Publicidad

Tras cuatro años de silencio, Sabina tuvo ovacionado regreso al escenario


Apareció sobre el escenario con bombín, bastón y una maleta en la mano, acompañado por la vocalista Olga Román, con un abrigo de pieles y paseando un perrito de mentira. El Auditorio de Barcelona, repleto y sin una silla vacía, se puso en pie y ovacionó la vuelta de Joaquín Sabina.



Hacía casi cuatro años desde sus últimos recitales en Barcelona, en el Teatro Novedades, y por el medio habían quedado una isquemia cerebral y una depresión que le provocó pánico escénico, por lo que el morbo había servido también de efecto llamada: ¿aguantaría el tipo Sabina?, ¿cómo está realmente?.



Dos horas y cinco minutos después, Sabina y sus cuatro músicos se despedían tras 27 canciones y dos tandas de bises en loor de multitudes: no estaba muerto, estaba de parranda, que reza la canción.



Era el primero de sus tres recitales consecutivos en Barcelona, con todas las entradas -5.400 en total- vendidas en apenas tres horas, y, como los buenos toreros, gustó y acabó gustándose, completamente emocionado por el calor y el afecto que recibió del público barcelonés, una amalgama donde caben pijas, peluqueras, ejecutivos, niñatos o cuarentones.



Empezó con la habanera «Amo el amor de los marineros», del homenaje a Pablo Neruda -«Neruda en el corazón»-, estuvo casi siempre sentado sobre un taburete, con un atril con las letras y los poemas que iba recitando de vez en cuando, una mesita con un chupito de tequila añejo y un vaso de agua, y tocó también la guitarra acústica en bastantes canciones.



Apoyado por Pedro Barceló -batería y percusión-, Olga Román -voz, guitarra acústica, teclados y percusiones-, Pancho Varona -bajo, guitarra eléctrica, acústica y portuguesa y coros- y Antonio García de Diego -teclados, piano, guitarra eléctrica y acústica, bandurria, armónica y coros-, empleó también algunos sonidos pregrabados y cosechó ovaciones cada vez que alguna estrofa se refería a su resurrección tras haberle dado, casi, por muerto.



Muy comunicativo, reivindicó su condición de poeta rojo al leer algunos poemas de su libro «Esta boca es mía», se alegró al ver a algunos seguidores en la platea con la camiseta del Atlético de Madrid, anunció que «se ha disuelto el Real Madrid», hizo continuos guiños a Barcelona hablando de las Ramblas o el Raval y habló y cantó en catalán al recuperar «Passejant per Barcelona» (Paseando por Barcelona), de Quico Pi de la Serra.



Entre los asistentes, el propio Pi de la Serra, a quien definió como «mi maestro», o Estopa y Dani Flaco, alumnos aventajados de Sabina, que prosiguió con «Ahora que», tema que fue el preludio para presentar a «la Orquesta del Titánic, que sigue tocando mientras se hunde el barco».



«Pájaros de Portugal», «Pie de guerra», «Calle melancolía», «Dos horas después», «Nos sobran los motivos», «Rubia de la cuarta fila» -de la película «Isi Disi»-, «Quién me ha robado el mes de abril» y «Passejant per Barcelona» dieron paso a un retiro momentáneo en el que Pancho Varona cantó «Seis tequilas» y Olga Román hizo lo propio con «Otro tiempo llegó» e «Y sin embargo te quiero».



Volvió Sabina y, hasta el final, encadenó piezas como «Y sin embargo», «Una canción para la Magdalena», «Que se llama soledad», «Peor para el sol», «Contigo», «Resumiendo» o «Tan joven y tan viejo», con la que se despidió.



Los gritos de «¡Eh!, Sabina, así no se termina» le hicieron volver para dejar cantar a Antonio García de Diego «A la orilla de la chimenea», y luego entonar él «Peces de ciudad» -cedida en su tiempo a Ana Belén-, «Princesa» y «La del pirata cojo», con la que dio los primeros botes de la noche.



En el segundo bis, «19 días y 500 noches», «Noches de boda» e «Y nos dieron las diez».



Alternando tríos acústicos con voces y piano, usando el bombo o los solos de eléctrica a lo Clapton, Knopfler o Santana, saltando de la habanera a la ranchera o pasando por el rock urbano, el público marchó encantado y convencido de que, como aquella película, «este muerto está muy vivo».



EFE


Publicidad

Tendencias