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Cristián Barros: «Soy enormemente deudor de una tradición literaria densa»

El autor -cuyo primera novela sobre Neruda en Birmania fue muy celebrada- lanza su segunda obra, La Espesura, e inicia una trilogía dedicada a retratar el Chile del siglo XX. Aquí, explica sus motivos para ambientar historias en el pasado y las dificultades que está seguro tendrá para escribir sobre el presente.


Hasta ahora, el plan de Cristián Barros se está cumpliendo. Esta semana llega a las librerías la primera novela de las tres que tiene proyectadas, La espesura. La segunda ya tiene una estructura básica delineada y un título, Las posesiones. Sin embargo, es la tercera la que adelanta las mayores complicaciones para el autor: hasta ahora tiene sólo una idea "alucinada" de la trama y el desafío de escribir en un escenario del presente.



Es que Barros tiene ciertas complicaciones con el presente. No sólo no sabe manejar un microondas, sino que tampoco cómo aprehender narrativamente una sociedad fragmentada y, aunque no lo quiera, posmoderna. De hecho, casi de forma conciente ha optado por historias que suceden en el pasado o antes que las reglas de la época moderna comenzaran a quedar obsoletas. Su primera novela, Tango del Viudo (2003) contaba un callado episodio de Pablo Neruda durante su estadía diplomática en Birmania en la década de los ’30. En La espesura, se va un poco más atrás, hasta los días de la celebración del centenario de Chile.



La espesura se inicia con el retorno del joven Javier Lezaeta hasta el latifundio de su familia, donde años atrás formó parte de una excursión de caza con resultados mortales. Hoy, en medio de las celebraciones del centenario, su padre contraerá matrimonio con su prima, quien mantiene siempre heridas las yemas de sus dedos. Años antes, la familia Lezaeta observó desde Biarritz, Francia, la caída y suicidio del presidente José Manuel Balmaceda.



«Es una suerte de sondeo por la historia de la trastienda de Chile; la historia de las familias», explica Barros y asegura que su motivación inicial para escribirla fue la de retratar la sociedad chilena de fines del siglo XIX y principios del XX, aun comandada por un grupo compacto de familias; lo que, a su juicio, da cuenta de una lógica de funcionamiento de nuestro país.



"Lo que manda en Chile es una clase dirigente muy compacta, familiar, muy incestuosa, donde todo el mundo se conoce. Todos los bastidores de lo que es nuestra república son muy frágiles, pues todas las familias son disfuncionales y cuando estallan, las crisis en Chile son brutales. Como todo está en una suerte de olla a presión, cuando estamos en conflicto, son mucho más los compromisos que se quiebran", expone Barros.



– ¿Por qué eliges el género de la novela y no el del ensayo?
– Creo que es más persuasiva la novela, porque no apela directamente a la inteligencia, sino que apela al recuerdo. Al final el género es una cosa secundaria, pero creo que es mucho más encantador ver encarnados personajes en actores que sufren, que tienen pasiones particulares, que una cosa abstracta donde los personajes son encarnados por conceptos, toda una cosa neutral.



Solo en Latinoamérica



Cristián Barros, abogado, 27 años, tiene un método de escritura que consta de pasos prefijados. Después que la idea de la novela se "integra" en su cabeza, realiza una investigación sobre los hechos reales relativos a la trama, hace un guión básico, fichas para cada personaje y luego inicia una jornada de trabajo de 12 horas diarias.



"Soy re quitado de bulla, re piola. Soy anti romántico, anti bohemio. La cosa del escritor maldito me rebota. Hago un trabajo más o menos serio", dice Barros, quien se siente muy lejos de los proyectos literarios chilenos y latinoamericanos.



– ¿A qué escritores chilenos de tu generación te sientes cercano?
– Me siento muy cercano a Rafael Gumucio. Me gusta mucho Roberto Fuentes, creo que es muy auténtico, directo, transparente. Fuera de eso, no sé. No me siento realmente identificado con otros escritores de mi generación.



– Y más atrás, ¿desde qué tradición literaria nacional provienes?
– Creo que estoy muy cercano en general a José Donoso, Mauricio Wacquez, Germán Marín. Soy un enorme deudor de esas tradiciones. Son grandes proyectos, grandes arquitecturas literarias. En realidad, no creo que yo sea especialmente novedoso. Soy enormemente deudor de una tradición densa… Y en cierta manera, me apena que escritores de moda en Santiago soslayen esas tremendas empresas personales. Germán Marín debe ser uno de los mayores escritores vivos en Chile.



– En relación a Latinoamérica, ¿sientes que tu literatura tiene que ver con las preocupaciones de autores como Juan Villoro, Mauricio Bellatín, Cesar Aira, Rodrigo Fresán, etc?

– Me siento realmente lejano; los he leído y los considero torpes, no hay respeto por el lenguaje, no hay respeto por la tradición y se creen nuevos, creen que están haciendo algo muy importante. Leí a (Juan) Villoro y me parece tópico, estereotipado.



– ¿Roberto Bolaño?
– No me interesa nada. No me llama la atención. Aparte, yo detesto el asunto del yo soy escritor, del autobombo y esas son cosas que se traspasan a la literatura. Te hacen ver de que "yo siento, yo soy, etc"… Como que parten desde la nada, un yo cósmico que parte todo el universo a partir de la descripción del plumífero de turno… huevás. Si uno es las lecturas que tiene detrás y siempre está en número negativos.



Escribir en la posmodernidad



– Tus influencias no parecen estar remitidas sólo al ámbito de la literatura y como tú planteas La espesura más que surgir de motivaciones estrictamente literarias, nace de la intención de dar cuenta de un momento de la historia de Chile. ¿De qué tipo son tus lecturas?

– No soy un gran lector de literatura. Leo mucha historia, ensayo sobre ciencia, no soy un enfermo de literatura. No creo que la literatura sea el cuesco de la ensalada o la última chupada del mate. Creo que es un medio muy privilegiado para decir cosas, si no se dicen cosas no vale. Yo soy «contenidista», lo importante es decir cosas, el mensaje. Creo que es el medio más interesante, más flexible. Aparte, la novela surge como un modo de reírse, hacer la sátira del mundo feudal por parte de la burguesía. ¿Qué es El Quijote? Es la burla más altisonante del mundo de los estamentos perfectos, del mundo prefijado por la moral, por la religión, etc. La novela surge con la civilización burguesa occidental, prepara la ilustración. Si el mensaje es el mensaje racionalista ilustrado que trata de ser solidario en términos de contenido, el medio es ideal es la novela.



– Pero dado que actualmente las reglas de la modernidad están en cuestión, ¿la novela quizá no sea exactamente el mejor medio?

– Claro, claro. Por eso debo ser una persona que me refugio en el pasado. Los fueros para competir en el ajedrez que siguió a la modernidad están sesgados. Puede que una estrategia de repliegue más inteligente sea crear bases en el pasado.



-Pero ¿crees que efectivamente escribir una novela que trascurra en la actualidad te demandaría una forma diferente de escribirla?
– Me demandaría una investigación mucho mayor que escribir sobre la revolución francesa. Yo no sé como funcionan los microondas. Me mareo en el ascensor. Tratar de comprender el mundo de manera estética -que es como se hace ahora- cuando tenemos un mundo fragmentado en cuanto a explotación… es curioso, es muy difícil. Se trata de aprehender de manera sensible, pero el mundo es re complicado.



– ¿Más complicado que el de principios de siglo?
– Sí, porque las fronteras están mucho más diluidas, porque las bases estructurales son distintas. Tienes una sociedad des-industrializada, en que el sector terciario es el mayor de la economía; todas las personas prestan servicios. Hacer una turbina para un ferrocarril genera un poco de mentalidad; estás haciendo una cosa, puedes decir esto lo hice yo. En cambio, un servicio se difumina, no queda nada. Lo malo del grupo de los terciarios es que tienden a mimetizarse con los códigos de su patrón…



«Toda la gente de 30 años para arriba que anda con las zapatillas de moda, posando de artista, de gente inteligente, son proletarios, prestan un servicio. Y los gueones no tienen conciencia de clase, porque no están en un mundo con conciencia de clase, con lucha de clases, porque la competencia es por el liderazgo. Entonces tienes un mundo dividido, donde no hay tensión… Anda a poner drama».



– ¿Te va a ser más difícil entonces escribir la última novela de la trilogía?
– Claro. La idea mía es: la máquina dramática de una novela sirve para sintetizar conflictos de clase en un microcosmos más cerrado. Eso ahora, cuando las condiciones del mundo de clase han cambiado, está volatilizado, siendo que todas las asimetrías económicas existen y son aún peores… Cómo lo retratas para el proyecto que yo quiero….



– ¿Qué vas a hacer?
– No sé. Tengo una idea rara para eso. Pero demasiado alucinada.



En la tercera novela, el bosque de La Espesura ha sido arrasado y los principales personajes de la trama no han nacido: dos fetos mantienen un diálogo. Uno es el hijo de un lejano y perdido miembro de la familia Lezaeta y el otro, un nonato asesinado junto a su madre en una sesión de tortura. Pero para eso falta mucho, Barros todavía trabaja en Las Posesiones y aún no realiza el lanzamiento oficial de su nueva novela.





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