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El cine como reflexión nacionalista

Inspirada en películas sobre desastres naturales como Impacto Profundo, pero con un mayor nivel de contingencia, El día después de mañana retrata el inminente congelamiento del mundo debido del calentamiento global. Aunque el filme de Emmerich asombra por su espectacularidad visual, finalmente se transforma en un cinta llena de lugares comunes y clichés.


El día de la independencia (1995) impactó al mundo con su potencia visual a través de alienígenas que venían a acabar con el planeta. En la cinta, Roland Emmerich, su director, aplicaba toda una parafernálica gama de efectos especiales que hacían gala y se jactaban de su calidad de superproducción. Sin embargo, el patético discurso norteamericano de "salvadores del mundo" y la poca asimilación de la realidad, hacían de El día de la independencia un millonario, pero mediocre trabajo.



Casi diez años más tarde, Emmerich parece ocupar la misma fórmula para construir su nueva película, El día después de mañana -que ingenio para los títulos-. Potente, pero a la vez cliché, la cinta parece querer plantear una reflexión en torno al complejo tema del calentamiento global. Lamentablemente se queda en el esfuerzo -si es que realmente esa fue la meta- y se opta por una mayor fuerza en las imágenes, en desmedro de una real mirada al crítico momento del planeta.



El día después de mañana comienza con la investigación de Jack Hall (Dennis Quaid), un climatólogo obsesionado con crear conciencia sobre la destrucción de los recursos naturales. Los trabajos de Hall concluyen que debido al calentamiento global, la tierra podría sufrir un brusco cambio climático, y así comenzar una nueva era del hielo. Granizos del tamaño de una roca, huracanes, tornados y fuertes nevadas son los claros indicios que el fin se acerca.



Al derretirse los casquetes polares, inmensas cantidades de agua dulce han llegado a los océanos, originando así, la alteración de las corrientes regulatorias. Todo el hemisferio norte peligra ante las inminentes inundaciones y posterior congelación, por lo que deben comenzar a emigrar hacia el sur para salvar sus vidas.



Al ver El día después de mañana da la impresión de estar presenciando un recocido por diversas películas. Las secuencias de inmensas olas arrasando ciudades, o el mundo en las manos de un solo experto científico, parecen rememorar algunos rollos de celuloide pasados. La única gracia del filme radica en tratar un tema tan contingente como el calentamiento global. Sin embargo, queda la sensación que a la vez funciona como una mera excusa parea repletar salas y obtener ganancias millonarias.



Tal vez, Emmerich intentó conjugar los dos aspectos, pero indudablemente se quedó en la segunda opción. Algunos diálogos como la petición de cuidar el planeta o dar gracias y comenzar a mirar y tratar de mejor forma al tercer mundo -quien finalmente los acoge- terminan por trivializar y ridiculizar un filme construido para venderse.



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