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Festival de Río rinde homenaje al «invisible» Arturo Ripstein

Con fama de polémico, enfrentado a los convencionalismos, a la crítica y al cine comercial y a la «dictadura» de Hollywood, el director mexicano lamentó las generalizaciones que han hecho homogéneo el gusto del público.


El mexicano Arturo Ripstein, uno de los directores más reconocidos de América Latina, se define como un cineasta invisible, que de vez en cuando es recordado en festivales de cine como el de Río de Janeiro.



«Mi carrera ha estado fundamentada básicamente por la buena suerte, no por otra cosa. He estado en el lugar adecuado en el momento adecuado y eso me ha dado cierto reconocimiento», afirmó el realizador en una entrevista con Efe.



El director de «La virgen de la lujuria» (2002), «Así es la vida» (2000) y «El coronel no tiene quien le escriba» (1999) entre medio centenar de títulos para el cine y la televisión, premiados en festivales como el de San Sebastián, Habana, Sundance, San Diego y por la academia mexicana, es un hombre de aparente modestia.



Ripstein ha sido homenajeado por el Festival de Cine de Río de Janeiro con una retrospectiva y anoche recibió el premio «Personalidad Latinoamericana del Año» de la Federación de Críticos Internacionales, antes de una proyección especial de «La Reina de la noche» (2004), un melodrama tan mexicano como el tequila.



«Afortunadamente es una retrospectiva minúscula, si no, no me daban el premio», afirmó poco antes del homenaje.



Los festivales, dijo, «son los que nos han permitido ir adelante. Sirven para que los cineastas invisibles como yo nos volvamos visibles por un ratito, aunque sea por una par de horas que dura la proyección».



Con fama de polémico, enfrentado a los convencionalismos, a la crítica y al cine comercial y a la «dictadura» de Hollywood, lamentó las generalizaciones que han hecho homogéneo el gusto del público.



«El genio de Hollywood convenció a todo el mundo de que Estados Unidos hacía las mejores películas, cosa que a estas alturas del partido es completamente falso, una mentira flagrante», señaló.



«No sólo dijeron que eran las mejores, sino escalofriantemente las únicas, y el público ha respondido a este llamado con ansiedad incontenible para horror del cine mismo», sentenció.



La obra de Ripstein padece del mismo infortunio de la de otros realizadores latinoamericanos y hasta europeos, que son difíciles de ver en el circuito comercial porque no logran superar los sistemas de distribución dominados por grandes estudios estadounidenses.



En la región hay algunas alternativas de financiación a coproducciones entre países, como el programa iberoamericano Ibermedia. Pero no hay acuerdos para garantizar cuotas de mercados de modo que esas películas lleguen al público.



«Es un desaliento no tener a quien hacerle las películas, es muy complicado», dijo sobre la falta de salas para el cine no estadounidense. «Pero hace muchos años a mi eso me preocupa poco, en mi carrera largísima nunca tuve un público», afirmó.



En su opinión, sus películas no llegan al estatus de arte. «Esa afirmación sería arriesgada y temeraria, aspiro a, no lo he logrado», dijo.



El arte por lo demás para productores, por ejemplo de Estados Unidos, -que son los que dictan las pautas de gustos- se ha vuelto una palabra «ofensiva». En el pasado el Estado era quien imponía la censura oficial, cuando un realizador se oponía a ciertas realidades, señaló.



«Pero Estados Unidos ahora impone una censura que es infinitamente más rigurosa, brutal e incontestable que la censura oficial, que es la censura económica», y el cine ya no es hecho por cineastas sino por negociantes, empaquetadores y abogados, dijo.



«Son personas que van por el dinero y no por otra cosa. Es esa misma avaricia y rapiña que causa la catástrofe económica actual», dijo este hijo del recordado productor Alfredo Ripstein (1916-2007), que se inició en el cine de la mano del maestro español Luis Buñuel.



Arturo Ripstein, como algunos otros realizadores de la región tiene una deuda con la literatura. Su primera película «Tiempo de Morir»(1965), se basó en un cuento de Gabriel García Márquez, con un guión trabajado por Carlos Fuentes.



A largo de su prolífica carrera adaptó a cine clásicos como «El Lugar sin Límites» (1978) del chileno José Donoso, «El Coronel…» de García Márquez o «Principio y Fin» (1993), basado en la novela del egipcio Naguib Mahfouz.



Pero, señala, es difícil filmar obras como las del realismo mágico, lo que explicaría no sólo la falta de éxito comercial como «la de calidad» de películas basadas en clásicos.



«Es como en García Márquez. La hipérbole del realismo mágico se ve con los ojos del alma, es imposible de verse con los ojos de la cara», pero en la pantalla de cine no hay otro recurso sino la mirada, señaló.



EFE

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