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El cuerpo también tiene discurso

Mafiosos rusos, tribus milenarias y presos. Ahora, buena parte de los chilenos también tienen uno. Son los dibujos en la piel, un fenómeno estético y social con implicancias políticas y culturales. Es la búsqueda de sentido en un mundo sin ideologías, es la necesidad de identidad, de un curriculum personal y corporal, cuando poco sabemos quiénes somos.



Un guapo Vigo Mortensen se apoya en los rincones de un sombrío Londres. Bajo el pelo estrictamente engominado, sus ojos asoman entre los lentes de sol y el impecable traje oculta un cuerpo tapizado de dibujos. Figuras impresas con tinta indeleble que son registro de las vivencias del personaje Nikolai Luzhin en su natal Rusia.



Dicen que David Cronenberg investigó dedicadamente el tráfico de personas en Europa, particularmente en Inglaterra, para rodar "Promesas del Este", su última película. Mortensen participó también de la búsqueda. Una exploración que los llevó a sumergirse en el tema de las mafias rusas y la configuración de un orden en el que los tatuajes cumplen un rol fundamental.



Porque igual como los presos rusos se plasman símbolos que cumplen la función de configurar e identificar quiénes son, las mafias ordenan sus castas y determinan rangos y pertenencias a través de estas imágenes. Alexei Plutser-Sarno lo explica claramente en su ensayo presente en el segundo volumen de la enciclopedia del tatuaje criminal ruso.



"La realidad del tatuaje es la base simbólica del mundo de los ladrones. El ladrón vive a través de sus tatuajes, está mentalmente inmerso en esta realidad, se disuelve dentro del mundo simbólico de su propio cuerpo".



Es así como el tatuaje presenta una confrontación con el mundo en que el sentido de pertenencia es clave. Si bien en algunas sociedades estas marcas representaron cosmovisiones y correspondencia con ciertas castas, contemporáneamente es difícil encontrar patrones de dibujo. De hecho, el semiólogo Rafael Del Villar encuentra el sentido en el tatuaje como la sustitución de una falta.



La Guerra Fría configuró un mundo con dos polos. Dos ideologías se dividían la hegemonía planetaria, mientras la social democracia funcionaba como mediadora entre el marxismo y el capitalismo. "En esa estructura, la gente no necesitaba tatuajes, porque había un campo de fuerza ideológico donde tú estabas en uno o en otro. No tenías una necesidad de identificarte con algo", explica Del Villar.



Siempre la guerra



El fin de la guerra y la muerte de las ideologías matan también el sentido de pertenencia de la gente. La caracterización se encuentra entonces en alguna subcultura o grupo. En esto, dice el semiólogo, tanto el tatuaje como el piercing y los peinados comienzan a ser una forma de identidad.



Según Del Villar "es una búsqueda para tener un lugar en el mundo, porque las grandes ideologías daban a los sujetos un lugar en el mundo. Hoy día el lugar es un no lugar, a menos que pertenezcas y participes de las guerras religiosas, o a una estructura de etnias. Te quedas sin identidad, entonces la gente necesita adherirse a una subcultura".



La explosión del tatuaje en Chile ocurrió por ahí por el ’97 y actualmente hay un renovado interés del público por dibujarse. El tatuador Héctor ‘Titín’ Hernández encuentra la explicación al fenómeno en la serie televisiva ‘Miami Ink.’, que emite el cable. Un programa que ha abierto nuevos campos al rubro en el país, ha barrido con muchos prejuicios y que a los profesionales del tema los beneficia a todas luces.



Así, en un país donde según Titín no hay cultura de tatuajes, la gente comienza a imprimirse imágenes de mayor tamaño y complejidad estética. "Este es un país de apariencias. El tatuaje es una apariencia pero que hay que esconder" dice, enfatizando que la ignorancia es la culpable de los prejuicios que existen. Por eso los tatuados "se notan mucho, porque están estigmatizados con los barristas y los delincuentes", dice.



Un CV con patas



‘Titín’ comenzó en lo de los tatuajes hace quince años y se dibujó por primera vez a los catorce, cuando era rebelde y el tema del rock y el punk estaban unidos en la eterna lucha de "ir en contra de todos los parámetros que te establecía la sociedad", dice.



"Estar tatuado es un estilo de vida, es regalonearse 100%, es lo único con lo que te vas a ir. Eres único si tu tatuaje es una pieza única. Logras ser auténtico", asegura. Él coincide con Rafael Del Villar en que la opción de tatuarse responde a una carencia. "Es un acto de rebeldía, lo que tiene mucho de inmadurez", dice.



El mismo semiólogo asegura que las modas no existen. "Toda moda tiene una necesidad, una carencia". Y en esto los prejuicios lo único que hacen es reforzar la necesidad de usar los tatuajes. "El acto de rebeldía necesita eso para validarse", explica Del Villar.



"El tatuaje es una forma de autenticación", dice ‘Titín’, "es decir: yo no quiero trabajar con corbata", pero también es invertir en la propia imagen, consentirse. "Tatuarse es cuidar tu nombre. Tu nombre anda caminando todo el tiempo. Tu currículum tiene dos pies", asegura.



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