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Joaquín Sabina: «Quiero hacer la canción más hermosa del mundo»

Dice que se acabó el luto y el alivio. Que el cuerpo le está pidiendo fiesta, y que la verdadera terapia ha sido reencontrarse con el público. Está escribiendo más que nunca, aún entre medio de los conciertos que agotan las entradas. A punto de culminar su gira «Ultramarina», se confiesa recuperado, y se da tiempo para elogiar a la Presidenta Bachelet.


«¿Me váis a dejar fumar?», pregunta nada más entrar a la sala de conferencias, con una sonrisa socarrona a la que -él sabe- nadie podría negarle el humilde placer de un cigarrillo, cuando él ha probado casi todo. «Cuidado con la cocaína», dice algún graciosillo de turno, generando de inmediato la mirada de odio de quienes, más que a trabajar, han venido a ver a un ídolo. El creador de «19 días y 500 noches» acusa el golpe con humor. «No, eso se acabó», responde, y entonces el bromista corrige: «cuidado con la nicotina»; Sabina se ríe.



Nadie quiere hacer la primera pregunta. Nadie se atreve, aunque todos saben que serán los mismos temas de siempre, es decir, todos. A las consultas sobre su gira se suceden -cómo no- las archirrepetidas demandas para saber de su renuncia a las drogas -que dejó hace cinco años- y las peticiones para que opine sobre política chilena, latinoamericana y española. A todo él accede, sin dejar de fumar, encendiendo un pitillo tras otro, sin que nadie tosa, espante el humo con la mano o arrisque la nariz.



Sabina es el mismo, aunque no lo sea. Ferozmente irónico, es capaz de hacer reír casi cruelmente, o de conmover sólo con una reflexión al paso. Coquetea con las mujeres, bromea con los hombres. Una admiradora pide el micrófono, y en lugar de preguntar, se declara su incondicional y le da las gracias por venir a Chile, por ser como es, por estar ahí mismito, a cinco metros de ella. Él, cálido, le devuelve los piropos, mientras todos los demás miran la escena extrañados.



Asegura, como en su disco «Dímelo en la calle», que lo peor ya pasó. Que ya se acabaron los largos días de depresión en los que no quería tomar un instrumento, una pluma, un papel. Que volvió la fiesta al escenario, y que el reencuentro con el público latinoamericano en Perú y Argentina lo ha curado del todo. «Mi estado ahora es absolutamente diferente: ni alivio, ni luto, ni carajo. Estoy haciendo otra vez canciones como a mí me gustan. Lo que quiero hacer es la canción más hermosa del mundo», dice risueño.



«Le tengo miedo al deterioro»



Ya salido del letargo y entre los conciertos de su gira «Ultramarina» -que termina este jueves y viernes en Chile-, ha retomado la escritura a buen ritmo, aunque apelando sólo a su resistencia natural. «Durante los años de bohemia disparatada, de vértigo, siempre pensé que estaba incumpliendo algo -cuenta-, que tenía un pequeñito don, que era que podía juntar dos palabras. Y no me pasaba ni media hora al día escribiendo. Lo bueno que ha tenido el retiro de la bohemia es que puedo dedicar más tiempo a escribir; lo malo es que antes podía estar tres días y tres noches acabando una canción con unas rayitas de coca. Ahora, como no tengo rayitas de coca, de pronto me duermo como un viejecito. Pero estoy escribiendo más que nunca, y eso me gusta.»



Su accidente cerebral lo hizo temer no por su vida, según explica, sino más bien por el estado físico en el que se encontró. Hoy se ve lo suficientemente sano -de adentro y de afuera- como para darse el lujo de bromear un poco con el tema. «Le tengo miedo no a envejecer, le tengo miedo al deterioro. Mi accidente cerebral es un accidente que no duele. El brazo y la pierna derecha -afortunadamente no la del medio- se quedaron sin circulación. No duele nada, pero al tercer día me levanté para ir al baño, y me tuvieron que bajar los calzoncillos. Eso, a los de mi pueblo nos humilla mucho.» Le costó subirse otra vez al escenario. Los primeros conciertos de la gira fueron algo tensos pero, al final de la gira en España, se comenzó a sentir en casa.



Es autocrítico consigo mismo, y atribuye el éxito de su último trabajo, «Alivio de Luto», a la expectativa que generó entre el público su regreso, más que a la calidad del disco mismo. «Lo que se ha formado con ‘Alivio de Luto’ creo que es algo un poco artificial, que tiene que ver con que estuve cuatro años así, y la gente sabía. En nuestros países los cantantes póstumos o moribundos cantan mejor que los vivos, y se crea un morbo. No es mi mejor disco, no lo hubiera hecho sin los músicos que me arrastraban, pero anoche empecé a largarles letras, cosa que no hacía hace muchos años. Y (para la próxima vez) no quiero hacer un disco más; quiero hacer el disco.»



Para los conciertos de esta semana en el teatro Caupolicán -cuyos boletos están agotados desde hace tiempo-, anuncia un encuentro diferente de lo que hizo en Argentina, y con más de una sorpresa de sello exclusivamente chileno.



«Me emociona que Bachelet haya llegado al poder»



Antes de opinar de política advierte que no es un analista, pero sí un atento lector de periódicos, y bromea con la descalificación que en ocasiones han hecho los medios de sus opiniones políticas, especialmente en lo que respecta a Cuba. «Pero eso no me va a callar la boca», sentencia, y acto seguido se lanza en su defensa a Cuba y su acuerdo con los procesos democráticos en Latinoamérica.



«En casos como el de Lula o Evo -opina-, le están dando voz a gente que nunca la había tenido. Yo no sé si es la mejor voz, pero es la primera que tienen. Hay casos como el de Chávez, en los que uno querría que hiciera lo mismo otro que no fuera Chávez, y hay otros que me asustan un poquito, como el de Ollanta Humala» , confiesa. Para la Presidenta Michelle Bachelet, en cambio, sólo tiene palabras elogiosas: «Estoy encantado de decir -sobre todo porque es demasiado pronto y no ha tenido tiempo de defraudarnos- que me emocionó ver que una mujer laica, divorciada, hija de militar muerto en la cárcel, torturada, haya llegado al poder en Chile.»




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