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Santiago Roncagliolo: «Soy partidario del cinismo como filosofía política»

Su novela Abril rojo, que le significó convertirse en el escritor más joven en ganar el premio Alfaguara, tiene en la violencia política su nudo central. Irónica, lúcida, terrorífica e hilarante a ratos, ha sido mimada por la crítica y por el público. El autor limeño revela uno de sus secretos: coleccionar el material que los demás escritores desechan.


Recién se empina por las tres décadas y ya es publicado en grandes tirajes por toda Iberoamérica; además, una de sus novelas, Pudor, será llevada al cine, y hace poco ganó el premio Alfaguara por su libro Abril Rojo. Guionista, periodista, escritor -o escribidor, como se autodesigna-, ha sido considerado heredero de los grandes de la literatura peruana, sin que él llegue a tomárselo realmente en serio.



Rompiendo con la petrificada convicción de que los best sellers no son compatibles con la buena literatura, se suma a sus compatriotas Bryce Echenique y Vargas Llosa en la difícil conjunción entre la aceptación del público y las alabanzas de la crítica. Su novela Pudor, de hecho, impresionó a los entendidos por la profundidad y madurez de la escritura, por el uso del lenguaje y el de la ironía.



Esta vez, Roncagliolo se sumerge en el tema de la violencia política en el Perú, situando la acción en la ciudad de Ayacucho, durante Semana Santa. El fiscal Félix Chacaltana es el encargado de investigar una serie de crímenes que el funcionario -dueño de un lenguaje hilarantemente formal-, atribuye al recrudecimiento de las actividades del grupo Sendero Luminoso. El avance de sus investigaciones es también, en cierta forma, un descenso al infierno, del que Chacaltana no quiere terminar de enterarse. A través de una serie de muertes ‘rituales’, ligadas a las tradiciones católicas del pueblo, Roncagliolo consigue crear una atmósfera enrarecida, terrorífica, tremendamente perturbadora. La narración está hecha sin filiaciones políticas, desde el desapasionamiento ideológico, lo que le otorga una ironía y una lucidez poco frecuente en este tipo de temáticas.



-¿Guarda algún remoto parentesco el fiscal Chacaltana con el ‘Pantaleón’ de tu compatriota Vargas Llosa? Lo pregunto en el sentido de que ambos son burócratas, tipos esencialmente aplicados en su trabajo, pero que no quieren enterarse de lo que verdaderamente sucede…
-Yo pensaba que se notaría demasiado su parecido con el Pereira de Antonio Tabucchi. Pero, sobre todo en América Latina, todos ven en él a Pantaleón o a Lituma. Curiosamente, Vargas Llosa no lo ve, según me ha dicho. Y la verdad, yo tampoco. Me pregunto si se parecen tanto porque son personajes que llevo metidos en el disco duro o simplemente porque los lectores buscan ese parecido automáticamente.

-En tu opinión, el mal está vinculado, en muchos casos, a la pereza. En ese sentido, ¿viene a ser el fiscal Chacaltana una encarnación de ese concepto del mal?
-El fiscal Chacaltana es un hombre que no quiere ver lo que ocurre a su alrededor, porque eso implicaría comprender cosas que prefiere no comprender. Todos actuamos así en ciertos momentos de nuestras vidas. Significativamente, buscamos a la gente que piensa como nosotros y lee los mismos periódicos. Escuchar a los demás podría poner de manifiesto que no tenemos razón, y eso no sólo da pereza: da miedo.

"Prefiero que la gente no tenga ideales"



-Lo has dicho, perteneces a una generación desencantada. En tu caso, ¿eres de los desencantados de derecha, de los de izquierda o de los huérfanos de ideologías?
-Soy partidario del cinismo como filosofía política. He visto a tanta gente hacer atrocidades por sus ideales que prefiero que la gente no tenga ideales, que los líderes admitan a quién representan y estén dispuestos a negociar. Cuando dicen hablar en nombre de la patria, la justicia o El Bien, tiemblo.

-¿Crees que una de las ventajas de tu libro sea prescindir de sesgos ideológicos?
-Escribir para ilustrar una ideología te obliga de entrada a hacer una mala novela. Una ideología te dice quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Pero los seres humanos -y por tanto los personajes- deben ser moralmente ambiguos.



-El relato de los asesinatos ‘rituales’ es muy cinematográfico. ¿Estabas pensando en una versión en pantalla grande cuando escribiste la novela -como sucederá con Pudor-, o es tu veta de guionista lo que hace tan visual tu lenguaje?
-Me gusta trabajar con los materiales que los escritores desprecian. Mi oficio de guionista -y de periodista y de escribidor a sueldo- me ha puesto siempre en contacto con la cultura popular, el cine, la tele, la prensa amarilla… Y he encontrado ahí maneras de contar una historia mucho más emocionantes e interesantes que los de la literatura hispanoamericana, que frecuentemente me resulta acartonada y elitista. Me gustaría que mis libros se leyesen con la misma pasión que despiertan las películas, y me gustaría que pudiese leerlos cualquier persona, no sólo los doctorados en teoría literaria. La literatura de la basura, por llamarla así, es una respuesta contra una literatura que se ha encerrado demasiado en los claustros universitarios.



-¿Usas indistintamente inspiración proveniente del cine y de la literatura?
-De la literatura me gustan sobre todo autores anglosajones. Creo que en EEUU e Inglaterra la cultura siempre ha sido más democrática que en el mundo hispano, ha tenido menos vergüenza de acercarse al público, de usar un lenguaje cotidiano y transparente, y no por eso ha sido frívola ni boba: me encantan Capote, Roth, Cheever, Carver, McEwan, Ishiguro.

-¿Cómo manejas el humor dentro de tus novelas?
-Hay una parte de humor que es muy inconsciente, y que surge de mi mirada sobre las cosas. El mundo me parece un lugar absurdo y eso se nota en mis novelas, a menudo contra mi voluntad. Pero el humor -especialmente el humor negro- también me sirve para tocar temas muy duros con cierta distancia, y así hacerlos menos repulsivos.



No a las herencias



-¿Piensas que hay un boom de la literatura peruana, especialmente la literatura sobre violencia política?
-Creo que se han juntado dos cosas: la necesidad de los peruanos de hablar y reflexionar sobre el proceso de violencia que vivimos, y el momento es que esa violencia ya no es sólo un problema peruano, sino global. El terrorismo y sus variantes es hoy en día un problema en Palestina, Colombia, España y Nueva York. Y en el caso de Bagdad, las soluciones propuestas han creado un escenario similar al peruano. Eso ha creado mucho interés por nuestro caso.



-¿Te sientes el heredero de Bryce o de Vargas Llosa, como se te ha sindicado?
-Me disculpo periódicamente con ellos por esas paternidades no reclamadas. Es muy duro que te achaquen un hijo. En fin, le pasa a Julio Iglesias, a Maradona, a Mick Jagger. Es señal de que eres importante.

-Has hablado de tu afinidad con la literatura de Bolaño. ¿Hay en este thriller elementos ‘bolañescos’?
-Ojalá tuviera su concisión y su capacidad de horrorizar. Lo mejor que me han dicho de este libro fue «después de leerlo tuve que dormir con la luz
encendida». A mí me pasó eso con Estrella distante.

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