario grecolatino, con su herencia mesopotámica y egipcia, sin que falten referencias africanas que la enriquecen. Tolkien, tal vez consciente de que los "cuentos de hadas" son el recuerdo vago de los relatos que verdaderamente alguna vez las criaturas elementales -la expresión pertenece a Paracelso- contaron a los hombres, los englobó en una suerte de monstruosa historia universal que, al terminar la etapa de la Tierra Media -con el zarpe de las naves a desde los puertos de Occidente- "limpiara" a la Humanidad para el advenimiento del cristianismo. La destrucción del anillo en los fuegos eternos de la fragua de Mordor semeja al encadenamiento de Luzbel del mismo modo como un eventual juicio a Saddam Hussein significará "la razón del Bien" que justificaría retrospectivamente la invasi{on y el quiebre del sistema de relaciones internacionales vigente.



Así, la Comarca no es, como algunos han querido ver, un resabio de la felicidad ideal ni de la vida ecológica. Opera más bien como un deja ví» de lo que la especie humana tiene derecho a (re)adquirir: la Revolución de 1917 y la simpleza puesta en fuga a partir de 1938, con la anexión de parte del territorio checo y polaco por Alemania. Si esos seres tan queribles -los hobbits- tienen semejanzas con otros reales en este período histórico, ellos serían los pueblos originarios americanos y las demás naciones preteridas que piden a la cultura occidental, esto es: europea, derecho a preservar lo que les es constitutivo. Asunto, como nos enseña la historia, del todo incompatible con la noción de progreso.



Tanto, que del mismo modo como los navegantes portugueses, ingleses y holandeses (para no mencionar españoles y franceses) "descubrieron" que las culturas del occidente africano eran salvajes -y por tanto esclavizables sus representantes-, los capitanes y adelantados ibéricos pronto olvidaron que Tenochtitlán, Cusco, los cultivos en terrazas, el sistema de silos y registro de inkas, la poesía, la danza, las representaciones teatrales, la geometría, la arquitectura y la astronomía de las Indias Occidentales, etc… conformaban un corpus literario-científico-político que nada tenía que envidiar al europeo (y que lo superaba en muchos aspectos, menos en el militar). Como resultado, naciones enteras fueron exterminadas.



Ex hombres -reyes, caballeros y capitanes- son los orcos y espectros que participan en la guerra del anillo que los gobierna a todos; pero sólo un ex hobbit la protagoniza: el Golum. La historia anticipa en la leyenda su curso fatal. Los orcos han mutado de guerreros en asesinos, el Golum de labriego y cantor de taberna en bestezuela. Tal vez no pudieron elegir los primeros; el segundo, en cambio, cedió a la tentación tal como esas herramientas -según los gnósticos son los ángeles herramientas de la divinidad- que alguna vez se rebelaron y se mezclaron además con las mujeres de los hombres.



Algo vagamente similar ocurre en la posmodernidad. Si bien miramos, en todas partes parece sobrar un tercio de la población. Millones de personas lo conforman en India, Pakistán, Brasil, Rusia o Estados Unidos -más en algunos lugares que en otros-, y proporcionalmente, aunque menor en número, el mismo porcentaje en Chile, Argentina, Italia, Corea del Sur o Gran Bretaña. De ello se concluye que los no excluidos son los orcos de sus semejantes. En algunas regiones, como Bangladesh o Haití, casi hemos cumplido la tarea encomendada por Sauron; en otras quizá ha sido superada: África sub-sahariana, por ejemplo. El veneno de nuestras flechas, puñales y espadas se llama sida, hambre, analfabetismo, alcoholismo. La mirada y la filosofía eurocéntrica de Tolkien es hoy universal. La globalización es un hecho instalado.



El Golum contemporáneo-y tan espectral como aquel- son las constituciones nacionales; hijas del idealismo enciclopedista reclaman como garantías ciudadanas los derechos básicos de la vida: trabajo, vivienda, alimento, educación, salud. Todo un programa insurgente olvidado por los revolucionarios y por los que no pueden -a diferencia de la quintacolumna enemiga- dejar de pagar sus impuestos.



¿Qué nos dice el venerable profesor Tolkien?: no perder la capacidad de actuar. Los hobbits no la tuvieron: creían que su comarca era una excepción a salvo de los asuntos mundanos. Hasta que no bastó la vigilancia de Trancos y los montaraces. Fue menester que Frodo y sus camaradas se involucraran, "pasaran trabajo" y accedieran a una condición, en algún sentido superior: la de la elección entre el Bien y el Mal, cierto, pero también al descubrimiento de que la realidad no es un color, sino un arcoiris -como la bandera de los movimientos sociales en Bolivia- y que el arcoiris no es una realidad estática, sino por definición cambiante.



La lección es: porque su especie no quiso cambiar Frodo siguió a los elfos y embarcó en las naves que parten hacia donde se pone el sol. Tal la alegoría. La realidad es más compleja. Y más feroz. Al fin y al cabo una película basada en un libro -sobre todo cuando se estima a ese libro como uno de los más trascendentes publicados a lo largo de un siglo- se debe interpretar según el texto y no por sus efectos especiales. Computarizados o no.





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