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Tomás Moulian lanza un reto: «Creo que hay que repensar la Unidad Popular»

Historiador acaba de presentar su libro Fracturas, en el que explora el sistema político chileno desde 1938 a 1973 desde el punto de vista de los diferentes quiebres democráticos hasta el fin del gobierno de Salvador Allende. Su opinión desmitifica la idea de una república ejemplar pre dictadura y hace una autocrítica a la izquierda por haber olvidado los objetivos de la UP.


Un lugar común dentro de la opinión pública chilena de los primeros años de los ’70 era que en Chile no existiría un quiebre democrático porque las Fuerzas Armadas eran férreamente constitucionalistas y nuestra república era ejemplar. La historia ha demostrado que ni lo uno ni lo otro era rigurosamente cierto.



Esa ‘democracia ejemplar’, desde fines de los ’30 y hasta 1973, es estudiada por el historiador Tomás Moulian en su último libro, Fracturas, editado por LOM, donde no sólo desmitifica la idea de la república idílica, sino también le sigue la huella a la izquierda chilena, concentrándose en la reacción con que la derecha y el centro intentaron, durante décadas, bloquearle el paso al poder.



El texto, si bien explora el quiebre del 1973 desde la perspectiva de la polarización y la rigidización del centro (la Democracia Cristiana), se resiste al reduccionismo, y asume que la historia pudo haber sido diferente entre otras cosas, si la izquierda hubiese tenido un mayor grado de claridad estratégica.



-Usted plantea que en el período de Frei Montalva se integraron reformas importantes exigidas por la izquierda. ¿En qué medida eso le allanó el camino a Allende, puesto que demostró que cambios profundos eran posibles sin que el país se cayera a pedazos?
-La importancia del gobierno de Frei es que es un gobierno de reformas en una sociedad que estaba clamando por cambios. Es un gobierno profundamente reformista, y sin embargo, al final, los democratacristianos pierden. Eso porque, pese a haber hecho un gobierno de profundos cambios, no logran aliados para elegir un Presidente. En ese sentido, no sólo la DC, sino también la derecha, crean las condiciones para que triunfe Allende. Su triunfo se da en un momento en el que Allende aparece como amenazador, y sin embargo la derecha renuncia al pacto que tiene con los DC para evitar el triunfo de la izquierda en 1964.



-En general, cuando se interpreta el quiebre de 1973, se habla de una suerte de destino manifiesto, dado por la rigidez de las estructuras en el sistema y las dinámicas que se estaban dando. Usted hace una reflexión más sutil, en términos de que sí pudo haber sido diferente, sobre todo si la izquierda hubiese llegado a acuerdos en ciertos momentos clave.
-No hay nunca destino fatal en la historia de la política. Son siempre acciones que pudieron tener uno u otro resultado. Hubo numerosas oportunidades en las que se pudo llegar a acuerdo con la DC. Era difícil, los márgenes muy estrechos, pero si hubiese habido una claridad estratégica mayor sobre el carácter del programa que debía llevarse, tal vez habría podido evitarse la tragedia que vino después. Claro, pese a todo lo que estoy diciendo, se impuso la lógica fatal del Golpe, y eso sucedió porque hubo errores.



-Usted dice que en la actualidad se ha perdido la memoria de los objetivos de la Unidad Popular. ¿Ha sucedido eso también dentro de la izquierda chilena, más allá de la Concertación?
-Sí. La Unidad Popular es vista como un caos casi por todos, prácticamente no hay excepciones, ni siquiera en la izquierda extra Concertación. Por eso creo que hay que repensar la Unidad Popular. Porque, si bien es cierto que hubo aspectos caóticos, hay que tomar en cuenta que todo proceso profundo de democratización los tiene. El esfuerzo y la ambición de la Unidad Popular trajo la paradoja de la polarización, pero creo que pese a eso, las posibilidades de participación democrática estuvieron como nunca presentes en ese período.



"La verdadera democracia requiere limitar el capitalismo"



-La sensación que uno tiene es que antes de la gran fractura de 1973, reconocerse partidario del capitalismo puro y duro daba un poco de pudor. Hoy casi da orgullo.
-Sí. Eso es lo que se llama hegemonía: el capitalismo neoliberal consiguió imponer su modelo, y es creído y valorado como si fuese positivo, democrático; la única forma posible de alcanzar el desarrollo. Ese es un gran triunfo, que se conecta con una gran derrota: los que creemos en un socialismo verdaderamente democrático no hemos sido capaces de levantar esas banderas de modo de que sean creíbles y movilicen a los sectores populares. Esos sectores hoy días están en el consumo, y en las oportunidades que les da este sistema neoliberal.



-A propósito de ese conformismo, que usted consigna como un efecto del neoliberalismo, usted dice que eso explica "la esperanza infatigable que se vuelve a entregar a la Concertación pese a los 15 años de gobierno que mantienen la desigualdad heredada". ¿Cree que es gracias al capitalismo de Pinochet y los cambios culturales que eso genera que puede gobernar tan establemente la Concertación?
-Yo no quisiera ser interpretado de ese modo. Creo que la Concertación está hoy dedicada a una labor de reproducción del modelo de capitalismo que los militares instauraron en la dictadura, y ha logrado administrarlo en democracia. Eso es objetivo, y marca los límites que tiene la Concertación para ir más allá en un programa democratizador. La verdadera democracia se obtiene en un esfuerzo de limitar el capitalismo y su racionalidad, que es algo que no ha hecho la Concertación.



-En ese sentido, lo puramente político parece ir perdiendo terreno en pro de lo económico. Usted incluso plantea que los empresarios son el sujeto histórico.
-Eso es lo que se piensa hoy. Los que hablan de sujeto histórico mencionan a los empresarios, hacen reuniones en Icare, en la Sofofa, en todas partes, justamente para captar las loas de ellos. Antes el sujeto histórico era la clase obrera en el discurso. Hoy pocos dirían eso. Todos, de un modo u otro, avalamos la idea de que a través de ellos pasa el destino de este capitalismo, y que a través de ellos viene el progreso. Hay un olvido típico de esta época.



-¿Podría pasarle la cuenta eso a la clase política?
-Sí, creo que este tipo de capitalismo deja poco espacio para la democratización a fondo. Si eso se quiere hacer vamos a tener que restringir algunas de las libertades exageradas que hoy se asignan al mercado. No veo democracia en un país con tanta desigualdad como Chile sin un Estado mucho más regulador. No quiero decir que se le quite espacio a la sociedad civil, pero debe haber un Estado que se haga cargo de una mayor igualdad. Sin eso, el sistema nos puede cobrar la cuenta, como que las desigualdades generen movilizaciones peligrosas y el sistema no tenga demasiados recursos para defenderse contra ellas.



"En nombre de la igualdad, la derecha podría triunfar"



-¿Nos hemos dejado de contar el cuento de la democracia ejemplar?
-El mito permanece, pero la democracia chilena sigue siendo muy imperfecta.



-Haciendo un análisis de las tensiones que se notan ya desde hace tiempo en el sistema político, ¿cuál cree que podría ser la próxima fractura de nuestra democracia?
-Yo no visualizo ninguna catástrofe, pero sí un tipo de fractura política, como la vuelta al gobierno de la derecha, lo que modificaría absolutamente las condiciones de la lucha política actual. Creo que eso es una fractura que hoy nadie cree posible, pero en la medida en que el gobierno de Bachelet no responda a las expectativas de igualdad, se puede reproducir la paradoja que casi generó Lavín en las elecciones con Lagos, donde la derecha consigue de un extrañísimo modo la representación de los que claman por una mayor igualdad. Creo que esa posibilidad debería hacernos pensar en la necesidad de nuevos cuadros políticos para empujar la democracia en Chile.



-¿Cree que eso realmente pueda suceder?
-No en el corto plazo, pero creo que en la medida en que no se haga una política igualitaria, se puede generar este fenómeno, y que en nombre de la igualdad, paradójicamente, la derecha pueda triunfar. También podría ocurrir que surgiera una izquierda más allá de la Concertación, que lograra ir ampliando su capacidad de representación en la sociedad chilena. Eso último es lo que me gustaría; lo primero es lo que temo.

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