Publicidad

París conserva el mito del vocalista de The Doors a 35 años de su muerte

Tumba de Jim Morrison es lugar de peregrinación constante de admiradores, músicos, poetas y simples curiosos venidos de todo el mundo para rendir homenaje a un artista tan brillante e iconoclasta como provocador y autodestructivo.


La última morada de Jim Morrison se prepara para recibir una avalancha de admiradores del líder del grupo musical «The Doors», que hace 35 años cumplió la máxima del rock: morir joven y convertirse en mito.



Su tumba en París es lugar de peregrinación constante de admiradores, músicos, poetas y simples curiosos venidos de todo el mundo para rendir homenaje a un artista tan brillante e iconoclasta como provocador y autodestructivo.



Una pequeña y sobria sepultura en el cementerio de Pere Lachaise recuerda al cantante de «The Doors», uno de los grupos señeros de los años sesenta del pasado siglo, encontrado muerto el 3 de julio de 1971 en la bañera de su apartamento en París, donde se había instalado cuatro meses antes con su novia, Pamela Courson.



El habitual goteo ininterrumpido de personas a la tumba (la más visitada del cementerio y cuarto destino turístico de la ciudad) es aún más intenso en vísperas del aniversario.



«Tenía un gran corazón y una cabeza brillante. Ayudó a cambiar la mentalidad de la gente», asegura Roberto, un joven turista italiano, mientras el portugués Joseph, tumbado en la lapida de enfrente, escribe unos versos en inglés en homenaje al que define como «poeta de la libertad».



Poco después, aparece Jean-Marc, un habitual de la tumba «desde hace quince años», con una desgastada camiseta y su chapa favorita del cantante, apodado el «Rey lagarto» por su forma de contonearse sobre el escenario.



La multitud de flores, dibujos, fotos, velas, mensajes y partituras que cubren la lápida refleja la admiración que, 35 años después de su muerte, despierta todavía Morrison, nacido en la localidad estadounidense de Melbourne.



«James Douglas Morrison (1943-1971)» reza la placa metálica del sepulcro, acompañada tan sólo de la inscripción en griego clásico «Tal como era, un demonio», según la traducción que consta en el libro del famoso cementerio parisino.



En 1990, fue robado, quizás por un admirador excesivo, el busto de Morrison que adornaba su última morada. El hurto fue reivindicado en un diario, pero la escultura nunca apareció.



Inscripciones de todo género cubrían entonces la lápida, escenario de muestras de idolatría y arrebatos que podían llegar al desmayo. Todo ello queda en el pasado gracias a las vallas metálicas erigidas en torno a la tumba y que protegen además las adyacentes.



En esa época, unas flechas indicaban además el camino desde la entrada del camposanto, que «se retiraron por considerarse impropias de un lugar sagrado», explica Thierry, encargado de vigilar la sepultura y retirar de ella las flores marchitas.



Por fortuna para los responsables del cementerio, las tumbas de otros muchos famosos de las más diversas disciplinas, desde Oscar Wilde (cubierta de besos y textos) y Maria Callas, hasta Edith Piaf, Sarah Bernhardt o Yves Montand, pasando por Chopin, Moliere y La Fontaine, no desatan pasiones tan encendidas como Morrison.



De hecho, la presencia de sus restos en el Pere Lachaise no agrada a la dirección, que rehúsa dar entrevistas sobre el cantante porque no quiere «dar publicidad» a un hecho que les reporta «muchas más desgracias que alegrías», apunta una fuente bajo anonimato.



«Desgracias» como las citadas inscripciones y los habituales «botellones», drogas incluidas, junto a la sepultura del «maestro» en vida de la experimentación con todo tipo de estupefacientes.



Los conflictos con los visitantes llegaron a su punto álgido en 1991, en el XX aniversario de su muerte, cuando la Policía tuvo que usar gases lacrimógenos para dispersar a los ruidosos admiradores.



Lo cierto es que París acogió por obligación la tumba de Morrison, ya que -según la fuente anónima- la familia del cantante no quería repatriar sus restos, avergonzada de la vida de «sexo, drogas y rock and roll» de su hijo y que el realizador Oliver Stone llevó al cine en 1991.



Pese a su accidentada trayectoria (fue detenido y juzgado por mostrar sus genitales en un concierto en Miami), el también poeta marcó la historia del rock con sus enigmáticas letras sobre el lado oscuro de la vida.



Lo prueba el que canciones de «The Doors» como «L.A. Woman», «Riders on the storm», «The end», «Roadhouse blues», «Light my fire», «Hello I love you» o «Break on through (to the other side)» no puedan faltar en ninguna antología de la época.



EFE

Publicidad

Tendencias