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Dawson, Isla 10: los ricos también lloran

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Bitar, Puccio, Tohá y Letelier (¿le suenan esos apellidos?) son figuras casi espirituales, casi tanto como el protagonista de la Delgada Línea Roja, sobre quienes recae la redención y el destino de la dignidad humana. Más vomitivo aún es el discurso soterrado de la reconciliación que aparece cuando el cineasta se esfuerza por dotar de compasión a un par de milicos (el marino a cargo de Isla Dawson y un cabo campechano), como si esa mínima humanidad fuese el germen de la transición que vendría más tarde.


La Concertación se caerá a pedazos, pero aún goza de un instinto lo suficientemente poderoso como para erigir una épica que mostrar al pueblo chileno, más ahora que éste pronto irá a las urnas. El bardo a cargo; Miguel Littin, quien acaba de estrenar Dawson, Isla 10, una película que trata sobre la reclusión en el extremo austral de los ministros de Allende en las postrimerías del Golpe. El episodio más ABC1 de la historia de la represión chilena (en jerga actual) o más clasista si se prefiere (en jerga de ayer), y también el menos sanguinario.

Con esto no quiero decir que los hechos no hayan sido lamentables y crudos, ni que no merezcan un relato fílmico. Pero, eso no quita ni por un momento el malestar por esa intención soterrada de levantar una gesta prosográfica protagonizada por la actual clase gobernante, cantada tal y como en la Edad Media se engrandeció a los reyes en su lucha contra los moros. En otras palabras, el tema estaba bien, la manera de tratarlo aboslutamente in-su-fri-ble, por varias razones. A saber:

  • Benjamín Vicuña: En frío y en lo personal, si me pasara algo digno de contarse y filmarse, me encantaría que el actor que me representase fuese Brad Pitt, pues supongo que me gustaría que eso que me habría pasado fuese un destilado de aventura + osadía + sagacidad + glamour + virilidad, que haga de mi historia una apología de todo lo que sueño ser mientras tomo cerveza mirando el techo. Supongo que a Sergio Bitar le pasó lo mismo y por eso lo representa Benjamín Vicuña. Pero tanto Bitar como yo, lamentablemente llevamos vidas lo suficientemente prosaicas como para que lo entretenido de ellas pase por los claroscuros y matices, y no por febriles pasiones dionisiacas o rigurosos desafíos apolíneos. En tanto, el actor adecuado para representar a Bitar, debió ser un muy buen actor de origen árabe (no castellano vasco) -para que además eso sintonizase con la apuesta por las caracterizaciones del resto de los personajes (destaco a quien actuó como José Tohá)- y no el omnipresente de Benjamín Vicuña, quien será buen actor, pero no tanto como para mutar a la figura de un ex ministro histórico y evitar quedarse con el fácil papel de jovencito de la película.
  • Cero política explícita: Es comprensible que la política como tema de conversación sea considerada un anatema para las artes, pues ésta no goza precisamente de una riqueza suficiente como para entusiasmar mucho a nadie, pero hacer una película sobre la época del fin de la UP y del inicio de la dictadura, y hacer solamente breves referencias a clichés políticos como lo dividida que estaba la izquierda, es como mucho. ¡Cresta! En Isla Dawson estaban políticos de fuste de las más distintas tendencias dentro de la UP que días atrás discutían en el poder sobre cómo detener el fascismo y cumplir con un dictado de la historia, y que en ese momento vivían una derrota que debió estar preñada de reflexiones acerca de las catedrales que se les estaban derrumbando sobre las cabezas.
  • Demasiada política implícita: El guión de la historia fue hecho con el mismo cuidado con el que un Presidente electo convoca su Gabinete; cuidando los equilibrios y realizando con discresión las omisiones. En general, la historia destaca a prisioneros VIP, obviando a todos los Juan Pérez, pero incluso entre los VIP hay omisiones que rayan en el descaro. Es malévolamente comprensible que Littin sumerja a personajes como Luis Corvalán por comunista (quien apenas es mencionado una vez sin que yo haya alcanzado a identificar al actor que lo representa, pues ni siquiera hubo en los créditos las típicas escenas de película de la Segunda Guerra Mundial en que se destaca a cada uno de los personajes y se cuenta su historia) y a Fernando Flores (quien ni aparece, seguro por traidor), pero es incomprensible que Clodomiro Almeyda no tenga casi diálogos, que no haya hecho una reflexión interesante, un gesto, prácticamente nada. En cambio, Bitar, Puccio, Tohá y Letelier (¿le suenan esos apellidos?) son figuras casi espirituales, casi tanto como el protagonista de la Delgada Línea Roja, sobre quienes recae la redención y el destino de la dignidad humana. Más vomitivo aún es el discurso soterrado de la reconciliación que aparece cuando el cineasta se esfuerza por dotar de compasión a un par de milicos (el marino a cargo de Isla Dawson y un cabo campechano), como si esa mínima humanidad fuese el germen de la transición que vendría más tarde.

En fin, poniéndome a tono y de regalo para la menesterosa Concertación, voy a proponer un par de nuevos títulos para que los filme quien quiera y los financie Banco Estado:

  • Magnicidio (thriller): trata de la historia de cómo una atroz dictadura bananera asesina con avanzados químicos a un estadista mientras éste está en un hospital, y como sus partidarios tienden un manto de silencio. La familia del Presidente no se da por enterada, no porque tengan disminuidas sus capacidades intelectivas, sino por otro químico suministrado para mantenerlos impasibles, lo que finalmente es descubierto años después por un policía incorruptible, tipo Harboe. Como el Presidente asesinado, se recomienda poner a Pancho Melo.
  • Roce (comedia idiosincrática): trata de las vicisitudes de varias familias chilenas exiliadas tratando de adaptar su latinoamericaneidad a los rigores de la etiqueta del país que los recibe, y de cómo esas dificultades son al final premiadas cuando toman el poder, retornan a Chile, y deben seducir a la aristocracia local para que los acepte en su seno; es decir, en sus iglesias y colegios, usando las más diversas galanterías aprendidas en el exterior.

*Andrés Almeida escribe en el blog http://citizenalmeida.blogspot.com

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