Publicidad

Vargas Llosa arremete contra ‘civilización del espectáculo’ y sus adláteres

El autor de «Pantaleón y las visitadoras» repasó las «consecuencias» que ha tenido la «civilización del espectáculo» en la literatura, las artes plásticas, la crítica, el cine, la política, el sexo y el periodismo, desaparecidos en su esencia más pura o en trámite de ello.


John Galliano, Woody Allen, la revista «Hola» y Paul Auster fueron señalados este lunes por el escritor Mario Vargas Llosa como adláteres de lo que él llama la «civilización del espectáculo», es decir, la que han construido las democracias en Occidente para huir de la reflexión y todo lo que no sea divertido.



Vargas Llosa fue el protagonista de una conferencia organizada por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) con motivo de su 64 Asamblea, una intervención presentada por el director de «El País», Javier Moreno, para quien el Periodismo vive «un momento difícil» y de transición cuyos perfiles no están aún definidos.



El autor de «Pantaleón y las visitadoras» repasó las «consecuencias» que ha tenido la «civilización del espectáculo» en la literatura, las artes plásticas, la crítica, el cine, la política, el sexo y el periodismo, desaparecidos en su esencia más pura o en trámite de ello.



Eso ocurre, dijo, porque hay un total «desdén» por todo lo que recuerda que «la vida no solo es diversión, también drama, dolor, misterio y frustración».



«El primer lugar de los valores, de las prioridades, lo ocupa el entretenimiento. Divertirse, escapar del aburrimiento es la pasión universal», argumenta Vargas Llosa.



Sólo un «puritano fanático» criticaría que se dé «solaz» a «vidas encuadradas en rutinas deprimentes» pero, dijo, convertir el entretenimiento en un valor «supremo» tiene «consecuencias inesperadas» como la generalización de la frivolidad que, en el campo del periodismo, «se alimenta del escándalo».



En el periodismo, aseveró, la frontera entre lo amarillo y lo serio se ha llenado de agujeros y «los mayores casos de conquista de público» los protagonizan las revistas del corazón, ya que «la forma más eficaz de entretener es alimentar las bajas pasiones».



La revista «Hola» y sus «congéneres», precisó, son «los productos más genuinos de la civilización del espectáculo» porque dan «respetabilidad» a lo que antes era «producto marginal y casi clandestino: el escándalo, el chisme e incluso el libelo y la calumnia».



«La triste verdad es que ningún medio puede mantener a un público fiel si ignora la moda imperante», por eso su conclusión es «pesimista», ya que el problema no está solo en el periodismo sino en una forma de vivir que tiene al entretenimiento pasajero como «la máxima aspiración humana».



La obligación de poner la cultura al alcance de todos ha tenido «en muchos casos» el indeseable efecto de la desaparición de «la alta cultura», minoritaria por la complejidad de sus códigos, en favor de una «amalgama en la que todo cabe».



Por eso, no le extraña que la literatura más representativa sea «leve, ligera, fácil», aquélla que «sin el menor rubor se propone ante todo y sobre todo divertir».



Aseguró que no condena a esos autores porque hay entre ellos, «a pesar de la levedad de sus textos», «verdaderos talentos» como Julian Barnes, Paul Auster y Milan Kundera, pero lamenta que ya no se emprendan aventuras literarias como las de Joyce o Proust.



Han desaparecido los intelectuales y «prácticamente» los críticos, pero la cocina y la moda ocupan buena parte de las secciones dedicadas a la cultura, un mundo controlado por la publicidad que da carta de «ciudadano honorario» a John Galliano y a sus «esperpentos indumentarios».



En el cine se privilegia el ingenio sobre la inteligencia, «y ya no produce creadores como Bergman, Visconti o Buñuel. ¿A quién corona icono?. A Woody Allen, que es a un David Lynch o a un Orson Wells lo que Andy Warhol a Gauguin».



Pero es la política la que ha experimentado la banalización más pronunciada, porque los lugares comunes y tics de la publicidad ocupan el lugar de las ideas, y, así, Carla Bruni «y el fuego de artificio mediático que trajo consigo», muestran cómo «ni siquiera Francia» ha podido resistirse a «la frivolidad imperante».



EFE

Publicidad

Tendencias