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A los 80 años fallece el connotado coreógrafo francés Maurice Béjart

En su repertorio hay más de 200 creaciones, entre las que figuran: «El pájaro de fuego», la «Novena Sinfonía» de Beethoven, «La misa del tiempo presente», «Malraux o la metamorfosis de los dioses» y «La consagración de la primavera».


El coreógrafo Maurice Béjart, que falleció este jueves en un hospital de Lausana (Suiza), fue un innovador interesado en convertirse en el «primer servidor» de la danza, una actividad en la que su actitud rompedora le granjeó algunas polémicas.



Nacido en Marsella (sur de Francia) el 1 de enero de 1927, de niño tuvo el gusto por el teatro gracias a su padre, un filósofo y escritor que decidió meterle en una escuela de baile a los trece años, cuando los médicos le aconsejaron alguna actividad física para superar una enfermedad.



Alentado por sus profesores, que ven buenas condiciones de bailarín, Jean Maurice Berger da el paso de convertirse en profesional e incorpora a su nombre el apellido artístico de Béjart en honor a la mujer de Moliére, dramaturgo al que admiraba.



«Sansón y Dalila» fue la obra de debut del Béjart bailarín en la Ópera de Marsella, aunque unos años más tarde se trasladó a París, donde estudió y se licenció en Filosofía, al tiempo que prosiguió sus clases de danza y coreografía.



Buen bailarín, el gran aporte de Béjart fue la coreografía, una actividad en la que empezó a comienzos de los 50, una época en la que creó su primera compañía.



Ya se advertía un cierto espíritu trasgresor y moderno que no dejaba indiferente.



Con esa compañía, Béjart fue, entre otros países a España, un país en el que recorrió todos sus ciudades y pueblos, «hasta lo más pequeños», así que solía decir que conocía «mejor este país que Francia», y que allí se reencontraba con su «juventud».



París, Estocolmo y Bruselas son los destinos laborales de Béjart, que crea a buen ritmo coreografías y compañías y se apoya en la música de algunos de sus compositores preferidos, como Stravinsky, Beethoven, Debussy y Wagner.



Fue en los 70 cuando evoluciona hacia la concepción no sólo de piezas, sino de espectáculos que requieren que los artistas sean capaces de bailar, cantar y actuar y está atento a otros componentes, como el vestuario, las luces y el decorado.



«Para mí la compañía es lo más importante. Yo creo gracias a los bailarines y para ellos», decía el artista, que también extendió su actividad a la escritura, puesto que en 1962 publicó su primera novela: «Mathilde» y en 1979 un libro de memorias titulado «Un instante en la vida del prójimo».



1987 marca un giro en la carrera de Béjart puesto que, en desacuerdo con el director del Teatro de la Monnaie de Bruselas, Gerard Mortier, decide acabar su actividad en esa ciudad y se traslada a Lausana, donde ha permanecido hasta el fin de sus días.



En la ciudad suiza optó por renunciar a las grandes producciones y rebajar el tamaño de su compañía la Escuela de Ballet de Béjart para, según sus palabras «encontrar la esencia de la interpretación».



En su repertorio hay más de 200 coreografías, entre las que figuran: «El pájaro de fuego», la «Novena Sinfonía» de Beethoven, «La misa del tiempo presente», «Malraux o la metamorfosis de los dioses» y «La consagración de la primavera».



Ese bagaje no le impidió asegurar que «un coreógrafo no es el dueño de la danza, sino su primer servidor».



Premiado con diferentes galardones en todo el mundo, hace unos meses cumplió 80 años y entonces dijo no temer a la muerte, «porque no se puede evitar» y que hoy se ha llevado su vida y ha dejado la leyenda.



EFE

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