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La desoladora existencia de dos seres abatidos por la rutina

Avalada por tres Globos de Oro y cuatro nominaciones al Oscar, la segunda película de la realizadora estadounidense explora desde un interesante tono intimista la relación entre dos personas que atraviesan una crisis existencial. Rodada por completo en Japón, la cinta compone un relato simple, sin sobresaltos, pero profundamente realista y sincero.


La segunda película de la directora Sofía Coppola (Vírgenes suicidas), Perdidos en Tokio, desarrolla una historia en apariencia totalmente sencilla, sin ningún tipo de quiebre dramático. Sin embargo, la soledad de ambos personajes protagónicos, su particular existencialismo y el tono de pesadumbre con que se narra la historia hacen del filme un retrato humano que va más allá de la mera anécdota.



Con soberbias interpretaciones, la realizadora logra dotar a cada personaje de una sensibilidad y emocionalidad particular, generando una relación de complicidad muy íntima que se contrapone con la agitada vida de la inmensa capital de Japón. En la película, la directora intenta explorar aquellas relaciones que son capaces de cambiar una existencia, pero que en la práctica se disuelven en pos de una vida "asegurada".



En Perdidos en Tokio Bob Harris (Bill Murray) es un conocido actor norteamericano cuya carrera ha caído en picada. Como necesita trabajar, acepta participar, a cambio de una generosa remuneración, en un anuncio de whisky japonés que se va a rodar en Tokio. En su primera visita a Japón, experimenta un considerable choque cultural, por lo que pasa la mayor parte del tiempo libre en su hotel.



Precisamente en el bar del hotel conoce a Charlotte (Scarlett Johansson), una mujer de veintitantos años que está casada con un fotógrafo de renombre. Éste se encuentra en Tokio cumpliendo un encargo profesional, y mientras trabaja su mujer distrae el tiempo como puede. Además del común aturdimiento ante las imágenes y los sonidos de la inmensa ciudad, Bob y Charlotte comparten el descontento con sus vidas. Poco a poco se hacen muy amigos y a medida que exploran la urbe juntos empiezan a preguntarse si su amistad se transformará en algo más.



El nuevo filme de la hija de Francis For Coppola (trilogía de El Padrino, Apocalipsis Now), funciona principalmente por la sensibilidad de ambos personajes, perfectamente identificables por el público. Pese a ello, tal vez el espectador más impaciente ceda ante el tedio en la espera incesante de que "algo pase".



Sin embargo, Perdidos en Tokio no es de esas películas donde algún hecho en particular mantiene la tensión y desencadena el conflicto. Por el contrario, su linealidad argumental y su solvencia interpretativa marcan el camino que la directora Sofía Coppola eligió para desarrollar una historia de conflictos internos, cuestionamientos de convivencia, frustraciones, soledad y sueños inconclusos.



La labor de la realizadora es un prodigio de exactitud, delicadeza y equilibrio a la hora de enlazar angustia y pesadumbre, con momentos distendidos (generalmente protagonizados por Bill Murray) que dan un toque satírico a la obra. Una ducha baja, una cama corta, un idioma que no entiende, japoneses uniformados de terno azul o un "freak" programa de televisión al que es invitado Bob, completan este perfectamente sencillo trabajo cinematográfico.



En la película el flujo narrativo es lento pero constante. La acción transcurre sin giros de tuercas y con la lentitud suficiente para no resultar aburrida, sino más bien poética. Algunas escenas como Scarlett Johansson sentada a los pies de su ventana observando melancólicamente el imponente paisaje de Tokio o Bill Murray debatiendo por teléfono con su esposa sobre el color de la alfombra de su casa, se transforman en algunas de las metáforas visuales de abatimiento que la realizadora pretende transmitir.



Tal vez Perdidos en Tokio no llega a ninguna parte, pero tampoco lo pretende. Su única misión es la de transmitir emociones y platear ciertas situaciones cotidianas que nunca llegan a concretarse. Y si a esto se le agrega una dosis de buen cine, el resultado es indiscutible.



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